El logo de Muebles M&T estaba impreso en su extensión y a cada costado, como si se tratase de imponentes guardias, yacía una maceta de palmeras Chamaedorea elegans, hermosas y verduzcas distantes ambas, de un mullido sofá rojo que resaltaba el ambiente de fondo blanco impoluto en una paredes extremadamente lisas que reflejaban de forma artística el brillo de luces que posaban sobre ellas. La mobiliaria perfecta y sin detalles hablaba por sí misma del prestigio de lo que se había convertido en la fábrica de muebles de tableros de melamina más grande del continente. Ese sería su primer día como socio y gerente de las dos sucursales entregadas por su padre ante notario. Debía implementar estrategias que mejorasen sus ventas y un sentido innovador que revolucionará su actual rol, especialmente en el norte grande de Chile en donde una gran parte de su principal cartera de clientes la conformaban las empresas mineras de la zona. Consigo traía un proyecto de fabricación de oficinas prefabricadas, listas para instalar con un ensamblaje, entre comillas, liviano, práctico y versátil con la misma línea de decoración interna que Muebles M &T patrocinaba como propia. Traía consigo el objetivo y los publicistas FreeLancer especiales para un boom publicitario. Sus ideas aspiraban sacudir el piso de quien hoy en día era dueña de lo que antes le perteneció a toda su familia. A veces creía que lo hacía por ellos, pero el demonio y seductor interior le gritaba a viva voz que no se mintiese a sí mismo. Lo hacía solo por él y por ella. Por aquella niña hecha mujer que siempre vio, contempló, deseó desde la ventana de una oficina. Era el momento de que el chico de la ventana tomara el toro por los cachos, se demostrase a sí mismo que podía lograr lo que quisiese y demostrarle al mundo que un chico como él siempre pudo haber amado a una chica como ella.
Cuando cruzó la puerta del despacho no pudo evitar ver los cambios en la decoración del edificio. No existe duda de que la empresa se había renovado. Las palmas le impregnaban un estilo natural, ecológico y debía admitir que era algo que irónicamente vendía; el color y diseños, la magia de los muebles nuevos basados, no solo en funcionabilidad sino que, fusionaba perfectamente la ergonomía, modernidad y estética. Los módulos de venta ofrecidos destacaban en un juego cromático de luces de neón y cristales fusionados a los tableros, brillantes y mates, vendían por sí solos cualquier producto que en él estuvieran. No lo podía negar: Abir Abdallah Taylor era todo un artista comercial. Se jactaba de haberla conocido entre sus amistades canadienses, especialmente durante la inauguración de una de las sucursales en la ciudad de Ontario el año pasado, en donde aspiró toparse con ella, pero su visita fue tan breve y su personal de seguridad tan eficiente que no pudo contactarla, a pesar de su sociedad legalmente constituida más no, declarada públicamente, por convenios institucionales. Esa tarde de la inauguración maldijo a uno de sus escoltas quien rechazó su acceso al vestíbulo en donde se encontraba. Maldijo de tal forma que golpeó una de las paredes del recodo del pasillo en donde le tocó aguardar. Pensó en reproche sobre los orígenes del personal de seguridad. Irónicamente supuso que eran iranís.
Vestía un traje de patchwork con un chaleco hermoso de tono gris y bordes negros que resaltaba con sus suntuosas joyas de piedras y plata. ¡Tan sencilla como siempre y tan linda como nunca! En su caballera llevaba unas gafas para el sol de Gucci con el emblema típico del diseñador en un dorado esplendido que sostenía como si de un cintillo se tratase su larga y sedosa cabellera negra. Recordó el contorno de sus labios desde aquella vez que montaban bicicletas a escondidas. Antofagasta quemaba de calor y ambos habían salido al frente, él en la acera, al pie del negocio de su familia y a ella en su acera, frente al humilde portón de su fábrica y venta de muebles. El asfaltado negro estuvo por unos minutos desolados y por lo que era una transitada avenida no circulaba ni un alma. Era un domingo y como siempre ambas familias trabajaban. En un descuido de ambas familias se unieron en juegos. Ethan la había llamado moviendo su cabeza hacia abajo como un inocente niño. Para hacerse entender dijo: «Tengo una bici nueva. ¿Por qué no vienes un ratico?»
