Aún recuerdo cada detalle. Aunque en un principio no lo hice, parecía que conforme pasaban los días cada detalle iba volviendo a mis recuerdos intensificándose como si quisieran atormentarme. Aún puedo sentir la sangre en mis manos, aún puedo sentir el nudo en la garganta y la fuerza con la que grité y pataleé, pero nada fue útil. Nada sirvió.
Hay momentos en los que me pregunto si de verdad lo que había pasado me había sorprendido. Era algo de esperar, pero no de esa manera. Trato de repasar los recuerdos en una manera de autocastigarme y aunque sé que no debería de hacerlo lo hago.
<< -¡Suéltame! -grité con fuerza clavando mis uñas en los brazos del hombre-. ¡Por favor, déjame ir con él! ¡Necesito estar con él! ¡Necesito salvarlo! -mi llanto cada vez se hizo más alto y fuerte como si eso pudiese convencerle-. ¡No puedo dejarlo!
Me soltó dejándome sobre el pavimento, lejos del museo junto al auto negro. Las personas salían del lugar llenas de pánico y terror, gritando y empujándose entre sí. No me importó y cuando creí que se había rendido en mantenerme fuera de aquel lugar, me quise echar a correr, pero de nuevo el brazo del hombro aprisionó mi cintura deteniéndome.
-No puedes regresar -afirmó y lo miré con rabia y enojo.
-Lo dejaste -reclamé con el rostro empapado en lágrimas-. ¡Lo dejaste!
-Tengo ordenes específicas sobre lo que tengo que hacer -se justificó.
-Necesito regresar -dije queriendo librarme de su agarre-. Fue Bastian, fue Sebastian quien lo hizo. Él planeó todo esto...
El hombre me giró tomándome por los hombros.
-¿Lo has visto? -me preguntó mirándome con el entrecejo fruncido.
Asentí y sollocé.
-Y-yo lo vi. Estaba afuera y cuando quise entrar para advertirle a Nathaniel... -me callé sintiendo el nudo y volviendo a echarme a llorar-. Déjame volver, por favor.
Las sirenas de la policía comenzaron a escucharse a lo lejos y las luces rojas y azules comenzaron a tomar posesión en el lugar. El hombre me miró y sacó su móvil marcando solamente un número después colocando el aparato en su oreja. Lo miré sin entender qué demonios hacía y quise de nuevo zafarme de su agarre, pero era tan fuerte que si trataba de correr probablemente me lastimaría el brazo.
-Llamo a todas las unidades a mi ubicación, ahora mismo. Sebastian Bachelor ha sido visto en el área y existe una presunta sospecha de que él ha sido quien ha comenzado este atentado -comenzó a decir el hombre con voz firme-. Repito, llamo a todas las unidades directo a mi ubicación. Vaughan está dentro y con herida de arma de fuego.
Temblé al escucharle decir aquello último sintiendo mis piernas flaquear, preguntándome a quién estaría llamando. Cuando volvió a guardar el móvil me sacudí.
-N-no podemos dejarlo -tartamudeé con un nudo en la garganta cuando lo vi abrir la puerta del copiloto-. Morirá si no hacemos algo, necesito volver ahí y...
Me detuve cuando me tomó por los hombros con fuerza sacudiéndome.
-Escúchame, no hay nada que puedas hacer al volver ahí adentro -dijo con crudeza mirándome a los ojos-. No hay nada que puedas hacer. Lo que él necesita es una ambulancia y ya viene en camino. Si quieres cooperar entra al auto.
Me quedé mirándolo sin confiar en sus palabras, porque era lo que cualquier persona me diría. Era lo que cualquier persona diría con una persona entrando en pánico frente a ella. El hombre me miraba con el ceño fruncido y esperando a que yo entendiera, pero en el fondo él sabía que no lo haría.
-Por favor... -rogué en un susurro mientras ponía mis manos en sus hombros-. No puedo dejarlo solo. Yo... necesito ir con él. No lo entiendes...
Negó.
-Tengo ordenes -dijo entonces y sin darme tiempo a reaccionar me metió al auto.
