Capítulo 4 La humillación pública de Melina

Sin rastro de emoción, Emilee se dirigió a Melina: "Melina, trae los anillos. Después de todo, eres la dama de honor que nuestra madre eligió".

El alivio inundó a Melina. Afortunadamente, Emilee seguía siendo tan tonta como siempre, aferrada a los lazos familiares.

Con renovada confianza, avanzó, decidida a recuperar su dignidad. Cada movimiento se convirtió en una actuación, lenta y calculada para mostrar su belleza. Finalmente, extendió la bandeja de los anillos, intentando parecer serena.

Sin embargo, Emilee solo levantó la mano y habló con tranquila autoridad: "Pásame el anillo".

La molestia brilló en el rostro de Melina ante el tono brusco de Emilee, pero lo último que deseaba era montar una escena. Su mano se dirigió hacia la caja de terciopelo. Pero en el instante en que su dedo la rozó, sonó un chasquido seco. El fondo se había abierto y el resplandeciente anillo salió rodando.

En un intento desesperado por atraparlo, Melina se abalanzó con demasiada fuerza, tropezó y cayó sobre la alfombra roja con un golpe sordo. Su vestido se levantó, dejando al descubierto mucho más de lo que pretendía.

Un murmullo de sorpresa recorrió a la multitud. Melina se quedó en el suelo, con el rostro ardiendo de humillación y deseando desesperadamente poder desaparecer. Cuando finalmente levantó la vista, vio a Emilee mirándola con los ojos brillantes de diversión apenas disimulada.

La expresión de la novia se endureció al ver a su hermana en el suelo. Su voz sonó gélida: "Todo lo que tenías que hacer era entregarme el anillo, Melina. ¿Cómo pudiste arruinar algo tan simple? Si esto arruina mi boda con Eric, ¿asumirás la responsabilidad?".

Las palabras de Melina se tropezaron mientras se levantaba con torpeza. "No... No fui yo, la caja simplemente..".

Se llevó las manos al cabello, desesperada por arreglar su aspecto. El vestido, ahora arrugado y manchado de polvo, era un triste reflejo de su habitual e impecable elegancia.

Cualquier intento de terminar fue interrumpido cuando la voz de Emilee se deslizó. "Olvídalo. Estoy segura de que no fue tu intención, pero, sinceramente, es un error que hasta un niño podría haber evitado".

No quedaba ni rastro de la antigua timidez de Emilee. Su mirada gélida, fija en Melina, le provocó un escalofrío que le heló hasta el alma.

A su alrededor, los susurros de los invitados se intensificaron y todas las miradas se clavaron en ella.

"¿Cómo puede la dama de honor avergonzarse así en una boda tan importante? Es imperdonable".

"¿No es esa la que llaman la socialité más deslumbrante de la alta sociedad? Pues ahora no parece la gran cosa... Ni siquiera pudo sostener una simple caja de anillos".

"¿Por qué la familia Fowler permitiría que alguien así los represente? Es inconcebible".

Mientras los murmullos se hacían más audibles, las mejillas de Melina ardían. Entonces, la verdad la golpeó como un rayo: Emilee le había tendido una trampa. La incredulidad y la rabia se reflejaron en su mirada. A punto de estallar, apenas logró articular: "Emilee, tú..".

Pero la expresión severa de Silvia la silenció de inmediato. "Una dama de honor adecuada no habría provocado semejante escena. Por favor, retírate. Ya no eres necesaria en el escenario".

La frustración y la humillación se arremolinaban en su pecho. Sin atreverse a desafiar a Silvia, Melina reprimió su réplica, se apartó del centro de atención y le lanzó a su hermana una última mirada cargada de amargo resentimiento.

Sin dedicarle otra mirada, Emilee cambió de tema y continuó con aplomo. De inmediato, un asistente se acercó y le entregó un anillo de repuesto.

Con calma y seguridad, Emilee deslizó el anillo en su propio dedo, finalizando la ceremonia por sí misma ante la mirada de los invitados, que observaban con una mezcla de asombro y curiosidad. El título de esposa de Eric era ahora suyo.

La ceremonia concluyó rápidamente. Dado que Eric no pudo estar presente, Emilee se libró de la recepción que normalmente seguía al evento.

El personal de la familia Carter la condujo directamente a los aposentos privados de Eric.

Al entrar, sus ojos se dirigieron directamente al hombre que yacía extendido sobre la gran cama, en el centro de la habitación.