Ella podía escuchar los latidos de su propio corazón. La aterraba que la reconocieran, pero le preocupaba todavía más que Brenden, el conocido coqueto de la empresa, dijera algo inoportuno frente a Wesley. No pudo concentrarse en todo el día, con la mente atrapada en un torbellino de ansiedad.
Milagrosamente, la jornada transcurrió y el retiro corporativo concluyó sin ningún contratiempo.
Cuando el autobús de la empresa llegó para recogerlos, Gabriela se quedó rezagada, con los músculos aún resentidos por la intensidad de la noche anterior. Con movimientos rígidos, fue la última en subir.
Aubrey la vio y le hizo una seña con la mano. "¡Gabriela, por aquí!".
De repente, un silencio denso se apoderó del autobús. La voz de Wesley, cargada de impaciencia, rompió la quietud. "¿No puede sentarse en otro lugar?".
Gabriela se quedó helada en medio del pasillo, completamente sobresaltada. ¿Por qué estaba Wesley en el autobús? ¿Ese tono cortante iba dirigido a ella? ¿Estaba molesto porque retrasaba a los demás?
Después de todo, era solo una pasante. Al director general no podía importarle dónde se sentara.
Miró rápidamente hacia el frente del autobús. Una mujer muy atractiva intentaba sentarse junto a Wesley, con el rostro encendido por la esperanza. Él le sostuvo la mirada con frialdad y luego señaló el pasillo central con la barbilla, un gesto inequívoco para que se marchara.
Gabriela dejó escapar un suspiro de alivio al comprender que las palabras del hombre no habían sido para ella.
La mujer retrocedió y, murmurando una disculpa, se acomodó con torpeza junto a Aubrey, ocupando el asiento que Gabriela pensaba tomar.
Con el ceño fruncido, Aubrey protestó: "Ese asiento es para mi amiga".
Visiblemente irritada, la mujer la fulminó con la mirada. "¿Cómo? ¿Acaso el asiento tiene grabado su nombre? Este es el autobús de la empresa; ¿desde cuándo tiene ella un lugar reservado?".
Aubrey tensó la mandíbula, con una furia evidente en su mirada.
Solo quedaba un asiento libre: justo al lado de Wesley. Por un instante, Gabriela consideró bajarse del autobús y gastar sus ahorros en un taxi para volver a casa.
Pero la mirada de él, dura y fulminante, la clavó en su sitio. "¿Y bien? ¿Piensas sentarte o no?".
Gabriela se quedó de una pieza, completamente desconcertada.
¿De verdad se estaba molestando solo porque ella había dudado un instante?
Bajo la mirada de todos, algunos disimulando a duras penas la envidia y otros lanzándole miradas de compasión, finalmente tomó asiento junto a Wesley. Su corazón le latía con fuerza en el pecho.
Reinó un silencio tenso, hasta que él se inclinó hacia ella y preguntó: "¿De verdad parezco tan intimidante?".
Gabriela asintió para sus adentros, pero jamás se atrevería a admitirlo en voz alta.
Aunque en secreto lo admirara profundamente, en ese momento, el rostro de Wesley, con sus facciones angulosas, irradiaba una autoridad implacable.
Si decía lo que realmente pensaba, lo más probable era que se quedara sin trabajo antes de que terminara la semana.
En su lugar, esbozó su sonrisa más radiante y aduladora y le sostuvo la mirada inescrutable. "Para nada, señor Moss. En realidad, es un honor estar sentada a su lado".
La postura del otro se relajó, aunque solo fuera un poco. Se reclinó en el asiento, cerró los ojos y proyectó una frialdad tan intensa que parecía capaz de congelar el aire a su alrededor.
Paralizada por la ansiedad, Gabriela intentaba no moverse.
Decididamente, la suerte no estaba de su lado.
Hacía poco había descubierto que su novio la engañaba y, para colmo, había perdido la virginidad en una noche de borrachera. Ahora, para rematar, regresaba a casa sentada junto al mismísimo director general, tan tensa como la cuerda de un violín, contando los minutos para que el viaje terminara de una vez.
En cuanto ella pisó la acera al bajar del autobús, llenó sus pulmones con el fresco aire matutino. Por un breve y dichoso instante, la vida pareció mil veces más brillante ahora que Wesley estaba fuera de su vista.
