DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO
img img DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO img Capítulo 7 💐 FIESTA DE COMPROMISO PARTE: 1💐
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Capítulo 10 🍷VINO Y DESAFÍO🍷 img
Capítulo 11 👁️VIGILANCIA SILENCIOSA👁️ img
Capítulo 12 ✦ LA CONFESIÓN EN LA JAULA DORADA ✦ img
Capítulo 13 ⚔️SEDUCCIÓN Y TRAMPAS⚔️ img
Capítulo 14 🍯LA MIEL DE LA MENTIRA🍯 img
Capítulo 15 🍷RESTAURANTE LE SERPENTI - BAJO RESERVA DE LOS MARCHETTI🍷 img
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Capítulo 7 💐 FIESTA DE COMPROMISO PARTE: 1💐

Aria permaneció inmóvil varios segundos, respirando con dificultad, intentando recuperar el control de su cuerpo. Sus manos todavía temblaban sobre los jirones de tela. Sintió un hormigueo punzante en la mejilla donde la bofetada de Vittorio había dejado un fuego ardiente.

El silencio era tan pesado que parecía aplastar el aire... hasta que escuchó un murmullo afuera. Voces. Pasos. Movimientos apresurados.

La mansión entera estaba cambiando de ritmo.

Preparando la cena.

Preparando el compromiso.

Preparando su condena.

Aria tragó saliva y se forzó a ponerse de pie. Limpió sus lágrimas con el dorso de la mano. No podía permitir que él la viera rota. No otra vez.

Se acercó al baño, abrió la llave del agua fría y se enjuagó la cara. El reflejo en el espejo era devastador: mejilla roja, ojos hinchados, cabello revuelto por el forcejeo... pero algo brillaba en su mirada que no había visto en días.

Furia.

Y una decisión silenciosa.

"No voy a rendirme. No voy a casarme con él. No voy a permitir que mate a Arthur."

Un golpe sutil sonó en la puerta.

No era Vittorio.

La forma del llamado era distinta. Cauta.

-Señorita Aria... ¿puedo entrar? -la voz suave de María, la sirvienta.

Aria respiró profundo.

-Entra.

María apareció, cargando una caja grande y rectangular. Sus ojos se abrieron al ver el vestido destrozado en el suelo, pero no dijo nada. Cerró la puerta con cuidado y se acercó a ella.

-El señor... quiere que se ponga esto -susurró, colocando la caja sobre la cama.

Aria apretó la mandíbula.

-¿Y tú... qué piensas, María? -preguntó con una voz más firme de lo que esperaba.

La mujer tragó saliva, mirando hacia la puerta, asegurándose de que nadie escuchara. Luego, dio un paso hacia ella.

-Yo... creo que usted no merece esto.

Creo que nadie merece esto.

Pero aquí... aquí nadie puede oponerse al señor Marchetti.

-Yo sí puedo -respondió Aria, clavando sus ojos en los de la mujer-. Solo necesito una oportunidad.

María bajó la mirada. Sus dedos temblaban.

-A veces... la oportunidad llega sola -susurró casi en un hilo-. A veces... la trae la persona correcta.

Aria frunció el ceño.

-¿Qué quieres decir?

Pero María negó rápidamente con la cabeza, como arrepintiéndose de haber dicho demasiado.

-Nada, señorita. Debe cambiarse. Sus padres están por llegar.

El alma de Aria se estrujó.

Sus padres.

Esos mismos que la habían entregado.

-¿Ellos... aceptaron esto? ¿De verdad van a venir a celebrar... mi compromiso con un hombre que me está destruyendo?

María suspiró, sin atreverse a verla a los ojos.

-No lo sé, señorita. Pero estarán aquí.

Abrió la caja.

Dentro había un vestido blanco. Hermoso. Brillante. Carísimo. Y para Aria... macabro. Un símbolo del control absoluto que él estaba ejerciendo sobre ella.

Aria dio un paso atrás.

-No me lo voy a poner.

-Señorita... -María apretó los ojos, desesperada-. Si no lo hace, él... él se va a poner peor. Y no quiero que le pase nada más. Por favor...

Aria tembló. No por miedo, sino por la rabia contenida que le quemaba la garganta.

-Dime algo, María... -susurró de repente-. ¿Cuándo llega mi familia?

-En... -María revisó su reloj, nerviosa-. En una hora.

Eso le daba tiempo.

