Al fin y al cabo, Grupo Apex era una empresa influyente y se consideraba afortunada de haber conseguido una pasantía aquí. Hacer enojar a Brenden, su jefe, equivalía a tirar su futuro por la borda.
Sola y con los nervios de punta, Gabriela repasaba mentalmente fragmentos del protocolo de la empresa que apenas recordaba.
Probó todos los trucos que conocía para tranquilizarse; incluso intentó calmar los frenéticos latidos de su corazón.
Al final, la realidad se impuso. Su futuro en Grupo Apex pendía de un hilo, y era Brenden quien lo sostenía.
Peor aún, la noche anterior, ebria e imprudente, había sido ella misma quien tropezó y cayó en sus brazos. ¿Y si quisiera denunciarlo? ¿Quién la apoyaría?
Cuando el reloj de la pared marcó las nueve, Gabriela se había sumido en una resignación inerte. Finalmente, el golpeteo firme de unas suelas de cuero resonó sobre el suelo pulido, un sonido que en el silencio pareció una advertencia.
"Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ¿Quién anda por ahí a estas horas?". La voz despreocupada de Brenden, fría y pausada, rompió el silencio del vestíbulo e hizo que Gabriela se tensara.
Ella se puso de pie de inmediato, esforzándose por mantener la compostura. "Señor Saunders, por fin está aquí".
Él arqueó una ceja y preguntó: "¿En serio me estabas esperando?".
Como si no lo supiera.
Gabriela reprimió su irritación y buscaba una respuesta cortés, pero Brenden la interrumpió con un tono cortante: "¿Y qué murmurabas hace un momento?".
Se había fijado en la joven desde el primer día, principalmente por sus rasgos llamativos. Parecía dulce y delicada, la personificación de la belleza apacible, pero en realidad era fría y distante, completamente inmune a sus encantos habituales.
¿Por qué no se había ido a casa después del evento de la empresa? ¿Qué seguía haciendo en la oficina?
"Estaba recitando el protocolo de la empresa", soltó ella con la mandíbula apretada, y al instante deseó no haberlo dicho.
Aunque Brenden solía tratar bien a sus empleados, ¿y si acababa de ganarse su antipatía?
Mientras buscaba la forma de arreglarlo, una risa grave resonó en el pasillo. Gabriela se giró y vio a Wesley. Alto e increíblemente sereno, observaba la escena. Su presencia llenaba el lugar.
Sus facciones, casi cinceladas, proyectaban sombras marcadas bajo las luces. Ni la sonrisa más arrogante podía opacar su atractivo; un rostro como el suyo era magnético, sin importar la expresión.
A la chica se le desbocó el corazón. Su sola presencia bastaba para opacar a cualquier otro hombre que hubiera conocido.
Brenden soltó un bufido, divertido ante la evidente fascinación que ella sentía por Wesley.
Tenía que reconocer el encanto inigualable de su primo. Incluso Gabriela, la belleza más distante de la empresa, perdía la compostura ante él.
Ese sonido burlón la devolvió a la realidad.
Era Wesley, el hombre que firmaba sus cheques, su obsesión prohibida. Y ahí estaba ella, mirándolo embobada como una adolescente. ¿Acaso tenía un deseo suicida?
Gabriela se obligó a concentrarse en su objetivo: recuperar sus cosas de manos de Brenden. Volvió a centrar su atención en él. "Señor Saunders, sobre lo de anoche...".
Antes de que pudiera añadir una palabra más, la voz de Wesley cortó la tensión. "Brenden, ve por el auto".
Wesley siempre tenía su propio chófer, pero Brenden supo que era mejor no discutir. Asintió con rigidez y se marchó sin una sola queja.
Ahora Gabriela estaba atrapada en el silencioso vestíbulo con Wesley, con el corazón latiéndole tan fuerte que apenas podía respirar. ¿Qué se suponía que debía hacer?
El rostro del varón era indescifrable, pero su mirada gélida la hizo preguntarse si habría notado algo entre ella y Brenden.
Afuera, este último llegó con el auto justo cuando su celular vibró. Al ver que era su novia, se despidió de Wesley con un gesto alegre y se marchó a toda prisa, ansioso por empezar su noche.
El otro no le prestó atención. Se deslizó en el asiento del conductor y cerró la puerta con un gesto definitivo.
Por un instante, Gabriela exhaló, inundada de alivio. Quizá ahora podría escapar.
La presencia de Wesley era tan intensa que apenas se atrevía a respirar a su lado.
Pero antes de que pudiera moverse, la ventanilla del carro bajó. Esos ojos, oscuros y escrutadores, se posaron en ella. "¿Cómo piensas volver a casa?".
Tratando de sonar casual, Gabriela respondió: "Oh, tomaré el autobús, señor Moss".
Él frunció el ceño. "Sube".
Una ola de pánico la invadió. La idea de que el director general la llevara a casa era impensable. Sacudió la cabeza rápidamente, levantando las manos en un gesto de rechazo. "No, de verdad, no se moleste. Puedo tomar el autobús, en serio".
Wesley le lanzó una mirada tan indescifrable que un escalofrío le recorrió la espalda.
Casi sin aliento, ella abrió con cuidado la puerta trasera del auto. La distancia era seguridad, y en ese momento necesitaba toda la que pudiera conseguir.
Antes de que pudiera acomodarse, la voz del otro, fría y afilada, cortó el silencio. "¿Acaso parezco un taxista?".
Aunque su tono era superficialmente cortés, la dureza subyacente hizo que a Gabriela se le encogiera el corazón. Avergonzada, cerró la puerta trasera y se deslizó en el asiento del copiloto, abrochándose el cinturón con manos temblorosas.
Permaneció en completo silencio durante todo el trayecto. El rostro de Wesley se mantuvo gélido, con la mandíbula tensa y los labios apretados en una línea severa.
Gabriela apretaba su bolso con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Los dedos le temblaban sin control.
Tras las interacciones de ese día, comprendió que él era, sencillamente, un hombre difícil, con un humor tan impredecible como una tormenta.
En ese mismo instante tomó una decisión: de ahora en adelante, mantendría su distancia.
Cuando se detuvieron en un semáforo en rojo, Wesley pareció a punto de decir algo, pero tras un momento de vacilación, se limitó a mirar al frente en silencio.
Incluso después de que ella se bajó del auto, él conservaba esa misma expresión de frío desdén.
A Gabriela se le oprimió el pecho, una mezcla de frustración y un agudo sentimiento de injusticia.
Ella no había hecho nada malo. No le había pedido que la llevara; entonces, ¿por qué se mostraba tan molesto?
Pero el desánimo se disipó y dio paso a la irritación cuando, en ese preciso instante, vio a su exnovio, Dustin Owen, de pie junto a la entrada de su edificio.