Capítulo 5

Daniela POV:

El sol se estaba poniendo cuando Rodrigo entró en nuestra habitación. Su cara estaba marcada por el cansancio, pero sus ojos aún tenían ese brillo que una vez creí era amor. Ahora, solo veía un reflejo de su obsesión por Verónica. Me senté en el borde de la cama, terminando de empacar una pequeña maleta con lo esencial.

"Daniela, mi amor", dijo, y se acercó para abrazarme. Su abrazo, antes un refugio, ahora se sentía como una jaula. Me dejé abrazar, mi cuerpo inerte.

"¿Qué hacías empacando?", preguntó, observando mi maleta con el ceño fruncido. "Pensé que el doctor dijo que necesitabas descansar".

"Solo organizaba algunas cosas", mentí, mi voz tranquila. "Me aburro en la cama".

"¿Y por qué no me esperaste? ¿Por qué te fuiste sola del hospital?". Su tono era de reproche, mezclado con esa falsa preocupación.

"Necesitaba un poco de aire. No quería molestarte con tus asuntos", respondí, evitando su mirada. Quería que se diera cuenta de su ausencia, de su negligencia. Pero él estaba demasiado ciego.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Verónica. Entró en la habitación, apoyada en un bastón de caña que no necesitaba. Su rostro pálido, sus ojos, sin embargo, brillaban con malicia.

"¡Rodrigo, mi amor! ¡No me digas que dejaste a tu pobre enferma esposa sola en el hospital para venir a ver a esta... esta mujer!", exclamó, con un tono teatral. "¿No te das cuenta del peligro en el que la pones? Ella es tan frágil. Y tú, ¡tan importante! ¿Y si algo le pasara? ¿Y si alguien te hiciera daño por su culpa?".

Mis dientes se apretaron. Su cinismo me revolvía el estómago. La misma mujer que había orquestado todo esto, ahora se presentaba como la víctima preocupada.

"Verónica, por favor", dijo Rodrigo, su voz suave, intentando calmarla. "No digas tonterías. Daniela no tiene la culpa de nada".

"¡Claro que sí! ¡Es tan descuidada!", Verónica me lanzó una mirada de desprecio. "Siempre lo ha sido. Desde que mamá murió... por su culpa".

La familiar puñalada de dolor. Pero esta vez, fue diferente. No me dolió tanto como antes. Porque ahora sabía la verdad. Ahora sabía que la verdadera culpable era ella. Verónica. La asesina de mi madre. La manipuladora de mi vida.

La observé con una frialdad que nunca antes había sentido. Era un monstruo envuelto en seda. Y yo, su presa. Pero ya no.

Rodrigo se interpuso entre nosotras.

"Verónica, ya basta. Estás cansada. Necesitas descansar".

"¡No, Rodrigo! ¡Necesito estar contigo!", se quejó, aferrándose a su brazo con una fuerza sorprendente. "No quiero ir sola a esa habitación de hotel. No me siento segura. Estoy débil. ¿Y si me pasa algo?".

Hizo un puchero. Un puchero infantil que, para mi sorpresa, funcionó. Los ojos de Rodrigo se suavizaron.

"Está bien, Verónica. No te preocupes. Te quedarás aquí. En nuestra casa. Estarás segura conmigo".

Mi respiración se detuvo. ¿Qué dijo? ¿En nuestra casa?

"¿Aquí?", pregunté, mi voz apenas un susurro. La rabia burbujeaba en mi interior, pero la contuve. No podía ceder a la ira. No ahora.

"Sí, mi amor", dijo Rodrigo, dirigiéndose a mí con una sonrisa falsa. "Verónica necesita cuidados especiales. Y aquí estará más cómoda. Y más cerca de nosotros. Así podemos asegurarnos de que esté bien".

Verónica me lanzó una mirada de triunfo. En sus ojos, vi la victoria. La humillación. Esperaba una explosión. Esperaba lágrimas. Esperaba gritos.

