Los zapatos Manolo Blahnik, me calzaban perfectos y tenían incrustes de pedrería que hacían juego con los detalles del vestido y el tocado.
Dos toques suaves en la puerta me devolvieron a mi realidad y por el espejo vi a mi padre, que asomaba la cabeza. Di media vuelta, con una enorme sonrisa.
-¿Cómo me veo, papá? -pregunté con ilusión y mi padre solo negó con la cabeza, juntando sus manos a la altura de su pecho.
-Como un ángel, mi pequeño torbellino. Te vez angelical -respondió, acercándose para darme un beso en la frente-. ¿Lista? El coche aguarda por nosotros y tu hermana se pondrá histérica si no llegamos a tiempo.
-Sí, padre -respondí, tomando el brazo que me ofrecía-. Me hubiera gustado que mamá me viera así, a punto de casarme -dije apenas, mientras bajábamos las escaleras.
Mi madre había muerto hace diez años, dejando tres hijas y un esposo sin la dicha de su presencia.
-Estoy seguro que de todas maneras, ella te está viendo, Sabrina. Desde el cielo, cuida de nosotros siempre.
A papá le gustaba pensar que mi madre era una especie de ángel de la guarda, que iba con nosotros a todas partes. Asentí y me ayudó a subir al coche, para ir a la iglesia y casarme, como siempre soñé.
Al llegar, bajamos y fuimos a un pequeño acuarto a fin de retocar lo que hiciera falta y recibir las indicaciones de la wedding planner que había contratado Lina.
Estaba nerviosa y mis damas de honor, que se resumía a tres de mis mejores amigas, trataban de clamarme.
-Toma -dijo Alina, pasándome una petaca de aluminio y la tomé, bebiendo dos sorbos que me hicieron arder la mi garganta.
-¡Diablos! -lancé, arrugando la nariz y cerrando los ojos-. ¿Qué mierda es esto, Alina?
-Vodka -dijo como si nada.
-¿Vodka?
-Sí, de Polonia -se encogió de los hombros y sonrió.
-Es la bebida más fuerte entre todos los licores; prácticamente alcohol rectificado... y refinado -acotó Mila, otra de mis amigas.
-No es nada fácil de conseguir -dijo Alina, tomando el envase que le devolvía-. Ni te imaginas lo que debí hacer para que me dieran gratis una botella -enarcó una ceja, metiendo su dedo en la boca y haciendo un sonido obsceno con los labios.
-¡Por supuesto que lo imaginamos! -intervino Sara con diversión-. Pero hoy es el día de Sabrina, y no arruinemos el momento con cosas sin importancia -acotó con una sonrisa.
-Pues yo creo que al ser Jason el novio, ya se ha arruinado por completo el día especial de Sabrina -Alina rodó los ojos bebiendo, y Mila le propinó un pellizco en el brazo-. ¡¿Qué te pasa?! -gritó.
-Mejor cállate, Alina, y guarda tus comentarios para otro momento -dijo Sara, quien era la más sensata de todas.
-Sé que ninguna está de acuerdo con esta boda, pero agradezco que aun así, estén aquí apoyándome -un nudo se había formado en mi garganta y mis amigas se acercaron, para darme un abrazo-. Tengo miedo... -susurré.
-No debes temer, cariño. Solo son los nervios, ya pasará -dijo Mila, poco convencida.
-Aún estás a tiempo de huir. Tengo el coche aquí cerca, Sabrina -volvió a hablar Alina, poniéndome los nervios de punta.
Y es que no era para menos. Llevaba cuatro años con Jason, en los que perdoné más infidelidades que otra cosa.
La última vez que me había fallado, su modo de arreglar la situación, fue pidiéndole mi mano a mi padre, quien se había ilusionado con la petición. Debía buscar a Jason y hablar seriamente con él. Tenía que saber que el paso que estábamos a punto de dar, era algo de lo que él estaba seguro. Y más aún, necesitaba que me convenciera que me amaba locamente como yo a él, aunque lo mío rebasara lo tonto.
