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La cautiva del alfa de sombras
img img La cautiva del alfa de sombras img Capítulo 3 Bienvenida al piso de riesgo
3 Capítulo
Capítulo 6 Lo que ella ve img
Capítulo 7 El proyecto que me pagó la vida img
Capítulo 8 El hilo con su nombre img
Capítulo 9 Conflicto de interés img
Capítulo 10 Instinto y evidencia img
Capítulo 11 Ruido bajo la piel img
Capítulo 12 Reglas viejas, problemas nuevos img
Capítulo 13 Demasiado ruido img
Capítulo 14 Orden de arriba img
Capítulo 15 Sala blanca img
Capítulo 16 Lo que dice la sangre img
Capítulo 17 El hombre en la calle img
Capítulo 18 Bajo la lluvia img
Capítulo 19 La palabra prohibida img
Capítulo 20 El precio de su nombre img
Capítulo 21 Sangre en la mesa img
Capítulo 22 El ascensor img
Capítulo 23 Límites img
Capítulo 24 Calor en la torre img
Capítulo 25 Cuenta atrás img
Capítulo 26 La palabra registro img
Capítulo 27 Lo que no le dije img
Capítulo 28 Condiciones img
Capítulo 29 La mesa de cristal img
Capítulo 30 La otra oferta img
Capítulo 31 Lo que incluye tu apellido img
Capítulo 32 Lo que quiero y lo que no puedo pedir img
Capítulo 33 Fuera de la torre img
Capítulo 34 Fuera de mi territorio img
Capítulo 35 Elegir quién entra img
Capítulo 36 Línea marcada img
Capítulo 37 Habitación segura img
Capítulo 38 Jaula con nombre img
Capítulo 39 Aguantar la tormenta img
Capítulo 40 Lo que pasó y lo que no pasó img
Capítulo 41 Propuesta temporal img
Capítulo 42 Mesa de depredadores img
Capítulo 43 El director de la fundación img
Capítulo 44 Damian Kalper img
Capítulo 45 Condiciones img
Capítulo 46 Una amiga en territorio enemigo img
Capítulo 47 Ojos de beta img
Capítulo 48 Golpe bajo img
Capítulo 49 Lo que me quieren quitar img
Capítulo 50 Nombre en papel img
Capítulo 51 Territorio propio img
Capítulo 52 Sombras en los pasillos img
Capítulo 53 Reunión neutral img
Capítulo 54 Log de guerra img
Capítulo 55 Advertencias img
Capítulo 56 Salida controlada img
Capítulo 57 El nivel que no existe img
Capítulo 58 Cadenas invisibles img
Capítulo 59 Jaula sin ventanas img
Capítulo 60 El monstruo que me guarda img
Capítulo 61 Rutinas peligrosas img
Capítulo 62 Lo que Umbra ve img
Capítulo 63 La amiga que huele la trampa img
Capítulo 64 El informe que no debió existir img
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Capítulo 3 Bienvenida al piso de riesgo

POV: Alma

En cuanto la puerta de vidrio se cerró detrás de Alex Frederick, el aire del piso cambió.

Teclas más ruidosas, sillas moviéndose, una risa exagerada al fondo.

Yo seguía de pie junto a la oficina de Fernandez, con la credencial colgando del cuello.

-Bueno -dijo él, ajustándose las gafas-. Empecemos.

-Este es análisis de riesgo -anunció-. Datos financieros, operacionales y, a veces, cosas que nadie quiere mirar. Por ahora, tú solo vas a observar.

"Por ahora". Dos palabras que podían significar todo y nada.

Asentí.

Lo seguí por un pasillo de cubículos, monitores dobles y tazas con café a medio terminar. El zumbido de las máquinas se mezclaba con susurros que se cortaban apenas nos acercábamos.

Sabían quién era él. Todavía no sabían quién era yo.

-Éste será tu puesto -dijo, deteniéndose ante un cubículo vacío.

Una silla, dos pantallas, un teclado, un mouse, una planta pequeña. En el borde del monitor, un post-it amarillo: "RESPIRA".

Sentí la ironía en el pecho.

-Tendrás acceso a bases históricas para empezar -explicó Fernandez-. Mañana vemos si te sumamos a proyectos activos. No quiero quemar a nadie el primer día.

"Menos a alguien que el jefe máximo decidió traer personalmente", pensé.

-Cualquier duda, me preguntas a mí -añadió-. Y no muevas nada sin guardar una copia. Si algo se rompe, quiero saber cómo era antes.

Asentí otra vez.

-Instálate -concluyó, y se alejó hacia su oficina de vidrio.

Me senté. El asiento estaba frío. Yo no.

La cercanía de Alex había dejado una huella dentro de mi piel que no se apagaba. Calor pegado a la nuca, pecho apretado.

