Seducida por el Tío de mi Esposo
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Capítulo 2 2

El salón estaba silencioso, excepto por el sonido de mi respiración entrecortada y el murmullo de la tensión que flotaba en el aire. Lucían se levantó del sofá, mirándome con esa sonrisa burlona que tanto odiaba.

-¿Qué? -dijo con una expresión de impaciencia que me cortó la voz.

No lo pensaba más. Lo tenía claro.

-Lucían, divorciémonos -dije, mis palabras saliendo más frías de lo que esperaba. Estaba decidida a terminar con esta farsa.

La risa que salió de su boca me heló la sangre. Lucían se echó hacia atrás, como si hubiera escuchado la broma más absurda del mundo. Aún abrazando a Ivy, besó sus labios de forma brutal, lamiéndolos como si yo no estuviera ahí.

-¡Ni lo sueñes! -respondió con una sonrisa cruel.

Mis ojos se entrecerraron. Sabía que no estaba en un lugar donde las cosas serían fáciles, pero no esperaba esta reacción tan desafiante. A pesar de todo, seguí firme.

-¿Por qué? -pregunté, tratando de ocultar la duda que quería filtrarse en mi voz.

Lucían me miró como si fuera una idiota, un desprecio palpable en su mirada.

-¿Y me preguntas el porqué? -se burló, acercándose un poco más, mientras su odio se reflejaba en cada palabra. -Selene, es mi venganza por tu traición. No me divorciaré de ti, pero tampoco dormiré contigo. Además, tendrás que ver lo felices que seremos Ivy y yo.

El dolor de sus palabras me atravesó como un cuchillo. ¿Mi traición? ¿Qué había hecho mal? ¿Cómo había llegado todo a este punto? Siempre lo amé. Lo respeté. ¿Qué había hecho yo para merecer esto?

-¿Qué he hecho mal? -mi voz salió rota, casi un susurro, mientras mi mente luchaba por procesar todo lo que estaba pasando.

Lucían dejó escapar una risa llena de desprecio, como si lo que acababa de decir no tuviera el mínimo valor para él.

-¡No te hagas la inocente! ¡Me das asco! -se burló fríamente, sin piedad. Luego, abrazó a Ivy como si todo fuera normal, como si nada de esto fuera una traición que me estaba destrozando por dentro.

-Mi amor, esta noche lo pasaremos tú y yo a solas en casa -dijo Ivy, con una voz dulce, casi venenosa.

Esa maldita voz. Me hizo hervir la sangre. Un nudo se formó en mi garganta y un amargo sabor a hierro se instaló en mi boca. Sonreí, pero esa sonrisa fue vacía. Fría. Me sentí como una muñeca rota que no sabe cómo reaccionar a lo que está pasando.

"¿Ni siquiera puedo divorciarme? Pues no continuaré con sus tonterías." Pensé, con el odio corriendo por mis venas.

La frustración me invadió, pero no podía quedarme ahí, suplicando por lo que ya estaba muerto. No.

Con una última mirada, subí las escaleras sin decir una palabra más. Necesitaba cambiar algo. Cambiar yo. Dejar de ser la tonta, la sumisa, la que aguantaba todo sin decir nada.

Cuando regresé, ya no llevaba el vestido casual y conservador con el que había entrado. Ahora llevaba una falda roja, tan brillante como el fuego. Ardiente. Desafiante. Y con ella, una sensación extraña recorrió mi cuerpo: el deseo de venganza.

Bajé las escaleras con paso firme, sintiendo que algo dentro de mí había cambiado, aunque no sabía exactamente qué.

Lucían e Ivy estaban ahí, todavía abrazados, pero la tensión entre nosotros estaba a punto de estallar.

Sin decir palabra alguna, los miré. Sabían lo que estaba pasando. Sabían que ya no era la misma. Que, por fin, había tomado una decisión.

No iba a ser más su tonta. No iba a ser su víctima.

Estaba lista para lo que viniera.

Media hora después, estaba sentada en la barra del Bar MC, ese antro que siempre había evitado y que ahora se sentía como el único lugar donde no dolía respirar.

Ignoraba las miradas de lobos hambrientos, esos ojos que me desnudaban sin pudor. Qué irónico... mi esposo en casa desnudando a mi hermana, y yo aquí recibiendo el deseo ajeno.

Levanté la mano y hablé con voz firme, aunque me temblaban los dedos.

-Dame una Noche Eterna, por favor.

El camarero me reconoció enseguida. No por ser Selene Lancaster. No. Por ser una mujer más que venía a ahogar sus miserias en un vaso.

Preparó la copa sin preguntar. La bebida brillaba bajo las luces, como si escondiera secretos.

La bebí de un solo trago.

El frescor de la menta me rozó la lengua, pero luego vino el ardor, como un incendio que me quemaba desde la garganta hasta el pecho. Sentí mis mejillas arder, y por primera vez en mucho tiempo... me vi bonita en el reflejo de la barra.

Bonita y rota.

Las miradas aumentaron, los murmullos, los coqueteos baratos.

Un tipo se acercó. Formal. Traje caro. Mirada sucia.

-Otra copa más para la señorita, gracias -dijo, sonriendo como si creyera tener derecho a mi piel.

No respondí. Solo bebí la segunda copa de un solo trago, pero me atraganté por hacerlo demasiado rápido. Tosí, con los ojos llorosos.

-Ten cuidado -el muy cerdo aprovechó para acariciarme la espalda. Sus dedos se arrastraron con descaro.

Levanté la mano y la estampé contra la suya.

-¡Vete a la mierda! ¡No me toques!

Me levanté tambaleando, pagué la cuenta con un billete arrugado y caminé hacia la salida, ignorando el mareo.

Sentí que alguien me sujetaba de la muñeca.

-Te acompaño, que estás borracha.

Lo esquivé con torpeza, y terminé cayendo... en otros brazos.

Eran fuertes, cálidos, con un aroma limpio, varonil, que me envolvió como una manta. Sin pensarlo, me aferré a ese pecho como si fuera mi único refugio.

-¡Qué bien hueles! ¡Decidido! -musité con una sonrisa pícara, alzando la cabeza.

Entonces lo vi.

Alaric Lancaster.

Su rostro perfecto, sus ojos sorprendidos, sus labios entreabiertos.

El tío de Lucían. Estaba tan borracha para recordarlo, o al menos para que me importara.

Él me miró atónito.

Yo sonreí como una niña traviesa.

-Señor, tenga sexo conmigo esta noche y le pagaré mucho dinero.

No sé de dónde saqué el descaro. Quizá porque dolía menos.

Él arqueó una ceja, divertido.

-¿Señor? ¿Aparento ser mucho mayor? -bromeó, levantando mi barbilla.

Acerqué mis labios sin pensarlo.

Lo besé.

Dulce, lento... y por primera vez en tanto tiempo, no sentí asco. Ni vacío.

Él se quedó quieto. Supongo que ni en sus peores ideas se imaginó que la perfecta Selene haría eso.

-¿Quieres acompañarme? Tengo dinero -susurré contra su boca.

Como no respondió, me impacienté. Le pinché el pecho con el dedo una, dos, tres veces.

-Déjalo... buscaré a otro...

Me di vuelta para alejarme, pero antes de dar un paso, su brazo me rodeó la cintura con fuerza.

Su boca rozó mi oído, su aliento me erizó la piel.

-¿A quién quieres buscar... si ya me encontraste?

Y ahí supe que esa noche, no volvería a casa.

            
            

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