El cruel ultimátum del CEO, Mi ascenso
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Capítulo 3

Regina POV:

Jimena irrumpió en la cafetería de la empresa como una diosa malévola descendiendo sobre un festín mortal. El alegre parloteo de la hora del almuerzo se apagó mientras las cabezas se giraban, siguiendo su camino imperioso hacia la línea de comida caliente.

Examinó las bandejas de comida cuidadosamente preparadas con una mirada de profundo asco.

-¿Qué es esto? -le preguntó al chef detrás del mostrador, pinchando un trozo de pollo asado con su larga uña roja-. ¿Esto es siquiera orgánico?

El chef, un hombre corpulento de ojos amables y con 'Andrés' bordado en su uniforme, se mantuvo profesional.

-Es de origen local, señorita. Muy fresco.

Jimena se mofó. Sacó un pequeño recipiente incrustado de joyas de su ridículamente caro bolso Birkin.

-No, gracias. Traje lo mío.

Abrió el recipiente, revelando una pequeña porción de lo que parecían ser huevas de pescado negras y brillantes. Caviar.

-No se puede esperar que coma... eso -dijo, agitando una mano con desdén hacia la comida destinada a cientos de empleados-. Pero me siento generosa. Compartiré.

Antes de que alguien pudiera reaccionar, se movió para vaciar todo el recipiente de caviar en la gran bandeja de ensalada de pasta de la línea del buffet.

-¡Señorita, deténgase! -Andrés se movió con una velocidad sorprendente, colocando una mano firme sobre la bandeja, bloqueándola. Su voz era tranquila pero sólida como una roca-. No puede hacer eso.

-¿Disculpa? -La voz de Jimena se volvió estridente.

-Política de la empresa. Regulaciones de salud y seguridad -declaró Andrés con claridad-. No podemos tener comida de fuera, especialmente alérgenos potenciales, mezclada con el servicio general. Podríamos tener un empleado con una alergia severa al pescado. Es una responsabilidad legal enorme.

Tenía razón. Era la regla número uno en el servicio de alimentos. Una regla que yo había ayudado a escribir en el manual de operaciones de la empresa.

Jimena lo miró como si fuera un insecto que estaba a punto de aplastar.

-¿Tienes idea de cuánto cuesta esto? -se burló, agitando el recipiente de caviar-. Este pequeño snack vale más que todo tu salario semanal. Estoy mejorando tu patética ensalada.

-Señorita, voy a tener que pedirle que se aleje de la línea de comida -dijo Andrés, su tono inquebrantable. Era un pilar de calma profesional contra su tormenta de arrogancia.

-Tú no me pedirás nada -siseó, su rostro contorsionándose de rabia al ser contrariada.

En lugar de retroceder, hizo algo tan increíblemente imprudente que me dejó sin aliento. Sacó su teléfono y marcó un número rápido. Un segundo después, el rostro de Mateo apareció en la pantalla.

El fondo era inconfundible. Era la sala de conferencias principal, la que tenía la vista panorámica de la ciudad. Estaba en medio de la presentación. La presentación a Inversiones Cima, la que podría asegurar nuestros próximos cinco años de financiamiento.

-Mateo, cariño -se quejó Jimena, su voz transformada instantáneamente en la de una niña herida-. Se están portando súper groseros conmigo.

La expresión de Mateo, inicialmente concentrada y seria, se suavizó en una de indulgente preocupación.

-¿Jimena? ¿Qué pasa? Estoy en medio de algo.

-Lo sé, lamento mucho molestarte -dijo, inclinando el teléfono para que él pudiera ver al estoico chef y la inquietud general en la cafetería-. Pero tu personal... se están uniendo en mi contra. Este hombre -apuntó su teléfono a Andrés-, no me deja almorzar. Me está gritando.

Andrés no había levantado la voz ni una sola vez.

-¿Qué? -El ceño de Mateo se frunció-. Pásamelo.

