Se me encogió el estómago. Un aval. No solo un exesposo generoso, sino una obligación legal. Había estado atado a su vida pasada, financiera y emocionalmente, todo el tiempo que estuvo conmigo. Las implicaciones eran inmensas, pesadas.
"¿Y qué hay del enganche inicial?", pregunté, un nuevo y perturbador pensamiento formándose. "¿Tienes algún registro de eso?".
"Espera", dijo Diana, una pausa en la línea antes de continuar. "Mmm, esto es interesante. Se hizo un pago de una suma considerable justo cuando se compró la casa, hace unos ocho años. Antes de que ustedes se conocieran, Karla".
Hace ocho años. Antes de nuestro matrimonio, antes de Leo. Una gran suma. Significaba que había puesto su propio dinero, sus propios bienes, para asegurar la casa de Jackie. Una casa en la que ya no vivía, una casa que todavía estaba pagando, mientras yo luchaba por llegar a fin de mes en nuestra casa rentada. La ironía era una píldora amarga.
"Karla, ¿me estás escuchando?". La voz de Diana interrumpió mis pensamientos, teñida de preocupación. "Esto es algo grande. ¿Estás bien?".
"Estoy bien", mentí, con la voz tensa. "Solo... procesando".
Rechazando su oferta de venir, terminé la llamada rápidamente. Necesitaba estar sola con esta nueva información.
La contribución financiera acumulada. Era astronómica. No solo los $1,500,000 en pagos mensuales, sino esta suma inicial. ¿Cuánto era? ¿Cuánto de su patrimonio había invertido en esa vida pasada, todo mientras me decía que era un modesto y luchador trabajador de TI?
Solté una risa histérica, un sonido que era más un jadeo que otra cosa. Todos estos años, me había burlado de mis amigas bien intencionadas que sugerían que Gerardo todavía estaba obsesionado con su ex. Lo había defendido, racionalizado su "culpa". Qué tonta había sido.
Mirando a Gerardo ahora, cada palabra que decía parecía contaminada. Cada gesto, sospechoso. No era solo un esposo deshonesto; era un maestro manipulador, tejiendo una intrincada red de mentiras que no solo me atrapó a mí, sino a toda su familia. Había construido su nueva vida sobre una base de engaño.
Mi celular sonó, sacándome de mis oscuros pensamientos. Era Gerardo. Casi no contesto, pero algo me hizo hacerlo. Quizás quería escuchar sus mentiras de nuevo, solo para confirmar el vacío.
"¿Karla? ¿Dónde estás? ¿Vienes a casa?". Su voz estaba teñida de una forzada naturalidad.
"Estoy con Diana", dije, decidiendo usar eso a mi favor. "¿Por qué?".
"Oh, por nada", dijo, demasiado rápido. "Solo... mis padres vienen. A cenar. Quieren ver cómo van las cosas".
La sangre se me heló. Sus padres. Los cómplices. Los co-conspiradores en este gran engaño.
"¿Vienen esta noche?", pregunté, con la voz plana.
"Sí, les acabo de decir hace un rato. Están preocupados por nosotros". Su voz intentaba sonar preocupada, pero solo sonaba falsa.
"¿Saben de tu 'obligación' con Jackie, Gerardo?", pregunté, mi voz cortándolo, aguda y precisa.
Un instante de silencio.
"Karla, ya hablamos de esto. Sí, lo saben".
"¿Y qué piensan al respecto?", presioné, necesitando escucharlo de él, necesitando que admitiera su complicidad. "¿Creen que es 'honorable' mentirle a tu esposa e hijo durante cinco años?".
Suspiró.
"Piensan... piensan que es complicado. Piensan que estoy haciendo lo correcto al asumir la responsabilidad de mi pasado".
"¿Responsabilidad?", me burlé, la palabra un veneno en mi lengua. "Que tú lo llames responsabilidad es ridículo. ¿Saben cuánto pusiste inicialmente en esa casa, Gerardo? ¿Saben que también cubriste el enganche?".
Otra pausa. Una más larga esta vez.
"Ellos... sabían que ayudé", murmuró, con la voz tensa.
