LA HIJA DEL EMBAJADOR
img img LA HIJA DEL EMBAJADOR img Capítulo 5 El secuestro
5
Capítulo 6 Prisionera y verdugo img
Capítulo 7 La chica equivocada img
Capítulo 8 Verdades reveladas img
Capítulo 9 Axel img
Capítulo 10 El accidente img
Capítulo 11 La decisión de Alisa img
Capítulo 12 La identidad de Axel img
Capítulo 13 El plan de Alisa img
Capítulo 14 El compromiso img
Capítulo 15 El acuerdo img
Capítulo 16 La decisión img
Capítulo 17 Cristine img
Capítulo 18 El primer día de casados img
Capítulo 19 Ánimos renovados img
Capítulo 20 ¿Lo que hacemos es un juego img
Capítulo 21 La desconfianza de Alisa img
Capítulo 22 La confesión img
Capítulo 23 El combate img
Capítulo 24 Verdades reveladas img
Capítulo 25 Los demonios del pasado img
Capítulo 26 El ángel roto img
Capítulo 27 El regalo img
Capítulo 28 «Nosotros» img
Capítulo 29 La maldad de la señora Kolin img
Capítulo 30 El beso img
Capítulo 31 Confesiones de amor img
Capítulo 32 La primera vez... img
Capítulo 33 Elena img
Capítulo 34 La primera tormenta img
Capítulo 35 La ruptura img
Capítulo 36 Mal de amores img
Capítulo 37 La señora Kolin img
Capítulo 38 El rescate de Alisa img
Capítulo 39 El fuego del amor img
Capítulo 40 El primer día de una nueva vida img
img
  /  1
img

Capítulo 5 El secuestro

5

-¿Has visto como me ha mirado Hans? -se emocionó Cristine con los ojos puestos en un atractivo joven, sentado en un taburete junto a la barra-. Mi intuición femenina me dice que le gusto. ¿Crees que me pedirá bailar con él?¡Ay, seguro que lo hará!

-Es posible -le contuvo Alisa el entusiasmo, ya que el señalado parecía ponerle ojitos a Cristine y a muchas otras más-. Queda mucha noche todavía, no te ilusiones con tanta facilidad.

-Cierto, ahora que lo estoy pensando también he flirteado un poco con Aloy, ya sabes el hijo de ese famosos futbolista francés, pero he advertido que también te estaba mirando a ti. Es que eres tan hermosa. El vestido de mi madre te queda como un guante. Gracias por aceptar llevarlo. He perdido la cuenta de los pretendientes que te han pedido un baile. ¿Por qué no aceptas a ninguno?

-No sé...ninguno me parece especial.

-Esperas al «don carismático» -rio Cristine de buen humor-. Mira allí traen una bandeja repleta de copas de champán. Vamos a pillar un par para animarnos.

-Yo...sabes que no bebo alcohol -se excusó en voz muy baja al tiempo que rechazaba con educación la bebida que un camarero le ofreció.

-Es una ocasión especial -insistió Cristine, poco dispuesta a dejar pasar la oportunidad-. Una fiesta sin bebidas no es una fiesta de verdad.

-Tomaré una copa... un poco más tarde -cedió Alisa ante el mohín de su amiga-, ahora quiero irme al baño para aflojar un poco las horquillas que mi madre me puso en el pelo. Me estiran demasiado la piel.

Cristine le acarició el severo recogido poniendo cara de fastidio.

-Qué pena que no te dejara lucir melena suelta, con lo ondulado y espectacular que es tu cabello. La señora Victoria te ha hecho un recogido tan estricto que pareces una profesora de internado.

-Al menos, me dejó llevar tu vestido -suspiró Alisa, tratando como siempre de apreciar la parte buena de las cosas-. Y eso en una mujer tan cuadriculada como ella, ya es.

-Eso es cierto -admitió la joven Keller dado un sorbo generoso a la copa de champán que llevaba en la mano-. Venga, ves al baño y suéltate la melena. Ya verás cómo atraerás hacia ti al don carismático. Si es que hay alguno por aquí.

Alisa sonrió de buena gana y se alejó de su amiga. Tuvo como un mal presentimiento, por lo que se giró hacia ella y se despidió con la mano.

«Qué tontería acabo de hacer», pensó para sus adentros. Iba a regresar en un abrir y cerrar de ojos.

