Casada Por Contrato Con El CEO... Y El Cometió Su Peor Error
img img Casada Por Contrato Con El CEO... Y El Cometió Su Peor Error img Capítulo 4 04
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Capítulo 4 04

Miré a mi costado y la cama estaba completamente estirada. No había rastro alguno de que Matt hubiese dormido ahí conmigo. Supuse, casi de inmediato, que no había llegado a casa la noche anterior. Con una sensación de pesadez en el cuerpo me puse de pie y miré la hora en el reloj de la pared: eran las seis y treinta de la mañana. Debía ir a trabajar, no había tiempo para lamentaciones.

Las mucamas ya estaban despiertas, limpiando cada rincón de la casa con la eficiencia de siempre. El sonido de los trapos húmedos y el roce de los muebles era lo único que rompía el silencio. Sobre mi escritorio habían apilado unas hojas antiguas, amarillentas por el paso del tiempo.

-Señorita Sofía, estos son los viejos papeles del señor Philip -dijo una de las mucamas con voz respetuosa-. Él pidió estrictamente que, después de morir, usted se quedara con ellos.

Le resté importancia. Seguramente Philip no quería que Matt se hiciera cargo de esos documentos por temor a que los perdiera o simplemente los ignorara. No era el momento para revisarlos. Me arreglé con rapidez, escogí un traje sobrio y me preparé para salir, pero al bajar las escaleras noté que Kevin no estaba.

Mi mirada de confusión alertó a otra mucama, quien se acercó de inmediato.

-Señora Sofía, el chófer fue en busca de la señorita Anais por órdenes del señor Matt. No regresará hasta dentro de unas cinco horas.

Sonreí de manera forzada y le agradecí. No le bastaba con cancelar nuestra cena de aniversario sin siquiera avisarme, sino que también me dejaba sin transporte para ir a trabajar. Abrí uno de los cajones del recibidor y encontré la llave del auto de Matt. Quizás Kevin no podría llevarme, pero debía ir al hospital sí o sí.

Llegué aproximadamente media hora antes de lo habitual. El auto de Matt, sin duda, era demasiado llamativo y rápido. Los periodistas no tardaron en darse cuenta de que el vehículo del CEO de K.O Company estaba estacionado frente al hospital y comenzaron a rodear el lugar.

Me escabullí como pude entre la multitud y logré entrar. Apenas estuve a salvo, respiré con alivio y comencé con mis labores habituales. Todos los lunes el hospital realizaba reuniones importantes del comité médico y de administración, además de la presentación de nuevos trabajadores. Ya estaban todos reunidos en la sala de juntas, susurrando entre ellos con expresiones tensas.

El director del hospital entró a la habitación con un aire melancólico marcado en su rostro. Todos nos miramos preocupados. Algo grande estaba por suceder, eso era evidente.

-Quiero informarles que dejaré mi puesto como director -anunció con voz grave-. El hospital ha sido comprado por un particular y ahora traerán nuevo personal, incluyendo al nuevo director. Espero que le brinden todo su apoyo y se sientan cómodos trabajando con él.

Todos quedamos expectantes, mirando fijamente la puerta de la sala. ¿Quién era el nuevo dueño del hospital y por qué había despedido al director tan abruptamente?

La puerta se abrió y entró un hombre alto, casi de la misma estatura que Matt. Sus zapatos brillantes, recién lustrados, combinaban perfectamente con su traje oscuro y su corbata impecable. Tenía un aire extranjero imposible de ignorar, y cuando habló, todos supimos de dónde provenía.

-¿Qué tal? Mi nombre es Leandro Ricci. Soy el nuevo dueño del hospital y, por supuesto, el nuevo director.

Leandro continuó hablando, explicando sus planes, pero mi mente comenzó a disociarse. Las náuseas y los mareos se intensificaron de forma repentina. El sudor frío recorrió mi espalda y, sin darme cuenta, me desplomé sobre la mesa, perdiendo el conocimiento.

Cuando desperté, estaba recostada en una camilla. Mi cuerpo se sentía agotado, pesado, como si hubiera corrido kilómetros sin descanso. Sabía que las pastillas que el doctor Edward me había recetado podían causar efectos secundarios, pero jamás imaginé que serían tan fuertes.

