Alaric se acercó hasta ella, tan cerca que su aliento le rozó la piel. Le lamió la oreja de forma ambigua, disfrutando del escalofrío que provocaba en el cuerpo de Selene.
-Lo daremos por finalizado cuando me canse de follarte -susurró sin prisa.
«Dios sabrá cuándo será ese momento», pensó ella, cerrando los ojos un segundo, sintiendo una mezcla de temor, furia y resignación.
-Sí, pero... nuestra relación debe mantenerse oculta -advirtió, aunque su voz tembló ligeramente.
Selene no podía adivinar qué pasaba por la mente de Alaric, pero cuando este asintió con la cabeza, supo que no había marcha atrás. No tenía forma de deshacerse de él, así que tuvo que aceptar las condiciones de aquel juego sucio.
Además, si Lucían podía acostarse descaradamente con Ivy, ¿por qué ella no iba a poder tener a Alaric como amante? ¿Por qué debía quedarse como la esposa sumisa y humillada?
-Vale -dijo Selene, mordiéndose el orgullo.
Alaric se comprometió a no contar lo ocurrido, pero dejó claro que no sería su culpa si alguien lo descubría. Luego, la soltó con desgano, como quien libera un juguete después de usarlo, y extendió la mano.
-Dame tu móvil.
Selene obedeció, se lo pasó sin decir una palabra. Alaric anotó su número y lo guardó bajo el nombre de Tío. Se lo devolvió con una sonrisa maliciosa.
-Es mi número. Tienes que venir cada vez que te llame.
-Vale -respondió Selene con falsa calma.
Tomó el móvil y le indicó con un gesto que abriera la puerta.
-Tengo que volver.
-Gordon -llamó Alaric en voz alta.
Desde una esquina del salón apareció sigilosamente un robot doméstico idéntico al que usaba en su estudio. Se acercó a Selene y, tras un escaneo rápido, habló con su voz mecánica:
-Hermosa señora, esperamos su próxima visita.
La puerta se abrió y Selene se marchó a toda prisa, sin despedirse, sin mirar atrás. Solo quería alejarse de esa casa, de ese hombre y de todo lo que había pasado.
Cuando finalmente se alejó, respiró aliviada. Tardó una hora en llegar a su vivienda matrimonial en la Villa Real. Iba vestida con un chándal enorme de Alaric, porque su ropa había quedado destrozada tras la noche insaciable.
Al entrar, la voz de Lucían la sorprendió.
-Selene, ¿a dónde fuiste anoche?
Ella se quedó helada. El corazón se le disparó en el pecho. Lucían jamás estaba en casa a esas horas. Siempre regresaba de madrugada... y con Ivy.
-Lucían... ¿por qué estás en casa? -preguntó, olvidando por completo que aún llevaba la ropa de otro hombre.
Lucían la miró de arriba abajo. Sus ojos se oscurecieron y su expresión se tornó salvaje, feroz, como la de un depredador herido.
-¿De quién es esta ropa? Selene... ¿ya no vas a fingir más? ¡Vaya! Cuando salgo con Ivy, tú te vas directo a buscar a tu amante, ¿no?
Se puso de pie de un salto y la tomó bruscamente del cabello, obligándola a mirarlo a los ojos.
-¡Duele! Lucían, suéltame -protestó ella, forcejeando.
-¿Quién fue ese hijo de puta? -rugió Lucían, fuera de sí.
Selene sintió un miedo frío recorrerle la espalda. La mirada de Lucían era demente, cargada de rabia desbordada. Ejerciendo tanta fuerza, parecía dispuesto a arrancarle el cuero cabelludo.
-¿Qué quieres, Lucían? ¿Matarme? -se burló ella, desesperada, usando la ironía como única defensa-. ¡Pues sí! Me follé a otro hombre, y fue una jodida maravilla. Aunque tú no me quieras, hay otros que me desean.
La bofetada llegó tan rápido que apenas la vio venir. La cara le ardió, el sonido seco retumbó en el salón. Selene giró el rostro, pero no derramó ni una lágrima.
-¡Puta! -escupió Lucían.
Selene lo miró entonces con una mezcla de odio y desprecio. Le sonrió de lado, aunque por dentro estuviera rota.
-Lucían... ya que te niegas a divorciarte de mí, nos tendremos que poner los cuernos mutuamente.
Y esa fue una promesa. Porque por primera vez, Selene ya no pensaba huir. Esta vez iba a quedarse... y cobrar cada humillación con intereses.
-Esto no acabará así. ¡Ten cuidado para que no atrape a tu puto amante! -advirtió Lucían, su risa llena de odio rebotando en las paredes de la casa.
