-Lucier... -logró articular con voz ronca, antes de que una oscuridad repentina nublara su visión. Su cuerpo, antes una torre de fuerza y control, se desplomó sobre la fría superficie de su escritorio de caoba, haciendo caer un vaso de cristal con un estruendo seco que resonó en el lujoso despacho.
Lucier Valente, su vicepresidente y amigo de toda la vida, irrumpió en la oficina al escuchar el ruido. La sangre se heló en sus venas.
-¡Paul!-gritó, arrodillándose a su lado mientras sacaba su teléfono con manos temblorosas-. ¡Llama a una ambulancia! ¡Ya! -le ordenó a su secretaria, cuyo rostro había palidecido por el pánico.
Minutos después, el sonido estridente de la sirena atravesó el corazón financiero de la ciudad. Paul fue trasladado a toda velocidad al hospital, con Lucier a su lado, sosteniendo su mano inerte y repitiendo su nombre como un mantra desesperado.
-En la Mansión Williams-
Paula Williams, de 17 años, intentaba concentrarse en su clase online de literatura cuando el sonido de su teléfono personal la sobresaltó. Era un número desconocido. Una voz grave y profesional le informó que su hermano había sufrido una emergencia médica y estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos.
El mundo de Paula, ya fracturado desde la muerte de sus padres en aquel trágico accidente aéreo, se hizo añicos una vez más. Sin pensar, colgó la clase, agarró su chaqueta y salió corriendo de la mansión, con el corazón latiendo desbocado en su pecho. Paul era todo lo que le quedaba.
-En el Hospital-
La espera en la fría penumbra de la sala de espera de la UCI fue una tortura. Paula llegó con el rostro bañado en lágrimas, encontrándose con Lucier, quien la envolvió en un abrazo silencioso. Él, siempre el pilar de fuerza, ahora parecía vulnerable, con el cabello desordenado y la corbata floja.
-Los médicos están con él -murmuró Lucier, su voz ronca por la preocupación-. Dicen que fue un infarto masivo.
-¿Un infarto? Pero... es joven, es fuerte... -sollozó Paula, aferrándose a la chaqueta de su amigo.
-Su corazón... siempre fue débil, Paula. Lo heredó. Los médicos nos advirtieron hace años, pero él nunca quiso bajar el ritmo.
Después de lo que pareció una eternidad, el cirujano salió con expresión grave.
-El señor Williams está estable por ahora. Logramos salvarle la vida, pero su corazón ha sufrido un daño severo. -El médico hizo una pausa, mirando las caras llenas de angustia frente a él-. Su única esperanza para una recuperación completa y una vida normal es un trasplante de corazón. Lo hemos puesto en lo más alto de la lista de espera. Ahora... es cuestión de tiempo y de... suerte.
Paula dejó escapar un llanto ahogado. El destino le estaba arrebatando a la única familia que le quedaba. Lucier la sostuvo con más fuerza, su propio rostro era una máscara de preocupación y determinación. Haría lo que fuera necesario, gastaría toda la fortuna de los Williams si era preciso, para conseguirle un corazón a su hermano.
-Ala de Donaciones del Hospital-
Mientras Paula Williams lloraba en los brazos de Lucier Valente por el incierto futuro de su hermano, en otra ala del mismo hospital, un drama igual de desgarrador llegaba a su fin. Abigail, con los ojos hinchados y rojos, se aferraba a la mano ya fría de Liam. La habitación era tranquila, solo el tenue zumbido de los fluorescentes interrumpía el silencio. Al otro lado de la cama, Verusca, la madre de Liam, sollozaba con un pañuelo apretado contra la boca, mientras su esposo David la sostenía con un brazo firme, su propio rostro marcado por una pena silenciosa y estoica. Micaela, la hermana menor de Liam, se aferraba al brazo de Abigail, como si entre las dos pudieran encontrar la fuerza que una sola no tenía.
-Tienes que hacerlo, Abby -la voz de David sonó ronca, cargada de una emoción que apenas podía contener-. Los médicos lo han explicado. Esta... esta donación... es lo que Liam hubiera querido. Ayudar a otros. Dar vida cuando a él... cuando a él se le ha negado.
Verusca asintió con dificultad, secándose las lágrimas. -Mi hijo tenía un corazón tan grande... -susurró, su voz quebrada-. Que siga latiendo en alguien más... es la única manera de que un pedazo de él no se marche del todo.
Abigail miró el rostro sereno de su esposo. Recordó su sonrisa, su energía, su forma de abrazar la vida. Él, que siempre fue generoso, sin duda habría dicho que sí.
-Yo... yo firmaré -dijo Abigail, con una voz que no reconocía como suya-. Para que su corazón... siga siendo tan fuerte y bueno como siempre fue.
Fue Micaela quien, entre lágrimas, apretó su mano. -Él te amaba tanto, Abigail. Estaría orgulloso de ti en este momento.
El trámite fue rápido, sombrío. Un coordinador de donaciones les explicó el proceso con profesionalidad y tacto. Firmaron los formularios en un acto que sentían a la vez desgarrador y profundamente significativo. Era la última decisión que podían tomar por Liam, el último acto de amor.
Mientras salían de la oficina, con un vacío aún más profundo en sus pechos, el teléfono de Abigail vibró. Un mensaje de su padre, Julián.
"Abigail, ven a casa inmediatamente. Tu madre ha empeorado mucho. Los médicos no son optimistas. No puedo pasar por esto solo. Necesito que estés aquí."
Un nuevo golpe de realidad. Abigail palideció, mostrándole el mensaje a la familia O'Connor.
-Es mi papá... mi madre... -no pudo terminar la frase, abrumada por la culpa de tener otra preocupación cuando acababa de perder a su esposo.
Verusca fue la primera en reaccionar. Tomó el rostro de Abigail entre sus manos, con una ternura maternal que hizo que nuevas lágrimas brotaran de los ojos de la joven.
-Mija, escucha -dijo Verusca con firmeza-. Ve. Ahora mismo. Tu lugar en este momento también está con tu familia.
-Pero el funeral... los arreglos... -balbuceó Abigail, sintiéndose dividida.
-Nosotros nos encargaremos de todo -intervino David con un tono paternal-. Liam entendería. Tú fuiste su mundo, y tu familia también es importante.
-¡Exacto! -añadió Micaela, empujándola suavemente hacia la salida-. Vete, Abby. Ya has pasado por demasiado. Has perdido a un esposo, no puedes arriesgarte a perder a tu madre también. Nosotros te mantendremos informada de todo. Ve.
Abigail se sintió abrumada por su apoyo. En medio de su dolor, la familia de su esposo le estaba dando un salvavidas, una razón para moverse, para seguir funcionando. Los abrazó a todos, una despedida cargada de un dolor compartido y un agradecimiento infinito.
-Gracias... -fue lo único que pudo decir antes de girarse y caminar rápidamente por el pasillo, secándose las lágrimas con la manga.
No lo sabía, pero mientras se apresuraba hacia una nueva pesadilla, el corazón de Liam, lleno de sueños y amor por ella, estaba siendo preparado para un viaje. Un viaje que cruzaría pasillos y destinos, para latir en el pecho de un hombre que, en ese mismo instante, luchaba por su vida a solo unos cientos de metros de distancia. El cruel y poético mecanismo del destino ya había empezado a girar, uniendo sus vidas con un hilo invisible y doloroso.
Continuará...