Giré la cabeza hacia la derecha y vi a un hombre de espaldas. Al moverme ligeramente para acomodarme, él se giró y me dedicó una sonrisa tranquila.

-Sé que mis discursos suelen ser aburridos, pero no era necesario desmayarse -comentó entre risas suaves.

-Disculpe... al parecer mi condición médica no era la mejor hoy -respondí con dificultad.

-Tranquila, Sofía. Hablé con el médico de turno y dijo que estarás bien. Solo necesitas descansar. Deberías irte a casa por hoy y volver mañana si te sientes mejor.

-Qué considerado -murmuré.

-Quiero que mis trabajadores estén bien para que puedan brindar una atención de calidad -respondió con sinceridad.

Nos miramos durante unos segundos. Leandro tenía una presencia cálida, una forma de hablar que transmitía calma y seguridad sin resultar invasiva.

De pronto, la puerta se abrió de golpe. Me giré sobresaltada. Matt estaba ahí, con el rostro completamente pálido y una expresión de preocupación extrema. Se acercó rápidamente y tomó mi mano con fuerza.

-¿Por qué no dijiste que te sentías mal, Sofía? -preguntó con voz temblorosa.

-No es nada, solo fue una recaída -intenté tranquilizarlo.

-Ah, Sofía, nos tenías muy preocupados...

La voz de Anais se hizo presente unos segundos después de que Matt entrara.

-¿Estaban juntos? -pregunté confundida. Se suponía que Matt debía estar trabajando.

-Ah, eso... la verdad es que Anais será mi nueva secretaria -respondió Matt-. Tenías razón, mi padre dejó tanto trabajo que para mí solo sería imposible manejarlo todo.

-Qué bien -dije casi en un susurro, sin poder ocultar mi incomodidad.

-¿Y qué hace él aquí? -preguntó Matt, incorporándose para mirar a Leandro con evidente molestia.

-Matt, ha pasado mucho tiempo. Mis condolencias por lo de tu padre -dijo Leandro haciendo una leve reverencia en señal de respeto.

-No te quiero cerca de aquí. ¿Ahora que mi padre no está crees que te saldrás con la tuya? -Matt estaba furioso. Nunca lo había visto así.

-Lamento decirte que no puedo alejarme. Soy el nuevo dueño del hospital y tengo todo el derecho de estar aquí -respondió Leandro con firmeza.

Los ojos de Matt se abrieron de par en par. La tensión entre ambos era palpable.

-Sé que tu llegada no es coincidencia, pero mantén tus manos alejadas de K.O Company -dijo Matt antes de dirigirse a la salida.

-Aspiro a algo mucho más grande que eso en este momento -respondió Leandro con una sonrisa tranquila.

Lo observé mientras se marchaba. Su rostro era bien definido, con rasgos marcadamente italianos y un acento que resultaba imposible de ignorar.

-Esposo encantador -comentó Leandro antes de cerrar la puerta.

-¿Quién es? -pregunté, intentando obtener una respuesta de Matt.

-No es momento para hablar de eso -evadió-. Pero por cierto... no soy experto en secretarias, aunque no creo que sea normal que tenga hematomas en el cuello.

Mi vista se perdió en la nada. No había notado que Anais se acomodaba la ropa, cubriendo torpemente su cuello para ocultar las marcas violáceas.

Quizás era precipitado pensarlo, pero una idea comenzó a tomar forma. Tal vez Matt había pasado la noche con Anais. Intenté negarlo, convencerme de que él no era así, de que no sería capaz de engañarme.

Miré por la ventana. La lluvia comenzaba a caer con fuerza. Anais había llegado de la nada y en cuestión de segundos había desplazado todo lo que yo creía seguro.

Sabía que mi matrimonio con Matt había sido arreglado y conveniente para ambas familias, pero ese año juntos había sido hermoso. Era inevitable haber desarrollado sentimientos reales. Yo creía que eran recíprocos, pero quizás Matt no pensaba lo mismo.

Solo quería que las horas pasaran rápido, salir de ahí y poder estar a solas con él... si es que aún quedaba algo que salvar.

            
            

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