Selene lo miró en silencio, y en su interior se burló de él. "Veremos, ¿eh? ¡Venga! ¡Ya que es tu propio tío!" pensó, pero no dijo nada. Lucían la miró una vez más antes de marcharse altivo, sin una sola palabra más.
El portazo que dio al salir resonó por toda la casa, rompiendo cualquier vestigio de paz interna que pudiera haber tenido. Selene se apoyó en la barandilla para calmarse, el cuerpo tembloroso, no solo de dolor físico por la bofetada, sino también del dolor emocional que la hería profundamente.
No solamente le dolía la cara, sino también el corazón.
Se rió de sí misma, un sonido vacío, antes de subir lentamente las escaleras, sintiendo el peso de la carga emocional que la arrastraba. En el baño, la ducha fría le pegó con fuerza, como si el agua misma la estuviera castigando. Se quedó allí unos minutos, dejando que el chorro de agua helada la empapara completamente.
Más tarde, cerró la llave de la ducha con manos temblorosas. Se vistió rápidamente, sintiendo la ropa apretada sobre su piel, y se sirvió una taza de café caliente. Luego se acurrucó en la gran mecedora del balcón, mirando el horizonte, buscando algo en qué enfocar su mente.
De repente, el sonido del móvil vibrando en la mesa de cristal la sacó de su trance. Lo tomó, aún con la taza de café en la mano, y vio el mensaje. Con el nombre del remitente "Tío". Selene lo miró, completamente impactada, y sin querer, derramó un poco de café caliente sobre su mano.
-¡Maldita sea! ¿Qué quiere ahora? -murmuró, enfadada.
Deslizó el dedo sobre la pantalla con furia, abriendo el mensaje, y vio que le pedía que agregara su contacto en Whatsapp.
"Vaya, me da órdenes, ¿Quién se cree? ¿Y si no me da la gana agregarlo?" pensó Selene, mientras pinchaba el nombre de Alaric como si estuviera aplastando su rostro.
No iba a agregar su Whatsapp, no pensaba ceder, pero Alaric, como siempre, parecía tener el don de la anticipación. En cuanto leyó su respuesta, un segundo mensaje llegó, esta vez avisándole sobre las consecuencias de no hacerlo.
-¡Imbécil! ¿Me estás amenazando? -Selene estalló, pero sabía que no podía contradecirlo, así que, furiosa, hizo lo que él quería y lo agregó.
En ese mismo instante, el teléfono vibró nuevamente. Selene lo tomó y vio una foto.
-¡Alaric Lancaster! -gritó, irritada, al ver la imagen que él había enviado: su espalda desnuda y la silueta de su cuerpo. Era una foto erótica.
-¿Qué es lo que quieres hacer? -le envió un mensaje de voz, su ira conteniéndose a duras penas.
La voz de Alaric llegó distorsionada, pero era inconfundible, y tenía un tono aún más atractivo que de costumbre. Selene no tenía ganas de escucharle, y estaba al borde de estallar.
-¡A la mierda lo sexy! ¡Borra todas esas fotos ahora mismo! -ordenó, con voz firme, aunque el enojo la consumía.
-¿Con qué tono me hablas? -respondió Alaric, agravando su tono, como si hubiera notado la amenaza en su voz.
Selene respiró hondo para calmarse. La situación era desfavorable, pero no podía dejarse llevar. Si algo le había enseñado todo lo que había vivido con Lucían y Alaric era que debía controlarse.
-Alaric, querido tío Alaric, por favor -dijo, usando un tono irónicamente dulce que le hizo dar un escalofrío-. No te enfades con tu ignorante sobrina.
-¿Ah, sí? Pues no sabía que había sobrinas que se acostaban con sus tíos -respondió él con un toque de sarcasmo que heló a Selene por dentro.
"¡Selene, aguanta! Tienes que aguantar tu ira", se dijo a sí misma, apretando los dientes.
-Alaric, lo siento. Por favor, elimina esas fotos, ya que son vergonzosas. ¿Qué pasaría si alguien viera esas fotos y se generara algún malentendido?
Alaric respondió con indiferencia.
-Eso depende de ti.
Y no dijo nada más. La conversación quedó suspendida en el aire, la amenaza implícita colgando sobre ella como una espada de Damocles.
Selene se quedó mirando la pantalla del teléfono, la tensión acumulada en su pecho. Sabía que había entrado en un juego peligroso, uno del que no podía escapar fácilmente. Pero también sabía que Alaric no se quedaría quieto. De alguna manera, él siempre iba a estar ahí, esperando el momento oportuno para sacar provecho de su debilidad.