-No, no cierra una mierda -se sentó en el borde de la cama, junto al bolso. Tenía la panza enorme-. Es una ridiculez, ¿así te quieres vengar de Matías?
-No tiene nada que ver con Matías. No puedo vivir para siempre con ustedes. Vas a ser mamá dentro de poco. Si quieres coger con tu marido estoy yo en el cuarto de al lado. No está bien.
-Está perfecto, no bien. Eres mi mejor amiga, aunque estás muy mal de la cabeza y te quiero.
Me mataba cuando se ponía así, sensible.
-Y yo también te quiero -me senté a su lado-. Pero date cuenta de que no puedo estar metida entre tú y tu esposo. Date cuenta de que va a nacer tu bebé, que no necesitas más preocupaciones.
Me tomó de la mano, pensé que se iba a poner a llorar. Pero Andrea no era así. Me miró como si me fuera a decir algo más lindo.
-Te vas a vivir con él porque el tipo te gustó y te lo quieres coger -soltó el piedrazo en mi cara.
-¡Ay, por el amor de Dios! -me paré y ella empezó a reírse.
-¿Qué? ¿Qué tiene? ¡Está genial, Sabrina! Es sano, es normal. Saliste de una relación de mierda, con un puto manipulador, que -abrió los brazos- se cogía a otra mujer. No veo por qué no puede gustarte otro hombre.
-Porque es retorcido, Andrea.
-¿Y qué? Buscas excusas. El tipo te gustó, se te nota. Lo dudas, lo piensas 800 veces, pero te gustó. Punto.
-¡Acabas de decirme que estoy loca!
-Porque pensé que lo que querías era que ese pedazo de porquería supiera que le pagabas con la misma moneda. Pero no es eso... -estiró el cuerpo hacia mí-. Es otra cosa.
-La que está mal de la cabeza eres tú, tienes las hormonas alteradas.
Apoyó mejor los pies en el suelo y se tiró hacia atrás en la cama.
-Lo stalkeé en las redes. Está bueno, es lindo -levantó una ceja.
-Tiene como 40 años.
-¿Y?
Y nada, era cierto. Estaba más que bueno. Estaba definido como un hombre de verdad, no como una excusa o una imitación. Se paraba seguro, te hablaba seguro, te miraba diciéndote cosas con los ojos. Me había excitado en esa cafetería, me había mojado mirándole las venas de las manos. ¡La puta que me parió!
Tenía toda la pinta de que era de esos tipos que te manipulan como se les antoja y te cogen sin esperar, sin pedir permiso, tocándote toda, besándote toda. Que te hacen sentir mujer con las ganas que se le desbordan por metértela.
-Bueno, sí, está para el infarto -reconocí, volviendo a sentarme en la cama-. Y por eso no sé qué carajo estoy haciendo.
-Capaz también le gustaste. Nunca se sabe.
-Algo sentí... no sé. Creo que es más como que se siente responsable. La cara que puso cuando le dije que no tenía dónde vivir.
-¡Sí, tienes, estúpida! -me pegó en el brazo.
-Ya sé, pero no es lo mismo.
Andrea se acomodó mejor en la cama y me miró con esa cara de «no me vengas con idioteces».
-Te voy a decir una cosa. Hace días que no te veo así. Hace días que no te veo con ganas de nada. Desde que cortaste con Matías andas como un zombie. Y ahora aparece este tipo y te brillan los ojos.
No me había dado cuenta, pero tenía razón.
-Además -siguió- después de lo que te hizo ese imbécil, te mereces cogerte a quien se te dé la gana. Y si es un tipo que está bueno, mejor.
-No todo es coger, Andrea.
-No, pero ayuda -se rió-. Mira, haz lo que quieras. Pero no te hagas la santa. Te gusta el tipo, listo. Y está perfecto que te guste.
Era cierto eso también, me gustaba. Marcos era un hombre que entraba sin esfuerzo en lo que a mí me parecía «ideal». Que no era alguien a quien tienes que escucharle las quejas por la vida, que no se tiraba a morirse porque las cosas no le salían como quería. Al contrario, si cerraba los ojos, lo veía con el puño cerrado en mi nuca, tirándome la cabeza hacia atrás y metiéndomela hasta el alma sin parar.
Sin actuar, sin «performance», sin tener que mirarse en el espejo de la habitación para sentirse estrella porno.
Me había imaginado todo eso y más. Ella se dio cuenta enseguida.
-Por esa cara que tienes, ya te lo cogiste en tu cabeza -me dijo.
-Cállate.
-Es verdad. Te conozco, Sabrina. Cuando te gusta alguien de verdad, te pones así. Como ida.
Me había pasado toda la conversación en la cafetería pensando en cómo sería tenerlo encima. En cómo se sentiría.
-Está bien, sí. Me gusta -admití-. Pero eso no significa que vaya a pasar algo.
-¿Por qué no?
-Porque soy un desastre. Porque recién salgo de una relación de mierda. Porque no sé ni dónde estoy parada.
-Exactamente por eso -dijo-. Porque necesitas algo bueno. Algo que te haga sentir viva otra vez. Además, no te ofreció la casa por buenito. Lo sé yo, lo sabes tú, lo sabemos todos.
Bueno, sí. Pero no. Los hombres como Marcos no andaban por ahí regalando casas a desconocidas. Pero tampoco quería hacerme ilusiones.
-Puede ser que le dé lástima.
-¡Lástima! -se carcajeó-. Sabrina, por favor. Por cómo me contaste que fue la cosa, el tipo te quiere comer.
-No exageres.
-No exagero nada. Tú misma me describiste cómo te hablaba, cómo te ofrecía la casa. Y cómo te sentías con él ahí.
-Igual no significa nada -dije-. Capaz es de esos que coquetea con cualquiera.
-¿Viste? Ahí vas otra vez con las excusas. Date una oportunidad, estúpida. Date la oportunidad de pasarla bien por una vez.
Me la di, la oportunidad. Y ahora estábamos los dos parados, en su casa de huéspedes, sin saber qué hacer, incómodos, indecisos, no sé. Como una telenovela mala de las cinco. Buscándole algo en la cara que me dijera lo que tenía que hacer: lanzarme sobre él o fingir demencia y comportarme como una mujer normal.