Tal vez no para escapar.

Tal vez no para ganar.

Pero sí para hacer algo.

Algo que cambiara todo.

Aria respiró hondo, tocó el vestido blanco con la punta de los dedos... y lo apartó.

-No pienso casarme con él -declaró en voz baja... pero con un filo que cortaba.

María abrió los ojos, aterrada.

-No diga eso... si él la escucha...

-Que me escuche -Aria alzó el rostro, desafiante-. Que venga. Que grite. Que destruya la casa si quiere. No voy a rendirme.

María tragó saliva y se acercó, con una valentía que Aria no imaginó de ella. Le tomó las manos con suavidad.

-Señorita... si quiere sobrevivir, debe ser más lista que él. No más fuerte. Más lista.

Aria la miró fijamente.

-Entonces ayúdame -pidió, sin rodeos.

María soltó sus manos inmediatamente, como si hubiera tocado fuego.

-No puedo. No puedo. Él mataría a cualquiera que lo hiciera.

-No tiene que huir conmigo ni enfrentarlo -Aria insistió-. Solo... dime una cosa.

Una sola.

María dudó. Respiró hondo. Luego susurró:

-El señor salió hace diez minutos... pero no está en la casa. Le dijeron que el soplón apareció.

Aria sintió su corazón acelerarse.

-¿Salió? ¿De verdad?

-Sí. Pero volverá antes de la cena.

Eso era poco tiempo... pero el tiempo suficiente para actuar.

La puerta volvió a sonar, esta vez con tres golpes secos y duros.

No era María.

No era una sirvienta.

El cuerpo de Aria se tensó.

María dio un salto.

La voz al otro lado hizo que la sangre de Aria se helara.

-Aria -la voz grave, firme, cargada de autoridad.

La voz de Luca-. Ábreme. Tenemos que hablar.

María palideció.

-Debo irme -susurró, casi corriendo hacia la puerta secundaria del baño-. No me vio aquí. No diga nada, por favor.

Aria asintió, y María desapareció.

Otra vez, tres golpes más fuertes.

-Aria. Abre la puerta.

Ella respiró hondo, apretó los puños... y fue hacia la puerta.

La abrió.

Luca la observó con una mezcla de dureza y... algo más. Algo parecido a preocupación.

-Tenemos que hablar -repitió él.

Aria alzó la barbilla.

-¿Qué quieres?

Luca la analizó de arriba abajo: la mejilla roja, el cabello desordenado, las manos temblorosas.

-No tienes mucho tiempo -dijo él en voz baja-. Y necesitarás saber algo antes de la cena.

Aria frunció el ceño.

-¿Qué cosa?

Luca miró hacia el pasillo para asegurarse de que nadie escuchara... y luego la vio directo a los ojos.

-Tu novio... Arthur.

Vittorio no planea simplemente asustarlo.

Aria sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies.

-¿Qué va a hacerle? -susurró.

Luca tragó saliva.

-Lo va a buscar esta noche.

Y si lo encuentra... no va a dejarlo con vida.

El corazón de Aria se detuvo.

El tiempo también.

Su respiración se volvió una flecha afilada.

-¿Por qué me dices esto? -preguntó ella, incrédula.

Luca bajó un poco la mirada.

-Porque tú no eres el problema aquí.

Y porque ese chico... va a morir si no haces algo.

Aria sintió las piernas tambalearse.

-¿Y qué se supone que haga?

Luca se acercó medio paso.

-Sobrevive esta noche.

No provoques a Vittorio.

No lo confrontes frente a tus padres.

Sé inteligente, Aria.

-¿Y Arthur? -susurró ella, quebrándose.

-Yo... -Luca dudó, luego respiró hondo-.

Yo intentaré retrasarlo.

Pero eso es todo lo que puedo hacer.

Aria tomó aire con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta.

Luca dio un paso atrás.

-Prepárate.

Te vendrán a buscar en treinta minutos.

Y se fue.

Aria cerró la puerta con manos temblorosas... mientras un pensamiento la atravesaba como una espada.

"Si no actúo ahora... Arthur morirá."

Y era hora-

de que Aria Valverde decidiera qué clase de prisionera quería ser.

Una que esperaba su destino...

O una que lo cambiaba.

***

La mansión de Ginna Marchetti estaba en silencio cuando Vittorio llegó. Un silencio elegante, pulcro y perfectamente ordenado... tan distinto al caos que hervía dentro de él.

