Encerré al clan de mi marido
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Capítulo 3

Mi mejor amiga actuó con una eficiencia asombrosa.

En menos de un día, un archivo cifrado llegó a mi bandeja de entrada.

"El shock de mi vida. El trepa del año. Recomiendo lapidación pública", decía su nota.

Abrí el archivo, y lo que encontré dentro era todavía más aterrador de lo que había imaginado.

James, mi marido cariñoso y supuesto ejemplo de esfuerzo propio, resultó ser un completo fraude.

No era ningún muchacho pobre que había salido adelante con las uñas.

Su padre había sido un contratista de poca monta que, por hacer trampas con materiales, provocó una muerte y terminó en la ruina, endeudado hasta el cuello con prestamistas.

Y el dinero con el que James pagó esas deudas no era suyo: salió de la herencia que mis padres me habían dejado.

En nuestro segundo año de matrimonio, me endulzó el oído con la idea de invertir en un proyecto prometedor. Le creí. Le di las contraseñas de mis cuentas.

Él desvió todo ese dinero al pozo sin fondo de su familia.

Y no se detuvo ahí: incluso en nuestra empresa conjunta, Clara & James Designs, había empezado a hacer de las suyas desde el principio.

Aprovechando su cargo, falsificó facturas de proyectos, contratos de compra inexistentes... en tres años, desvió casi el setenta por ciento de las ganancias de la empresa a una cuenta en el extranjero.

La titular de esa cuenta era su madre.

¿Y Amelia Harper? No era ningún amor a primera vista.

Era la hija de un pariente lejano del pueblo natal de James, que había dejado los estudios al terminar la secundaria. James y su madre la habían escogido con antelación para usarla como "vientre de alquiler".

El plan era perfecto.

Cuando Amelia tuviera el hijo, James pediría el divorcio, alegando que yo era estéril y que sufría de paranoia.

Y luego, con pruebas falsas de que yo había desviado dinero de la empresa, más el "historial" de mis supuestas crisis emocionales, el juez le daría a él la custodia del niño y la mayor parte de nuestros bienes.

A mí me dejaría una montaña de deudas y la reputación hecha trizas.

Qué jugada maestra.

Miraba la pantalla, viendo una tras otra las firmas falsificadas, y el frío me calaba hasta los huesos.

El hombre al que amé durante tres años se me había acercado con un plan calculado desde el inicio.

Cada palabra de amor, cada abrazo, escondía el veneno de su ambición.

Sonó mi teléfono. Era James. "Cariño, ya compré todos los ingredientes para la crema de langosta. Estoy en la cocina ahora, te prometo que hoy cenarás como una reina".

Su voz era tan cálida como siempre, como si todavía fuéramos la pareja perfecta.

Tragué el nudo de asco en mi garganta y, con mi tono más meloso, respondí: "Eres un amor, cariño. Te quiero".

"Yo también, te quiero, mi Clara".

Colgué, empaqueté todas las pruebas y se las envié a mi abogado.

Luego me puse el vestido rojo que más le gustaba, me maquillé con esmero.

En la trampa de esta noche, la protagonista sería yo.

            
            

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