En la Momposina aún no notaban la ausencia de los pequeños, pues solían andar fisgoneando por toda la casa, en los depósitos de café, el cuartel de trabajadores, para tratar de descubrir sus regalos, y creyeron que ese año iba a ser igual. Luisa Fernanda bajaba las escaleras una particular voz le robó una sonrisa.
-Ha llegado la alegría del hogar. -Se escuchó a viva voz.
Miguel fue el primero en ponerse de pie y saludar a su cuñada Lina María.
-Bienvenidos -expresó esbozando una amplia sonrisa, enseguida abrazó a Lina, y luego lo hizo con su hermano menor Jorge, después se inclinó ante la pequeña hija de ellos, su sobrina: Milagros. -¡Qué hermosa estás!
-Por supuesto -comentó Lina- es idéntica a mí. ¿Verdad mi cielo? -se dirigió a su esposo, quién la observaba con una amplia sonrisa en los labios.
-Así es mi solecito, Milagros es tan bella como vos -aseveró.
-Me alegra que hayan llegado temprano -comentó Luisa Fernanda, acercándose a saludar a sus cuñados.
-¿Y mis primos? -averiguó la niña, observando con su mirada azulada a la mamá de Joaquin.
-No deben tardar, andan buscando sus regalos -mencionó Luisa. -¿Los quieres ir a encontrar?
La niña asintió entonces de la mano de la señora Duque se dirigió a la cocina, ahí estaba Jairo. Milagros se soltó del agarre de Luisa y corrió a abrazar a su amigo.
-Hola -le dijo al niño quién con infinita emoción saludó a su amiga, sin embargo, su padre frunció el ceño, a Gonzalo no le gustaba que su hijo hiciera tanta amistad con los patrones como él decía.
-Jairo ve al depósito y trae un tazón de papas -ordenó con su gruesa voz.
-Que vaya alguien más -solicitó Luisa-, necesito que Jairo y Milagros busquen a mis niños.
Gonzalo no dijo nada, asintió. La chiquilla sonrió y su mirada se iluminó entonces de la mano de su amigo salió de la hacienda. Los pequeños sabían de los lugares donde solían esconderse los hermanos Duque, los buscaron por todo lado, pero no aparecieron, entonces un estruendo hizo brincar del susto a la pequeña.
-Tranquila -dijo Jairo y la abrazó con ternura-, es solo un trueno, no temas.
-No me gustan los truenos -respondió ella temblando-. Regresemos a la hacienda, va a llover.
-Tienes razón -contestó Jairo observando con sus vivaces y castaños ojos a la niña de largas trenzas rubias, y mirada cristalina.
Una vez que llegaron informaron que no encontraron a Joaquín y Carlos, el señor Duque junto a su hermano Jorge salieron en búsqueda de los pequeños, entre tanto Luisa Fernanda y Lina María preparaban la mesa.
-¿El ingrato de Juan Manuel se ha comunicado con ustedes? -averiguó Lina.
Luisa sacudió su cabeza pues la preocupación de no saber nada de los pequeños la tenía en zozobra.
-Habló para decir que este año tampoco podía venir -informó-, dice Miguel que después de aquella decepción amorosa, no volvió a ser el mismo. -Frunció los labios.
-Lo mismo le dijo a Jorge -informó Lina, entonces liberó un largo suspiro-. Mi marido va a comandar una misión importante con el ejército -comentó sintiendo un escalofrío recorrer la columna-, pero no sé por qué esta vez tengo miedo -mencionó.
-No pensemos en cosas malas -sugirió Luisa y de pronto un gran estruendo dejó sin luz la hacienda. Lina María se llevó la mano al pecho cuando una de las ventanas se abrió de golpe y un viento helado recorrió su piel. Luisa se estremeció. -¡Mis niños! -exclamó.
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Un torrencial aguacero empezó a caer por el sector, los pequeños no tenían donde refugiarse. Joaquín sollozaba asustado.
-No llores hermano, todo va a estar bien -decía Carlos intentando disimular su temor. El agua caía por sus cuerpos, empapándolos, por el torrencial aguacero trataron de cubrirse bajo un árbol, pero el viento soplaba muy fuerte y la lluvia consigo. Carlos divisó a lo lejos una pequeña casita, con las luces encendidas, no estaban muy alejados pensó el niño y quizás ahí les podían ayudar.
