Dustin ni siquiera se molestó en pedirle perdón. En lugar de eso, la miró directamente a los ojos y tuvo el descaro de justificarse. "Gabriela, me importas, pero, siendo honesto, el dinero pesa más para mí. Ya somos adultos; no podemos vivir solo de amor. No nos engañemos: además de ser hermosa, ¿qué más puedes ofrecer? ¡Llevamos años saliendo y todavía no me dejas tocarte!".
"Tus padres ya no están y no tienes nada a tu nombre. Si nos casamos, cualquier cosa que compremos, ya sea una casa o un auto, tendrá que pagarla mi familia. Ya no es solo responsabilidad del hombre; las mujeres también tienen que aportar. ¿Y tú qué ofreces? No puedes contribuir ni con un centavo. Mi mamá tiene razón: no eres más que una carga. Esto se acabó. Terminemos de una vez por todas".
Al principio, Gabriela quedó devastada, convencida de que quizá el problema era ella.
Pero ahora que finalmente veía a Dustin tal como era, todo cobró sentido. El problema nunca había sido ella, sino él.
Ese tipo quería usar a su futura esposa para asegurarse una vida fácil, mientras la hacía sentir como una carga.
Y de no haber sido por la ruptura, no habría ahogado sus penas en alcohol, lo que la llevó a una noche de pasión con Brenden.
Ahora, al pensarlo, le daban ganas de gritar por haber sido tan ciega. ¡¿Cómo pudo permitir que alguien como Dustin la pisoteara de esa manera?!
Ahora que estaba con Phyllis, este se pavoneaba con trajes hechos a la medida. Se había convertido en un farsante refinado, y su antiguo encanto descarado había dado paso a un aire de falsa sofisticación.
La interceptó en la puerta, bloqueándole el paso. "¿Por qué llegas tan tarde?", preguntó él. "Phyllis no ha pegado ojo esperándote, ¿sabes? Eres una invitada en esta casa; no deberías preocupar así a tus anfitriones".
Gabriela casi soltó una carcajada ante lo absurdo de la situación.
¡Era su propia casa!
En su lecho de muerte, la madre de Gabriela le había confiado todo a su hermano, Josh Haynes: la casa, el negocio y, sobre todo, a la pequeña Gabriela, que entonces tenía solo ocho años. Le suplicó que cuidara de su hija. Así fue como la familia de Phyllis terminó instalándose en la casa que su madre le había heredado, todo con el pretexto de cuidar de ella.
Y ahora, irónicamente, se había convertido en una extraña en su propio hogar.
Discutir era inútil, así que lo ignoró. Cuando intentó entrar, él la sujetó con fuerza por el brazo.
"¿Cómo puedes ser tan fría cuando Phyllis está tan preocupada por ti?". La reprendió con una mirada severa y acusadora.
"Tuve el celular encendido todo el tiempo", respondió Gabriela, sin esbozar siquiera una sonrisa.
La excusa de Phyllis era patética. ¿Quién hoy en día se queda esperando a alguien sin llamar o enviar un mensaje? Todo era puro teatro y, por alguna razón, Dustin se lo había creído.
De verdad que no tenía remedio.
El ceño del hombre se frunció aún más y su voz se cargó de impaciencia. "Ella no pudo dormir por tu culpa, ¿y aun así te niegas a agradecerle su amabilidad? ¿Tan difícil es mostrar un poco de afecto a tu propia familia? Después de todo lo que la familia de tu tío ha hecho por ti, ¿así es como les pagas?".
Infló el pecho, con un aire de superioridad. "Ve a disculparte con Phyllis. Y de ahora en adelante, avísale si vas a llegar tarde".
Gabriela se zafó de su agarre y entró en la casa, negándose a seguirle el juego.
Su prima estaba recostada en el sofá, con un brazo sobre la frente como si estuviera a punto de desmayarse.
Al verla, Phyllis se levantó de golpe, con la voz temblorosa por una fingida preocupación. "¡Gabriela, por fin regresaste! Estaba muy preocupada".
La otra apenas la miró, con el rostro ensombrecido por el cansancio, y pasó de largo hacia su habitación.
Pero Dustin la detuvo, sujetándola por la muñeca. "¿En serio la tratas con esa frialdad? No pudo dormir por tu culpa, ¿y tú simplemente te vas?".
