-Disculpa que tengas que estar aquí.
-No hay problema, no tienes por qué estar pasando por esto, sola -apretó su mano una vez más atrayéndola a sus brazos-. Además, tengo la excusa de poder tomar tu mano.
Olympia se separó de él apenada. Le agradaba que estuviera ahí para ella, y una vez más, sintió esa calidez de la que tanto había deseado tener. Se sentó en el último escalón del lugar y llevó su cabeza a las rodillas, haciéndose ovillo. Sentía sus nervios zumbar en los oídos.
-La verdad, es que ya me quiero ir, no importa si gane o pierda.
Adam se enterneció ante su confesión y fue a sentarse junto a ella. En toda su vida se había sentado en el suelo, menos con alguno de sus trajes, pero, si era reconfortante para ella estar ahí, lo haría, mil y una vez. Tampoco recordaba estar tan apegado a alguien en mucho tiempo, ni siquiera con sus padres.
- ¿Por qué te divorciaste Olympia? -preguntó con la intriga de por fin saber qué había sucedido de manera más detallada, y seguramente además de tener una mujer embarazada, había algo más. Ella soltó un suspiro, exhausta de que otra vez le hacían la misma pregunta, anteriormente sentía que la decían de manera grosera, intuyendo que ella tenía la culpa del suceso, pero, él no, la pregunta no le indujo culpabilidad.
-Es un idiota -murmuró aún con la cabeza entre las piernas-. En realidad, tiene una mujer embarazada de 4 meses, y me tomó un año entero darme cuenta de que existía esta mujer.
- ¿No era feliz contigo? -no hubo respuesta, en su lugar puso la mano en la cabeza de la chica-. Eres la mujer más hermosa e inteligente que yo jamás haya conocido. Si él no te valoró, está ciego.
-Gracias, pero, sólo lo dices porque te gusto y me quieres llevar a la cama.
Adam soltó una leve risa que apenas fue perceptible.
-Y tienes razón -Olympia levantó la cabeza a punto de reclamarle-. Es por eso por lo que lo digo, porque me gustas y quiero hacerte la mujer más feliz tanto fuera como dentro de la cama.
Hizo una mueca con los labios y giró evitando su mirada, ahí estaba otra vez esa maldita cara, como si quisiera comerla.
"POR LOS CIELOS ADAM, ESTAMOS EN PÚBLICO."
Gruñó pensando en la intensidad con la que sus ojos la miraban. No negaba que la misma electricidad recorría su cuerpo en esos momentos, era el campo que él mismo estaba creando que la atraía tanto hacia su cuerpo.
-Cuéntame algo de tu vida, ¿tienes pareja?
-Tomando en cuenta que quiero llevarte a la cama, no. No todos somos tan bárbaros Olympia.
-Tienes razón, mala pregunta... Tus padres, me parece que hay personas que mencionan que tú eres...
-Oh no -negó-. Para nada, son mis padres, ellos me enseñaron todo lo que sé.
-Mentira, de algún burdel debiste aprender tus adulaciones.
-No te diré el nombre del burdel por respeto a mis amigas -confesó-. Sólo puedo decirte que todas son ardientes.
Ella elevó los brazos en rendición.
-Entiendo, muy ardientes.
-Buenos días, Olympia -una voz carrasposa que conocía perfectamente se escuchó detrás de ellos. Como si tuviera un resorte en los pies, se puso de pie para voltear a verle. La mujer de 4 meses se encontraba a su lado, rubia y ojos azules llevaba muy orgullosa su mano en el vientre, él de cabello oscuro, alto y musculoso en extremo.
-Cameron -un foco se encendió en el rostro de Adam y se colocó junto a ella enseguida-. Creí que estarías dentro.
-Lo estábamos, pero, Sarahí necesitaba un poco de aire -la mencionada saludó elevando un poco la cabeza-. ¿Quién es tu amigo?
-Adam -respondió tomando su mano, agitó con fuerza-. Somos amantes.
