Su esposa no deseada, la abogada invencible
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Capítulo 3

Punto de vista de Catalina:

A la mañana siguiente llegó una citación de un mensajero discreto.

Era una sola tarjeta gruesa con el escudo de la Familia Valdivia. Una invitación, no, una orden, para reunirme con Julián Velasco.

El Consigliere.

Su oficina era una fortaleza dentro de una fortaleza, una habitación silenciosa con paneles de madera en lo alto de un rascacielos del centro que servía como fachada legítima para el imperio Valdivia.

Se sentó detrás de un enorme escritorio de roble, un hombre mayor con ojos que lo habían visto todo y no habían olvidado nada.

Le expuse todo.

La traición en Tultitlán, las mentiras de Javier y la existencia de la grabación en la memoria USB, que coloqué sobre su escritorio.

Julián escuchó en completo silencio, con las manos entrelazadas frente a él.

Cuando terminé, no ofreció lástima. Ofreció respeto.

-No eres un fracaso, Catalina -dijo, su voz un retumbo bajo-. Eres el activo más agudo que he presenciado en una negociación. Tu compostura bajo fuego es legendaria.

Sentí una grieta en el muro de hielo alrededor de mi corazón.

No me había dado cuenta de cuánto necesitaba escuchar eso.

-Siento que le he fallado a mi Familia. Por dejar que esto sucediera.

Sacudió la cabeza lentamente.

-El fracaso es de Javier. Siempre vi la debilidad en él. Un pavorreal que se preocupa más por el brillo de sus plumas que por la fuerza de sus alas. Deberías saber -se inclinó ligeramente hacia adelante-, que las otras Familias te respetan mucho más de lo que jamás respetarán a tu esposo.

Esa simple declaración fue un arma.

Me estaba armando.

-Quiero ser la intérprete oficial de la Comisión -dije, mi voz firme-. Una parte neutral, pero poderosa. Mi lealtad será al código, no a un solo hombre.

-Hecho -dijo Julián sin dudar-. Aconsejaré a mi Don que respaldar tu petición es una jugada maestra estratégica. Debilita a un rival y defiende los principios de honor. Mi única condición es esta: los intereses de las Familias, en su conjunto, siempre deben ser lo primero.

-Siempre lo han sido -respondí.

Al salir de su oficina, mi mente iba a toda velocidad.

Tenía un aliado poderoso.

Cuando las puertas del elevador se abrieron, un hombre con equipo táctico completo entró.

Era alto, construido como una montaña, con un aura de autoridad absoluta que llenó el pequeño espacio.

Don Ricardo Valdivia.

Sus ojos, del color del acero frío, se encontraron con los míos.

-Señorita Quintana -dijo, su voz un gruñido bajo.

Era la misma voz de las comunicaciones. La voz que había sido el único punto de calma en el caos de Tultitlán.

-Me encargaré personalmente de la seguridad de la cumbre de la Comisión -declaró, no como un punto de información, sino como un hecho de la vida-. Volveremos a trabajar juntos.

-Don Valdivia -comencé, las palabras saliendo antes de que pudiera detenerlas-. Gracias. Por su mando durante el incidente de Tultitlán. Usted...

Me interrumpió con un gesto brusco y despectivo de la mano.

-Solo hacía mi trabajo.

Las puertas se abrieron en la planta baja, y él se fue.

Pero todavía podía sentir el peso de su presencia.

Y recordé su voz, un salvavidas de autoridad fría y brutal que me había mantenido con los pies en la tierra mientras mi mundo se desmoronaba.

            
            

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