Se sobresaltó. ¿Alguien había entrado?
Pensó que tal vez era uno de los sirvientes. ¿Y si despertaban a Eduard?
Colgó de inmediato la llamada y salió apresurada del baño.
-¡Por favor, no hagan ruido, mi esposo todavía está...! -empezó a decir, pero sus palabras murieron en su garganta.
El dormitorio estaba vacío.
La cama, donde antes reposaba el cuerpo de Eduard, ahora yacía desocupada.
La silla de ruedas junto a la puerta también había desaparecido.
Zoé se quedó paralizada. Miró alrededor con ansiedad.
-¿Eduard?
Corrió hacia la puerta del dormitorio y la abrió con rapidez. El pasillo estaba desierto.
¿A dónde había ido?
¿Se había despertado solo? ¿No le había dicho que le avisara si quería bajar?
Sintió cómo la ansiedad le trepaba por el pecho. ¿Estaría bien? ¿Habría intentado bajar las escaleras sin ayuda?
¡No, no! Eso es peligroso...
Sin pensarlo más, Zoé echó a correr descalza por el pasillo, en busca de su esposo.
En ese momento, en la planta baja, una figura delgada empujaba lentamente una silla de ruedas.
Era Eduard.
Sus ojos seguían cerrados, como siempre, pero su expresión era tranquila.
El mayordomo personal lo acompañaba en silencio, manteniéndose a unos pasos de distancia.
-¿Está seguro de que no quiere avisarle a la señora? -preguntó con cautela.
Eduard no respondió de inmediato. Sus dedos se movieron sobre el apoyabrazos de la silla.
-Ella está mejor sin mí esta mañana -dijo al fin, con voz baja-. Ya ha tenido suficiente presión por un solo día.
El mayordomo bajó la cabeza respetuosamente.
Eduard parecía impasible, pero por dentro recordaba con claridad cada palabra que ella había dicho en el baño:
"¡Definitivamente haré todo lo posible para tener hijos con el señor Lane!"
Esa frase lo había dejado inmóvil.
Sus labios se apretaron.
¿Así que para ti también solo es una obligación, Zoé?
Se suponía que este matrimonio era un trato... una transacción.
Pero algo, dentro de él, comenzaba a cambiar.
Y no sabía si eso era bueno... o peligroso.
Zoé bajó corriendo.
En el comedor, un hombre vestido de negro estaba sentado frente a la mesa, desayunando lentamente.
Sus ojos seguían cubiertos por unas gafas negras, y su semblante era distante.
-¡Señora, venga a desayunar! -La señora Cole, al verla llegar, la llamó con entusiasmo-. ¡Pruebe la comida que preparé, a ver si es de su agrado!
Su actitud animada era tan contrastante con sus modales anteriores, que era difícil relacionarla con la mujer fría de antes.
Zoé se acercó obediente.
En la mesa había jamón, leche y unos sándwiches que jamás había probado.
Después del incidente de la mañana, no se atrevía a comer algo que no fuera de su gusto.
De pronto recordó que, esa misma mañana, había guardado un plato de verduras en escabeche en el refrigerador.
Eduard no gustaba de ese tipo de comida, pero ella sí, ¿verdad?
Así que se levantó y fue corriendo a la cocina. Luego colocó el plato frente a ella y comenzó a comer con gusto.
Eduard frunció el ceño desde el otro extremo de la mesa.
-¿Qué estás comiendo? -preguntó.
Zoé frunció los labios.
-Comida que no te gusta.
El hombre esbozó una leve sonrisa.
-¿Y cómo sabes que no me gusta?
Ella hizo un puchero, y su voz sonó extremadamente inocente, sin una pizca de malicia.
-La señora Cole lo dijo.
Desde la distancia, la señora Cole sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
El hombre con la venda de seda en el rostro pareció reflexionar.
-Ya veo... -murmuró con voz profunda-. ¿Entonces por qué hay algo que no me gusta en el refrigerador?
Zoé frunció ligeramente los labios en señal de disculpa.
-Fue mi culpa. No aprendí con claridad tus preferencias y no sabía que no comías este tipo de comida casera. La preparé para ti según lo que yo suelo comer, pero...
-¿Ah, sí? -Eduard bajó lentamente su vaso de leche.