Grité, quise salir de este, pero tenía seguro. Golpee la ventanilla con fuerza sin importar si esta se rompía. Lloré con fuerza y por un momento me detuve cuando escuché las sirenas de las ambulancias. Miré hacia el frente viendo como de una ambulancia salía un equipo con una camilla. Luego fue otra ambulancia y muchos equipos de paramédicos empezaron a ingresar en el lugar.
Por favor, vive. Por favor vive, Nathaniel.
El hombre subió al auto, lo encendió y volvió a hablar por un radio, pero las palabras que pronunció fueron un eco porque mi mirada estaba concentrada en identificar las camillas que salían del museo.
Por favor, Nathaniel. Por favor, vive.
Mi respiración era pesada y agitada, el nudo en mi garganta no desaparecía y sentía que el aire me faltaba.
Comenzaron a salir paramédicos con heridos en las camillas. Conté dos hombres, tres mujeres y entonces al ver la siguiente camilla mi corazón se paralizó porque era la última y no había más.
Todo se volvió en cámara lenta. Mi pulso se detuvo para después sentirlo golpetear con fuerza en mis oídos. Me sentí fría y mis manos temblaron.
-No... -dije negando-. No, no, no.
Una camilla con una manta cubriendo absolutamente todo el cuerpo que yacía ahí. Una camilla con un cuerpo totalmente cubierto. Una camilla con un cuerpo sin vida.
Grité y lloré y quise bajar del auto, pero entonces el hombre a mi lado aceleró dando la vuelta al lado contrario impidiéndome el panorama que mis ojos antes habían visto.
-¡No! -sollocé negando y rechazando la imagen de lo que mis ojos acababan de presenciar-. No está muerto. No lo está. Faltan más ambulancias. Necesitan más camillas -comencé a tratar de convencerme y miré al hombre a mi lado mientras yo entraba en un estado de pánico-. No es él. Ya vienen las otras ambulancias, ¿verdad?
El hombre no me miró, tan solo apretó la boca y ahí lo noté: lástima. Sentía lástima por mí, porque sabía que mis palabras eran un consuelo para no afrontar la realidad.
Me derrumbé, en ese asiento junto a un desconocido lloré, sin siquiera saber a donde me llevaba ni quien era. No importaba, no importaba nada ya.
Se había ido... solo y agonizando en dolor. Se había ido y yo en mi momento de pánico no había podido ser capaz de decirle que también lo amaba, porque estaba convencida de que tendríamos un mañana.
Y ya no. No era así. No había un mañana. No había un nosotros.
No había un él. >>
Recordar ya no me hacía llorar, simplemente me hacía entrar en un estado donde no podía dejar de reproducir las escenas en mi cabeza. Una manera mucho peor de sufrir que el saber que Bastian seguía suelto. Los recuerdos eran mucho peor que saber de la existencia de él.
Aún podía sentir su sangre en mis manos. En ocasiones lograba verla. Aún podía mirar su rostro palideciendo por la rapidez con la que perdía sangre. Aún podía escuchar sus palabras ardiéndome en el pecho porque él sabía que podría ser la última vez que pudiese hacerlo. Podía sentir su mano acariciándome el rostro, como si quisiese hacerlo por última vez. Diciéndome que me amaba, diciéndome que había sido lo mejor en su vida y pidiéndome perdón por haber hecho lo que tenía que hacer para protegerme.
Entonces vuelvo a llorar, porque sé que esa es una noche que nunca voy a poder olvidar. Tan solo recordarlo mi cuerpo comienza a temblar y en automático busco un refugio en el que llorar porque sé que yo sola no puedo más.
Pero no puedo. No puedo llorar, tengo que mantenerme fuerte y luchar esta vez. Necesito todas las fuerzas que me quedan para poder luchar. Por mí. Por él. Necesito hacerlo por él, porque sé que la guerra no ha terminado. Sé que este infierno es solo el comienzo y yo necesito actuar. Necesito ser yo esta vez quien actúe, porqué él ya no puede. Porque él ya no pudo.
Así que espero. Doy tiempo, porque es lo que una persona en duelo necesita: tiempo.