Agarró el vestido por los laterales para evitar pisotear los exquisitos bordeados con pedrería cosidos en los bajos y encaminó sus pasos hacia la zona de los servicios. Justo al entrar en el pasillo se chocó de frente con un hombre. No supo cómo ocurrió ya que no lo vio venir de frente. Observó como la mano del desconocido se abría y le arrojaba en la cara un polvo de color amarillento. Parpadeó alarmada preparándose los pulmones para gritar. Era la hija de un diplomado ruso, la habían advertido mil y una veces de que, en algún momento de su vida, podría llegar a sufrir un ataque de ese tipo. Abrió la boca para pedir auxilio cuando el hombre le acogió las manos entre las suyas y la miró directamente a los ojos.

-Hola preciosa. No grites, solo sonríe y tómame del brazo.

Alisa sufrió un breve titubeo, como si el control de sus acciones hubiese dejado de pertenecerle. Aturdida asintió e hizo lo que el desconocido le pedía. Él comenzó a dar pasos en dirección al pasillo y ella le siguió sin poner ningún reparo. Una lucecita en su cerebro trataba de detenerla pero no fue capaz de prestarle atención, experimentando una sensación similar a la pérdida de voluntad. Observó como una mera espectadora como él levantaba el brazo hacia la pared y apuntaba con un aparato hacia un lugar concreto, que parecía ser una cámara de seguridad. Después se giró hacia ella y le sonrió.

-Eres muy hermosa en persona, mucho más que en cualquier foto que haya visto de ti, y he visto unas cuantas -le hizo el cumplido, parándose en el pasillo. Le acogió la cara entre sus manos, eran frías pero agradables al tacto, y fijó nuevamente sus ojos en los de ella-. Ahora cogeremos el ascensor e iremos a mi habitación. ¿Harás eso por mí?

Ella asintió deseosa de complacer cualquier pretensión que él tuviese. En respuesta a su buen comportamiento él le acarició el rostro con sus pulgares haciendo un recorrido lento que comenzó en la zona donde nacía su cabello y finalizaba en las comisuras de su boca. Después, con un gesto preciso le quitó una molesta horquilla que prácticamente le arañaba la piel y le sonrió con dulzura.

-Te estaba haciendo daño...la horquilla -justificó su gesto-. Espero que no te importe que te la haya quitado. Es importante que estés cómoda durante el rato que pasemos juntos.

Las palabras cargadas de amabilidad del hombre sonaron como música en los oídos de Alisa. Se llevó la mano de forma instintiva al mechón de cabello que una vez liberado de la opresión del severo recogido se ondeaba sobre la parte de su mejilla derecha. Quiso abrir la boca para agradecerle el gesto pero no encontró su voz, era como si de pronto se hubiera quedado muda de asombro.

-Haré todo lo posible para que no salgas lastimada, espero causarte el menor sufrimiento -le aseguró su insólito acompañante mientras alargaba la mano hacia ella-. Ahora tómame del brazo y sigue mis pasos.

La mente de Alisa intentó decodificar la palabra sufrimiento pero fue incapaz de entrever ninguno a la vista. En su visión actual, aquel hombre poseía una energía desbordante, que fácilmente podía equipararse al esplendor del sol llameando sobre unas cumbres montañesas, repletas de vegetación.

En base a esos benévolos pensamientos volvió a obedecerle sintiendo una inmensa euforia recorrerle las venas. Era ella pero al mismo tiempo se sentía una persona diferente. Ese hombre tenía algo especial. Un poder único que hacía que todo aquel que lo encontraba en su camino lo siguiera y acatara. Y de pronto una luz parpadeó en su cerebro y supo lo que la había encandilado. Aquel hombre poseía lo que ella buscaba en un hombre. Se detuvo y lo obligó a mirarle a los ojos.

-Ya sé quién eres.

Él frunció las cejas, desconcertado.

-¿Lo sabes?

-Sí, eres el Don Carisma, al que llevo tiempo esperando -Alisa quiso tocarle el rostro pero él se lo impidió atrapándole la mano con la suya. No se rindió y dirigió sus manos cogidas hacia el pecho del desconocido, a la altura del corazón. En cuanto sintió los latidos de su acelerado musculo, sonrió-: Sé lo he pedido hoy al universo y él te ha enviado.

Él soltó el aire retenido en sus pulmones devolviéndole la sonrisa. Parecía aliviado.

-Tienes razón, el universo me ha enviado. Ahora vamos a seguir.

-Oh, ¡qué bien! -se alegró con una inocencia parecida al de los niños-. Gracias universo, estoy muy feliz de que hayas cumplido mi deseo.

Y dicho esto levantó las manos por encima de su cabeza y comenzó a dar vueltas como una cría de siete años.

«Aquello llamaría la atención», pensó Axel inquieto mientras le rodeaba los brazos buscando tranquilizarla.

-El universo agradece tu muestra de amor, no obstante, ahora debemos continuar...

