DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO
img img DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO img Capítulo 8 💐 FIESTA DE COMPROMISO PARTE: 2💐
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Capítulo 10 🍷VINO Y DESAFÍO🍷 img
Capítulo 11 👁️VIGILANCIA SILENCIOSA👁️ img
Capítulo 12 ✦ LA CONFESIÓN EN LA JAULA DORADA ✦ img
Capítulo 13 ⚔️SEDUCCIÓN Y TRAMPAS⚔️ img
Capítulo 14 🍯LA MIEL DE LA MENTIRA🍯 img
Capítulo 15 🍷RESTAURANTE LE SERPENTI - BAJO RESERVA DE LOS MARCHETTI🍷 img
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Capítulo 8 💐 FIESTA DE COMPROMISO PARTE: 2💐

La mansión vibraba con una energía contenida, como si cada lámpara, cada paso de los guardias, cada respiración de los sirvientes anunciara que algo irreversible estaba por suceder. Aria permanecía frente al espejo de cuerpo entero, aún con el estómago en un puño mientras María ajustaba los últimos detalles del vestido que Vittorio había ordenado para ella.

A pesar de todo, era hermosa.

Desgarradoramente hermosa.

Parecía una muñeca de cristal, frágil y perfecta, con piel de porcelana, cabello recogido con delicadeza y un vestido blanco que delineaba su figura con suavidad. Su belleza, lejos de ser un honor, era una maldición esa noche.

María la observó con los ojos brillosos.

-Señorita... parece un ángel.

Aria no sonrió.

-Los ángeles no están prisioneros -susurró.

María bajó la mirada mientras le colocaba el collar perlado que Vittorio había elegido. A Aria le ardía la piel solo de sentir el metal. No era un adorno: era un grillete caro.

Un golpe en la puerta la sobresaltó.

-Aria -la voz de Luca-. Es hora.

María retrocedió. Aria inhaló profundo. Tomó fuerzas de donde ya no tenía.

Es por Arthur, se repetía.

Sobrevive. Sé inteligente. No te rompas aquí.

---

Bajó lentamente las escaleras. Las lámparas doradas iluminaban su piel y el vestido flotaba tras ella como una nube blanca. Todos los invitados -políticos corruptos, jueces comprados, empresarios mafiosos- giraron para mirarla.

Y entonces lo vio.

Vittorio.

De pie al final de la escalera, vestido de traje oscuro, impecable, imponente. Pero lo que la paralizó no fue su presencia... sino su rostro.

Estaba hipnotizado.

No pestañeaba. No respiraba. La miraba como si fuera una visión imposible, un espejismo que temía que desapareciera.

Su mandíbula se tensó. Un músculo en su cuello vibró. Sus ojos se hundieron en ella con una mezcla explosiva de deseo, rabia y posesión.

Carter, a un lado suyo, lo notó y soltó una risa corta.

-Te estás babeando, jefe -murmuró en voz baja, divertido.

Vittorio ni lo miró. Carter chasqueó la lengua sin borrar su sonrisa burlona.

Aria llegó al final de la escalera. Vittorio dio un paso hacia ella. No la tocó, pero su sola cercanía la envolvió como un muro de fuego.

-Pareces una muñeca -dijo con voz baja, contenida, oscura-. Mi muñeca.

Aria tragó saliva, sin responder.

---

Los padres de Aria llegaron minutos después. Parecían más pálidos que nunca, caminaron como fantasmas entre los invitados. Vittorio los recibió con una sonrisa helada.

-Bienvenidos -dijo, estrechándole la mano al padre-. Me alegra que hayan venido a celebrar la unión de nuestras familias.

El padre de Aria tragó saliva.

-Solo... queremos ver a nuestra hija.

-La verán -respondió Vittorio-. Está hermosa. Como una novia debe estar.

Los padres intercambiaron miradas tensas.

La madre dio un paso adelante, temblando.

-Señor Marchetti... por favor... podríamos hablar en privado...

Él sonrió apenas, ladeando la cabeza.

-Aquí mismo. ¿Qué ocurre?

La mujer respiró hondo.

-No queremos... que nuestra hija se case. Nos hemos arrepentido. Podemos pagar. Por favor... suéltela. Nosotros...

Vittorio los observó con una calma tan afilada que resultaba aterradora.

-Voy a hacer como que no escuché nada -dijo sin borrar la sonrisa-. Porque si llegan a repetirlo, si algún invitado oye algo semejante... créanme que esta noche no terminará bien para ninguno de ustedes.

La madre soltó un sollozo ahogado. El padre la sostuvo de los hombros.

-Por favor...

Vittorio se acercó más, tan cerca que solo ellos podían oírlo.

