La mirada de mi bailarina
img img La mirada de mi bailarina img Capítulo 3 ¿Quién eres
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Capítulo 6 Esmeralda. img
Capítulo 7 Inmersos. img
Capítulo 8 Indiferente img
Capítulo 9 Verdades img
Capítulo 10 La primera salida. img
Capítulo 11 Su lugar favorito. img
Capítulo 12 Préstame tu camiseta. img
Capítulo 13 ¿Qué estás haciendo img
Capítulo 14 Pequeña discusión. img
Capítulo 15 Enojo. img
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Capítulo 3 ¿Quién eres

"El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla" -(1812-1889) Poeta inglés.

***

Era un hecho, nunca había visto algo igual, al menos no en la vida real. No estaba alucinando, aunque bien podría, ¿un lugar viejo y abandonado? ¿en serio? ¿una chica bailando en medio de un salón entre sombras y escasas luminiscencias? Santiago, que aún estaba en la puerta se apoyó del marco de esta, tenía la boca seca y la mente en blanco aun cuando repasaba lentamente las cualidades de aquel espécimen femenino. La danza la envolvía, trazaba pasos delirantes irradiando melancolía en el salón, ese que sería su único escenario.

La falda de chifón, que le cubría poco más arriba de las rodillas, se agitaba a la par con sus movimientos clásicos influenciados por la danza moderna. Presenciar la efervescencia de esa chica era una maravilla; hasta el momento nadie la había visto, salvo su madre en épocas tan lejanas que se hacían borrosas en su mente. Y ahí estaba, bailando como si con eso lograra desprenderse de las emociones radicales que no podía exteriorizar frente a los demás, bailando para desprenderse del mundo que la subyugaba. ¿Y qué podría hacer? ¿Rebelarse? Eso no había salido nada bien la ultima vez ni ninguna de las veces.

«Eres una subordinada. Haces lo que se te dice sin chistar»

Sintió una presión en el vientre al pensar en esas crueles palabras dichas hace días, pero tan frescas en su memoria que podía saborear la bilis que le había producido escucharlas. Agitó su largo cabello al recordar la respuesta con la que contraatacó. Si bien no resultaba nada de lo que propusiera, al menos lograba irritar al señor Café con una discusión fuerte sobre cualquier cosa que él considerara estúpida o innecesaria. Un ademán de sonrisa se dibujó en su rostro y desapareció casi instantáneamente al recordar que siempre salía perdiendo en todo tipo de discusiones, razón por la cual también repentinamente enfermaba. Estaba tan sumida en sus fracasos que no recordó el día que ganó "la batalla de las blusas cortas" que era el motivo de que estuviera usando una blusa rosa pálido que dejaba a la vista su ombligo y a veces también el sujetador gracias a algún paso de baile o al viento.

Sintió una mirada sobre ella, pero hizo caso omiso cerrando los ojos. Siguió danzando sin poder despegar los recuerdos y palabras hirientes de su mente. La música no hacía menos que empotrarle más tristeza. Flexionó una pierna dispuesta a hacer un movimiento clásico. Giró y giró sobre su propio eje. Se detuvo suavemente, y sin reparar en el perfecto fouetté que había hecho, se tensó bajo la impotencia que le causó una frase que hizo tanto eco en su mente, que creyó haberla escuchado en el momento «¡Basta! No vas a hacer nada porque no debes y no puedes» No le dolía el hecho de que no debía, no le dolía el hecho de que se lo dijera, lo único que le dolía era que no podía aunque quisiera.

Santiago, que se mantenía estático desde su posición, vislumbró el brillo de dos gruesas lágrimas y también fue participe de como la chica las bateó de un manotazo. En ese momento ella apartó la vista de la infinitud y la fijó en la silueta alta que la observaba desde la puerta.

«¡Ya me vio! ¿Y ahora qué?».

En ese momento se preguntó qué haría una persona normal. La chica se veía muy real como para ser un fantasma.

Ella, paralizada, pestañeaba como queriendo verificar lo que veía. Él, decidido, dio un paso al frente. Al notarlo, la chica retrocedió un paso también. Romero siguió avanzando mientras la chica retrocedía. La luminiscencia le dio en la cara y fue suficiente para que la bailarina dejara de retroceder, creyó haber visto esa cara antes.

-¿Quién eres? -preguntó ella con recelo.

-Soy... -vaciló ante la aspereza de la muchacha-. Mi nombre es Santiago. ¿Y tú?

-¿Santiago? -repitió, caviló en ese nombre que definitivamente se le hacía familiar- ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

-Unos... ¿cuantos minutos? Creo. No lo sé. ¿Qué es lo que bailas?

Se estaba aventurando en terreno desconocido, no sabía lo odiosa que podía ser esa chica. Un pensamiento digno de su mejor amigo se cruzó por su mente «Así se sienten los de esas películas de terror que tanto odio. "El protagonista entra en la habitación. El personaje sigue al fantasma y bla-bla-bla". Aquí estoy en una construcción enorme, abandonada, con una chica sacada de la imaginación de Lewis Carroll. Qué ironía...»

-¿Vives en el edificio de al lado? -evadió presentarse.

-Sí ¿Tú dónde vives?

Al parecer su Yo conversador había despertado.

«¡Acosador!» gritaba su conciencia.

