La esposa del Presidente
img img La esposa del Presidente img Capítulo 2 Huir
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Capítulo 6 Acepto img
Capítulo 7 Terminamos img
Capítulo 8 Ella no te culpara img
Capítulo 9 Robar lo que es mío img
Capítulo 10 Ahora es mía img
Capítulo 11 No se casara con cualquiera img
Capítulo 12 Sustituta img
Capítulo 13 Contrato img
Capítulo 14 La boda img
Capítulo 15 Noche de bodas img
Capítulo 16 Lo que vendría img
Capítulo 17 Ya lo sabía img
Capítulo 18 No la dejaré ir img
Capítulo 19 Mi esposo img
Capítulo 20 Empujar a Isabel img
Capítulo 21 También lo tendrás img
Capítulo 22 Parece feliz img
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Capítulo 2 Huir

-¿Dónde están mis padres? -preguntó Rose, con la voz serena pero cargada de una tristeza latente.

Clarisa, que aún mantenía su enojo visible en la forma en que apretaba los labios, bajó la mirada con cierta culpa antes de responder.

-Se han ido.

En ese instante, Rose entendió todo. Claro que se habían ido. Sabía perfectamente a dónde.

-¿Acaso ellos...? -empezó a decir Clarisa, pero no pudo terminar la pregunta.

-Sí -confirmó Rose, con una pequeña sonrisa amarga-. Fueron con ella.

La realidad se desplegaba frente a sus ojos como una cruel revelación. El día de su boda, su prometido no estaba. Sus padres no estaban. Su hermano menor tampoco. Las personas que debían ser su apoyo en un día tan importante, las que debían sostenerla y acompañarla, la habían dejado sola para correr hacia Isabel.

Clarisa se movió inquieta, visiblemente molesta.

-Esto es increíble -dijo con una furia contenida-. No puedo creer que tus padres no se den cuenta y caigan ante las falsedades de una mujer tan viciosa como Isabel. ¿Es que no ven lo que está haciendo? Siempre es la víctima perfecta. Y Asher... -apretó los puños-. Debería haber sabido que no se podía confiar en ese hombre.

El ruido del exterior se hizo cada vez más fuerte. Los murmullos se convertían en conversaciones, las conversaciones en risas, y las risas en burlas. Los medios estarían disfrutando cada segundo del espectáculo que, sin quererlo, se había convertido en su desgracia pública.

Rose levantó el rostro, con su expresión serena pero sus ojos brillando con una mezcla de resignación y determinación.

-Clarisa -dijo con suavidad-, por favor, ayúdame con los invitados.

Su amiga la miró con duda, pero al final asintió, con la mandíbula tensa.

-Está bien, pero no pienso quedarme callada -advirtió antes de girarse y salir de la habitación, cerrando la puerta tras ella.

El silencio se adueñó del lugar de inmediato.

Por primera vez en lo que parecía una eternidad, Rose estaba completamente sola.

De repente, el sonido de su celular rompió la quietud.

Asher.

El nombre parpadeaba en la pantalla como un recordatorio cruel de todo lo que había sucedido. Llamaba, quizás esperando una respuesta comprensiva, quizás esperando que ella dijera "lo entiendo". Pero Rose no hizo el intento de tomar el aparato. No quería escucharlo, no quería oír su voz pidiéndole paciencia. No quería saber nada de él.

En cambio, llevó las manos a su velo y lo retiró lentamente, dejando que la delicada tela resbalara por sus brazos hasta caer al suelo con suavidad.

Luego volvió a mirar su reflejo en el espejo.

La imagen frente a ella era impecable: el vestido blanco aún reluciente, el maquillaje sin un solo error, el cabello en perfectas ondas. Pero debajo de esa fachada sin emociones, su corazón había experimentado su parte de altibajos, plagado de agujeros que nadie parecía notar.

Nadie parecía importarle.

Rose se puso de pie y decidió salir de ese lugar.

...

En el interior del auto se desprendía un aire de absoluta elegancia. Los asientos de cuero negro estaban impecablemente cuidados, y el ambiente se mantenía en un silencio solemne, solo roto por la voz tranquila de Carlos Smith, Secretario General.

-Señor, hemos recibido noticias del Ministerio de Relaciones Exteriores. El Primer Ministro de Forwill estará aquí a las 9:30 de esta noche. Cuando llegue el momento, deberá asistir al salón del Ministerio para reunirse oficialmente con ellos.

