El prestigioso laboratorio suizo Kelmed, propiedad del magnate Liam Keller ha obtenido permiso para fabricar en las próximas semanas las primeras dosis de la muy esperada vacuna. Se espera que el fármaco inmunice a gran parte de la población mundial, dado que los test realizados han demostrado una eficiencia del 90%. La Comunidad Europea y otros poderosos estados comenzarán una dura batalla por hacerse con las primeras dosis disponibles. Por ahora el nivel de la fabricación es lento, salvo que se llegue a un acuerdo con la farmacéutica, no se sacarán más de diez millones de dosis al mes, nivel muy inferior a la enorme demanda existente en el presente.
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-Todo el mundo oculta algo... -afirmo Albert Ott en tono grave nada más comenzar la reunión-, me parece increíble que no hayáis encontrado nada relevante sobre Keller.
Se puso de pie, haciendo una mueca de disgusto que evidenció su rostro delgado, enjuto y de severa apariencia. Desde la distancia propinó latigazos fríos con la mirada en dirección a los cuatro agentes especiales que aguantaban con estoicismo su mal humor. Albert, en calidad de jefe de los servicios secretos europeos estaba en todo su derecho de mostrarse descontento.
-Señor -tomó la palabra Greg, el agente encargado de reunir información confidencial-. Liam Keller vive prácticamente en el laboratorio. La comida basura y los refrescos azucarados son sus únicos pecados. Y bueno, está su hija Cristine. Su vida resumida en dos palabras sería: Kelmed y Cristine. Nada más.
-A ver... ¿está casado? ¿Qué hay de la mujer? -insistió Albert, a todas luces insatisfecho con los avances de la investigación. El tiempo apremiaba y el mundo necesitaba conocer el talón de Aquiles del magnate farmacéutico.
-Su mujer desapareció ocho años atrás. Se la tragó la tierra. Un buen día salió de casa y nunca más se supo de ella -respondió Elena, la única agente mujer presente en la estancia-. Y antes de que me diga que es un buen filo por dónde avanzar le diré que no lo es, esta mujer no dejó ni rastro.
-Me fio de tu informe...sin duda... -admitió Albert pensativo, ajustándose las gafas de vista sobre el puente de su nariz recta-, pero sigue investigando. Una mujer desaparecida es algo inusual.
-Lo sé, señor. Buscaré alguna vía alternativa. Ojala tuviéramos a alguien en el interior de la casa, yo misma me infiltraría, sin embargo son muy cuidadosos en este aspecto, también. Las personas que trabajan para ellos lo llevan haciendo desde muchos años atrás...la casa de los Keller es como una fortaleza. En todo caso...seguiré investigando.
-Estamos con la soga al cuello, necesitamos algo rápido y eficaz. ¿Axel? -Albert buscó con la mirada al agente suizo y en cuanto lo localizó le sonrió brevemente-. Eres el especialista en resolver casos imposibles. ¿Qué convencería a este cabrón a entrar en razón? Miles de personas mueren cada día, el mundo no puede permitirse el lujo de esperar a que él fabrique las malditas vacunas. Debemos presionarlo para que liberalice la formula o pacte con otros laboratorios. ¿Se ha intentado todo en este sentido?
Axel Ott hizo un leve gesto de aceptación con la atención puesta en su dispositivo móvil al que conectó con la enorme pantalla digital.
-Mis compañeros están en lo cierto. No hay nada que podamos hacer para convencer al señor Keller a liberar la fórmula de la vacuna. Salvo...utilizar un comodín.
Con un rápido movimiento pulsó una tecla y en la enorme pantalla digital apareció el rostro de una joven de unos veinte años.
-Cristinee Keller, la única hija del magnate farmacéutico -explicó Axel en tono lineal-. Su gran debilidad. La luz de sus ojos. Propongo secuestrarla y devolverla al padre a cambio de ceder la fórmula de la dichosa vacuna. No me apasiona proponer soluciones tan extremas pero es la única opción. Me conocéis de sobra, si hubiera cualquier otra posibilidad la habría contemplado.
Un ligero murmullo de voces se extendió por la estancia.
-Imposible, por varias razones -se sumó Albert al descontento general-. En primer lugar, es una chica muy joven, quedará traumatizada si le ocurre un hecho así. En segundo lugar, tendrá guardaespaldas y protección, y todos los dispositivos de autodefensa existentes. Y en tercer lugar... -soltó un suspiro-. Necesitamos resultados rápidos, no hay tiempo para trazar un plan de éxito.
Los ojos en tonos turquesa pálido de Axel destellaron con un brillo de satisfacción.
-El plan... ya está trazado. Podría tener a la chica en menos de...-consultó su reloj-, veintidós horas. Sumando contratiempos, veinticuatro.
Los murmullos de la sala cesaron.
Axel Ott aguardó expectante, su porte atlético unido al gesto tenso de su rostro le hacían parecer una pantera a punto de lazarse hacia su presa.
-Soy todo oídos -claudicó Albert, chascando los dedos de la mano.
-Mañana se celebrará en el Ritz el encuentro anual de los herederos más ricos de Europa -Axel, proyectó en la pantalla digital varias fotografías de jóvenes de distintas nacionalidades-, ya sabéis, hijos de magnates, empresarios, diplomáticos, miembros de la realeza, etc. Y entre ellos, estará...
-Nuestro objetivo -apuntó Elena.
-Exacto -recalcó Axel.
-No puede ser tan fácil -El rostro de Albert demudó-. Es de todos sabido que la gente con pasta solo aprecian dos cosas en la vida. El dinero y a sus hijos. El dinero para multiplicarlo y los hijos para continuar aumentando sus riquezas. Eres el cerebro de esta organización, Axel, ¿pero tienes idea de la seguridad que habrá para proteger el futuro de Europa?
-Sí, señor -admitió de inmediato-. De hecho, fue el primer aspecto que tomé en cuenta. Los alrededores del hotel estarán plagados de agentes privados y potentes dispositivos de seguridad como drones, cámaras móviles, señales codificadas, etc. Sin embargo...yo no pienso abandonar el hotel en ningún momento.
Y Axel expuso los entresijos de su plan dejando a sus compañeros impresionados.
-Si el plan funciona ofreciendo los resultados esperados, el mundo entero estará en deuda contigo -apuntó Albert orgulloso, poniendo una mano en el brazo de su pupilo. Le pareció increíble que el huérfano de apenas cinco años que rescató dos décadas atrás en las calles de Sion y crió como si fuera su propio hijo se hubiera convertido en el cerebro de la inteligencia europea.