Capítulo 4 A un paso de la verdad

El ardor de la bofetada le abrasó la mejilla a Owen Harvey, agudo como un latigazo. Por un instante, se quedó inmóvil, completamente atónito.

Nadie, jamás, se había atrevido a golpearlo en el rostro.

Pasaron varios segundos antes de que girara la cabeza con lentitud. Su expresión, hasta entonces ligeramente divertida, se había vuelto gélida. Con voz glacial, preguntó: -¿Qué demonios te pasa?

La examinó de pies a cabeza con una mirada amenazante.

Un escalofrío le recorrió la espalda a Joanna, quien se tensó por instinto y retrocedió un paso.

Pero ¿por qué era ella la que retrocedía? ¡Si la víctima era ella!

Se armó de valor y le sostuvo la mirada. -¡Mira cómo estoy por tu culpa! -Una disculpa no es suficiente, ni de lejos. -¡Un sinvergüenza como tú debería estar en la cárcel!

Owen se quedó sin palabras ante aquel razonamiento retorcido. Él solo pasaba por ahí; sin embargo, en la mente de ella, eso lo convertía en culpable de algún crimen inconfesable.

La miró con desdén. -¿Traicionaste a tu novio y ahora buscas a quién culpar? -Tu novio tenía razón: eres patética.

Esas palabras le provocaron una nueva punzada de dolor en el pecho. Sí, ella lo había besado primero, pero solo porque lo confundió con Mathew. Aun así, él se había aprovechado de su ebriedad para ayudar a Norene a tenderle una trampa. ¿Cómo podía actuar como si ella fuera la única culpable?

Todo su cuerpo temblaba, pero se mantuvo firme, apretando los dientes. -¡Yo fui la única víctima de principio a fin! -Distorsionas la verdad de esa manera... ¿No temes que el karma te pase factura?

Owen estuvo a punto de reír. ¿Ella? ¿La única víctima? Si ella era la única víctima, ¿en qué lo convertía eso a él, el espectador inocente que acababa de ser abofeteado?

Su mandíbula se tensó. El ardor en su mejilla ya se estaba disipando, pero su paciencia se estaba agotando. Esta chica necesitaba aprender una lección.

-¡Señor Harvey! -exclamó una voz. Desde el final del pasillo, Coen Schultz, el director, se acercaba a toda prisa hacia ellos.

La dureza en la mirada de Owen se desvaneció. Aquella tonta no tenía idea de la suerte que acababa de tener.

Joanna se secó disimuladamente las lágrimas antes de girarse para saludar al director. -Hola, señor Schultz.

La mirada de Coen alternaba entre ambos. -¿Ustedes dos se conocen?

Owen respondió con indiferencia: -Solo estaba pidiendo indicaciones.

Coen asintió. -Ya veo -dijo, comprensivo-. Señor Harvey, permítame presentarle a Joanna Powell, una de nuestras estudiantes más destacadas.

Le lanzó una mirada sutil a Joanna, esperando que ella se presentara adecuadamente.

Pero lo último que Joanna quería era permanecer allí un segundo más, dándole a Owen la oportunidad de humillarla frente a Coen.

Fingió no haber notado la señal del director. -Señor Schultz, me voy a almorzar.

Coen frunció levemente el ceño ante su brusquedad. -Está bien, puedes irte.

Owen la observó alejarse. Qué interesante. De repente, la chica tonta se había vuelto lista.

La siguió con la mirada un momento antes de sacar una tarjeta del bolsillo y entregársela a Coen. -¿Esta tarjeta es de su institución?

Coen le echó un vistazo. -Sí, es una tarjeta del comedor para estudiantes. -¿Dónde la encontró?

Los dedos de Owen se movieron ligeramente. -¿Hay alguna manera de saber a quién le pertenece?

La había recogido en su habitación de hotel la noche anterior.

Las cámaras de seguridad no funcionaban debido al huracán, lo que eliminaba cualquier posibilidad de rastrearla por ese medio.

Al principio, pensó que nunca encontraría a la mujer de la noche anterior, pero luego, por pura casualidad, vio esa tarjeta del comedor cerca de la cama.

¿Así que la mujer que tuvo el descaro de jugar con él era solo una estudiante? Aquello no hizo más que intensificar su curiosidad.

Coen asintió con firmeza. -Cada tarjeta tiene un número de identificación único. Puedo pedirle a nuestro departamento de informática que lo revise por usted.

-¿Cuánto tardará?

-Cinco minutos.

Eso era bastante rápido. Owen apretó los labios y sintió una inesperada oleada de expectación.

Desde el momento en que encontró la tarjeta, la intriga se había apoderado de él. ¿Quién era? ¿Qué clase de chica tenía la audacia de jugar con él?

Y ahora, finalmente, estaba a punto de obtener respuestas.