Mis ojos miraban los cristales en el techo mirando a la nada tratando de ignorar los gritos ahogados de ella. Quise respirar, el dolor me invadió y sentí que me ahogaba. Sentí mis dedos húmedos al querer tocar la zona en mi abdomen, una humedad espesa que sabía con exactitud de qué se trataba. No necesitaba bajar la mirada para ver el color escarlata, podía mirar de reojo todo mi pecho empapándose y pintándose de ese color.
No podía mirar otra cosa, aunque quería girar el rostro para mirar hacia ella no podía, mi cuerpo no me lo permitía, mis párpados pesaban y no había manera en la que podría mantener los ojos abiertos.
Quise tomar aire por la boca y fue asfixiante la manera en la que el ardor me recorrió por dentro. Pero después todo dejó de doler sintiendo una paz al momento en que un centenal de recuerdos invadió mi mente.
Ella.
Valet.
Ella.
Valet.
Dejé de escuchar todo a mi alrededor conforme los recuerdos avanzaban, y en el fondo de estos había un eco gritando con fuerza y de alguna manera quise aferrarme a esa voz.
-¡Nathaniel! -decía el eco poco a poco volviéndose lejano-. ¡Nathaniel!
Me solté y di un último respiro sintiendo una sensación de asfixia cuando mis ojos se cerraron y todo se volvió oscuridad. >>
Desperté con la respiración completamente agitada, buscando cualquiera molécula de aire para obtener el oxígeno que sentía que me faltaba. Sentía el sudor en mi cuello, pecho y nuca y luego sentí una mano tibia colocarse en mi pecho.
-Nate -dijo aquella voz a la que me había tratado de aferrar en mis recuerdos de dolor-. Tranquilo, estás bien -trató de tranquilizarme mientras la buscaba en la oscuridad.
Tardé en enfocar la mirada en su silueta, justo a lado de mí sobre la cama ligeramente incorporada mientras me miraba. Había una tenue luz que pasaba por debajo de las cortinas que podía permitirme divisar esos ojos verdes cuando los míos se acostumbraron a la oscuridad.
Su mano me acarició el pecho luego subió por mi cuello y la tomé dándole un suave apretón con miedo a que dejara de tocarme. Mi mano izquierda fue a su mejilla ahuecando su rostro desesperado por adentrarme y permanecer en la realidad. Ahí estaba ella, ahí estaba ella a mi lado después de todo. Había podido salir de aquella oscuridad para volver a ella y no podía permitirme el hundirme de nuevo en la tiniebla, no teniéndola a ella conmigo.
-Estabas gritando mi nombre... -logré decir en una bocanada de aire-. Estabas llorando y gritando mi nombre mientras te llevaban lejos de mí.
Los labios de Val se apretaron formando una mueca de dolor. Negó y subió su mano a mi rostro acariciando ahí.
-Estoy aquí -susurró mientras su pulgar comenzaba a moverse lentamente sobre mi mejilla-. Respira.
Aferré mi mano a la suya mientras la otra estaba sobre su rostro, le acaricié el pelo acomodando un mechón detrás de su oreja. Tomé aire por la nariz después liberándolo por la boca recuperando la respiración normal. Mi pulgar le acarició la mejilla disfrutando de la textura de su piel que tanto amaba, le acaricié la mandíbula y quise incorporarme un poco para poder juntar mi frente con la suya.
No dijimos nada, solo nos mantuvimos en silencio. Cerré los ojos aún en un intento por recuperar la respiración normal que se me dificultaba retomar. Su mano volvió a deslizarse por mi cuello con la punta de sus dedos acariciándome la nuca. Por un momento sentí toda tensión fuera de mí.
-¿Qué hora es? -pregunté en voz baja mientras abría los ojos para mirarla.
Sus ojos verdes viajaron hasta el otro lado de la habitación.
-Son las siete de la mañana -informó después mirándome mientras sus dedos se enredaban en los cabellos sobre mi nuca.
Asentí. Dejé un beso en la comisura de sus labios y después me alejé para incorporarme por completo sentándome en el borde de la cama apoyando mis manos en esta misma. Sentí como la castaña se revolvió en la cama y luego se incorporó caminando fuera de esta. Encendió la lámpara y después fui yo quien se levantó directo a las cortinas cubriendo la ventana.