-¿En serio? Entonces, ¡el universo me ama! -declaró su prisionera con los ojos en llamas, a causa del entusiasmo.

Aquel nuevo estallido juvenil le preocupó en el sentido literal de la palabra. Le tapó la boca con la mano para amortiguar el sonido de su voz que hizo resonar parte del pasillo. La joven ya estaba bajo los efectos de la burundanga, debería estar sumisa, no como una cabra alterada.

-Te soltaré, pero ni una palabra más -le advirtió en tono serio con los ojos fijos en los de ella. Sintió su respiración agitada bajo la palma de su mano y se estremeció, como si aquel hilo de vida tuviera un poder sobrenatural. Separó los dedos de su boca cálida y le sonrió para no asustarla. Ella parpadeó lentamente, parecía aturdida pero asintió dispuesta a obedecerle-. Ahora dame la mano y sigue mis pasos.

En cuanto asintió reanudaron la marcha. Tardaron muy poco en llegar al ascensor. Nada más abrirse las puertas se metieron en el interior. Alisa observó cómo el pulsaba el número uno. El elevador descendió y en aquel espacio reducido el aire comenzó a escasear. De pronto la marcha se detuvo. Alisa vio como el hombre se tensaba y con un gesto rápido y preciso la abrazó. Fue entonces cuando las puertas se abrieron y una pareja de mediana edad apareció en la puerta. Don Carisma le atrapó la boca con la suya ahogando el gesto de sorpresa de Alisa. Sus labios eran suaves, dulces y se movían sobre los de ella como una acogedora brisa primaveral, llenándole el pecho de dulces mariposas. La pareja retrocedió un paso, no quería molestar a los enamorados. Acto seguido, las puertas del ascensor se cerraron y comenzaron de nuevo a descender. Fue entonces cuando el desconocido abandonó los labios de Alisa y musitó una disculpa.

-No quería hacer eso, pero fue necesario. Espero que lo entiendas.

Alisa no recordó haber estado más aturdida en toda su vida. No entendía absolutamente nada. Le sucedían cosas de lo más extrañas, pero por alguna razón su cerebro las aceptaba como normales. Se tocó los labios con la mano, impresionada ante el veloz trote de su corazón. El universo estaba siendo muy generoso con ella, sentía la sangre correr con ligereza por sus venas y unas persistentes ganas de sonreír todo el rato.

-Puedes hacerlo cuando quieras -inquirió con extraño fulgor en sus ojos.

-¿El qué?

-Besarme. -Le aclaró la joven para la sorpresa de Axel, que la miraba con una buena dosis de perplejidad a los ojos.

Las puertas del ascensor de abrieron dando aquel confuso momento por finalizado. El hombre la invitó a salir haciéndole un ceremonioso gesto con la mano. Ella obedeció sin rechistar. No sabía a dónde se dirigía pero tenía confianza ciega en el universo. Si él, en su inmensa sabiduría, le había enviado a Don Carisma, sabía lo que hacía. Caminaron un par de pasos y se detuvieron ante la habitación 107. Entró sin dudar. Una vez en el interior, él le propuso sentarse en una silla y obedeció.

-Cristine, escúchame - se dirigió a ella con el rostro serio, al tiempo que tomaba asiento en un sillón-, necesito que me prestes atención. Toda la que puedas. Tenemos cosas importantes que aclarar.

-No...no soy Cristine -musitó todavía aturdida a causa del beso y de la extraña situación que estaba viviendo. Tenía la piel muy clara y parecía confusa como si una fina neblina le hubiese penetrado en el cerebro.

El desconocido juntó las cejas, desconcertado.

-¿No eres Cristine? ¿Quién eres, entonces?

Ella trató de rescatar su nombre en las redecillas de su memoria pero no fue capaz de hacerlo, parecía todo envuelto en una desconcertante confusión. Levantó los hombros, sacudió la cabeza y comenzó a reír. No recordaba quien era. ¿Cómo era posible?

Su radiante sonrisa voló hacia él, en una hilera de dientes blancos e igualados, una de esas sonrisas que poseen un extraordinario poder de embrujar. Sus ojos color miel, previstos de resplandores dorados, le fijaban con profunda intensidad, tanta que él tuvo que bajar los suyos para desconectarse de ella. Relajó el gesto de su cara y comenzó a reír también.

-Escúchame, nada me gustaría más que pasar un rato agradable y divertido contigo, pero debemos cumplir una misión importante. ¿Qué me dices? ¿Estás dispuesta a ayudarme?