-Tengo que hablar con Jason... ¿saben si ha llegado? -pregunté y todas se miraron con nerviosismo, hasta que Alina abrió la boca.
-En el cuarto, cruzando el confesionario.
Asentí con la cabeza y salí con prisa del lugar, para ir hasta donde mi amiga indicó se encontraba mi prometido.
Un martilleo incesante se apoderó de mi pecho, a medida que llegaba al lugar. Respiré hondo al ver la pequeña puerta y la abrí convencida de que con unas palabras de su parte, me sentiría más tranquila.
-Jason, tenemos que hablar... -dije de inmediato, llevándome una grandísima sorpresa-. Pero... pero, ¿qué carajos?
Mi prometido, se estaba besando apasionadamente con una mujer que resultaba ser ¡su prima!
Me paralicé por completo, mientras ambos se separaban con violencia e intentaban acomodarse la ropa.
-Linda, esto no es lo que piensas... -se apresuró en decir y sacudí la cabeza.
La rabia bullía en mis venas y sentía que pronto lloraría. El estómago comenzó a revolverse y deseaba vomitarles en la cara por el asco que me producían.
-Eres la mismísima mierda, Jason... -logré articular cuando salí de mi conmoción.
-Sabrina, por favor, esto no significa nada... es algo sin importancia -dijo conciliador, intentando acercarse a mí.
-No te acerques, Jason. Nunca, jamás en tu vida, vuelvas a acercarte a mí -lo apunté con el dedo, sintiendo como todo mi cuerpo temblaba.
-Nos casaremos en veinte minutos, cariño. Podemos resolver esto, luego de la ceremonia -dijo como si nada y entorné los ojos como si se hubiera vuelto loco.
-Eres un maldito enfermo... ¡por supuesto que no habrá boda! Jamás me casaría contigo después de verte así, ¡por Dios! Sí, ya sé que he sido una estúpida todos estos años, pero esto el colmo, Jason.
-No cometas una tontería, Sabrina. Todos los invitados ya están aquí, mis padres, tu familia, nuestros amigos... la recepción ya está pagada, pro Dios. Piénsalo un minuto, cariño. Te juro que esta será la última vez, te lo prometo.
Las lágrimas amenazaron con fluir y cerré mis ojos, respirando hondo.
-Hagamos esto, juntos. No puedes dejarnos en ridículo delante de tantas personas importantes. Te prometo que te compensaré -volvió a decir, pensando que otra vez me estaba convenciendo.
Afirmé con la cabeza y a pesar de que me estaba muriendo pro dentro, compuse mi mejor cara y suspiré.
-Tienes razón... esto es algo insignificante que luego arreglaremos -Jason sonrió, afirmando con la cabeza-. No puedo arruinar este momento por una estupidez -volví a decir, mientras él tomaba mi rostro y depositaba un beso en mis labios que me supieron a ácido.
-Te estaré esperando en el altar -susurró sobre mi boca y moví levemente la cabeza, para luego salir e ir hasta donde se encontraban mis amigas.
Me tapé la boca para ahogar el grito que deseaba lanzar y corrí con prisa. Cuando entré al cuarto, las tres; Alina, Mila y Sara, me vieron con expectación.
No pude evitarlo y rompí en llanto, mientras ellas se acercaban y me abrazaban intentando calmarme.
-No puedo casarme con él... -dije al fin y todas afirmaron con la cabeza, incluyendo Sara-. Necesito que me saquen de aquí.
-Lo haremos, cariño... no te preocupes -dijo Mila.
-Pero antes, le darás una lección a Jason -intervino Alina y todas la vimos con curiosidad mientras revelaba su plan.
El momento llegó y me encontraba de pie, sujetando el brazo de mi padre para hacer la entrada nupcial.
Con cada paso que daba, agradecía infinitamente el plan de Alina porque sería retribuirle solo un poco de las tantas humillaciones que me había hecho pasar el idiota de Jason.
