El esposo infiel de la CEO
img img El esposo infiel de la CEO img Capítulo 2 Camila impide la boda
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Capítulo 6 Ruptura img
Capítulo 7 Un nuevo comienzo img
Capítulo 8 En riesgo img
Capítulo 9 Al otro mundo img
Capítulo 10 Antecedentes img
Capítulo 11 El seguro de vida img
Capítulo 12 Amores pasados img
Capítulo 13 Huéspedes img
Capítulo 14 Te sigo amando img
Capítulo 15 Chicharrón con pelos y mañas img
Capítulo 16 Descubierto img
Capítulo 17 Malherida img
Capítulo 18 Alianza img
Capítulo 19 Declaración de amor img
Capítulo 20 Camila está muerta img
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Capítulo 2 Camila impide la boda

Tenía que haber llovido ese día, justo ese día, cuando me quedaban minutos para llegar a la iglesia. Sebastian no podía casarse con ella amándome a mí. Conducía lo más rápido que podía hasta que me atasqué en una fila de carros, no tenía salida, no era posible volver ni avanzar. Incluso si tomaba la salida más próxima, me llevaría mucho tiempo. Estuve a punto de dejar el auto en medio y correr; en ese momento, un auto se movió y aproveché para orillarme. Dejando el auto abierto, corrí con todas mis fuerzas.

Una moto frenó cuando me atravesé de golpe y pude llegar a la acera, no sin antes meter los pies en los charcos que ocupaban el camino.

Las lágrimas nublaban mi visión. Mis manos temblaban, los dedos estaban rígidos de tanto aferrarse al volante. La furia, el dolor y el vacío me estaban devorando desde adentro.

Apretujándome en medio de la gente, lo busqué... desesperada.

Y entonces llegaron los recuerdos: lo vi, de nuevo, como la primera vez. Sebastian. Residente de cirugía, igual que yo. Su bata impecable, la seguridad con la que caminaba por los pasillos del hospital, y esa media sonrisa que parecía un secreto compartido.

-Camila, necesito que me ayudes -me pidió un día, con aquella voz grave y segura que me volvía loca, mientras me extendía una carpeta. No fue lo que dijo, sino cómo lo dijo. Como si ya me conociera, cuando apenas habíamos cruzado un saludo en el pasado, como si, de pronto, yo hubiera dejado de ser invisible en medio del caos de urgencias.

Con el tiempo, llegaron las palabras que nunca debí escuchar: promesas a medias, paseos robados, susurros en guardias interminables, miradas que ardían más que cualquier contacto. Hasta que un día, en un momento de debilidad, lo dijo.

"Te amo."

Lo había escuchado, claro, sin titubeos. Yo lo había amado también, en secreto, sin remedio. Y creí que eso había sido suficiente. En ese momento, mientras corría por las escaleras, en medio de los pasillos, tropezando las bancas, intentando llegar a tiempo para impedir la boda, aquel amor había sido la fuerza que me impulsaba.

Había salido del hospital, decidida, y por causa de los nervios había cometido un gran error, tenía que haberme ido directo a su casa y no a la dirección que indicaba la tarjeta de invitación que alguien con toda maldad había dejado en mi casillero. Si no hubiese sido por ese tiempo que había perdido en el tráfico... juro que lo hubiese convencido de retractarse. A esa hora, él había estado a punto de cancelar y solo le hubiese bastado un empujón, que lo hubiese apoyado. Pero, las cosas no habían sucedido de ese modo, la señora Isabel, que me había detestado desde el momento que me conoció, se había encargado de quitármelo para casarlo con la mujer que le simpatizaba.

-¡Vieja, traicionera!, ¡traicionera y desgraciada!, me lo arrebataste y arrebataste mi derecho a ser su esposa. Lo que tú no sabes es que él me ama, ama lo que soy, y eso no lo puedes evitar, aunque evitarlo quisieras...

Faltó poco, muy poco, para sacarlo de tu casa para la mía...

***

Sebastián, en ese mismo momento, se encerró en su habitación y se sentó al borde de la cama, mirando el esmoquin negro extendido frente a él. Por su mente había pasado un hermoso recuerdo: el día que le dio el anillo a Camila y le pidió que fuera su esposa. Podía sentir los dulces besos que ella le había dado mientras se colgaba feliz de su cuello gritando: ¡Sí, acepto!

Su confusión aumentó con la presión del enlace y empezó a hablar solo.

-No me quiero casar con Valentina. Amo a Camila, le di mi palabra. No le puedo fallar.

Las lágrimas de Sebastián mojaron su camisa, mientras su mirada se había posado en el nudo de la corbata que colgaba en el mismo gancho que el fajín. La imagen lo había sacado de foco y se sacudía sin saber qué hacer.

-Me tengo que escapar de este maldito compromiso, no me pueden obligar. ¡No soy un niño!

Había pensado en cometer una locura, pensaba rápido, hasta había intentado salir por la ventana, pero abajo estaban su padre y su hermana vestidos y esperando con impaciencia.

Sintió remordimiento, solo de pensar en causarles semejante disgusto.

-¿Qué carajos hago?

Con las manos inquietas buscó su teléfono y lo encendió, llamó a Camila.

-¡Atiende!

Intentó dos veces más, pero no respondió.

-No puede ser que me esté pasando esto...

La puerta temblaba por los golpes de su madre, quien lo llamaba insistentemente, mientras él no se decidía a abrir.

-Sebastián, apúrate. Todos te estamos esperando. ¡La familia Rivas ya está en la iglesia!, me han llamado varias veces.

La voz de doña Isabel sonaba más a orden que a súplica. Aunque un quiebre la delataba: estaba nerviosa, temblaba por la resistencia de su hijo.

Él no respondió. Se quedó con la mirada fija en el espejo, observando a un hombre atrapado que no reconocía. Obligado a casarse con una mujer que no era la que amaba.

Cerró los ojos y, en la oscuridad, apareció ella: Camila. Su risa suave, sus ojos brillando bajo la luz blanca del hospital, la forma en que lo escuchaba como si cada palabra suya importara. Y su voz, repitiéndole que lo amaba.

"¿Cómo llegamos hasta aquí?", pensó, con un dolor que le oprimía el pecho. No había respuesta. Solo un destino impuesto.

Finalmente, abrió la puerta. Como si aceptar aquel destino fuera la única salida posible. Allí estaba su madre, con los ojos llenos de lágrimas, lista para llevarlo a la ceremonia. Lo abrazó con fuerza, le pidió que se cambiara porque todos lo esperaban. Y él, resignado, accedió.

***

En otro punto de la ciudad, Valentina ajustaba los últimos detalles de su vestido. Estaba rodeada de su familia, que sonreía orgullosa, celebrando el matrimonio como un triunfo.

La novia se miraba en el espejo. Lucía impecable: maquillaje discreto, el cabello recogido con precisión, la tela blanca abrazando su silueta como un símbolo de perfección. No había dudas en su rostro, solo calma y certeza.

Para Valentina, aquel día era el cumplimiento de lo esperado. La consolidación de un nombre, de una vida diseñada para no fallar. Ella estaba dichosa. Nada perturbaba su felicidad.

            
            

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