Tomó de la mano a su hermano menor y con cuidado de no resbalar por el lodo de la lluvia caminaron por la ladera hasta llegar a la pequeña cabaña, temblando de frío, con hambre, y miedo, golpearon la puerta de la casa, que estaba adornada con un par de campanitas, hechas con botellas de plástico. Una señora más o menos con treinta años de edad, abrió la puerta. La mujer se llevó la mano a la boca al ver las condiciones en la que estaban los pequeños, no dudó un segundo en hacerlos pasar.
La casa era humilde, no tenían muebles de sala, sino sillas plásticas colocadas alrededor de una habitación y de comedor una pequeña mesita de madera rustica; sin embargo, en una esquina en el suelo de la casa reposaba un pequeño nacimiento, no era ni la mitad del que ellos ayudaron a arreglar en la hacienda; pero este era muy bonito, todo había sido elaborado con material descartable.
-¿Quiénes son ustedes niños? -preguntó la mujer, mientras los llevaba a una habitación y les daba ropa limpia de sus hijos, no era de la calidad a la que ellos estaban acostumbrados a ponerse; pero eso a los niños no les importaba.
-Soy Carlos Duque y él es mi hermano Joaquín. Nos perdimos -resopló él. La señora se quedó pensativa, el apellido de los niños le era familiar.
-¡Duque! -exclamó en voz alta mientras trataba de hacer memoria-. ¡Ah ya sé! Ustedes son hijos del dueño de la «Momposina», ambos pequeños asintieron con la cabeza, mientras secaban sus cuerpos con una franela y se cambiaban de ropa-. Sus padres deben estar muy preocupados y con esta lluvia, ni forma de llevarlos a casa. La mirada de Joaquín entristeció, extrañaba a su mamá. Carlos lo abrazó.
-No llores hermanito, estamos juntos que es lo importante... Vos y yo siempre.
Joaquín sonrió al escucharlo mientras la buena señora les servía en unos jarritos metálicos agua de panela o piloncillo.
-Ustedes disculparán niños, aquí somos humildes... Les tocará recibir la noche buena con nosotros, no cenarán pavo como en su casa, pero un plato de frijoles con pesuña de chancho no les va a faltar, ellos tenían tanta hambre que cualquier cosa les caía bien, entonces una voz gruesa y ronca se hizo notar de otra habitación-. Disculpen niños, es mi marido.
La señora fue de inmediato a ver a su esposo, que después de un accidente había quedado imposibilitado de caminar y por la falta de recursos económicos no podía comprarse una silla de ruedas, entonces pasaba la mayor parte del tiempo en su alcoba desesperado por la dura situación de su familia.
-Escuche voces Lucila... ¿Quién vino? -preguntó el esposo.
-Tranquilo Pablo, son solo dos pequeños, al parecer son hijos del dueño de la Momposina.
-¿Qué hacen aquí? Nos van a acusar de secuestro Lucila.
-Por Dios hombre, vos sos exagerado...-cuestionó a Pablo-. Pobrecitos si estaban temblando de frío, asustados, perdidos.
-Yo no quiero más problemas de los que ya tenemos -suplicó el señor.
-Mijo, acuérdate que hoy es nochebuena, es época de compartir, no los podía dejar abandonados.
-Vos tenes razón, me gustaría tanto pararme de aquí, y poder salir a compartir con ustedes.
-Si vos no puedes salir, nosotros vamos a venir a estar con vos -expresó Lucila, con mucho cariño a su esposo.
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Entre tanto en los alrededores de la hacienda, se había suspendido la búsqueda, la lluvia y el lodo hacía imposible la tarea de localizar a los niños. Luisa Fernanda y Miguel, y su familia oraban suplicantes por los pequeños. La señora Duque tenía mucho temor que los niños hubiesen ido por el río, con la lluvia solía aumentar el caudal y ella temía lo peor.
Las horas pasaban y la tormenta no cesaba Luisa Fernanda, caminaba de un lado a otro observaba por las ventanas a cada instante por si de pronto algún vehículo con noticias de Carlos y Joaquín, llegaba a la hacienda. Milagros lloraba asustada abrazada a su mamá, mientras su papá se comunicaba con amigos en la policía que los pudieran ayudar a encontrar a los niños desaparecidos.
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En la pequeña cabaña, los niños Duque, se habían hecho amigos de los hijos de Lucila y Pablo, jugaban con un viejo trompo que pertenecía a Oscar. La mujer les puso a cantar villancicos, les habló sobre el nacimiento de Jesús y el verdadero significado de la navidad, cerca de la media noche, llevó a todos los niños a la habitación del esposo, cuando en el cielo se percibió el esplendor de los fuegos artificiales supieron que ya era Navidad.