Mi querida suegra, enarcó una ceja estudiando mi aspecto y asintiendo con la cabeza, como si su aprobación fuera por demás importante para mí.
Mis amiga se colocaron tras de mí y dejamos que la ceremonia siguiera como si nada, hasta el momento de intercambiar nuestros votos.
-Yo -inició Jason-, agradezco a la vida por haberte conocido. Agradezco haber encontrado en ti la comprensión y el cariño que una esposa debe profesarle a su esposo -hizo énfasis en esas últimas palabras y quise darle un puñetazo.
Pensaba en las miles de maneras de borrar esa estúpida sonrisa de su rostro, de presionar su cuello y que los ojos se le fueran saliendo despacio hasta reventar por la presión.
-Sabrina... Sabrina -susurró y sacudí al cabeza, prestándole atención-. Tus votos... es tu turno -dijo mirando a sus lados con una sonrisa nerviosa y asentí.
-Yo, agradezco infinitamente a Dios por este día -inicié y Jason asintió satisfecho por mis palabras-, porque gracias a este día, pude comprender que un hombre como Jason, no se merece de ninguna manera a una mujer como yo. Un hombre como Jason -abrí los brazos, dándome vuelta para ver los presentes que me miraban con la boca abierta y como si estuviera loca-, quien tiene el ego demasiado grande a comparación con lo que lleva entre sus piernas, efectivamente no se merece a una mujer como yo. Pero creo que su prima... -señalé a la muchacha con la que lo había encontrado-, ¿Elizabeth era tu nombre? -pregunté y la joven agachó la mirada por la vergüenza-, eso ya no importa, la cuestión es que ella sabe perfectamente los motivos por el que un hombre como Jason, no se merece a una mujer como yo.
»Pido perdón a todas las personas que están aquí por mí, y que siempre han tratado de abrirme los ojos en relación al hombre con el que pensaba compartir mi vida -me quité el anillo del dedo y se lo tiré a la muchacha-. No habrá boda hoy, pero todos están invitados a disfrutar del banquete que la familia de Jason gentilmente preparó para todos.
-No puedes estar hablando en serio -dijo Jason, tirando de manera violenta de mi brazo.
Sin pensarlo, jalé con fuerza deshaciéndome de su agarre, lanzando un gancho que fue a parar a su ojso izquierdo.
-¡¡¡AOUCH!!! -se oyó pronunciar en conjunto a la multitud y yo sacudí la mano.
-Gracias por abrirme los ojos en el momento justo. Adiós, Jason -dije, tomando la tela de la falda de mi vestido y corriendo hacia la salida.
Al llegar a los escalones de la iglesia, me quité mis apreciados Manolos que no tenían la culpa de nada y los lancé a un lado, cogiendo el tocador y también tirándolo para arrancarme el velo que lo dejé caer allí mismo.
Tomé los pliegues del delicado vestido y lo rasgué para darle más libertad a mis piernas. Comencé a bajar los escalones y corrí, en dirección al parque que estaba justo en frente de la iglesia.
Mientras corría, las lágrimas no dejaban de fluir de mis ojos, y es que me sentía una verdadera estúpida en todos los sentidos.
Llegué hasta el lago y me quedé de pie al borde del muelle, llorando amargamente mientras me maldecía por haber sido tan ingenua.
Mis amigas habían llegado junto a mí, y sentí la mano de Alina en mi hombro.
-Lo siento, Sabrina, pero era lo mejor. Solo te hubieras condenando a una vida llena de miserias y atado a un matrimonio sin amor.
Afirmé con la cabeza y sentí otras manos, desprender los pequeños botones del vestido. Entre todas, me despojaron de la tela blanca, dejándome en el enterizo de encaje que pensaba utilizar en mi noche de bodas.
-A la mierda el matrimonio... -susurré mientras las cuatro nos tomábamos de la mano y nos mirábamos con complicidad.
-¡A LA MIERDA EL MATRIMONIO! -gritaron las demás y entre risas y llanto, nos lanzamos al agua.