Cuando terminé, la suite quedó en silencio, salvo por el lejano zumbido del tráfico de la ciudad. Tenía la garganta irritada, los ojos me ardían. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba contárselo a alguien, que alguien me escuchara de verdad sin juzgar.
Damián se acercó a mí, dejando su vaso en una mesa auxiliar. No ofreció frases vacías ni simpatía fingida. En cambio, simplemente extendió la mano y, con el pulgar, secó suavemente una lágrima que no me había dado cuenta de que había caído. Su toque fue sorprendentemente tierno, enviando un escalofrío por mi espalda.
-Una maestra de la manipulación, esta Sofía Valdés -observó, su voz baja-. Y Gabriel Herrera, un hombre cegado por su propio y rígido sentido de la justicia, fácilmente desviado.
-Él lo llama "hechos" -dije con amargura, apartándome de su toque, la vulnerabilidad era demasiado para soportar-. Solo cree en lo que puede ver, lo que está escrito, lo que se presenta como evidencia. Nunca vio más allá de las capturas de pantalla fabricadas, nunca se molestó en mirar debajo de la superficie.
-O quizás -reflexionó Damián, sus ojos pensativos-, eligió no hacerlo. Es más fácil creer una mentira conveniente que una verdad incómoda, especialmente cuando esa verdad implica a alguien que te importa.
Hizo una pausa, su mirada se suavizó ligeramente.
-Y tu hermano, Javi. Está cargando con mucha de esa ira.
-Lo está -admití, mi voz pesada-. Idolatraba a nuestros padres. Vio lo que me pasó, cómo nos robaron todo. Es impulsivo. Se enoja cuando se siente impotente, cuando ve una injusticia.
-Un rasgo familiar en aquellos que lo han perdido todo -dijo Damián, asintiendo lentamente-. Y ahora, Jorge Valdés, el hermano de Sofía, está usando la ira de Javi como un arma contra ti. Una indemnización millonaria y una disculpa pública.
Sacudió la cabeza.
-No se trata de justicia para Jorge. Se trata de un espectáculo público. De cimentar aún más la narrativa de Sofía y silenciar a cualquiera que pueda desafiarla.
-Lo sé -susurré, la desesperación amenazando con consumirme de nuevo-. Pero, ¿qué opción tengo? Javi podría enfrentar cargos penales. No puedo permitir que eso suceda. Y no puedo pagar esa cantidad de lana.
Damián regresó al bar, sirviéndose otra medida de whisky. Se giró, apoyándose en la barra, con los ojos fijos en mí.
-¿Y si hubiera otra manera?
Levanté la cabeza de golpe.
-¿Otra manera? ¿De qué estás hablando?
Tomó un sorbo lento de su bebida.
-Tengo recursos, Eli. Recursos significativos. Financieros, tecnológicos, de información. No me gusta la injusticia. Especialmente cuando está tan claramente orquestada.
Hizo una pausa, un brillo en sus ojos.
-Y ciertamente no me gusta ver a alguien como tú, alguien con un fuego y un talento innegables, siendo sistemáticamente aplastada por gente mezquina y manipuladora.
-¿Qué estás proponiendo? -pregunté, la sospecha luchando con una desesperada pizca de esperanza. Nada era gratis. Especialmente de un hombre como Damián Cienfuegos.
-Una alianza -dijo simplemente-. Te creo. Creo que te incriminaron. Y creo que Sofía Valdés ha construido toda su carrera de "autora de trauma" sobre una base de mentiras. Quiero ayudarte a exponerla. Limpiar tu nombre. Reclamar lo que te quitaron.
Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas. Sonaba demasiado bueno para ser verdad. Después de tres años de luchar sola, de cargar con el peso aplastante de la vergüenza pública y la tragedia personal, alguien me ofrecía una salida. Pero, ¿por qué? ¿Qué quería él?
-¿Por qué? -pregunté, mi voz teñida de sospecha-. ¿Por qué me ayudarías? ¿Qué ganas tú con esto?
Sonrió, una sonrisa genuina, casi encantadora, que suavizó los bordes duros de su rostro.
-Quizás disfruto de un buen desafío. Quizás me intriga una mujer que se niega a romperse, incluso cuando el mundo está en su contra. O quizás -se inclinó hacia adelante, su mirada intensa-, simplemente creo en la justicia. Y tengo los medios para impartirla.
Deslizó una tarjeta de presentación por la pulida superficie del bar. Era de un blanco impecable, con solo su nombre y un número privado.
-Piénsalo, Eli. Puedes continuar por este camino, pagándole a la familia Valdés, soportando la humillación pública. O puedes contraatacar. Conmigo.
Caminó hacia el ascensor, su aura anterior de poder casual regresando. Se detuvo en la puerta, volviéndose hacia mí.
-La oferta para el "evento especial" de esta noche sigue en pie, Eli. El dinero es tuyo, independientemente de tu decisión sobre mi propuesta. Considéralo un anticipo para tu futuro, sea cual sea el camino que elijas.
Hizo una pausa.
-Y una cosa más. Estoy bastante seguro de que Sofía y su gente estarán observando tu disculpa pública muy de cerca. Será el escenario perfecto para un giro de la fortuna.
Las puertas del ascensor se abrieron y él entró, sus ojos azules sosteniendo los míos por un último e intenso momento.
-Buenas noches, Elena Orozco. La pelota está en tu cancha.
Las puertas se cerraron, dejándome sola en la opulenta suite, la tarjeta de presentación pesada en mi mano. Damián Cienfuegos. Una alianza. Exponer a Sofía. Reclamar mi vida. Era una propuesta tentadora, una que encendió una chispa de esperanza que no había sentido en años. Pero también era aterrador. Significaba volver a entrar en la zona de guerra, enfrentar no solo a Sofía, sino a Gabriel y a todo el espectáculo público que me había destruido una vez.
Pero luego pensé en Javi, su rostro enojado y herido, sus acusaciones resonando en mis oídos. Pensé en mis padres, su memoria manchada por las mentiras. Y pensé en mí misma, la chica resiliente y ambiciosa que solía ser, enterrada bajo capas de dolor y vergüenza. Damián tenía razón. Esto ya no se trataba solo de sobrevivir. Se trataba de contraatacar. Se trataba de reclamar mi nombre, mi futuro y mi autoestima.
Miré la tarjeta de presentación, luego el brillante horizonte de la ciudad. La noche aún era joven. Y mi lucha, al parecer, apenas comenzaba.