Lucila abrazó a su marido e hijos felices de estar juntos. No tenía lujos y sí muchas carencias; pero a pesar de todo se sentía el cariño familiar, algo que le faltaba a Carlos, fue entonces que los dos hermanos se abrazaron entre ellos con fuerza, se desearon feliz navidad, sin importarles regalos, ni la fastuosa cena que estaba preparada en la hacienda, ellos estaban contentos de tenerse uno al otro. Esa experiencia les hizo comprender a ambos que la felicidad de las personas no se hallaba en los bienes materiales, sino en las cosas sencillas de la vida como el abrazo de un hermano.
Óscar y Fabián, recibieron de parte de su padre sus regalos, eran unos pequeños autos confeccionados con tubos de papel higiénico y tapas de botellas. Los niños cogieron felices los carritos, mientras Carlos, observaba sorprendido, él había armado todo ese problema por un piano, y sus amigos se conformaban con esos sencillos objetos que quizás no durarían más de un día; pero lo sorprendente fue: cuando aquellos infantes, al ver que Carlos y Joaquín, no habían recibido un obsequio, se acercaron a ellos y les entregaron sus carritos.
-Tengan, mi papá nos puede hacer otro... ¿Verdad? -averiguó Fabian.
Lucila y Pablo, se abrazaron con júbilo al ver que sus enseñanzas dejaban fruto en sus hijos.
Joaquín con la mirada iluminada recibió el obsequio emocionado. Carlos, no tenía palabras, en ese momento comprendió el verdadero significado de la navidad.
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Al día siguiente Lucila los llevó de vuelta a casa. Luisa Fernanda abrazó a su pequeño Joaquín, con lágrimas en los ojos, el alma le regresó al cuerpo, hizo lo mismo con Carlos, mientras Luz Aída, quien ya se había enterado por boca de Miguel, que su hijo estaba desaparecido lo empezó a regañar.
-Todo por andar alcahueteando las malcriadeces de este mocoso. -Acusó con su dedo a Joaquín.
-No pienso permitir que trates mal a los niños, menos a mi hijo -interrumpió Luisa mirando con seriedad a Luz Aída.
La madre de Carlos soltó una carcajada.
-Todos ustedes están malditos, jamás serán felices -espetó-. No habrá un Duque de esta familia que se libre de la maldición. -Miró a Joaquin-, muy pronto mis palabras se harán realidad.
El niño tembló ante las frases de esa mujer, se abrazó a su madre.
Miguel le solicitó a Luz Aída que abandonara la hacienda, la hizo sacar de su propiedad, mientras ella seguía gritando un montón de improperios y maldiciones.
-Lo lamento -se dirigió Carlos a Joaquín, apenado por lo sucedido.
Lucila les explicó a los padres de los pequeños, que llegaron a su casa perdidos. Don Miguel Ángel, le quiso gratificar a la señora con dinero, pero ella no lo aceptó, regresó a su vivienda, mientras los niños contaron su experiencia, una vez que todo volvió a la calma Joaquín, recibió su anhelada bicicleta y para sorpresa de Carlos, su padre le entrego un órgano eléctrico con el pedestal incluido; ambos niños se miraron a los ojos y sacaron los carritos con material reciclado y se los mostraron a sus padres; sin embargo ellos estaban muy lejos de sospechar lo que sus hijos planeaban, después de bañarse, cambiarse de ropa, juntos partieron al lugar donde sembraron la orquídea, los ojos de ambos se abrieron de par en par debido a la emoción de ver la flor en color amarillo simbolizado alegría, felicidad y era muy cierto los dos niños saltaban dando vueltas cogidos de las manos.
-Joaquín es hora de realizar nuestro juramento, recuerdas que vos y yo prometimos que apenas la orquídea florezca lo íbamos a hacer.
-Sí -respondió el menor, entonces ambos tomaron en su mano la delicada flor de la orquídea. Carlos al ser el mayor habló primero.
-Joaquín: juro ante esta flor, que mientras yo viva, te voy a cuidar y proteger, que si en algún momento tengo que dar la vida por vos hermano lo haré. Te voy a amar siempre, agradezco a Dios por tenerte a mi lado - expresó con sinceridad desde lo más profundo de su corazón.
-Carlos: juro ante esta flor, que siempre vas a contar conmigo para lo que sea, yo voy a estar a tu lado, nunca te voy a abandonar porque te amo hermano y vos eres lo mejor que tengo en la vida.
Fue entonces que Carlos arrancó una rosa que estaba muy cerca del sitio donde ellos se encontraban, pinchó su dedo en uno de los espinos y Joaquín hizo lo mismo, ambos unieron sus dedos índices y dejaron caer la sangre en los pétalos de la orquídea.
