La vi cuando parecieron los músicos armando un escenario improvisado. Otra genialidad del jefe de campaña: llorar pobreza con música en vivo, con salmón y botellas de Cristal. Pero bueno, esa gente era así para todo. Mostraban una cosa delante de las cámaras y por detrás no se privaban de nada. Una cena para recaudar fondos. Mentira, dinero sobraba. Era para sobar traseros, para comprar voluntades con champagne y sonrisas falsas.
Vestido barato, bajo colgado del hombro. Me quedé helado. Era ella. La novia del amante de mi mujer. Cabello castaño, ojos verdes. Nada especial. Común. Con botas gastadas en lugar de zapatos.
Me miró cuando empezaron a tocar. Desvió la vista enseguida.
Me planté contra la pared. La observé toda la noche. Cada movimiento, cada gesto. Cómo tocaba, cómo respiraba. Cada tanto me miraba de vuelta. Nerviosa. Incómoda. Debe haber pensado que era un psicópata o un trastornado.
Y a lo mejor sí, porque no dejaba de imaginarme a Vera cogiendo con el novio. Imaginando cómo se la llevaría a la cama, y si lo haría igual que con la bajista. Si le tocaría los pechos de la misma forma, si ella gemiría igual.
Sentía que se me empezaba a parar. En medio de la puta recaudación.
Cuando terminó la primera pieza, aplaudí junto con el resto. Un concejal se me acercó para hablarme. Me preguntó por ella, por mi esposa. Ya no tenía más esposa, ni siquiera sabía adónde se había ido. Tal vez con el tipo, tal vez a un hotel. A la casa de la madre, seguro que no porque se odiaban.
-No se siente bien -mentí.
Entre tema y tema afinaba mordiéndose el labio. Se le marcaba la línea del sostén bajo el vestido. Me preguntaba qué mierda hacía ahí, tocando para esta manga de corruptos. ¿Necesitaba el dinero? ¿O era casualidad? No podía ser casualidad.
En el segundo tema cantó. Voz ronca, mirando al piso. Cuando levantó la vista, nuestras miradas se cruzaron otra vez. Esta vez no la desvió tan rápido. Había algo ahí, un "qué jodidos estamos".
Tomé otra copa de champagne. Ella tocó una nota falsa en el estribillo y se le subieron los colores. Vi cómo se le enrojecía el cuello. Por un momento me dio pena. Ahí, fingiendo normalidad mientras nuestras vidas se iban a la mierda. Ella tocando para ganar unos pesos, yo sonriendo para ganar votos.
Patéticos los dos.
Los 40 minutos se acabaron. Aplauso tibio, sin ganas. Empezaron a desarmar todo. Quise acercarme, preguntarle algo. Cualquier cosa. Pero qué le iba a decir. Tal vez ella lo perdonó. Tal vez siguieron juntos. Para qué meter el dedo en la herida.
César se le acercó por atrás. Su mujer a cinco metros, distraída con una copa. Le susurró algo al oído. Se pegó demasiado. Algo le dijo que le cambió la cara por completo, se volteó como si fuera a partirle la guitarra en la cabeza.
"Perfecto", pensé. "Un escándalo sexual en medio de la recaudación." Ya veía los titulares. Porque ese infeliz debió haberle escupido una de sus vulgaridades.
Sin darme cuenta caminé rápido hacia el escenario.
Le escuché decir "Viejo de mierda" mientras retrocedía. Tenía el bajo agarrado con las dos manos, cubriéndose. César con esa sonrisa asquerosa. La misma que usaba antes de manosear a alguna.
-¿Algún problema? -pregunté.
César me miró. Levantó una ceja.
-No, para nada. Solo felicitaba a la señorita por su presentación.
Se pasó la lengua por los labios. Repugnante.
-Qué considerado. Tu mujer te está buscando.
Señalé hacia donde estaba su esposa. Hijo de puta.
Ella me miró de nuevo. Con pena. Con lástima. Empezó a guardar el bajo en la funda. Las manos le temblaban.
-Gracias -dijo sin mirarme.
-César es un idiota.
-Todos acá son unos idiotas. -Se acordó de quién era yo-. Sin ofender.
-Es la verdad.
Cerró la funda. Los otros músicos ya se habían ido. Quedamos solos en el escenario.
-¿Lo perdonaste? -me salió sin pensar.
-No.
-¿Sabes dónde están?
-No. Y no quiero saber.
-Perdón.
Se me escapó. Cuando me sobrepasaba todo dejaba de pensar. Vera se había ido sin rastro. Sin avisar. Sin nada. No me entraba en la cabeza que eso habían significado todos esos años para ella. Y menos me entraba que yo siguiera sin raccionar.
Agarró la guitarra y se fue rápido hacia la salida. Sin decir nada. La seguí. No sé por qué. Tal vez para asegurarme de que César no volviera a joderla. Tal vez porque no tenía nada mejor que hacer que seguir a la exnovia del tipo que se coge a mi mujer.
En el estacionamiento había una van destartalada. De esas que parecen de secuestradores. El motor hacía un ruido ahogado. Los otros músicos ya estaban adentro, fumando.
-¿Estás bien? -le pregunté. Me seguía sintiendo culpable.
-Sí -fue todo lo que dijo.
Metí la mano en el bolsillo interno del saco y le di una de mis tarjetas, ¿para qué? Para sacarme el gusto a podrido que tenía en la boca.
-Si un día necesitas algo... -dije, alcanzándosela.
Solo la tomó y sentí sus dedos tocando apenas los míos. Movió la cabeza. La vi apretar la boca. Se estaba aguantando las ganas de llorar otra vez delante de mí. Tenía los ojos muy verdes. El vestido se le pegaba al cuerpo. Se tocaba el pelo.
Impresionante. Con dos gestos me hacía sentir la peor de las mierdas. Y al mismo tiempo quería quedarme ahí parado, mirándola. Viendo cómo respiraba. Cómo se acomodaba la correa de la funda sobre el hombro, estirándole la tela alrededor de los senos.
Estaba jodido. Completamente enfermo. Porque lo que menos necesitaba era sentir algo por la mujer del otro, del amante.
Pero ahí estaba. Sintiendo como se me iba la sangre a la entrepierna. Adivinando la curva de ese culo que menaba cuando caminaba. Imaginándome esos labios carnosos estirándose y acomodándose a mi miembro, o las caras que pondría mientras gozaba.
Dudó dos segundos y me tiré de cabeza, ofreciéndole un café. Lo que en verdad necesitaba era comprobar si era ella la que me provocaba esas cosas o si eran todas las imágenes de Vera que me pasaron en la mente toda la noche. ¿Para qué? No sé. Tal vez para volver a sentirme un hombre y no un cornudo.
Pero si, era ella. La tuve dura toda la hora que hablamos. Y debe hacer sido "esa cabeza", a la que se le ocurrió la idea de llevarla a la casa de huéspedes. La culpa también, sentir como se me mojaban los boxers, la responsabilidad, sus ojos mirándome las manos.
O quizá, fuera un jueguito pervertido de dos abandonados, de dos perdidos, curioseando para olvidar o para volver a sentir.