"¿Ayudaste?", reí, un sonido áspero y quebradizo. "¡Financiaste todo! ¡Invertiste tu propio dinero en la casa de Jackie, no solo la hipoteca, sino la compra inicial. ¿Y pensaron que eso era 'honorable'?". Mi voz subía ahora, incrédula. "Eso no es arreglar las cosas. Eso es abuso financiero hacia tu familia actual".
"Karla, no entiendes la situación completa", comenzó, tratando de sonar autoritario.
"Oh, entiendo perfectamente", repliqué, cortándolo de nuevo. "Entiendo que engañaste a Jackie, y en lugar de asumir una responsabilidad total y honesta, decidiste mentirle a tu nueva esposa e hijo durante media década para pagar tu culpa. Y tus padres permitieron cada parte de ello".
Su silencio fue una nueva traición. El hecho de que su familia, su propia sangre, hubiera sabido y consentido esta elaborada farsa, me enfureció más allá de las palabras. No era solo Gerardo; era un engaño sistémico.
"Sabes cuál fue la verdadera razón de tu divorcio de Jackie, ¿no es así, Gerardo?", pregunté, una repentina frialdad en mi voz. Las piezas del rompecabezas finalmente encajaban, formando una imagen de traición mucho más profunda de lo que había imaginado inicialmente.
Jadeó, un sonido agudo e involuntario.
"¿De qué estás hablando?".
"La engañaste, ¿no es así?", afirmé, no pregunté, mi voz fría y dura. "Tuviste un amorío. Por eso te dejó. Por eso te sentiste tan 'obligado' a pagar su hipoteca".
La línea se quedó en silencio. Demasiado silencio. El tipo de silencio que lo confirma todo. Una repentina ola de náuseas me invadió. Todo este tiempo, había afirmado que ella lo dejó porque "se le acabó el amor", por "diferencias irreconciliables". Una mentira. Otra mentira.
"¿Karla? ¿Hola? ¿Qué estás diciendo?". Su voz era un susurro tenso, lleno de pánico.
"¿Es verdad, Gerardo?", exigí, mi voz temblando ahora, no de ira sino de un profundo y desgarrador shock. "¿La engañaste? ¿Fue esa la verdadera razón de su divorcio?".
Tartamudeó: "No, Karla, no... no exactamente. No fue así. Tuve... una relación cercana con alguien más. Emocionalmente".
"¿Emocionalmente?", reí, una lágrima escapando por el rabillo de mi ojo. "¿A eso le llamas 'emocionalmente'? Me manipulaste durante cinco años sobre ella, ¿y ahora intentas minimizar tu propia infidelidad?".
"¡No fue físico!", insistió, su voz subiendo, un patético intento de justificación. "Nunca la engañé físicamente".
"Dijiste que te dejó porque no te amaba", continué, ignorando sus protestas. "Me dejaste creer que eras la víctima. Todo mientras eras tú quien rompió sus votos. Empezaste una relación con otra persona, y luego me mentiste al respecto durante años. Eres un mentiroso, Gerardo. Un mentiroso en serie".
"Karla, iba a decírtelo", suplicó, su voz quebrándose. "Solo... no quería lastimarte. He cambiado".
"Dime todo, Gerardo", dije, mi voz peligrosamente tranquila ahora. "Cada verdad oculta. Cada mentira. Ahora mismo, en este teléfono, antes de que lleguen tus padres".
Comenzó a hablar, su voz un torrente de explicaciones desesperadas y verdades a medias, pero dejé de escuchar. El sonido del coche de sus padres entrando en la cochera, el familiar crujido de las llantas sobre la grava, fue todo lo que necesité escuchar.
"No te preocupes por la cena de esta noche, Gerardo", dije, cortándolo a media frase. "No estaré allí. ¿Y tus padres? Pueden cocinarse su propia maldita comida".
Colgué, cortando la conexión. El peso de su engaño, junto con la complicidad de su familia, finalmente había solidificado mi resolución. No había vuelta atrás. No había forma de arreglarlo. Solo había que seguir adelante, lejos de él y su intrincada red de mentiras. Mi mente estaba clara, mi camino, dolorosa y brutalmente claro.