La Heredera Rechazada: Su Reinado Ha Comenzado
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Capítulo 3

Elara Garza POV:

La junta de accionistas era en tres semanas. Tres semanas hasta que a Fernando Villarreal se le entregara oficialmente el cetro del poder: el título de Director General del imperio Villarreal-Garza. Era una mera formalidad, una coronación para la que se había estado preparando toda su vida. En su mente, ya era el rey.

Me retiré. El mundo fuera de mis habitaciones dejó de existir. No comía. No dormía. El personal de la casa dejaba bandejas de comida fuera de mi puerta, y eran retiradas horas después, intactas. Lo único que consumía era el silencio, y era una comida amarga.

La herida en mi mano formó una costra, una línea irregular y fea que servía como un recordatorio constante. Palpitaba con un dolor sordo, una manifestación física de la podredumbre que se había instalado en mi vida.

Entonces los mensajes de Karina comenzaron de nuevo. Un bombardeo incesante de veneno entregado directamente a mi celular.

*¿De verdad están comprometidos? Fernando dice que es solo un acuerdo de negocios. Dice que ni siquiera se ha acostado contigo.*

*Solo eres una reliquia del pasado, Elara. Una obligación. Me dijo que no puede esperar para librarse de ti.*

*¿Por qué no desapareces y ya? Harías las cosas mucho más fáciles para todos.*

*Déjalo ir. Él me ama a mí. Quiere estar conmigo y con nuestro bebé.*

Luego vino la foto. Una selfie. Karina, envuelta en las sábanas de Fernando, su vientre de embarazada orgullosamente a la vista. Fernando dormía a su lado, su brazo protectoramente sobre ella. Ella sonreía, una sonrisita triunfante y viciosa.

El pie de foto decía: *Todavía me hace el amor todas las noches, incluso con el bebé. ¿Cuándo fue la última vez que te tocó así, Elara? ¿O es que alguna vez lo ha hecho?*

Mi pulgar se cernió sobre la pantalla. No sentí nada. Ni rabia, ni lágrimas. Solo un vasto y frío vacío. Con calma, bloqueé su número y borré todo el hilo de mensajes.

Una semana después, se organizó una cena familiar formal. Un intento de los ancianos Villarreal de proyectar una imagen de estabilidad frente al escándalo arremolinado. Mi asistencia no era opcional.

Me vestí con un severo vestido negro, el vendaje en mi mano un crudo contraste blanco. Entré en el gran comedor, con la cabeza en alto. La larga y pulida mesa de caoba estaba llena de los rostros del clan Villarreal: tíos, tías, primos. Sus miradas eran una mezcla de lástima y curiosidad morbosa. Podía sentir sus disculpas no dichas flotando en el aire como un mal olor.

Mi asiento designado, el que estaba a la derecha de la cabecera de la mesa donde se sentaría el patriarca, era mi derecho de nacimiento. Era el asiento que mi madre había ocupado una vez, el asiento que significaba mi posición como la futura matriarca de la familia.

Caminé hacia él, cada paso un acto deliberado de reclamar lo que era mío.

Y entonces me detuve.

Se me cortó la respiración. El mundo se inclinó sobre su eje.

Sentada en mi silla, acurrucada junto a Fernando, estaba Karina González.

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