Pero no le di ese gusto. Mi rostro se mantuvo inexpresivo. Mi corazón, un témpano de hielo.

"Claro, Rodrigo", dije, mi voz extrañamente tranquila. "Verónica es de la familia. Es lo menos que podemos hacer por ella. Por su salud".

Verónica parpadeó, sorprendida por mi respuesta. Su sonrisa se tambaleó por un instante. Rodrigo me miró con una expresión de alivio. Siempre creyó que yo era bondadosa. Qué ingenuo.

"Gracias, Daniela", dijo Verónica, con un tono que intentaba ser dulce, pero que apenas disfrazaba su asombro. "Eres la mejor hermana".

Mentira. Todas las palabras de esa mujer eran mentiras.

Rodrigo se volvió hacia la puerta. "¡Felipe! ¡María! ¡Vengan enseguida! Preparen la suite de invitados para la señorita Verónica. Asegúrense de que tenga todo lo que necesite. Cojines especiales para su espalda, té de hierbas, sus medicinas a tiempo. Y que nadie la moleste".

Dio instrucciones detalladas a los sirvientes, como si Verónica fuera una reina delicada. Como si yo no estuviera allí. Como si mi propia recuperación no importara. Mi corazón se encogió. Era tan evidente. El amor, la devoción. Todo para ella. Y para mí, un mero gesto vacío.

Rodrigo conocía cada una de las preferencias de Verónica, sus hábitos, sus necesidades. Era una intimidad que yo nunca había compartido con él. Un conocimiento que solo se obtiene con el tiempo, con la cercanía, con el amor.

El puñal se retorció en mi alma. Él no solo me había usado, sino que me había ocultado la profundidad de su relación con mi hermana. Ellos eran cómplices, no solo en la mentira, sino en la vida.

"Creo que me iré a mi habitación", dije, mi voz aún tranquila. "Necesito descansar".

No esperé su respuesta. Me di la vuelta y caminé hacia mi cuarto, mis pasos firmes. Abrí mi maleta y empecé a empacar frenéticamente. Necesitaba irme. Necesitaba huir. Ahora más que nunca.

Mientras doblaba mi ropa, el sonido de la puerta se abrió suavemente. Rodrigo.

"Mi amor", dijo, su voz suave. "Te ves agitada. ¿Estás bien?".

Se acercó a mí, sus manos suaves. Me tendió un vaso de agua con una de mis pastillas para el dolor.

"Aquí tienes. Tómate esto. Y acuéstate. Necesitas descansar".

Su acto de "cuidado" me revolvió las entrañas. La hipocresía. Me estaba cuidando para que mi vientre de alquiler pudiera seguir funcionando para su amada Verónica. Era un cuidado vacío, desprovisto de amor. Era un cálculo frío.

"Gracias", dije, mi voz ahogada. Tomé la pastilla y el agua, mi mirada fija en un punto lejano, evitando sus ojos.

"Me preocupa tu salud", dijo él, su mano acariciando mi frente. "No quiero que te pase nada. Eres... importante para mí".

Importante. Para su plan.

Mi mente gritaba. Mi corazón se encogía. Pero mi rostro permaneció impasible. Estaba a punto de desaparecer. Y él ni siquiera se daría cuenta. Hasta que fuera demasiado tarde.

La mentira se había vuelto tan densa que podía saborearla en el aire. La mano de Rodrigo en mi frente se sentía como una marca. Cada palabra de consuelo era una puñalada. Quería gritar, quería romper todo a mi alrededor, pero el nudo en mi garganta era demasiado fuerte. Sentía la urgencia de huir, de correr, de desaparecer en la noche. Mis ojos se posaron en la maleta a medio empacar, y en mi mente, ya estaba lejos, en un lugar donde el aire fuera puro y las palabras, verdaderas. No importaba el dolor, no importaba el miedo. Solo importaba la libertad.

Y la venganza.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022