-¿Y qué se supone que haces aquí? -profirió cruzándose de brazos y alzando una ceja.

«Pero que chica tan maleducada, eludió mis preguntas con más preguntas».

Dudó en responder por la rusticidad de la bailarina:

-Emm... yo... escuché la música y bueno... decidí buscar su procedencia. ¿Te estas escondiendo? -lo sabía, estaba siendo entrometido pero ¿qué hacía una muchacha joven, muy joven, en una construcción abandonada y... sola?

-¿Se escucha allá? -su cara reflejaba más preocupación de la que pretendía.

-Bueno... tengo que abrir la ventana todos los días para oír.

-¿Así que oyes esto... -señaló una radio pequeña de pilas- ...todos los días?

-Pues sí. ¿Vas a responder alguna de mis preguntas?

Él también podía ser grosero y brusco.

-No creo que eso sea tu problema.

La bailarina no quiso seguir perdiendo el tiempo en una conversación que no llegaría a ningún lado y comenzó a recoger su mochila color turquesa del suelo, sacó unos zapatos de esta y se cambió las zapatillas para guardarlas. En un movimiento automático desabrochó el botón de la falda.

Santiago por reflejo abrió los ojos con asombro ¿acaso se estaba desnudando?

La chica dejó caer la falda mostrando un short del color de su piel, seguramente stretch para poder utilizarlo mientras bailaba. Tomó la pieza de chifón del piso y la guardó en la mochila que seguidamente se calzó a los hombros.

-No me sigas -ordenó después de apagar la radio y un pequeño ventilador antes de salir con pies ligeros, sin llevársela.

Que no la siguiera, había dicho. No, eso fue una orden y Santiago no desistiría, por el simple hecho de que ella despertaba en él toda la curiosidad del mundo.

-¡Eh!

Caminó rápido para alcanzarla, entrecerró los ojos para enfocar la vista, pero no la vio por ningún lado ¿estaría escondida? ¿O era maga para desaparecer tan rápido? Se dijo a sí mismo que era estúpido y volvió sobre sus pasos porque seguramente estaba ahí. Asomó de nuevo la cabeza en el salón donde la había encontrado... Nada. Dispuesto a irse y ya cuando estaba a una escalera de llegar al primer piso, escuchó el rechinar de las bisagras viejas y faltas de grasa. Corrió arriesgándose a caer y llegó hasta la puerta, haló la perilla y salió con paso desmesurado. Ella ya no estaba.

***

Al llegar al apartamento su madre no estaba. Le había dejado una nota en la mesa ¿por qué no sólo le envió un mensaje? Tal vez quería revivir los tiempos en que su pequeño y ella se dejaban notitas por doquier. Leyó la nota sin mayor interés, pues su mente estaba invadida por una bailarina maleducada, malhumorada y de vestimenta inapropiada. ¿Machista? No, resentido sí.

Se tumbó sobre el sofá y se durmió al instante. Hace rato no corría, su carrera no exigía mucho esfuerzo físico. "Biología" ¿quién lo diría? Ya estaba en el segundo año de universidad y estaba más que orgulloso de ello.

Al despertar no tenía idea de cuánto había dormido, seguramente una hora a juzgar por el color del cielo. De pie, se dirigió a la ventana por la que entraba la música de la cual ya sabía su procedencia, un aparato reproductor. Se preguntó si había comprado el radiecito en una tienda electrónica o en el bazar. Se sintió estúpido al momento por no pensar primero en lo más controversial: «Acabo de conocer a una chica grosera que baila sola en lugar completamente abandonado»

Escuchó la música creyendo que el recuerdo era muy reciente hasta que cesó el sonido y volvió a reproducirse y luego vaciló entre sonatas. Había una sola razón por la que eso estaba pasando y con fe en ella salió disparado. Pulsó el botón del ascensor al compás de su propio pulso ¿por qué tardaba tanto? Cansado de esperar, corrió escaleras abajo. Muchas escaleras. Llegó a la puerta principal del edificio donde el botones lo vio acercarse y frunció el ceño ante la actitud del muchacho que ni siquiera le miró cuando le abrió la puerta.

Él solo podía pensar en reencontrarse con la bailarina e insistirle con cualquier cosa. Tenía que verla otra vez, no cabía duda. No sabía porqué ni siquiera estaba razonando, sus acciones iban contracorriente a su actitud de siempre. ¿Cómo era posible que un simple encuentro con una persona desconocida lo cambiara tan bruscamente?

Y pensar que ella simplemente existía para ella y por ella, a veces ni ganas de existir tenía, mucho menos de coexistir con alguien aunque ya estaba obligada a estarlo. ¿Cómo Santiago podría saber que ella no estaba interesada en nada? Que, a pesar de sus ocasionales estallidos, había comenzado a caminar con desdén sintiéndose pequeña, y a veces también asustada. De igual manera nadie podía quitarle su coraza, o eso creía fielmente.

«¡Joder!» pensó Santiago al dar apenas tres pasos fuera del edificio. Esa noche cierta persona no lo dejaría llegar a su objetivo. Una mujer saliendo de un taxi con el cabello hecho un nido sobre su cabeza lo miró con un afecto inconmensurable, jamás iba a poder comparar ese amor con el de alguien más.

***

            
            

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