DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO
img img DEUDA DE SANGRE: UNA PASIÓN CON EL MAFIOSO img Capítulo 9 🥴 ARIA RESISTE 🥴
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Capítulo 10 🍷VINO Y DESAFÍO🍷 img
Capítulo 11 👁️VIGILANCIA SILENCIOSA👁️ img
Capítulo 12 ✦ LA CONFESIÓN EN LA JAULA DORADA ✦ img
Capítulo 13 ⚔️SEDUCCIÓN Y TRAMPAS⚔️ img
Capítulo 14 🍯LA MIEL DE LA MENTIRA🍯 img
Capítulo 15 🍷RESTAURANTE LE SERPENTI - BAJO RESERVA DE LOS MARCHETTI🍷 img
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Capítulo 9 🥴 ARIA RESISTE 🥴

La fiesta comenzó a apagarse poco después de la medianoche. Los invitados más importantes ya se habían marchado, dejando tras de sí el eco de risas, perfume caro y murmullos que se perdían en los enormes pasillos decorados con oro y mármol. Aria sentía las piernas entumecidas, la cabeza pesada y el corazón reducido a un nudo tenso. No sabía si era cansancio, miedo o ambas cosas mezcladas en un torbellino insoportable.

Sus padres se acercaron primero para despedirse.

La madre de Aria temblaba. Intentó sonreír, pero sus labios temblorosos revelaban el peso de la culpa.

-Mi niña... -balbuceó, abrazándola con un gesto que parecía de despedida más que de bendición.

Aria la sostuvo fuerte.

-Estoy bien, mamá -mintió con suavidad.

El padre de Aria apenas podía sostenerle la mirada.

-Aria... -sin saber qué decir, simplemente apretó su mano-. Cuídate, por favor.

Ella asintió, aunque sabía que esas palabras no equivalían a nada. Los había perdonado... o eso quería creer, pero cada vez que los veía recordaba que ellos la habían entregado para salvar a Sofía. Su vida por la de su hermana.

Sofía llegó después, con ojos rojos por llorar.

-Te amo... -susurró ella mientras se abrazaban-. No dejes de llamarme, ¿sí?

-Prometo hacerlo -le respondió Aria, intentando no quebrarse.

Sofía la tomó de las manos.

-Voy a sacarte de aquí... te lo juro. No sé cómo, pero lo haré.

Aria abrió los ojos con pánico.

-No digas eso. No hagas nada peligroso, Sofía. Por favor.

Pero Sofía, testaruda como siempre, solo la abrazó fuerte y se apartó para volver con sus padres. Era evidente que Victtorio no quería que esa despedida durara más. Los observaba desde lejos, con los brazos cruzados y una expresión que no permitía errores.

Cuando la familia se retiró acompañada por guardias, Aria sintió un vacío profundo. Eran los últimos lazos que conocía. Y ahora se marchaban, dejando la puerta cerrada tras ellos.

Ginna Marchetti se acercó unos minutos después, impecable como siempre, con una copa de vino tinto en la mano y una mirada analítica.

-La noche ha sido larga -comentó-. Para todos.

Aria no sabía si agradecer el comentario o temerlo.

Ginna se acercó un poco más, bajando la voz.

-Te daré un consejo... porque ahora eres parte de esta familia, lo quieras o no.

Hizo una pausa, evaluando a Aria con un gesto casi clínico

.

-Mi hermano es un hombre complicado. No tolera la desobediencia. No tolera la mentira. No tolera que lo contradigan.

Aria bajó la mirada.

-Si quieres sobrevivir... aprende a leer sus gestos. Aprende a callar cuando él te lo pide. Y sobre todo -sus ojos se volvieron más fríos- no le des motivos para pensar que estás pensando en escapar.

Aria tragó saliva.

-No planeo... nada.

-Todos lo planean -respondió Ginna sin emoción-. Y todos fallan.

