Desperté envuelto en paz, rodeado de un sonido muy agudo y tranquilo. Donde la intensidad es contenida. Creí que estaba acostado, escuchando música, tal como esperaba después de mi último recuerdo. No quería abrir los ojos, porque me sentía feliz. Solo había silencio. Todo me recordaba a cuando iba a las piscinas, tan solo para zambullirme y aguantar la respiración. Aquella misma sensación, es la que sentía antes de despertar. Rodeado de agua, tapando el sentido auditivo, para solo tener la posibilidad de escucharte a ti mismo, completamente en paz.
Incluso el mismo calor, era lo que también sentía. Disfruté mucho aquel momento, porque aunque la memoria no era mía, estaba experimentando por primera vez, el cálido abrazo del mar.
No debía despertar, tenía que descansar. Incluso era algo que deseaba, pero tuve que hacerlo. Lentamente los abría, deseando estar en mi cama y escuchando música, para dormir nuevamente, pero junto a mis memorias. Todo a mi alrededor era completamente agua, cristalina y muy profunda, tibia y relajante. Sentía el deseo de nadar, de recorrer todo el mar, queriendo disfrutar algo sumamente hermoso. ¡No podía desviar la mirada ante algo tan maravilloso, luces parpadeando por todo los lados, como las estrellas, era magnífico! En ningún momento sentí la necesidad de tomar aire, de inflar los pulmones, de alguna manera me sentía en casa. Intente elevar la mirada, para ver la similitud de cada estrella fulgurante, ya sea en el cielo como en el mar. De manera tan magistral, se me muestra un gran muelle, donde un niño pataleaba con felicidad, queriendo tocar la pintura más solemne que algún Dios pueda crear, un ostentoso ocaso.
Temía que todo fuera un sueño y que esto no sea real, pero cada sensación, para mi lo era. Traté de moverme, pero no podía, había algo que me lo impedía. Era una manta muy larga que me envolvía, mientras que caía a lo profundo, del cual no me había percatado por admirar la belleza del mar. Era hora de despedirse del niño, de despertar. Su vida, era la continuidad de la mía. Los únicos lazos invisibles que nos unían, eran inquebrantables. Su amor por el mar y el mio por el cielo, nos unía como cadenas.