"Ansiedad", me repetí. "Conoces esto. Respira."

Me incliné para encender el computador.

-Consejo gratis: si el señor Frederick te trajo personalmente y sigues respirando, ya empezaste mejor que la mayoría.

La voz me hizo levantar la cabeza.

Una chica se asomaba por encima del panel del cubículo contiguo, medio subida en su silla giratoria. Cabello castaño en un moño desordenado, audífonos colgando del cuello y una sonrisa ladeada.

Su credencial decía: Mila Morales.

-Hola -atiné a decir-. Todavía no decido si eso me tranquiliza o me asusta.

-Un poco de las dos cosas es lo sano -respondió, tendiéndome la mano por encima del borde-. Mila. Esclava corporativa, calculadora humana, dramática a tiempo parcial.

Apreté su mano. Era cálida, firme.

-Alma -me presenté-. Nueva, ligeramente perdida y con manual de instrucciones incompleto.

-Para eso estoy yo -sonrió-. Fernandez hace la parte seria. Yo te explico dónde está el café decente y qué impresora se come documentos.

-¿Siempre es así cuando aparece él? -pregunté, sin nombrarlo.

Mila torció la boca.

-¿"Él" versión jefe máximo con mirada de rayos X? -precisó-. Sí. Aunque lo tuyo fue nuevo. Nunca lo había visto traer a nadie personalmente.

-Seguro solo pasaba por aquí -intenté.

Me miró como si acabara de decir que la lluvia sube.

-Claro. Y yo soy dueña de la torre -bufó-. Si quieres sobrevivir aquí, asume algo: ese hombre no hace nada por casualidad.

El computador terminó de encender. El logo de la empresa dio paso a un escritorio lleno de accesos directos.

-¿Te activaron el usuario? -preguntó Mila-. ¿Te dejaron algo ya?

-Históricos, por ahora -respondí-. Hoy solo observo.

-Versión amable de "te estamos probando" -asintió-. A algunos nos enterraron meses en archivo muerto. A ti ya te ficharon desde arriba.

Señaló la pantalla con la barbilla.

-Regla uno del piso: nunca te quedes solo con el resumen. Si algo no te cuadra, revisa la base. Regla dos: si ves algo muy raro, no lo comentes en voz alta. Toma notas, guarda copias, respira.

-¿Hay regla tres? -pregunté.

-Sí -dijo-. Si el señor Frederick te pide algo directo, respira dos veces antes de contestar una.

Me pasé una mano por la nuca. El calor seguía ahí.

-¿Siempre te duele la cabeza cuando él aparece? -solté.

Mila se sorprendió.

-¿Cómo sabes que me dolía? -frunció el ceño.

-Te tocaste la sien cuando entró a la oficina de Fernandez -dije-. Y ahora tienes la misma cara.

Llevó la mano a la frente, casi por reflejo.

-Genial, soy transparente -suspiró-. Sí, me pasa seguido. No solo con él, pero aquí es más fuerte. Es como si el aire se pusiera más denso y mi cerebro dijera "hasta aquí llegué".

-Pensé que era solo cosa mía -confesé-. En el ascensor me faltaba el aire. Y en Recursos Humanos, cuando entró, sentí que la sala se encogía.

-Entonces no estoy loca del todo -murmuró-. Bien. Si nos desmayamos, será en equipo.

Fernandez apareció al borde de mi cubículo.

-Trish -dijo-. Tu acceso a las bases históricas está listo. Empieza con los registros del último año. Quiero ver cómo lees patrones. Nada de conclusiones hoy, solo observaciones.

-Entendido -respondí.

-Si algo no te calza, apúntalo -añadió-. El "por qué" viene después.

Se fue sin mirar a Mila.

Abrí la carpeta de históricos que Fernandez había mencionado. Columnas, fechas, códigos de proyecto. El idioma que, en teoría, sí sabía hablar.

El calor bajo la piel seguía ahí, pero los números me dieron una calma rara. Orden. Patrones. Algo que podía controlar, a diferencia de mi reacción cuando cierto jefe se acercaba demasiado.

-Otra cosa -dijo Mila, como quien recuerda algo tarde-. Si algún día te dan un proyecto grande, de esos con nombre de perfume caro... guarda siempre una copia extra. A veces las cosas desaparecen.

-¿Desaparecen? -repetí.

-Archivos, comentarios, notas -enumeró-. No digo que sea a propósito... pero tampoco digo que no.

Tomé mentalmente nota: copias.

Abrí el primer archivo. Mientras las filas se llenaban en la pantalla, tuve una sensación extraña: como si no fuera la única mirando esos datos.

Como si, en algún piso más arriba, alguien ya estuviera esperando ver qué era lo que yo iba a encontrar.

O lo que iba a decidir ignorar.

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