La voz de Oliver cortó mis pensamientos, haciéndome saltar. Estaba allí, parado frente a mí. Parecía agotado, con la camisa arrugada y oscuras manchas de sudor bajo los brazos. Sin embargo, su postura era rígida, forzadamente autoritaria.
"Ven a mi habitación. Necesitamos hablar sobre... nuestro futuro."
Trató de impostar su voz de Alpha, de proyectar dominio, pero sonó frágil, como cristal a punto de romperse.
Me acerqué con cautela. El olor del perfume de Nadia se aferraba a su ropa como una segunda piel, dulce y nauseabundo. Mi *Vínculo de Compañera*, esa maldición biológica, intentó reaccionar, buscando consuelo en él por puro instinto, pero mi estómago se revolvió con violencia, rechazando su cercanía.
"Está bien, Oliver. Hablemos."
Lo seguí. Me llevó al jardín trasero, a "nuestro" jardín secreto. Las rosas que plantamos juntos años atrás ahora eran tallos secos y espinosos, marchitas por falta de cuidado. Qué poético.
De repente, Oliver se detuvo y tomó mis manos. Sus palmas estaban calientes, húmedas.
"Laura, sé que estás dolida. Pero Nadia... fue un error. Un desliz. Tú siempre serás mi Luna."
Sus ojos brillaban con una súplica patética, buscando absolución sin ofrecer verdadero arrepentimiento.
"¿Un error?" repetí, incrédula, sintiendo cómo la ironía amarga cubría mi lengua. "¿Un error que lleva tu marca y tu hijo?"
"Podemos arreglarlo," insistió, apretando mis manos con demasiada fuerza. "Si estás embarazada... ese niño también es de la Manada. Podemos criarlos juntos. Nadia entenderá su lugar."
Sentí que la bilis subía por mi garganta, ácida y caliente. ¿Criarlos juntos? ¿Quería que mi hijo fuera el compañero de juegos del bastardo que destruyó mi matrimonio?
Iba a gritarle, a escupirle en la cara toda mi rabia acumulada, cuando las sirenas aullaron.
Una alarma estridente, capaz de helar la sangre, rompió la noche.
"¡Alpha!"
Un guerrero Beta irrumpió en el jardín, con el pecho agitado y los ojos desorbitados. "¡Rogues! ¡Han cruzado el perímetro norte!"
La transformación de Oliver fue instantánea. La vulnerabilidad desapareció, reemplazada por el instinto asesino. Soltó mis manos como si quemaran.
Ni siquiera me miró una última vez.
"¡A las armas!" rugió, y salió corriendo hacia el sonido de la batalla, dejándome sola en la oscuridad.
Otra vez. Siempre era otra vez. Yo siempre era la opción secundaria.
Me doblé por el dolor, un calambre agudo en mi bajo vientre que me robó el aliento. No era solo estrés. Mi cuerpo estaba rechazando el embarazo, incompatible con el rechazo emocional del padre.
Caminé tambaleándome hacia mi habitación, apoyándome en las paredes frías. Abrí el cajón secreto de mi tocador.
Allí estaba. Un frasco pequeño de cristal oscuro. *Acónito*. Wolfsbane diluido.
Yolanda, la vieja sanadora que siempre me había tenido cariño, me lo había dado hace meses "por si acaso necesitaba ocultar mi olor". Pero ambas sabíamos para qué servía en dosis altas.
Cortaría el vínculo de sangre. Rompería la cadena.
Mis manos temblaron mientras desenroscaba la tapa. El líquido olía amargo, a tierra y muerte.
*Laura, los padres de Oliver están aquí. Quieren hablar de la "responsabilidad familiar". Saben que algo pasa.*
El mensaje mental de Yolanda fue la señal definitiva. Me estaban acorralando. Si descubrían el embarazo oficialmente, me encerrarían en la maternidad de la Manada hasta que diera a luz. Sería una incubadora, una prisionera en mi propio hogar.
No. Nunca.
Bebí el frasco de un solo trago.
El sabor fue horrible. Quemaba. Sentí como si hubiera tragado fuego líquido que calcinaba mis entrañas. Me agarré el vientre, jadeando, mientras las lágrimas brotaban de mis ojos por el dolor físico y la pérdida del alma.
"Adiós," sollocé en silencio, despidiéndome de lo que nunca sería.
Me limpié la boca con el dorso de la mano. Me arreglé el vestido, alisando cada arruga con precisión maníaca. Cuando salí de la habitación, mi rostro era una máscara de porcelana fría, impenetrable.
Fui directo a la oficina del Sr. López. Él estaba guardando sus cosas apresuradamente, mirando con terror hacia la ventana donde destellaban luces de combate.
"Señora Luna..."
"Solo Laura," lo corregí con voz gélida. Saqué el documento final de mi bolsillo. El "Contrato de Separación de Bienes y Rechazo de Manada". Ya estaba firmado por mí, la tinta aún fresca.
Se lo extendí.
"¿Está segura?" preguntó López, sus ojos abiertos de par en par, tomando el papel con manos temblorosas. "Una vez que archive esto, legalmente... usted ya no es parte de esta Manada. Y los activos..."
"Los activos son míos. Yo los generé. Oliver firmó el poder hace años sin leerlo," dije con frialdad, sin dejar lugar a réplicas. "Archívalo. Ahora."
López asintió, tragando saliva ruidosamente. Metió el documento en su maletín de seguridad y cerró el broche con un clic definitivo.
"Hecho."
Salí de la oficina. El caos de la batalla contra los Rogues se escuchaba a lo lejos, gritos y gruñidos mezclándose en una cacofonía de violencia, pero yo caminaba en dirección contraria. Hacia la salida sur.
*Oliver, crees que eres el dueño de todo,*
pensé, mirando por última vez la silueta imponente de la mansión recortada contra la luna.
*Pero te equivocaste. Mi corazón, mi loba, y mi futuro... ya no te pertenecen.*
La noche me tragó. Caminé hacia la carretera, donde un coche negro me esperaba con el motor en marcha. Mi cuerpo dolía, mi vientre ardía con la pérdida, pero por primera vez en mi vida, el aire que respiraba era mío.