-Un consejo -susurró sin perder la sonrisa-. Disfruten la cena. Feliciten a su hija. Y vivan. Porque si intentan arruinar esto... no volverán a casa.

Los dos quedaron petrificados.

Aria, desde unos metros más atrás, vio la cara desencajada de sus padres y sintió un nudo en la garganta. Pero no podía moverse. Los ojos de Vittorio estaban sobre ella, quemando, vigilando.

Entonces Sofía apareció. Hermosa, pequeña, frágil. Su hermana menor se aferró a su mano.

-Aria... ven conmigo al baño, por favor. Solo un minuto.

Vittorio las observó. Sus labios se curvaron apenas.

-Ve. No te tardes.

Aria sintió que podía respirar por primera vez en horas.

---

En el baño, Sofía cerró con seguro. Sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.

-Aria... -susurró, temblando-. Arthur vino a buscarme.

Aria sintió que su corazón se incendiaba.

-¿Qué? ¿Dónde?

-Aquí... afuera... vino a preguntarme si iríamos al compromiso -dijo con rapidez, revisando que no hubiera nadie cerca-. Me dio esto.

Sacó un celular pequeño, negro, sin marca. Aria sintió las piernas aflojarse.

-Dijo que lo ocultara... que te lo diera sin que nadie te viera... que por favor le llamaras cuando puedas.

Aria tomó el teléfono como quien sostiene un arma de salvación.

-Sofía... -susurró con la voz quebrada-. Gracias. Gracias...

Sofía la abrazó fuerte.

-No quiero que te cases -lloró-. No quiero que te pase nada...

-Shh... voy a estar bien. Te lo prometo -mintió Aria, acariciándole el cabello.

Pero cuando se separaron, Aria sabía que su mundo se estaba desmoronando y que ese pequeño móvil era la única luz en ese infierno.

---

Regresaron al salón. La música suave llenaba el ambiente. Vittorio giró la cabeza para verlas volver. Sus ojos se clavaron en Aria. Ella guardó el teléfono entre las faldas del vestido, bien escondido.

Vittorio caminó hacia ella.

-Es hora -dijo.

Aria sintió que el piso desaparecía bajo sus pies.

---

En el centro del salón, un juez corrupto -alto, canoso, con sonrisa de alacrán- tomó su lugar. Todos los invitados hicieron silencio. Vittorio se posicionó a un lado de Aria, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.

El juez abrió una carpeta.

-Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio, por la vía civil, a Vittorio Marchetti y Aria Valverde...

El corazón de Aria latía tan fuerte que le dolía.

Vittorio la miraba sin parpadear.

El juez continuó con su discurso. Aria apenas escuchaba. Todo era un eco lejano.

Entonces llegó la frase final.

-Con base en el Código Civil, y por el poder que me concede el Estado... los declaro marido y mujer.

Un aplauso ensordecedor estalló.

Aria sintió que un hilo frío le recorría la columna.

Vittorio tomó su rostro con ambas manos -no suave, no amoroso, sino con posesión absoluta- y la besó frente a todos. Un beso fuerte, profundo, sin permitirle girar el rostro ni respirar.

Un beso que no era cariño.

Era dominio.

Era un mensaje.

Cuando se separaron, Aria tenía los labios temblando.

Carter aplaudió despacio, irónico.

-Felicidades, jefe. La atrapaste.

Vittorio lo ignoró.

---

Comenzó la música del primer baile.

Vittorio extendió su mano.

-Esposa -dijo.

Aria tragó saliva y la tomó.

Bailaron. Él la mantenía atrapada por la cintura, guiándola con una fuerza que no necesitaba esconder. No hablaba. Solo la observaba, como si quisiera grabarse cada gesto.

-Eres mía -susurró contra su oído, con voz baja-. Aunque llores. Aunque luches. Aunque intentes escapar otra vez.

Aria giró el rostro.

-No soy tuya.

Vittorio sonrió.

-Lo sé.

La apretó más.

-Por eso me encanta quebrarte.

Aria sintió un escalofrío recorrerla.

---

Cuando terminó el baile, Vittorio la llevó hacia una mujer elegante, de vestido negro, un aura imponente y un aroma fuerte a incienso.

Ginna.

La hermana de Vittorio.

-Aria -dijo él-. Te presento a Ginna Marchetti. Mi sangre. Mi familia.

La mujer la analizó de pies a cabeza con una mirada fría y calculadora.

-Así que tú eres la nueva esposa de mi hermano -dijo con una sonrisa sutil, peligrosa-. Vaya... eres más hermosa de lo que imaginé.

Luego, bajó la voz y añadió:

-Ojalá seas más lista que la anterior.

Aria sintió un nudo en el estómago.

Vittorio sonrió satisfecho.