Me tomó unos segundos, pero después sin pensarlo simplemente las corrí hacia un lado dejando la habitación a la tenue luz del amanecer. Cuando me giré Valet miraba en dirección hacia mí un tanto sorprendida, pero podía jurar que los ojos le brillaban de emoción y esperanza y me sentí mal por haberle mantenido en tal oscuridad por mucho tiempo.
Vestía con un camisón bastante suelto que le llegaba a las rodillas, tenía el cabello más ondulado de lo normal y de alguna manera un poco alborotado. Me acerqué a ella sin decir nada aún con sus ojos mirándome con brillo. Al tenerla frente a mí ahuequé su rostro entre mis manos y las suyas subieron a mis muñecas mientras alzaba la mirada hacia mí.
-¿Quieres desayunar? -pregunté mirándola y esta asintió.
-Iré a hacer el desayuno -dijo después queriendo alejarse de mí, pero no se lo permití.
-No he terminado de preguntarte -informé y esta frunció el ceño confundida.
Valet había estado aquellos días haciendo todo. Me había sumergido a mí mismo en una oscuridad profunda después de todo lo ocurrido que siquiera me sentía capaz de poder hacer algo en la cocina, así que ella había tenido que hacer nuestras comidas o en ocasiones pedirlas de algún lugar. No habíamos salido tampoco, era como si estuviésemos bajo una roca todo el tiempo simplemente ocultándonos del sol como animales.
De nuevo la culpabilidad me invadió sintiéndome mal por haberle dejado sola, porque lo había hecho aunque hubiésemos estado juntos todo este tiempo bajo el mismo techo. Podía ver como ahora había una pizca de esperanza en sus ojos, después de hace un día que por fin me había atrevido a hablar, podía notar la emoción en su rostro y era justo lo que necesitaba ver para saber que podíamos salir de esto; juntos.
Estábamos en Europa, tanto a ella como a mí se nos había dificultado acostumbrarnos al cambio de horario, más con el obstáculo del insomnio.
Sabía que ella temía decirme algo, sabía que temía decir algo que pudiese volverme a apagar como lo estuve los días anteriores. Pero necesitaba ahora yo demostrarle que no me lo iba a permitir a mí mismo. No podía volver a dejarla sola, no podía volver a hacerla lucha por ambos, poner una fuerza doble porque yo estaba en un limbo.
Mi pulgar le acarició la mejilla, mirándola detenidamente y después esbozando una sonrisa.
-¿Quieres desayunar chilaquiles? -pregunté y pude ver sorpresa en sus ojos al mismo tiempo que abría la boca.
-N-no tenemos tortillas para...
Me acerqué estampando mi boca en la suya haciéndola callar. Pareció soltar un suspiro en medio de este y yo sonreí de por medio con una de mis manos en su nuca encajando ahí mis dedos entre las hebras de su castaño cabello.
-Yo me encargo de eso -susurré sobre su boca al separarme.
Me miró impresionada y después dejando otro beso en sus labios me alejé yendo directo al baño. Mojé mi rostro y me miré en el espejo apoyando las manos en el lavabo. Mis ojos de inmediato se enfocaron en la gaza en mi abdomen y lentamente la aparte dejando ver la marca que aquel atentado me había dejado.
Era un recuerdo del borde en el que estuve. Un recuerdo del lugar en el que pude haber o no haber estado. Un recordatorio de lo que ahora tenía que hacer. Era una marca con un sinfín de significados. Advertencias, amenazas, luchas, esperanza, muerte.
Muerte.
<< Al abrir los ojos vi todo blanco. Tardé en que mis ojos se acostumbraran a la cantidad de luz sintiéndome cegado por un momento. Había un sonido agudo y constante que taladraba mis oídos y sentía mi cuerpo entumecido. Moví los dedos de mis manos, sintiéndolos adormecidos y luego cuando mis ojos pudieron abrirse por completo me di cuenta de donde estaba.
Un hospital. Estaba en la habitación de un hospital.
Bajé la mirada y me di cuenta que estaba en una camilla, una sábana blanca azulada me cubría el cuerpo y en mi mano derecha había una jeringa injertada. Un tubo que conducía a una bolsa de líquido cristalino que colgaba a la par de la camilla. Pequeñas gotas caían pasando por ese tubo hasta llegar a la jeringa que tenía encajada en mi diestra.
Giré el rostro, había una máquina que iba marcando cada latido de mi corazón y sonaba frecuentemente aquel pitido que fue lo primero que escuché al despertar. Tragué saliva sintiendo la boca seca y cuando quise incorporarme sentí un ardor en mi abdomen en la parte derecha. Gruñí apretando los dientes y cerrando los ojos arrepintiéndome de inmediato de aquel intento.