A ella le brillaron los ojos. Se lo pensó un rato. Miró un par de veces hacia adentro, al no ver a sus padres cerca se lanzó en carreras hasta donde estaba el niño. Le dijo: ¡Qué bonita tu bici! . Nunca había tenido una hasta tres años después, pero ya era lo suficientemente grande como para verla como un juguete. Esa tarde disfrutaron en secreto de diez minutos como si hubieran subido a una montaña rusa. Ella subía en el asiento trasero, en la parrillera trasera y se aferraba a su cintura regordeta mientras él giraba y giraba de una esquina a otra, temerosos de ser descubiertos. Fue lo más divertido que hicieron en su vida. En la segunda vuelta ella se bajó de golpe, dio un saltito a su lado y sintió como si un ángel le sonriese, se puso de punticas en los pies doblando un tenis rasgado y viejo que trataba de sacudir como si fuesen nuevos. Lucía hermosa a pesar de ser una cenicienta. ¡La vida da vueltas! ¡Vueltas que da la vida! De regreso a la realidad, sonrió y revisó las gavetas de su escritorio. Reconoció que esa niña se había hecho la mujer que hoy en día sacudía cada una de sus entrañas y se moría por besarla, pero esta vez no en su mejilla, sino en sus propios labios. Suspiró y tuvo que reclinarse en el mullido sofá de lo que sería su asiento de oficina para tranquilizar sus nervios. Sacó de su bolsillo el moderno iPhone y le pidió a quien sería su secretaría hacerse cargo de los preparativos para su gran noche. Su atenta empleada tomó nota de sus peticiones, una a una y terminó informándole de su viaje al norte grande de Chile. El avión le aguardaba y debería estar ese mismo día a las siete p.m. en las instalaciones de Muebles M&T en Antofagasta para hacer revisión de entrega y recepción de los bienes y del patrimonio a primera hora del día siguiente en la mañana.
La señorita no estaba al tanto de quien sería su invitada, no obstante se apresuró a informarle que la señorita Abir Abdallah Taylor debía hacer acto de presencia en su entrega y luego se retiraría para una de sus convenciones en el sur de chile. Temuco había sido la tercera sede más cotizada de la empresa, así que debía asistir a un prestigioso evento que llevaba siete meses organizándose.
-¿Qué? No sabía de este viaje a Antofagasta. Comprendo que todo el itinerario tiene que ver con la toma de mando-absortó en sus pensamientos provocó un breve silencio hasta que espetó una posible salida-pero pudiese abordar un avión mañana a primera hora. Coordine eso, señorita.
-Lo siento señor. La señorita Abir Abdallah Taylor ha establecido como impostergable cada una de las etapas de la sucesión de mando.
Frunció el ceño y tuvo que ponerse de pie, mientras daba un par de pasos al ventanal del séptimo piso.
Sus facciones se tensaron y tuvo que pasar un grueso trago al ajustar el nudo de su corbata.
-¿La señorita Abir Abdallah Taylor?
-Sí señor. Ella está a cargo del acto junto con el comité legal y contable.
-¡Vaya! Que sorpresa-la manzana de Adán subió y bajo y tuvo que volver ajustar el nudo de su corbata lo suficiente para no desaliñar su traje.-Perfecto, hágame llegar las reservas de vuelo. Emprenderé viaje hoy mismo. Tal como lo indica la señorita Abir
La secretaria agradeció su consentimiento y se puso manos a la obra.
«Así que te gusta jugar y prefieres nuestro antiguo campo de batalla, Excelente Abir, excelente».