Phyllis se apresuró a intervenir con un tono suave y conciliador. "No culpes a Gabriela, Dustin. Tiene todo el derecho a estar molesta conmigo; yo la lastimé".
Él la rodeó con sus brazos y le lanzó a su ex una mirada fulminante. "Phyllis no tiene la culpa", dijo con voz baja y protectora. "Si estás molesta, desquítate conmigo. Te lo dije: mis sentimientos cambiaron; eso es todo. No la culpes a ella".
Gabriela no pudo contenerse más y se giró hacia Phyllis. Sus labios se curvaron en una sonrisa tan fría como afilada. "¿Así que no puedes dormir?", preguntó. "Eso suena grave. Deberías ir al médico; el insomnio no es un juego. No quisiera que te murieras por perder unas cuantas horas de sueño".
Sus palabras cortaron el aire y su prima palideció. Los ojos se le llenaron de lágrimas, a punto de desbordarse.
"¿Cómo puedes decir algo así, Gabriela?". Su voz temblaba con un dolor fingido. "Tú amaste a Dustin durante tanto tiempo... Entiendo lo mucho que debe dolerte. Pero no puedes culparme solo a mí. Dustin y yo nos amamos de verdad".
La expresión del aludido se endureció y apretó la mandíbula, irritado. "Gabriela, nunca imaginé que pudieras ser tan rencorosa y mezquina. Sinceramente, estoy decepcionado de ti".
Phyllis intervino de inmediato, posando una mano suave sobre los labios de él y mirando a la otra con una compasión exagerada. "No seamos tan duros. Pobre Gabriela, quizá nunca encuentre a otro hombre tan extraordinario como tú. Tendrá que conformarse con alguien que no te llegue ni a los talones. Me imagino lo mucho que debe estar sufriendo. La entiendo".
Gabriela soltó una risa fría y despectiva. Por favor... Acababa de pasar la noche con alguien como Brenden. No es que le gustara, pero en comparación con Dustin, él era prácticamente un príncipe.
Se negó a rebajarse a su nivel; no tenía energía para discusiones tan inútiles.
Sin decir una palabra más, se fue a su habitación y le echó el seguro a la puerta, bloqueando así el ruido del pasillo.
Una ducha le alivió parte de la tensión. Poco después, se dejó caer en la cama y se quedó mirando al techo. El torbellino de los últimos días se repetía en su mente: todo era ridículo, casi absurdamente exagerado.
Se preparó para una noche en vela, segura de que las preocupaciones no la dejarían dormir. Sin embargo, el agotamiento la venció y se quedó dormida casi al instante.
A la mañana siguiente, Gabriela se sacudió la tristeza, decidida a recuperar su habitual actitud despreocupada.
En la oficina, apenas había dejado su bolso cuando Aubrey apareció a su lado, con un brillo pícaro en los ojos. "¿Oíste la noticia? Van a transferir al señor Saunders a una de las sucursales".
El ánimo de Gabriela se disparó. "Espera, ¿qué pasó?".
Por una vez, la fortuna parecía sonreírle y las cosas empezaban a salirle bien.
Aubrey se inclinó y le susurró: "Todo el mundo sabe que tiene conexiones con el señor Moss. Lógicamente, solo él pudo haber arreglado su traslado". Añadió, sin poder contener una sonrisa: "Seguro se pasó de la raya con el señor Moss".
Bien merecido se lo tenía por meterse con Wesley.
Pero la felicidad de Gabriela se esfumó tan rápido como llegó. De pronto, recordó que había dejado algunas cosas con Brenden, y una nueva oleada de ansiedad la invadió.
Se volvió hacia su compañera, y dijo con la voz cargada de tensión: "¿Sabes cuándo se va el señor Saunders?".
Su pulso se aceleró. Tenía que recuperar sus cosas antes de que él desapareciera de la oficina para siempre.
"Oí que ya está vaciando su oficina. Se irá en cualquier momento", murmuró Aubrey, mirando a su alrededor con cautela.
Sin perder un segundo, Gabriela inventó una excusa y salió de allí, dejando atrás a Aubrey. Sacó el celular para enviarle un mensaje a Brenden.
"Veo que estás muy interesada en él, ¿no?", comentó una voz gélida y repentina a su espalda.
La mano de la joven tembló y por poco se le cayó el dispositivo.
Se dio la vuelta, con el corazón latiéndole con fuerza, y se encontró a Wesley de pie en la entrada. ¿Qué diablos hacía él en el Departamento de Ventas?