El hombre que iba en el asiento trasero apenas reaccionó. Su presencia era imponente, aunque no pronunciara muchas palabras. Su postura era impecable, con la cabeza y el cuello erguidos, exudando un aire de dominio natural.

-Sí -respondió con un tono ligero, sin apartar la mirada del documento que sostenía entre sus dedos.

Sus ojos negros y fríos no reflejaban ninguna emoción. Su presencia sola imponía respeto, y su madurez y nobleza se sentían incluso en su silencio.

Cuando el automóvil pasó frente al castillo, sus ojos se alzaron levemente, observando la multitud reunida en el exterior. Con un ligero movimiento de la mano, le indicó al chofer que se detuviera.

El conductor frenó de inmediato, sorprendido por la repentina orden.

Carlos también se giró, sin poder disimular su desconcierto.

-¿Qué sucede, señor?

El hombre mantuvo la mirada fija en el castillo durante unos segundos antes de hablar.

-¿Qué es este lugar?

Carlos tardó un segundo en procesar la pregunta antes de responder con precisión:

-Es el castillo Everlove, señor. Es conocido por las muchas historias románticas que circulan alrededor de él, por lo que lo llaman el "Castillo del Amor". Actualmente, se está llevando a cabo una boda entre dos de las familias más poderosas de la ciudad, los Hamilton y los White. Se dice que incluso el alcalde va a asistir.

Carlos hizo una pausa y luego preguntó con cierta prudencia:

-¿Le gustaría entrar y echar un vistazo?

El hombre guardó silencio, su mirada oscura aún fija en la edificación. No mostraba emoción alguna, pero su análisis era evidente.

Finalmente, giró el rostro con indiferencia y murmuró:

-No hay necesidad.

Apartó la vista con frialdad y ordenó:

-Vamos.

-Sí, señor -respondió el chofer de inmediato, reanudando la marcha.

El automóvil negro giró en la siguiente calle, alejándose del bullicio de la boda. Sin embargo, al adentrarse en el camino trasero del castillo, la escena cambió por completo.

El lugar estaba desolado, sumido en una inquietante calma, a excepción de una solitaria figura vestida de blanco.

Los ojos del hombre en el asiento trasero se entrecerraron con frialdad mientras observaba la escena con distancia. A unos cien metros, una mujer con un vestido de novia había salido por la puerta trasera del castillo.

Se veía delicada, pero su expresión estaba perdida, como si no supiera hacia dónde ir.

Su mirada se alzó lentamente.

Esos ojos avellana, claros y fríos, estaban rotos, como un cristal agrietado al borde de la fractura.

Aunque llevaba su traje de novia, su largo cabello oscuro caía libremente sobre sus hombros. No llevaba velo. No tenía coronas de flores ni joyas que la adornaran. Solo una silueta frágil envuelta en un blanco impoluto.

El vestido ondeaba ligeramente con la brisa de la tarde, dándole un aspecto etéreo, casi irreal. Era como un espectro perdido en el tiempo, un fantasma sin hogar.

El hombre, con la mirada fija en ella, pronunció de repente:

-Espera.

El chofer detuvo el auto bruscamente.

Carlos, su secretario, levantó la vista y siguió la dirección de la mirada de su jefe.

En cuanto vio a la mujer de blanco, sus ojos se abrieron con sorpresa.

-Esa es... la señorita Hamilton. -Su voz reflejaba su incredulidad-. No debería estar casándose en este momento.

Era evidente que algo no estaba bien. Una novia sola, vagando sin rumbo en la parte trasera del castillo, lejos de la celebración que debía estar ocurriendo dentro.

Carlos abrió la boca para hacer otra pregunta, pero su jefe lo interrumpió con una orden inesperada:

-Golpéala con el auto.

Un escalofrío recorrió la espalda de Carlos.

-¿Señor? -preguntó, pensando que tal vez había oído mal.

Pero la expresión del hombre permaneció inmutable.

-Lo que escuchaste.

Carlos tragó saliva y miró nuevamente a la mujer.

El viento levantó un poco la tela del vestido de Rose, dándole una apariencia aún más frágil y desprotegida.

¿Qué demonios estaba pasando aquí?

            
            

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