No llamó.

No esperaba permiso de nadie.

La puerta se abrió con un leve chirrido y el aroma a incienso caro lo recibió. Ginna estaba sentada en su enorme sala, revisando documentos, las piernas cruzadas, su postura impecable como siempre. Levantó la vista apenas, pero su mirada se endureció al ver a su hermano.

-Llegas con esa aura tuya -dijo con tono seco-. Esa que anuncia desgracias.

Vittorio caminó hasta quedar frente a ella, con las manos en los bolsillos y los hombros tensos.

-Necesito que estés presente esta noche -informó sin rodeos.

Ginna arqueó una ceja.

-¿Una cena de negocios?

-Una cena de compromiso.

El documento que Ginna sostenía cayó de sus dedos.

-¿Compromiso? -repitió con incredulidad, como si la palabra le supiera amarga-. ¿Con quién, Vittorio? ¿Con cuál de tus amantes? ¿Una modelo? ¿Una hija de políticos?

Él no parpadeó.

-Con Aria Valverde.

Ginna se levantó de golpe. La silla resonó contra el piso.

-¿La hija de los Valverde? -preguntó con los ojos abiertos-. ¿La misma familia que tú dijiste...?

-Que mandó matar a Isabella -terminó él con frialdad.

El silencio cayó como un cuchillo entre los dos.

Ginna apretó los dientes.

-¿Vas a casarte con la asesina de tu esposa? -escupió, llena de furia-. ¿Estás loco, Vittorio? Isabella está muerta por culpa de esa familia. ¡Y tú... tú decides unir tu vida con la hija de ellos?

La voz de Ginna tembló. No de miedo. De rabia.

-No voy a permitirlo -dijo, avanzando hacia él-. No mientras yo respire.

Vittorio la sostuvo del brazo, no con violencia, sino con una firmeza helada.

-Sí vas a permitirlo -dijo sin elevar la voz-. Porque no es amor. No es unión. Es venganza.

Ginna dejó de moverse.

-¿Venganza?

-Voy a destruir a los Valverde lentamente. Aria es el primer paso.

El rostro de Ginna cambió. Su expresión pasó de furia a un entendimiento retorcido... y luego a una calma peligrosa.

-¿La vas a usar -susurró- como un arma?

-Como un recordatorio. Como una cadena. Como un mensaje para todos. Nadie mata a una Marchetti y vive para contarlo sin pagar el precio.

Ginna se apartó, respirando hondo, sus ojos aún ardiendo.

-¿Ella sabe?

-No. Y no debe saberlo -respondió él-. No ahora.

Ginna tomó un cigarrillo, lo encendió, inhaló profundo. La estaba procesando, midiendo el alcance de lo que su hermano planeaba.

Al final, soltó el humo y dijo:

-Muy bien. Si es venganza... asistiré.

Vittorio asintió.

-Habrá políticos, jueces, empresarios. Todos necesitan ver que la familia Marchetti sigue en control. Que no temblamos.

Que mi esposa será una Marchetti... incluso si la arrastro hasta el altar.

Ginna apretó la mandíbula pero no lo contradijo.

-Pero escucha bien -le advirtió-. Si esa chica intenta destruirte, si intenta escapar, si intenta manipular... yo misma la sacaré de tu vida. Y no de forma suave.

Vittorio soltó una sonrisa apenas perceptible.

-No te preocupes, hermana. Ella ya intentó escapar. Y falló. No se irá a ninguna parte.

Ella lo observó unos segundos, notando los ojos oscuros, la tensión en su mandíbula. Su hermano no estaba bien. Pero también sabía que nadie en este mundo podía detenerlo cuando algo se le metía en la sangre.

-Entonces -dijo Ginna finalmente- me pondré el vestido negro. El que usé cuando enterramos a Isabella.

Será... apropiado.

Vittorio giró hacia la puerta.

-La cena comienza a las ocho. No llegues tarde.

Ginna lo siguió con la mirada. Antes de que él cruzara la puerta, habló:

-¿Y la chica? ¿Sabe ya que la van a casar esta noche?

Vittorio se detuvo.

Una sombra oscura cruzó su rostro.

-Lo sabrá cuando baje las escaleras.

Y sin decir más, se marchó.

Ginna apagó su cigarrillo, inhaló profundo y murmuró:

-Pobre niña... no sabe el infierno al que la están arrastrando.

            
            

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