Me bajé del coche, pero mis piernas eran de gelatina. El Beta de Luis tuvo que sostenerme para evitar que cayera.
-Alpha Luis -dije, mi voz sonando como papel de lija-. Soy Laura.
Se lo conté todo. Allí mismo, al borde de la carretera, las palabras brotaron de mí como sangre de una herida abierta.
La traición. El robo legal de los activos. El *Acónito* envenenando mi sistema. El aborto.
No me guardé nada. Esperaba ver asco en sus ojos, el juicio implacable que cualquier macho dominante tendría ante una hembra que había "asesinado" a su propia descendencia.
Pero Luis solo me escuchó. Su rostro permaneció impasible, serio, y sus ojos oscuros eran tan profundos como un lago en calma antes de la tormenta.
Cuando terminé, hubo un silencio pesado, roto solo por el viento de la mañana.
Luis se acercó y, con una delicadeza que me desarmó, tomó mis manos frías entre las suyas, grandes y callosas.
-Nadie debería pasar por eso sola -dijo. Su voz era grave, vibrante, y transmitió una calidez que se filtró por mis brazos, descongelando mis huesos-.
Tienes asilo aquí, Laura. Y toda la ayuda médica que necesites.
Sentí que mis rodillas cedían. No por debilidad, sino por el peso abrumador del alivio.
-Gracias -susurré, apenas audible.
Me llevaron a una cabaña de invitados cerca del límite, para respetar mi cuarentena y darme un espacio para respirar.
Horas más tarde, Luis vino a verme. Estábamos parados en el porche, mirando hacia la carretera vacía que conectaba nuestros mundos.
-Laura, tú no eres un adorno -dijo Luis, mirándome directamente a los ojos. No usaba el *Comando* de Alpha, solo pura y cruda sinceridad-. Eres fuerte. Lo que hiciste... requiere un valor que pocos Alphas tienen. Tu valor lo defines tú.
Sus palabras fueron como un bálsamo sobre una herida en carne viva.
De repente, el sonido de un motor rugió en la distancia, rompiendo la paz.
Un convoy de vehículos militares pasó a toda velocidad por la carretera principal, levantando una densa nube de polvo. Reconocí el coche líder al instante. Era el Hummer negro de Oliver.
Se detuvo momentáneamente en el cruce, a unos cien metros de nosotros.
Mi corazón se detuvo en seco.
Vi la ventanilla bajar. El rostro de Oliver apareció, sudoroso, frenético. Sus ojos barrieron el área con una intensidad maníaca. Parecía estar buscando algo, olfateando el aire con la desesperación de un sabueso que ha perdido el rastro.
-*¿Me huele?* -pensé con pánico, el terror cerrando mi garganta. A pesar del *Acónito*, el vínculo no estaba totalmente muerto.
Luis dio un paso adelante, colocándose sutilmente entre el coche de Oliver y yo. Su aroma a tierra húmeda y pino me envolvió, formando un escudo invisible que enmascaraba mi presencia.
-Alpha -gritó uno de los hombres de Oliver desde otro coche-, ¡el rastro de los Rogues va hacia el este!
Oliver frunció el ceño, mirando en nuestra dirección una última vez. Pareció dudar, sus instintos luchando contra la lógica. Pero luego, el deber -o la estupidez- ganó.
Subió la ventanilla y el convoy aceleró, desapareciendo en una nube de polvo hacia el este.
Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo en una exhalación temblorosa.
-Se ha ido -dijo Luis suavemente.
-Sí -respondí.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué una horquilla de plata. Era vieja, barata. Oliver me la compró en una feria cuando teníamos dieciséis años. "Para mi chica", había dicho con una sonrisa que entonces parecía eterna.
Caminé hasta el borde del barranco que bordeaba la carretera.
-¿Qué haces? -preguntó Luis, observándome con curiosidad.
-Limpiando la casa -dije con firmeza.
Lancé la horquilla. Brilló un segundo en el aire, capturando la luz del sol, antes de ser tragada por el abismo oscuro.
Me giré hacia Luis, sintiendo mis manos vacías, pero mi alma un poco más ligera.
-Nuestros sanadores dicen que tu loba está muy débil, pero... hay algo más -dijo Luis, abriéndome la puerta de su coche con un gesto caballeroso-. Detectaron una energía latente. Dicen que podrías tener sangre de Lobo Blanco.
Me detuve en seco, con un pie dentro del vehículo. ¿Lobo Blanco? ¿La leyenda?
-Vamos, Laura -sonrió Luis, sus ojos brillando con una promesa silenciosa-. Tienes un futuro que descubrir.
Subí al coche. El cuero era suave, y el aire acondicionado olía a limpio, a nuevo comienzo.
Mientras el coche arrancaba, miré por el espejo retrovisor hacia las montañas donde Oliver seguía persiguiendo fantasmas.
-*Voy a vivir por mí* -juré en silencio-. *Por mi loba. Y por el futuro que él no pudo ver.*
El coche aceleró, llevándome lejos de la oscuridad, hacia un horizonte que, por primera vez en años, brillaba con esperanza.