La puerta se abrió y de inmediato miré hacia esta para saber de quién se trataba. Una mujer baja de estatura que me miró sorprendida, y por lo que llevaba puesto supuse que era una enfermera.
-Señor Vaughan -dijo acercándose de inmediato al monitor a la par de mí, lo miró y después a mí-. Ha despertado. Llamaré al doctor.
Gruñí mientras mi mano iba a la zona donde el ardor yacía en la parte inferior de mi abdomen, quise tocar, pero la enfermera me lo impidió tomando mi mano.
-¿Le duele? Le sugiero que no toque la herida, llamaré al doctor y al anestesiólogo para subirle la dosis -informó mirándome como si de mí tratase un niño pequeño al que tenía que hacer entender.
-¿Cuánto tiempo llevo aquí? -pregunté mirándola y después mirando alrededor-. Necesito salir de aquí.
Quise levantarme y solté un gruñido ante el ardor que quise ignorar. La enfermera trató de recostarme de nuevo.
-Señor, necesito que se quede aquí.
-Hay una chica -dije entre dientes con los ojos cerrados-. Hay una chica -repetí buscando la mirada de la enfermera-. ¿Ella ha venido? Es castaña, ojos verdes, alta y de piel...
-Enseguida vendrá el doctor a checarlo, señor Vaughan. Tranquilo, él responderá a todas sus preguntas -dijo la enfermera interrumpiéndome y maldije en mi mente tratando de controlar mis impulsos por salir de esa camilla.
Recordé de nuevo la noche donde ocurrió y no pude borrar de mi mente los gritos de Valet hasta que perdí la conciencia.
Había vivido. Estaba vivo. Había vivido después de todo. Pero, Valet, ¿dónde estaba Valet? >>
Mis ojos volvieron a enfocarse en el espejo mirándome. Apreté la boca y de reojo miré a mi castaña mirándome con cierta preocupación. Giré mi rostro y ahí estaba mirándome con una mirada dudosa. Sonreí y me encaminé hacia ella llevando mi mano a mentón.
-Estoy bien, tranquila -traté de convencerla y me incliné a dejar un beso en su frente.
-Puedo hacer el desayuno si...
La callé volviendo a estampar mi boca en la suya, después me separé y sonreí.
-Yo lo haré, creo que es mi turno -ladeé mi cabeza y me separé.
-Nate -dijo tomando mi mano antes de que pudiese caminar lejos de ella, la miré-. Necesitamos irnos esta noche...
Hizo una mueca mientras decía aquello último, después se mordió el labio inferior y pude notar que se encontraba tensa.
Miré su mano temblando ligeramente, alcé la mirada hacia sus ojos y de nuevo dando un solo paso hacia ella me acerqué tomándola por la mejilla.
-Lo sé -dije mirándola y deslizando mi pulgar por su tez-. Tranquila, yo me encargo de ahora en adelante, ¿sí? Todo está bien -sonreí mirando sus ojos buscando que la tranquilidad invadiera estos.
-William...
-Sé lo que William te dijo que hicieras -apreté la boca después sonriendo un poco-. Hablaré con él para saber exactamente qué podemos hacer.
Me miró apretando la boca, por unos segundos pude volver a ver esa duda en sus ojos que me ponía en duda también, hasta que asintió y me abrazó. Pasó sus brazos por debajo de los míos acariciándome la espalda y yo rodee su cintura apoyando mi barbilla sobre su cabeza. Sentí su respiración cálida golpear mi pecho y cerré los ojos disfrutando de ese momento que me calmaba cualquier pesadilla que pudiese invadir mi cabeza como en los últimos días.
Teniéndola ahí en mis brazos recordé aquel momento en que la tuve de nuevo después de aquella noche.
<< -... la bala le ocasionó una hemorragia interna que lo puso en un estado crítico -decía el doctor mientras mi mirada estaba posada en la puerta de la habitación-. Se le sometió a una operación para sacar la bala y poder reconstruir los tejidos dañados. Es un milagro que haya sobrevivido, señor Vaughan. Tiene suerte...
Suerte. Quise carcajear, pero de nuevo ignoré las palabras del doctor tan solo mirando hacia la puerta.
-... han pasado ocho días desde que lo sometimos a la cirugía y...
-Quiero ver a alguien -interrumpí al doctor mirándolo-. Necesito un teléfono.
El doctor me miró por unos segundos, después sonrió encogiéndose de hombros.