-Este ha sido el mejor regalo que he recibido hermano -pronunció contento Carlos.
-Es nuestro regalo, esta orquídea permanecerá aquí, por siempre como nuestro cariño -aseguró Joaquín, entonces regresaron a la casa, decididos a hablar con sus padres. Los dos pidieron vender la bicicleta y el órgano y así comprar una silla de ruedas para el esposo de Lucila y presentes para el resto de su familia.
Luisa Fernanda, les dijo que no era necesario que ellos se deshicieran de sus regalos; pero tanto Joaquín, como Carlos, querían compartir con esa familia que los acogió en nochebuena. Fue así que Miguel les dio en dinero el valor de la bicicleta y el piano, y los acompañó a comprar la silla de ruedas para Pablo y obsequios para el resto de su familia, entonces esa misma tarde se la entregaron a aquel buen hombre, que recibió el regalo con lágrimas en los ojos; pero aún había más. El señor Duque les ofreció trabajo en la hacienda, a Lucila, como ayudante de Carmenza, y Pablo de auxiliar en el archivo.
Fue así; que aquella navidad Carlos y Joaquín, recibieron el mejor obsequio que la vida les pudo haber y no se trataba de lo que podían comprar y adornar con un hermoso papel de regalo y un lazo encima, lo que en realidad importó ese día fue el juramento que hicieron de cuidarse y protegerse, de estar uno para el otro a pesar de las circunstancias, aprendieron a ver la vida más allá del lujo y las comodidades en las que ellos vivían, memorizaron que lo material no daba la felicidad, si no los pequeños detalles de la vida.
Lamentablemente la sombra de la maldad cubrió de nubes negras la Momposina, la tragedia tal como lo previno Luz Aída envolvió de oscuridad a los habitantes de aquel lugar. La desaparición y posible muerte de Jorge Duque fue la primera tragedia a la cual la familia tuvo que enfrentar, y luego el fallecimiento de Luisa Fernanda fue el detonante para que la amargura se posara en el alma de uno de sus pequeños, mientras que la culpa no dejaba en paz al otro, nadie supo, ni entendió cuál fue la verdadera causa del distanciamiento entre los dos hermanos, lo que sí todos anhelaban era que años después la luz volviera a brillar en la hacienda y que los dos recordaran aquel juramento que hicieron de niños y tal como la orquídea floreció aquella navidad, en ellos vuelva a emerger el amor entre hermanos, y la alegría reinara otra vez en la finca.
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Long- Island- Estados Unidos.
Años después.
Varias lágrimas recorrieron las mejillas de la pequeña al escuchar aquel relato, su tierno corazón se estrujó en su pecho.
-Es muy triste -comentó la niña de verdosa mirada, hablando con la hermosa mujer de vestido blanco. -¿Por qué tú no los ayudas?
-Ellos no pueden verme, ni escucharme -comentó con la voz apagada-, por eso acudí ante vos, tienes un corazón muy noble, además eres valiente, y decidida. ¿Me ayudarías a rescatar al príncipe de aquellas sombras en las que vive?
El semblante de la niña cambió y su mirada se llenó de luz.
-Por supuesto -respondió-. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo encuentro al príncipe?
-Observa mis ojos María Paz, reconocerás su mirada, tú sabrás encontrarlo, confío en vos.
Los ojos de la niña se enfocaron en la mirada llena de melancolía y tristeza de la mujer que se le aparecía con frecuencia, entonces grabó en su memoria esos ojos, de pronto escuchó la voz de sus padres llamándola, y salió de su escondite.
-¿En dónde estabas? -averiguó Diana angustiada- te hemos estado buscando preocupados.
-Solo hablaba con el hada, me contó una historia muy bonita mamá, cuando yo sea grande debo rescatar al príncipe que vive en ese castillo -comentó.
Diana arrugó el ceño, miró con atención a su hija, luego de llevarla a la casa y enviarla a lavarse las manos enseguida le comunicó a su esposo lo que la pequeña comentó, y no era la primera vez que inventaba lo del hada, por lo que consideraron conveniente llevarla a un especialista, sin embargo María Paz afirmaba que nada de lo que decía era producto de su imaginación, y que aquella mujer que llegaba a visitarla era real, sin embargo no tuvo como demostrar lo contrario, y el ángel o hada como ella la llamaba ya nunca más apareció, hasta cierto inesperado día cuando la joven regresaba de vacaciones de Ecuador a Estados Unidos, y su vuelo hizo escala en Bogotá- Colombia.
FIN.
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