-Mi esposa -dijo él, deslizándole un dedo por la espalda baja.

Aria tragó saliva. Ocultó el pequeño teléfono dentro de su vestido.

Y supo, sin duda alguna...

Que esa noche no sería el final.

Sino el principio de su verdadera guerra.

Porque ahora era una Marchetti...

y estaba casada con el demonio.

Pero también tenía un arma escondida.

Arthur.

Y no pensaba perderlo.

No pensaba rendirse.

No pensaba morir siendo la esposa de un monstruo.

****

La fiesta continuó con un estallido de aplausos y música en cuanto el juez pronunció las palabras que sellaban legalmente aquella unión. "Por el poder que me confiere el Estado... los declaro marido y mujer". Aria sintió un peso helado caerle al pecho, como si un candado invisible se cerrara sobre su existencia. Los invitados brindaban, sonreían, estrechaban manos, pero ella solo escuchaba el latido frenético e irregular de su propio corazón.

Victtorio entrelazó sus dedos con los de ella y la jaló hacia el centro del salón donde una banda tocaba un suave jazz italiano. A simple vista, eran una pareja elegante y perfecta. Él, con su porte cruel y atractivo. Ella, una muñeca de cristal vestida de blanco, preciosa, pero quebrada por dentro. Carter los observaba desde la barra, con media sonrisa burlona al ver cómo el capo no quitaba la mirada de su "esposa". Luca mantenía la vigilancia, atento a cualquier movimiento sospechoso, como un lobo guardián esperando una orden.

Aria quería respirar, pero la mezcla de perfumes, tabaco y champaña le hacía más difícil sostenerse. Sentía la mano de Victtorio apretando su cintura con fuerza, como si reclamara su propiedad frente a los presentes.

-Relájate -murmuró él sin mirarla, moviéndola suavemente en la pista-. Estás temblando.

Ella no respondió. No quería darle ni una palabra, ni un segundo más de su alma. Había bailado con él apenas unos minutos cuando el mareo la golpeó. Intentó apartarse, necesitaba aire, necesitaba huir aunque fuera por un instante.

Victtorio lo notó. Lo notaba todo.

-¿Qué pasa? -susurró con tono grave, como quien evalúa un peligro.

-Quiero... quiero sentarme un momento -respondió ella, buscando una salida.

Él asintió, pero no por consideración. La tomó de la mano y la llevó a un rincón más apartado del salón, entre dos columnas de mármol, donde los invitados no podían escucharlos. Allí, lejos del bullicio y las luces, la verdadera cara de Victtorio emergió.

Le apretó la mandíbula con fuerza, obligándola a mirarlo.

-Aria... -pronunció su nombre con un filo amenazante-. Escucha muy bien lo que voy a decirte.

Ella tragó saliva, sintiendo que el estómago le caía al suelo.

-Si intentas hacer algo esta noche... algo estúpido... -continuó él, acercándose más, casi rozando sus labios con los suyos-. Mato a tu novio de mierda.

El alma de Aria casi se desprendió del cuerpo. Arthur.

Victtorio lo sabía.

Todo.

Lo sabía absolutamente todo.

-Y después... -susurró con una calma más cruel que un grito-. Le saco los ojos a tu hermana.

Aria se paralizó, sin aire, sin voz. Le ardieron los ojos, pero no permitiría que él viera sus lágrimas. Las contuvo con una fuerza que no sabía que tenía.

Victtorio sonrió, una sonrisa torva, satisfecha de verla acorralada.

-¿Ves? Así te prefiero. Silenciosa. Obediente. Mía.

Ella respiró entrecortado, obligando a su cuerpo a no quebrarse.

-Regresemos a la fiesta -ordenó él-. Nadie debe sospechar que acabas de entender cuáles son las reglas de este matrimonio.

Sin esperar respuesta, la tomó del brazo y regresó con elegancia calculada al centro del salón, donde los invitados los miraban expectantes, creyendo que eran la pareja perfecta recién unida en matrimonio. Nadie imaginaba la amenaza que le había marcado la piel por dentro.

La música cambió a una melodía más animada. Ginna Marchetti, impecable con un vestido negro de terciopelo, se acercó con una copa de vino en la mano y una sonrisa perfectamente educada.

-Aria -dijo con voz suave-. Bienvenida a la familia.

Victtorio soltó una pequeña carcajada irónica.

-Mi hermana tiene un talento para fingir cordialidad. No te asustes.

Ginna lo ignoró con elegancia.

-Será mejor que nos entendamos -continuó, mirando a Aria a los ojos-. Porque ahora eres la esposa de mi hermano, y eso significa... que estás bajo mi protección. Y también bajo mi evaluación constante.