Dejó su copa vacía en la mesa-. No te equivoques, Aria. Él no es un hombre común. Y tú ahora llevas su apellido... lo que significa que si lo desafías, no solo te destruye a ti. Destruye a cualquiera que esté cerca de ti.

Esa última frase fue una amenaza, disfrazada de consejo.

Ginna inclinó la cabeza, como deseándole suerte, y se marchó con paso elegante.

Cuando la casa quedó silenciosa, Luca se acercó a Aria.

-El señor Marchetti pidió que la lleve a su habitación -informó con tono neutro.

Aria sintió un escalofrío. La noche de bodas. Lo que había temido desde que el juez pronunció su sentencia. El verdadero pánico era la idea de entregarse a él.

Pero Victtorio no la acompañó. Solo Luca y dos guardias la escoltaron hasta la habitación principal. Una enorme suite con una cama inmensa, flores blancas, velas apagadas. La puerta se cerró detrás de ella.

Aria se quedó sola, pero no por mucho tiempo.

Mientras tanto, muy lejos de ahí, Carter revisaba documentos en su despacho. Fotos, informes, vestigios de aquella noche en que Isabella Marchetti había muerto.

-Algo no encaja -murmuró, pasando páginas-. No fue un robo. No fue un ataque al azar.

Tenía pistas. Pocas, pero suficientes para comenzar a unir cabos.

La trayectoria de la bala.

El tiempo entre los disparos.

La ausencia de huellas.

Y el último registro telefónico antes de que Isabella fuera asesinada, que apuntaba a una disputa de poder.

-Un político enemigo de Marchetti... ¿eh? -Carter apoyó los pies sobre el escritorio y encendió un cigarro-. Alguien con poder suficiente para borrar su rastro. Pero no lo suficiente para engañarme.

Se rió solo.

Ese trabajo sería un infierno... pero uno al que estaba acostumbrado.

En su despacho, Victtorio revisaba otra carpeta completamente distinta.

-Arthur... -repitió su nombre con desdén-. Novio de mi mujer.

Luca permanecía a un lado.

-Señor, encontramos información preliminar. Pero hay algo más.

Victtorio levantó la vista.

-¿Qué?

-El chico no es cualquiera. Es hijo de Lionel Carteret. Uno de los empresarios más influyentes de Nueva York. Tiene más dinero que varias familias juntas. Más incluso que usted.

Esa frase heló el ambiente.

Los ojos de Victtorio brillaron con un fuego oscuro.

-¿Más que yo?

-Mucho más -confirmó Luca.

Victtorio dejó caer la carpeta sobre el escritorio.

-Entonces el niño rico cree que puede meterse con lo que es mío.

Luca guardó silencio.

-Vigílenlo -ordenó Victtorio, su voz como un filo-. No quiero que respire sin que yo lo sepa. Y si pone un pie cerca de Aria... me avisan de inmediato.

-Sí, señor.

Era casi la madrugada cuando Victtorio finalmente subió a la habitación. Abrió la puerta con deliberada lentitud. Aria estaba sentada en el borde de la cama, inmóvil.

Él cerró la puerta con seguro.

Victtorio caminó hacia ella con paso lento, disfrutando del silencio tenso. Se sentó en el tocador, recargándose. La estudió de pies a cabeza.

-Quítate el vestido -ordenó, su voz suave y plana.

Aria sintió que el aire se le iba de los pulmones.

Miró el suelo, las manos aferradas al satén blanco.

-Yo... no puedo.

-¿No puedes? -La ironía en su voz era un látigo-. Eres mi esposa, Aria. Acostúmbrate a que no me pides permiso, me obedeces.

Ella negó con la cabeza, una lágrima silenciosa resbalando por su mejilla.

-Por favor...

Victtorio se puso de pie, y el cambio en el ambiente fue instantáneo. La calma se rompió. Dio dos zancadas rápidas y se colocó frente a ella. Antes de que Aria pudiera reaccionar, su mano se cerró sobre la tela del vestido, justo en el escote.

