Punto de vista de Catalina:
La habitación del hotel era estéril y anónima, un espacio olvidado que hacía eco de mi propio pasado reciente. El único olor era el de un limpiador industrial.
Después de una ducha hirviendo, sentí como si me hubiera quitado tres años de suciedad, el peso sofocante de ser la Sra. Salazar.
Era solo Catalina Quintana de nuevo.
Mi teléfono sonó, un número desconocido.
Dejé que sonara cuatro veces antes de contestar.
-Señora Salazar -dijo la voz de un hombre.
La reconocí como la de Zaid, uno de los soldados de mayor confianza de Javier.
-El Subjefe está preocupado. Necesita volver a casa. Piense en la imagen de la Familia.
El nombre se sintió como una bofetada.
-Ese es un título que ya no reconozco -dije, mi voz un filo de navaja-. Se dirigirá a mí como Catalina, o Señorita Quintana. ¿Entendido?
Tartamudeó por un momento antes de que cortara la conexión.
Segundos después, mi teléfono encriptado vibró.
Javier.
-¿Qué demonios crees que estás haciendo? -gruñó, su habitual fachada controlada hecha añicos, reemplazada por pura furia-. Estás tratando de destruirme. Quieres convertirme en el hazmerreír de todo el sindicato.
Tomé un archivo del pequeño escritorio.
-Estoy viendo tu informe médico, Javier. Herida de bala en el hombro. En el Sector Gamma. Un sector que Don Valdivia te ordenó explícitamente evitar.
La línea se quedó en silencio.
-También tengo la grabación de las comunicaciones -continué, mi voz inquebrantable-. Los treinta segundos completos. Tu llamada a Bianca. Puedo oír su vocecita de niña tan claramente. "Tengo tanto miedo, tienes que venir por mí". Y tu respuesta... ¿cuál fue? Ah, sí. "Ya voy, nena. No te preocupes. No dejaré que nada te pase".
Podía oír su respiración, aguda y entrecortada.
Estaba sin palabras.
Sabía que la tenía: la prueba irrefutable de su profunda deshonra.
-Hablas de profesionalismo -me burlé, la palabra sabiendo a ceniza en mi boca-. ¿Cómo se mantendrá tu estatus de héroe cuando los Dones de la Comisión escuchen que abandonaste tu puesto, a tu esposa y tu deber por una Asociada con la que te has estado acostando?
Por primera vez, su voz perdió su filo acostumbrado, reemplazado por una nota cruda que no había escuchado en años: súplica.
-Cata... cometí un error. Fue un momento de debilidad.
-¿Un error? -reí, un sonido amargo y feo-. Dime, Javier, ¿fue un error porque la amas? ¿O fue porque era más débil que yo? ¿Salvar a la damisela en apuros finalmente te hizo sentir como un verdadero Mafioso?
No respondió.
No podía.
-Estoy presentando una petición a la Comisión -le informé, mi resolución endureciéndose hasta convertirse en acero-. No solo para una anulación. Estoy solicitando un puesto formal: su negociadora e intérprete principal. Les voy a mostrar cómo son la verdadera lealtad y el profesionalismo.
Pensé en nuestra noche de bodas.
En él saliendo al balcón para tomar una llamada, de espaldas a mí en nuestra cama matrimonial.
Había murmurado palabras tranquilizadoras al teléfono, el mismo tono suave que había usado para Bianca en medio de un tiroteo.
Había sido una tonta entonces, creyendo que solo eran asuntos de la Familia.
Una tonta ingenua y ciega.
Nunca más.
Con un último clic, desconecté la llamada y bloqueé su número, cortando el último lazo.