Mi corazón era un bloque de hielo. Aparté mi mano. Su ternura se sentía falsa, una cruel parodia del hombre que una vez conocí. Recordé innumerables mañanas como esta, él rondando, trayéndome el desayuno a la cama, apartando mi cabello de mi cara. Esos recuerdos estaban envenenados ahora.
-Tengo hambre -dije, mi voz plana, sin emociones-. Quiero los bollos al vapor de ese lugar en el lado poniente de la ciudad. -era una prueba. Nuestro lugar favorito, a kilómetros de distancia, siempre un capricho especial.
Agustín hizo una pausa, un destello de vacilación en sus ojos, luego asintió.
-Iré a buscarlos -dijo, levantándose.
En el momento en que se fue, una sensación sofocante me ahogó. Necesitaba aire. Necesitaba escapar de los confines de esta habitación, de los recuerdos que evocaba. Mi cuerpo todavía estaba débil, pero me obligué a salir de la cama, arrastrando los pies. El pasillo estaba vacío. Necesitaba despejar mi cabeza.
Al doblar por la escalera, escuché voces. La de Eva, fuerte y triunfante. Me congelé.
-¡Realmente se lo cree! -graznó Eva, su voz goteando malicia-. Es tan estúpido. ¡Nunca lo comprobará!
Otra voz, de un hombre, baja y cautelosa.
-No seas descuidada, Eva. No es tan tonto como crees.
-Oh, por favor. Tú me trajiste a él, Julián. Te asegurarás de que todo salga bien, ¿verdad? -Eva se rió-. Está tan obsesionado con Alejandra, solo necesitaba un reemplazo. Y yo soy la perfecta. ¡Una vez que drene AetherCorp hasta dejarlo seco, estaremos listos para toda la vida!
Mi corazón martilleaba contra mis costillas. AetherCorp. Mi empresa. Mi sacrificio. Esto era una trampa. Un complot de espionaje corporativo. Y yo era el peón. Mis manos temblaban, pero busqué a tientas mi teléfono, presionando grabar. Cada palabra, cada confesión venenosa, estaba siendo capturada.
Una lata, descuidadamente colocada en el suelo, resonó cuando mi pie la rozó. La cabeza de Eva se levantó de golpe. Sus ojos, desprovistos de su dulzura habitual, eran agudos, depredadores.
-¿Quién está ahí?
Salí, mi rostro una máscara de inocencia fingida.
-Nadie -susurré, tratando de alejarme.
Pero Eva fue más rápida. Sus verdaderos colores se mostraron, un destello venenoso.
-Oh, Alejandra -siseó, su voz una cruel parodia de su dulzura habitual-. Justo la persona que quería ver. Me preguntaba cómo deshacerme de ti.
Antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó, agarrando mi brazo. Luego, con una precisión repugnante, fingió otro tropiezo, arrastrándome con ella. Rodamos por la larga e implacable escalera del hospital. Mi cabeza golpeó los escalones de concreto, enviando estrellas que explotaban detrás de mis ojos. El dolor abrasó mi cuerpo.
Agustín, con los bollos al vapor en la mano, apareció al pie de las escaleras, sus ojos desorbitados por el horror. Me vio de pie, luego a Eva rodando. Su rostro se contrajo, una rabia primigenia estallando.
-¡Eva! -rugió, dejando caer la comida, corriendo a su lado.
Eva, agarrándose el estómago, gimió.
-¡Mi bebé! Alejandra... ¡me empujó! ¡Intentó matarnos!
La cabeza de Agustín se levantó de golpe, su mirada ardiendo a través de mí, más caliente que cualquier fuego.
-¡Perra malvada! -gritó, su voz cargada de puro odio-. ¡Eres un monstruo! ¡Eres peor que una bestia!
Me quedé allí, la sangre goteando de un corte en mi frente, mi cuerpo un amasijo de dolor. Toqué mi pecho, mi corazón extrañamente entumecido. No había palabras. Solo este vacío aplastante.