Alisa asintió con la cabeza de forma efusiva. Entonces, él hizo algo que volvió a descolocarla. Se acercó a ella y comenzó a quitarle las horquillas del cabello. Una tras otra, hasta que liberó el pelo de la joven de la tirantez. Después introdujo los dedos entre los mechones sueltos y los sacudió provocándole una sensación de puro alivio. Fue una liberación tan grande que Alisa dejó escapar de sus labios un suspiro colmado de agradecimiento.

-¿Quién te maltrata de este modo? Este no es un peinado, es una penitencia. Te quedan unas pocas en la parte de atrás. ¿Te parece bien si te las quito todas?

-Oh, sí, ¡por favor! -exclamó sintiendo otra oleada de gratitud hacia él-. Mi madre es siempre muy estricta. Para ella soy algo así como una muñeca expuesta en una vitrina. Una muñeca a la que puedes admirar pero no tocar...no, ella me prohíbe cualquier contacto humano.

Don Carisma se detuvo en seco y la miró nuevamente a los ojos.

-Cristine, estás desvariando. Tu madre no pudo colocarte las horquillas ni decirte estas tonterías porque lleva desaparecida ocho años.

-Ojala mi madre estuviera desaparecida. Pero te aseguro que no es verdad -confesó alargando las palabras del mismo modo que los hacen los borrachos-. ¡Es más! -señaló, alzando el dedo índice para dar más valor a su discurso-. Yo diría que está demasiado presente. No me deja respirar. Nunca. «Alisa, no hagas eso. Alisa no comas eso. Alisa, no permites aquello. ¡Alisa cuidado con respirar!». Algún día me dirá: Alisa deja de vivir. ¿Y sabes lo que es más triste? Qué me tiene tan dominada que le haré caso.

La cara de Don Carisma se convirtió en un poema.

-¡¿Quién es Alisa?!

-No lo sé... -contestó un poco cohibida ante el tono abrupto de Axel, que comenzaba a experimentar un muy mal presentimiento. Se ordenó mentalmente calmarse y le habló con suavidad.

-Hablas sobre tu madre como si estuviera viva. ¿Es mentira lo que se dice sobre ella?

-Sigue...sigue sacándome las horquillas del pelo, por favor. No quiero hablar de mi madre.

Y él le hizo caso. De una en una, se las quitó, liberando el resto de mechones color caramelo, retenidos detrás de la nuca. En cuanto Alisa se notó libre de cualquier encorsetamiento agitó la cabeza y una mata ensortijada en tono cobrizo fuego le abrazó la cara, los hombros y se deshizo en varias ondas sobre su espalda. Por un momento, Axel se quedó boquiabierto, contemplando la extraordinaria belleza de aquella mujer. Las fotografías que había visto de ella la retrataban como castaña y en realidad era pelirroja en toda regla.

-No vuelvas a recogerte el pelo -le aconsejó con una expresión de profunda admiración en el rostro.

-En la opinión de mi madre es demasiado rebelde y no es propio de una chica con estilo llevar estas ondas por la calle.

-Cristine, ahora quiero que me escuches con atención. Intuyo que lo que me cuentas sobre tu madre son recuerdos de tu infancia. ¿Cuándo la viste por última vez?

Ella frunció el ceño y puso cara de estar reflexionando. Poco a poco su gesto grave se suavizó y fue reemplazado por un mohín divertido.

-No me acuerdo -se tocó la frente, como si ni ella misma comprendía lo que le estaba sucediendo.

La tensión abandonó al instante los hombros encorvados del agente que atribuyó aquella confusión a la droga que le había administrado.

Alisa se abrazó el cuerpo como si tuviera frío. Don Carisma se giró hacia un armario bajo y sacó del interior una muda de ropa, de color oscuro.

-Luces espectacular con este vestido, imagino que te lo habrán dicho muchos esta noche, pero debes deshacerte de él. No lo hagas aquí, vete al baño y cámbiatelo por esta ropa. ¿Harás eso por mí?

-Haré todo lo que me pidas, pero no me llames Cristine.

-¿No te gusta que te llame Cristine?

-No.

-¿Y cómo quieres que te llame?

-Alisa.

-Es un bonito nombre. Lo nombraste antes.

-Es ruso, lo eligió mi abuela -La joven cerró los ojos un instante y sonrió complacida-. La gran dama de San Petersburgo. Su palabra es la ley, o al menos, eso repite mi madre una y otra vez.

Aquellas confesiones sumieron a Don Carisma en un completo desconcierto.

-Es imposible que tu abuela sea rusa. He comprobado tus datos...varias veces, no hay ningún pariente tuyo que no fuera suizo.

Alisa se limitó a sonreír de forma enigmática.

                         

COPYRIGHT(©) 2022