Aubrey se le acercó, rebosante de curiosidad. "Dime, ¿cómo fue en realidad sentarse junto al señor Moss?".
Gabriela respondió con el rostro impasible: "Como una niña traviesa a la que atrapan con las manos en la masa".
Parpadeando y confundida, su compañera insistió. "¿Por qué?".
La otra soltó un suspiro teatral. "¡Porque no me atrevía a mover ni un centímetro!".
Una expresión de pura compasión cruzó el rostro de Aubrey. Sin decir más, se alejó a toda prisa, lanzándole una mirada tan afligida que resultaba casi cómica, como si acabara de presenciar una tragedia.
Gabriela frunció el ceño, tentada a llamarla, pero algo en su celular captó su atención: una nueva solicitud de amistad en WhatsApp de un contacto con un nombre extraño, una combinación de letras al azar. Pensando que era spam, la rechazó sin darle más importancia.
Casi al instante, la misma solicitud apareció de nuevo. Esta vez, venía acompañada de un mensaje: "Dejaste algo atrás".
La joven hizo memoria, intentando recordar si de verdad había olvidado algo. Hasta donde sabía, no le faltaba nada.
Estuvo a punto de ignorar el mensaje, pero entonces un destello de pánico la atravesó.
¿Y si había olvidado algo en la habitación de hotel de Brenden la noche anterior?
Se le encogió el estómago. ¡Sería un desastre!
¿Era posible que esa solicitud de amistad fuera de Brenden?
Con los nervios de punta, aceptó y escribió: "¿Qué quiere?".
Pasaron casi diez minutos antes de que llegara una respuesta. "Darte una buena lección, pequeña traviesa".
El corazón de Gabriela dio un vuelco.
¿Acaso Brenden la había oído desahogarse sobre Wesley? Eso explicaría por qué Aubrey se había marchado tan deprisa.
Pero lo que realmente la inquietaba era el tono: no parecía el de Brenden, sino más bien el del propio Wesley.
Eso no podía ser, ¿verdad?
Se pasó los dedos por el cabello y rio entre dientes, burlándose de su propia paranoia. Era evidente que estaba siendo ridícula.
Sin pensarlo más, tecleó un mensaje rápido. "Señor Saunders, sobre lo de anoche... todo fue un error. ¿Podríamos simplemente olvidarlo?".
En cuanto lo envió, la invadió la angustia. Sonaba demasiado directa. Presa del pánico, borró el mensaje y lo intentó de nuevo. "Señor Saunders, ¿cuándo le vendría bien que pase a recoger mis cosas?".
Mientras tanto, en la elegante oficina del director general, Wesley estaba sentado tras su imponente escritorio. Apretó la mandíbula al leer el mensaje de Gabriela. Presionó cada tecla con fría deliberación. "¿De verdad pensaste que soy Brenden?".
Ella casi podía sentir la tensión en el silencio, imaginando que él apretaba los dientes al otro lado de la línea. Se le hizo un nudo en el estómago mientras respondía: "¿No lo es?".
La pantalla permaneció obstinadamente en blanco. No hubo respuesta.
Su silencio solo reforzó la sospecha de Gabriela: tenía que ser Brenden, jugando con ella de la forma más cruel.
Qué ironía. Si alguien tenía derecho a enfadarse, sin duda era ella.
En estas situaciones, siempre era la mujer la que acababa pagando el precio.
Si tuviera una pizca de valor, estaría contraatacando, persiguiéndolo sin piedad. ¿Perder el trabajo? ¡¿Y qué?!
Pero en el fondo, no era tan valiente.
Gabriela se obligó a tragarse el orgullo y, con los dedos temblando, escribió: "Señor Saunders, ¿cuándo tendría tiempo? Necesito recoger mis cosas".
La respuesta fue helada y tajante. "Solo espera".
El brusco rechazo dejó a la chica tambaleándose, totalmente perdida.
¿Esperar? ¿Pero cuánto tiempo?
Con el retiro corporativo finalizado, todos se habían ido por el resto del día. El autobús los había dejado en la oficina y sus compañeros ya no estaban.
Ni siquiera Aubrey estaba a la vista. Gabriela se encontró sola en el vestíbulo, cuyo silencio y vacío no hacían más que magnificar su ansiedad.
¿Cuánto tiempo se suponía que debía quedarse allí, esperando a un hombre que claramente no tenía intención de facilitarle las cosas?