Los labios de Jimena se curvaron en una sonrisa triunfante mientras le extendía el teléfono a Andrés.

-El director general quiere hablar contigo.

Andrés tomó el teléfono, su rostro impasible. Pude oír la voz de Mateo, ya no cálida e indulgente, sino fría y cortante.

-¿Qué crees que estás haciendo? -la voz de Mateo crepitó a través del pequeño altavoz-. Déjala hacer lo que quiera. ¿Me entiendes?

La mandíbula de Andrés se tensó.

-Señor, con todo respeto, es una violación del código de sanidad. Es un riesgo de seguridad grave.

-¡No me importa el código de sanidad! -la voz de Mateo se elevó, cargada de irritación-. ¡Me importa que Jimena esté contenta! Ahora discúlpate con ella y dale lo que quiera. ¿Quedó claro?

Toda la cafetería estaba en silencio, observando esta ejecución pública. Los empleados estaban congelados, con las bandejas en la mano, sus rostros una mezcla de miedo e incredulidad.

Le devolvieron el teléfono a Jimena. Prácticamente vibraba de alegría.

-¿Ves? -le susurró a Andrés.

Luego, giró la cámara del teléfono, recorriendo los rostros de los empleados silenciosos y observadores, para finalmente detenerse en mí. La había seguido, mi mano todavía palpitando, necesitando ver cómo terminaba esto.

-¡Mateo, todos se me quedan viendo! ¡Están todos de su lado! -gritó, un sollozo falso atrapado en su garganta-. Es como si todos me odiaran. ¡Esa chica del vestíbulo también está aquí, la que se quemó! ¡Creo que es su líder!

El rostro de Mateo, proyectado en la pequeña pantalla, se endureció. Ya no estaba solo molesto; estaba furioso. Furioso porque esto estaba interrumpiendo su gran momento. Furioso porque su autoridad estaba siendo cuestionada. Furioso conmigo por estar allí.

La pantalla parpadeó, Jimena inclinó deliberadamente el teléfono, dando un vistazo de los hombres de traje sentados frente a Mateo en la mesa de conferencias. Los inversionistas. Estaba avergonzando a su propio personal, en vivo, frente a las personas que tenían el futuro de la empresa en sus manos, todo para aplacar a una bully manipuladora.

La traición fue un golpe físico que me dejó sin aire. Esto ya no se trataba de un café derramado o un recipiente de caviar. Se trataba de un defecto fundamental en su liderazgo, un punto ciego tan vasto que amenazaba con tragarse a toda nuestra empresa.

-Se acabó -la voz de Mateo era de hielo. Se dirigió a toda la cafetería a través del altavoz del teléfono-. Cada uno de ustedes se disculpará con la señorita Juárez. Ahora mismo. Harán una fila y le dirán que lamentan haberla molestado.

Miró directamente a la cámara, sus ojos encontrando los míos.

-Tú. La desarrolladora junior. Empieza tú. Discúlpate con Jimena. Ahora.

El mundo pareció ralentizarse. El bajo zumbido de los refrigeradores, el lejano estrépito de un tenedor caído, la sangre martilleando en mis oídos. Me estaba ordenando a mí, la cofundadora de su empresa, su prometida, que me humillara públicamente por esta mujer. La estaba eligiendo a ella, en este momento, por encima de todo. Por encima de la dignidad de nuestros empleados. Por encima de la integridad de nuestra empresa. Por encima de mí.

El pacto estaba roto. El sueño de la empresa que se suponía que construiríamos juntos se hizo añicos.

Di un paso adelante, moviéndome hacia el centro de la vista del teléfono. Levanté mi mano roja y quemada, la piel ya empezando a ampollarse. El dolor era un latido sordo y distante en comparación con la herida abierta en mi pecho.

Mi voz, cuando hablé, fue peligrosamente baja.

-Mateo -dije, mis ojos fijos en su imagen digital-. ¿Estás seguro? ¿Estás absoluta, positivamente seguro de que esa es la orden que quieres darme?

            
            

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