El cristal golpeó contra la mesa con un sonido seco y nítido, cargado de una tensión que heló el ambiente. El impacto fue tal que casi hizo que la señora Cole se arrodillara en el acto.
La voz profunda del hombre era tan fría como el invierno.
-En realidad, yo tampoco lo sabía. No tenía idea de que no me gustaba la comida que tú haces.
Zoé no tuvo tiempo de preguntar qué quería decir con eso, porque en ese momento, Eduard estiró el brazo y atrajo hacia sí el plato de verduras en escabeche que estaba frente a ella.
Fingió usar los cubiertos para explorar el contenido del plato antes de recoger un trozo con precisión y llevárselo a la boca.
El sabor era desconocido para él. Un equilibrio peculiar entre lo picante, lo ácido y un toque de dulzor.
-Tus habilidades culinarias no son malas -dijo, dejando los cubiertos con elegancia sobre el plato-. Señora Cole, ¿cuándo se enteró usted de que esto no me gustaba?
Recordaba que Zoé había subido enfadada esa mañana, incluso se había acostado a un lado de la cama murmurando que él era pretencioso.
¿Había sido porque la señora Cole la trató injustamente?
El tono helado de su voz hizo que la señora Cole se estremeciera. Inconscientemente, se escondió detrás de Lily.
Eduard continuó:
-¿No dice nada, señora Cole? ¿Cree que no necesita explicarse conmigo porque soy ciego?
Su voz estaba impregnada de una frialdad que parecía congelar el aire del comedor.
De pronto, la señora Cole cayó de rodillas.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Yo... No debí decirle esas cosas a la señora...
Eduard solía parecer bondadoso, incluso apacible, pero cuando se enfurecía... nadie podía soportarlo.
-Pero, señor, no lo hice con mala intención. Solo pensé que no era necesario que ella cocinara... es agotador para una chica tan joven...
Eduard sonrió con calma y alzó la vista hacia ella.
-¿Y quedó satisfecha con arruinar el desayuno que mi esposa preparó con esfuerzo para mi?
El silencio se extendió como una ola helada por el comedor.
Las palabras de Eduard sorprendieron no solo a la señora Cole y a Lily. Incluso Zoé abrió los ojos con asombro.
¿Eduard... me está defendiendo?
Temblando, la señora Cole replicó:
-¡No lo arruiné! No tiramos el desayuno... Lily y yo... nos lo comimos...
La sonrisa en los labios de Eduard se tornó aún más gélida.
-Parece que ustedes son más señoras de la casa que yo.
Con un golpe sordo, Lily también cayó de rodillas sin pensarlo.
La señora Cole se arrastró hasta las piernas de Zoé.
-Señora, por favor, tenga piedad... Solo tenía miedo de que, al llegar, pensara que los sirvientes no la cuidábamos bien. No quise que cocinara por su cuenta...
Por su edad, la señora Cole podía ser considerada casi como una madre para Zoé.
¿Cómo podría soportar verla rogando de esa manera?
Zoé frunció los labios con cierta rigidez.
-Esposo, la señora Cole no lo hizo con mala intención. Si quieres probar mi comida, la haré de nuevo...
Mientras hablaba, se levantó para ir a la cocina.
Pero justo cuando pasó junto a Eduard, él le tomó la mano y la atrajo, haciendo que se sentara en sus piernas, junto a su pecho.
Aquella fragancia fresca, masculina, con un toque a menta, la envolvió por completo, y Zoé se sonrojó al instante.
Eduard rodeó su cintura con un brazo y le susurró con voz profunda:
-¿Cómo me llamaste justo ahora?
Zoé se sonrojó aún más.
-Te... te llamé esposo.
-¿Y qué preparó mi esposa para el desayuno?
-Panqueques de mantequilla, tocino... unas papas al horno que yo misma hice...
Eduard la miró con una sonrisa en los labios, y luego depositó un suave beso en su frente.
-Entonces, hazme otro desayuno mañana, ¿sí?
Zoé frunció los labios.
-¿Y el desayuno de hoy?
-Solo come algo -respondió él con ternura mientras la soltaba-. Vas a llegar tarde.
Fue entonces que Zoé, algo aturdida por el momento, miró la hora y se dio cuenta:
-¡Oh, no! ¡Voy a llegar tarde!