El sonido del encaje caro y el satén desgarrándose llenó la suite. Un rasguño violento que destrozó horas de trabajo artesanal. La tela cedió con un silbido cruel.

Aria se quedó sin aliento. El vestido cayó en jirones a sus pies, dejándola expuesta en una lencería de seda color marfil, delicada y sexy, que no era suya. Estaba en shock. La humillación era física, palpable.

Victtorio miró su obra, una sonrisa fría y satisfecha curvando sus labios.

-Perfecto. Te ves exactamente como mi propiedad.

Luego, la miró con absoluto desdén.

-Hueles a miedo, Aria. Vete a bañar. Ahora.

Ella se puso de pie temblorosa, agarrando los trozos de tela destrozada que colgaban de sus hombros. Caminó como un autómata hacia el inmenso baño, sintiendo su mirada quemarle la espalda.

Abrió la regadera con manos inseguras y se metió, dejando que el agua caliente intentara lavar la vergüenza.

Pero el tormento no había terminado.

Justo cuando el vapor comenzaba a llenar el espacio, la mampara de cristal se deslizó.

Victtorio entró, ya sin su traje de gala, completamente desnudo. Era una visión intimidante de músculos tensos y poder.

Aria emitió un sonido ahogado y trató de salir de la ducha, golpeando el cristal.

Él la tomó del brazo con una fuerza sorprendente, deteniéndola sin brutalidad, solo con control.

-¿Qué pasa, esposa mía? -preguntó, con una voz profunda que reverberó en el baño-. ¿Nunca habías visto a un hombre sin ropa?

Ella no dijo nada, la mirada fija en su pecho, incapaz de levantar la vista. Estaba temblando incontrolablemente, el agua recorriendo el fino encaje de su lencería.

Victtorio la observó. Su silencio, su terror inmovilizador, la forma en que evitaba su mirada... Él entendió.

Una risa sorda y áspera escapó de su garganta. No era de placer, sino de burla.

-Eres virgen. Qué ironía -murmuró con desdén-. La pureza del cordero entregada al lobo.

Soltó su brazo.

-No te preocupes. No voy a tomarte mientras hueles a pánico.

Se terminó de duchar rápidamente, bajo la mirada aterrorizada de Aria, sin dirigirle otra palabra, como si ella fuera un mueble más en la habitación. Salió del baño, se puso un pantalón de dormir negro, y regresó al dormitorio.

Aria se quedó sola en la ducha, el agua corriendo, el frío recorriéndole el alma. Salió minutos después, envuelta en una toalla, temiendo el momento de volver a enfrentar la habitación.

Se dio cuenta de que no podía volver a ponerse la lencería mojada. Buscó desesperadamente en el armario un camisón simple o su ropa habitual.

Todo había desaparecido. En su lugar, el armario solo contenía una variedad de camisones de seda y encaje, todos increíblemente bonitos y sexy. La humillación se redobló: incluso su ropa de dormir era elegida para su nuevo dueño. Con un suspiro de furia silenciosa, se puso a regañadientes un negligé de satén negro, seco y frío.

Victtorio estaba recostado en la inmensa cama, usando solo el pantalón.

-Ven -dijo, palmeando la sábana a su lado-. Duerme.

Ella vaciló.

-Pero...

-Pero nada. Esta es mi cama, y ahora es tu lugar -su voz se hizo acerada-. Ya eres mi esposa, Aria. Y me vas a cumplir en la cama, sí, pero será cuando yo lo decida, y no cuando tú lo temas.

Hasta entonces, este es tu tormento. Dormir a mi lado, esperando.

Aria se arrastró hasta el otro lado de la cama, temblando, aún en lencería. Victtorio apagó las luces sin un toque, sin una palabra más.

Y la habitación quedó sumida en una oscuridad en la que ella podía oler su colonia, su poder, y el terror que la asfixiaba.

                         

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