Aria intentó sonreír, pero apenas logró que sus labios se curvaran unos milímetros.

Carter se acercó entonces con dos copas.

-Salud por los novios -dijo con una exagerada reverencia que hizo que Victtorio frunciera el ceño.

Luego miró directamente a Aria, como si pudiera leer su terror-. No te preocupes, princesa. Todos sobrevivimos al matrimonio en esta familia... más o menos.

Victtorio le lanzó una mirada asesina, pero Carter solo bebió de su copa con descaro y se alejó riendo.

La fiesta siguió. Los políticos, mafiosos y empresarios corruptos circulaban, felicitaban, brindaban. Todos fingían decoro mientras negociaban favores entre susurros. Cada tanto, Victtorio se inclinaba para besarla en la mejilla o tomarle la mano, como si realmente fuera un esposo orgulloso. Pero Aria sabía que cada gesto era una advertencia disfrazada.

Ella no podía concentrarse. Cada luz, cada risa, cada brindis, la hacía sentirse aún más atrapada. Quería correr, gritar, desaparecer. Pero la amenaza contra Arthur y Sofía la mantenía rígida y obediente.

En un momento, Sofía logró acercarse bajo el pretexto de una fotografía familiar.

-Hermana... -dijo en voz baja mientras la abrazaba para la foto-. ¿Estás bien? Tienes la piel fría...

-No hables -susurró Aria sin mover los labios-. Por favor. No hagas nada.

Victtorio, detrás de ellas, observaba la escena con ojos de halcón.

Cuando la foto terminó, Sofía tomó la mano de Aria un instante.

-Llámame... ¿sí? -susurró-. No me dejes sin saber cómo estás.

Aria sonrió con dolor.

-Prometo hacerlo...

-No tardará -interrumpió Victtorio acercándose, con una sonrisa que helaba la sangre-. Aria estará muy ocupada recibiendo a los invitados esta noche.

Luego miró a Sofía directamente-. No te quedes mucho tiempo lejos de tus padres. Ellos... se preocupan.

Sofía, que entendió perfectamente la amenaza encubierta, retrocedió un paso.

Aria sintió náuseas. Pero debía seguir. La fiesta parecía interminable. Carter se movía entre los invitados con mirada calculadora, Luca patrullaba las entradas, Ginna observaba cada detalle de Aria con ojo crítico.

Era una prisión disfrazada de celebración.

Pasada una hora, Victtorio volvió a tomarla del brazo.

-Ven, esposa -dijo con tono oscuro-. Vamos a saludar al senador Moratti. Quiere verte.

Aria quiso decir no, quiso apartarse, pero lo conocía lo suficiente para saber que solo lograría otra amenaza.

Mientras caminaban por el salón, sentía la mirada de los invitados sobre ellos. Todos aplaudían la alianza, el matrimonio convenido, el poder que se unía al poder. Nadie sabía la verdad. Nadie sabía que ella no era una esposa... sino un trofeo, una rehen, una víctima.

Cuando llegaron frente al senador, Victtorio la atrajo por la cintura, pegándola a él, marcando territorio.

-Mi mujer -dijo con voz orgullosa y posesiva-. Aria Marchetti.

Ella se estremeció al escuchar ese apellido junto al suyo. Su respiración se volvió frágil, casi quebrada.

-Es preciosa -comentó el senador, observando a Aria como si evaluara una obra de arte.

-Lo sé -respondió Victtorio-. Y también es obediente.

Esa palabra rebotó en el pecho de Aria como una piedra. Obediente. Como si no le quedara otra opción.

La música volvió a subir de volumen. Las luces se atenuaron para el baile oficial de los recién casados.

Victtorio la jaló hacia la pista y la obligó a posar su mano sobre su hombro. Su mirada estaba completamente fija en ella, oscura, hambrienta, irritada y, al mismo tiempo, fascinada.

-Si llegas a hacer algo -murmuró mientras la hacía girar-. Si intentas escapar, si haces un gesto que no me guste...

Apretó su cintura con cruel placer.

-Te juro que mataré a tu novio frente a ti. Y con tu hermana haré algo peor.

Aria sintió un mareo intenso, como si el mundo se doblara.

No podía llorar.

No podía gritar.

Entonces alzó la mirada y lo vio: Victtorio la observaba con deseo oscuro, como si su sufrimiento lo excitara, como si verla atada a él le resultara más embriagante que el poder o la venganza.

El baile terminó y los invitados aplaudieron.

Pero Aria...

Aria estaba vacía por dentro.

Un hueco sin fondo se había abierto en su pecho.

Su último pensamiento antes de que comenzara el brindis fue simple, esencial, devastador:

"Tengo que escapar... aunque me cueste la vida."

            
            

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