El conductor tragó saliva, sus manos temblaron sobre el volante.
Pero cuando su jefe daba una orden, no había lugar para la vacilación.
Apretó el volante, respiró hondo y pisó el acelerador.
Pero al final, no tuvo el valor de moverse demasiado rápido.
Rose escuchó el sonido de un motor acercándose.
Giró la cabeza con lentitud, con la mente aún sumida en la confusión y el dolor emocional que la consumía.
Y entonces lo vio.
Un auto negro se dirigía hacia ella.
Su corazón se detuvo.
Pero ya era demasiado tarde...
El impacto no fue brutal, pero suficiente para hacerla tambalear.
El golpe en su cintura la lanzó al suelo. Su cuerpo se desplomó sobre la grava y sintió el ardor en su pantorrilla al rozar el pavimento.
El dolor la dejó sin aire.
El auto se detuvo.
El conductor estaba a punto de abrir la puerta cuando, de repente, la puerta del asiento trasero se abrió primero.
Y de allí emergió él.
Un hombre alto, de porte imponente, con un aire de autoridad y frialdad que parecía cortar el viento.
Cada paso suyo era mesurado, como si el mundo entero se detuviera para esperar su llegada.
Rose permaneció en el suelo, paralizada por el dolor, pero más aún por la presencia de aquel hombre.
Una sombra la cubrió.
Y entonces, una mano delgada se extendió hacia ella.
En su muñeca, un collar de cuentas de sándalo negro se balanceaba con un ligero movimiento, desprendiendo una sensación de frialdad.
Su voz resonó, baja y profunda, con una tranquilidad que erizaba la piel.
-Señorita, ¿puedo preguntarle si necesita ayuda?
Rose alzó la vista, y sus ojos se encontraron. Una mirada gélida, insondable, como la de un depredador que analizaba a su presa.
El sol brillaba sobre él, envolviéndolo en un halo dorado. Pero su expresión era fría. Inexplicablemente, su corazón palpitó con fuerza.
El hombre entrecerró los ojos al notar su reacción.
Y luego, como si todo esto hubiera sido un juego para él, la comisura de sus labios se curvó en una ligera y enigmática sonrisa.
-Señorita, ¿puedo preguntarle si necesita ayuda? -repitió, con una calma escalofriante.
Rose parpadeó, volviendo de golpe a la realidad.
Miró el auto negro que seguía estacionado detrás del hombre y sintió cómo la rabia, mezclada con dolor, se acumulaba en su pecho.
-Fuiste tú quien me atropelló -dijo con voz temblorosa, apretando los dientes.
Si no me ayudas tú, ¿quién lo hará?
Él era el responsable de todo.
Las comisuras de los labios del hombre se curvaron levemente.
Rose sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Su mano, que había permanecido extendida, se acercó un poco más, esperando su respuesta.
Dudó un momento, pero finalmente cedió y colocó su mano sobre la de él.
Originalmente, había pensado que solo la ayudaría a levantarse.
Pero en el instante en que sus dedos se rozaron, el hombre se inclinó hacia ella y, con un solo movimiento, la rodeó por la cintura con su brazo fuerte.
Rose soltó un pequeño jadeo de sorpresa. Antes de que pudiera reaccionar, sintió que su cuerpo era levantado del suelo con facilidad.
Su rostro quedó peligrosamente cerca del pecho de aquel desconocido.
El perfume frío y sofisticado que lo envolvía llenó sus sentidos, haciéndola sentir mareada.
Desde su posición, pudo ver su mandíbula afilada y perfecta, delineada con una frialdad casi inhumana. Rose entró en pánico.
Carlos y el conductor también quedaron impactados.
¿Su jefe... abrazando a una mujer?
Eso era prácticamente impensable.
Rose se debatió en sus brazos, luchando por liberarse.
Pero la gran mano del hombre, que descansaba sobre sus piernas con firmeza, presionó suavemente sobre su herida.
Un dolor punzante la recorrió. Rose ahogó un gemido y dejó de moverse.
Él notó su rendición y, sin cambiar su expresión indiferente, la cargó con facilidad hasta la parte delantera del coche.
Carlos, aún en estado de shock, reaccionó rápidamente y abrió la puerta trasera.
El hombre la introdujo en el asiento con una delicadeza que no coincidía con su fría presencia.
En ese preciso momento...
Un grupo de personas salió por la puerta trasera del castillo.
Voces, murmullos, pasos apresurados.
Rose sintió su cuerpo tensarse.
Si esas personas la veían, si la encontraban con él...
Su corazón latió con fuerza mientras sus ojos se encontraron con los del hombre.
Y en esos ojos gélidos, brilló un destello calculador.
Él ya había previsto todo esto.