-Hay dos personas que han estado afuera esperando a que despierte, puedo hacerle pasar a alguna -dijo el doctor con un asentimiento mientras caminaba hacia la puerta-. Enseguida le hago pasar a una, señor Vaughan.
Mi corazón se detuvo por un momento preguntándome de quién se trataba. Dos personas.
William.
Jessica.
Valet.
¿Quién más podría ser?
No. Valet no podía serlo. Se suponía que Valet tendría que estar ahora bajo protección. Valet debería de estar ahora en un lugar seguro y el estar aquí no era precisamente el lugar más seguro de todos, más si se sabía que yo había sobrevivido y estaba aquí.
No tenía mucha información de lo que había pasado esa noche, pero por la forma en que ERSA había intervenido cuando Rob entró para llevarse a Valet, sabía que podría tener algo que ver con los Bachelor.
Recuerdos de Valet llorando y gritando. Su mano en mi abdomen presionando para detener el sangrado. Diciéndome que todo estaba bien, que saldría de eso, que...
La puerta se abrió y de inmediato subí la mirada hacia esa dirección para ver de quién se trataba. Una parte de mí se llenó de miedo, y la otra de paz al ver esos ojos verdes que tanto me encantaban.
-Nate -dijo en un sollozo ahogado caminando hacia mí y no me importó el dolor, fui yo quien de inmediato la atrajo hacia mí cuando estuvo a mi lado.
La abracé ignorando el ardor en mi abdomen. La abracé hundiéndome en su aroma y su esencia mientras la escuchaba sollozar con su rostro enterrado en mi cuello. Le acaricié el pelo y la espalda queriendo aferrarme de nuevo a ella como lo había querido hacer esa noche. Quería volver a anclarme a ella aún cuando en mis adentros tenía el miedo de que ella se encontraba ahí.
-Estoy bien -dije sin saber si aquello era verdad-. Tranquila -sus brazos se aferraban a mi cuello como si tuviese miedo de que yo desapareciera.
Podría haberlo hecho. Podría haber desaparecido de este mundo y ella habría tenido que presenciar eso.
Pero ahí estaba. Seguía ahí y no solamente yo, ella también lo estaba y a mi lado.
Cuando se separó quise besarla, pero no me lo permitió porque sus manos se colocaron en mi pecho. Sus mejillas estaban empapadas, el verde de sus ojos parecía como si se hubiese aclarado más por el agua acumulada en estos. Le acaricié la mejilla limpiándole la humedad con la yema de mi pulgar.
-Estoy aquí -le dije mientras sus manos se colocaban en mi rostro como si quisiera comprobar el que fuera real, tomé una de sus manos y dejé un beso ahí-. Val...
-Fue Bastian -dijo sin dejarme hablar, sus manos temblaban mientras me miraba-. Fue Bastian... lo vi, esa noche lo vi afuera y cuando quise entrar para advertirte no tuve... no tuve... -la voz se le cortaba-. No tuve tiempo, empezaron a disparar y...
Se ahogó de nuevo en su propio llanto.
-Valet, escúchame...
-Perdón, fue mi culpa -empezó a decir-. Si hubiese reaccionado más rápido, si hubiese ido hacia ti lo más rápido posible. Perdóname.
No podía dejar de llorar y detestaba verla de esa manera. Tan desesperada, llena de dolor y culpabilidad. Pero, ella no tenía la culpa de nada. ¿Cómo le hacía entender que ella nunca había hecho algo mal?
-Lo siento tanto, Nate -empezó a decir descontroladamente y comencé a detectar otro sentido-. Perdóname, en serio.
Fruncí el ceño sin dejar de ahuecar su rostro entre mis manos haciendo lo que estaba en mis manos por acariciarle y limpiar las lágrimas. Se veía asustada y con miedo de decir algo que al parecer yo no sabía.
-Preciosa, tranquila -traté de calmarla-. Todo está bien...
-Nate -me interrumpió mirándome y con un tono en su voz que me hizo entender que no todo iba bien-. Necesito decirte algo.
Sus ojos me miraron atentos, sus dedos me acariciaron el rostro mientras yo la miraba y pareció que pasó una eternidad con ese silencio hasta que sus siguientes palabras hicieron que todo se volviera silencio y al mismo tiempo un ruido ensordecedor. Mis manos soltaron su rostro lentamente, pero ella tomó mi mano apretándola con fuerza y luego miré a la nada.
