-¡Salgan y muestren la cara de una vez!-gritó Epifanio, hacia la oscuridad del sendero.
-¡No fastidies, mejor acercarte tú, pendejo!-susurraron las voces sibilantes.
-¡Apártense, porque no respondo!-amenazó Epifanio, con el machete en alto y las rodillas topando una con otra.
-Tienes miedo, seguro y memoria, ¿recuerdas? -las voces en la emboscada parecían hablar a coro.
-¡La puta que los parió y su generación completa, ahora van a saber!- y Epifanio dio un salto hacia las voces y lanzó un tajo brutal, que solo cortó el aire.
-¡Recordar qué?-gritó Epifanio, pero solo evocó muy fugazmente un tiempo lejano, desdibujado por años de prisión, el destello incoherente de un cuerpo bajo tierra, la sensación de culpa, la insistente sangre pegada a sus manos.
-Muy valiente-oyó con nitidez el comentario-¿Por qué no avanzas cabrón? Acércate.-las voces se tornaron en risas apagadas, mientras Epifanio calaba las tinieblas sin descubrir a nadie.
-¿Que carajo les pasa, no tengo dinero, qué me pueden quitar?-Epifanio se volteó de revés los bolsillos.
-Guajiro muerto de hambre, ahora, pero ¿y antes? -indagaron las voces, acercándose.
-¡No me jodan!-Epifanio retrocedió entre la alta hierba, encogido como un resorte, listo para cortar en dos al que saliera y sopesando una posible huida. Pero en la madrugada sin luna, correr a través de un potrero hacia ningún lado no era una opción cuerda.
-Pues si que te vamos a joder- pronunció el coro, amenazante.
-¡Asomen la cabeza y se las vuelo! Ya me tienen encabronado...-bufó Epifanio, y al fin logró divisar las figuras, hechas de sombras, que ya se le encimaban.
-Buen cabrón que eras, sin embargo, todavía no recuerdas- entonces las voces sibilantes se volvieron gemidos de mujer en agonía y aparecieron rostros repetidos, como alumbrados por luz fatua de cementerios, mientras Epifanio se cubría la cara con una mano para no ver y con la otra lanzaba machetazos al azar, hasta que el filo errático golpeó en lo equivocado y cayó de rodillas, resoplando, con las manos de aferradas al cuello y la vida escapándose entre los dedos.
La calzada
Hacía tiempo lo asaltaban las imágenes de una pesadilla recurrente. Escenas de horror que en la noche lo hacían despertarse entre gritos de angustia. Por lo que, a fuerza de tanto repetir tal circunstancia, el hecho cada vez se le hacía menos pavoroso. Ya no despertaba sudoroso y agitado, como antaño. Cual si se hubiese acostumbrado. Las terribles alucinaciones comenzaban con un falso despertar, que le movía a sentarse en la cama y a escudriñar con recelo cada rincón, en busca del ser amenazante que le acechaba. Era en esa angustia cuando lo sorprendía el abrazo de una entidad invisible, muy fuerte, que le tomaba de súbito por los hombros, lo levantaban en vilo como a un pelele y le arrastraba fuera del cuarto y de la casa, ignorando sus gritos a voz en cuello pidiendo socorro y sus pataleos. Nada de lo que hacía podía impedir que el ente incorpóreo lo sacara finalmente hasta la calle cercana, concurrida de vehículos a toda hora y lo lanzara contra el pavimento. Lo sucesivo era esa horrible inminencia de la muerte. Esta asomaba su faz entre los neumáticos de un camión que le impactaba a toda velocidad. Podia escuchar el crujir de sus propios huesos, el largo derrape del caucho sobre sus dispersas entrañas. Finalmente, el despertaba, en la oscura soledad de su habitación, jadeante.
Esa noche, por enésima vez entró los predios del mismo sueño espantoso. ¿Por qué se repetía tanto? Aburrido, se dejó llevar. Las manos etéreas lo agarraron inerme y lo llevaron por los pasillos, esta vez sin que ofreciera resistencia. Entretanto recordó que, según la teoría de los sueños, el suyo podía significar miedo al destino, a la fatalidad. Las puertas de la calle abriéndose, significarían ruptura del hogar. La salida hacia la noche, inseguridad de propósito. El ruido de los cláxones y el rugir de los motores sería un quiebre de la armonía interna, o de la cordura. El ser lanzado a la calle como un objeto inútil, baja autoestima. Y por último, el ser atropellado, sería alegórico de la desintegración de la personalidad.
Sintió empero, que había detalles novedosos en la habitual pesadilla. Ahora el peso brutal del neumático se asentó sobre su cabeza y escuchó el estallido de su propio cráneo. Un ruido sordo, demasiado real, se dijo... Igual fue la opresiva oscuridad que sobrevino, disipando hacia la nada las imágenes de su memoria.
En ese instante lo supo: no estaba soñando esta vez. Y tampoco despertaría jamás.