-Lo siento mucho, Nate... -dijo ella mientras en mi cabeza volvían recuerdos que hace días mucho antes de la noche del atentado hubiese deseado borrar.
Ahora era lo único que me quedaba: recuerdos. No tenía nada más. No había una esperanza ya. Toda esperanza mantenida por durante tantos años había sido arrebatada de mí.
-¿Cuándo? -pregunté sin mirarla.
Hubo un silencio, como si se replanteara el revelarme más información de esa noticia que ahora me tenía con las ganas de no querer nada.
-La misma noche que te... -no terminó la frase, sabía a lo que se refería.
Y tenía sentido. Esa misma noche Bastian había querido hacer lo mismo que yo con los Bachelor; deshacerme de ellos. Él quiso deshacerse de los Vaughan.
Lo hizo. Solamente de uno. >>
Abrí los ojos ante el final de ese recuerdo. Eso que me había mantenido en la oscuridad todo el tiempo que teníamos Valet y yo en este lugar. Lo que me tuvo en el silencio procesando toda información de lo ocurrido. El impacto que había sido para mí saber que ahora lo único que tenía que proteger era a una sola persona porque me habían arrebatado a la otra que había querido salvar desde que me fue posible.
No había podido. No había podido salvarlo de nada. Ni del sufrimiento que le ocasionó la muerte de mi madre, ni de la adicción, ni de su rencor, ni de nada. Ni siquiera de mi vida, de lo que había conllevado el peligro de mi vida; Sebastian.
-Nathaniel -su voz me sacó de mis pensamientos.
Se separó para mirarme poniendo sus manos sobre mis antebrazos. Sus ojos verdes me miraron y me permití volver a perderme en ellos con todas las ideas rondando en mi cabeza.
Me acarició la mejilla y tomé su mano sabiendo que ella sabía exactamente lo que pasaba por mi mente en ese instante. Bajé la mirada temiendo que pudiese saber más de lo que aún me atormentaba porque eso requería que ella se preocupara.
-Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? No necesitas guardarte nada -inquirió mientras su pulgar se movía de un lado a otro.
Asentí.
Me incliné y dejé un beso en su frente.
-¿Qué piensas? -preguntó y por un lado quise reír porque parecía que los papeles habían cambiado y ahora era ella quién tenía que sacar mis sentimientos a la luz.
Negué.
-No tiene caso -traté de sonreír.
-Nate -quiso reprenderme de una manera suave.
Sonreí, hice una mueca mirando hacia otro lado apretando la boca. Miré hacia la ventana del otro lado de la habitación y sin mirar a Valet hablé.
-No solamente la maté a ella -comencé a decir sin mirarla-. No solo maté a mi madre, también lo maté a él, ¿no? -la miré y pude ver el asombro en sus ojos por mis palabras-. En mis sueños lo veo a él, diciéndome que tenía razón respecto a lo que dijo cuando lo vi aquella última vez: sigo trayendo la misma muerte y desgracia desde el día que nací.
Los labios de Valet se abrieron, pude notar el dolor que mis palabras le causaron, no por ella, por mí. No era lástima, era simple dolor.
-Y lo terminé matando a él también, ¿no es así? -inquirí mirándola mientras hacía una mueca-. Mi vida terminó matándolo porque...
-Nate, basta -pidió Val negando mientras me tomaba por el rostro-. No fue tu culpa. Hiciste todo lo que podías hacer para protegerlo, hiciste lo que cualquier otra persona no hubiese hecho habiendo tenido un padre como él, tú...
-Entiendo -repliqué mirándolo y traté de sonreír-. Está bien.
Quiso volver a hablar, pero tomé sus manos las besé y me alejé de ahí saliendo de la habitación por primera vez desde que habíamos llegado.
Había sido suficiente. Había tenido suficientes días para aquel duelo, no podía permanecer de esa forma. Tenía que aclarar mi mente para que las ideas fluyeran de nuevo.
Había ganado muchas veces en el juego de cartas. Pero en este juego de vida y muerte cada vez más me daba cuenta de que era un pésimo jugador, y había fracasado en muchas veces estando al borde de la muerte y del peligro. No solo yo, sino las pocas personas que apreciaba en mi vida.
No me importaba ya ganar otra cosa más. Ahora solo me importaba una cosa y era en la que me tenía que enfocar.
Vivir, pero no solo eso. Vivir junto a Valet cueste lo que cueste, porque era lo único que me quedaba y porque de ninguna manera me iba a permitir perderla una vez más.
No esta vez.