-No, no es cierto. Somos amigos.
Adam fijó los ojos en Cameron.
-Somos amantes, pero, ella aún no lo sabe.
Olympia palmeó su frente, lo que más le faltaba era que sacara algún tema ante el juzgado para quitarle más dinero, sólo por tener un amante. No tenía idea de dónde podía sacar para quedarse con más.
-Veo que te conseguiste a alguien -Adam asintió-. Por cierto, el cheque rebotó, me parece que ya no hay dinero en tu cuenta.
-No puede ser, no.
Su mandíbula se profundizó y un tic se hizo presente, no daba crédito a lo que veía. Con el cinismo se atrevía a venir para seguirle pidiendo dinero, molestarla y burlarse que ya no tenía fondos. Adam arrugó la nariz, sacó su billetera y comenzó a contar.
-No te preocupes cariño -dijo entregándole un fajo de billetes a Cameron-. Es un poco de cambio que me sobraba, quédatelo, a mí no me hace tanta falta como a ti.
El rostro sorprendido de Cameron y su mujer cayeron hasta el suelo, así como el de Olympia. Tomó por la cintura a la chica y empezaron a caminar lejos de ellos.
-No tenías por qué hacer eso, ahora vendrá a pedirte dinero todo el tiempo.
-Entonces me aseguraré de que eso no suceda -respondió enojado. Su respuesta la incomodó en toda la extensión de la palabra, no por otra cosa sino por la manera en la que se expresó. Una idea de Adam callando para siempre a Cameron le pasó por la cabeza, no permitiría que Adam cayera tan bajo.
-Sonaste como algún tipo de mafioso, ¿sabes? -comentó nerviosa-. No eres un mafioso, ¿verdad?
-Sólo me gusta que las cosas estén en su lugar y que reciban su merecido.
Olympia negó, estaba por hablar cuando Leonardo se acercó corriendo a ella con unos cuantos papeles en las manos, los agitaba de un lado a otro.
-Ganamos Olympia, ¡lo hicimos!
- ¿Disculpa? -preguntó incrédula-. ¿Ganamos? ¿De verdad ganamos?
Leonardo asintió con una sonrisa en el rostro. Tenía dudas, y muchas se le estaban formando en la cabeza cuando miró a Adam.
- ¿Ves? Todo en su lugar y cada uno con su merecido.
A lo lejos vio a Cameron furioso, no podía escuchar lo que decía, pero, definitivamente reclamaba no poder quedarse con la casa. Se alivió en cuanto se dirigió una vez más a Leonardo. Lo abrazó con fuerza.
-Sabía que no eras tan inútil -Adam frunció el ceño-. Adam, te presento a mi sobrino.
-Hablando de Adam, no sé quién rayos eres, pero, llegaste con mi tía. ¿Eres el nuevo novio rico?
-Es rico sí, pero, no es mi novio. Y mucho menos amantes -agregó en cuanto vio que él lo iba a aclarar una vez más-. Trabajo con él en la editorial.
-Acompáñanos a comer hoy, creo que mi mamá hará hamburguesas, pero, no aceptes las vegetarianas, las hace de puré de papa con remolacha, saben terriblemente mal.
-Nadie le dijo que inventara eso -reclamó Olympia.
-No sabía que tenías una hermana.
-Nunca preguntaste por mi familia -tomó su mano-. Pero, vamos, les agradarás. Sólo que tienes prohibido hablar sobre amantes.
-Hazlo, por favor. A mi abuela le encantaría escuchar eso.
- ¿Qué edad tienes y cómo es que ya eres abogado?
-Tiene 23 -respondió Olympia-. Es un listillo, fui la primera en contratarlo.
-Te quiero en mi empresa -Olympia y Leonardo quedaron pasmados-. El lunes empiezas.
-No, no lo vas a contratar, así como así.
- ¿Es tu jefe? -preguntó Leonardo aún sorprendido.
-No, no es mi... El Sr. Henson es mi jefe.
-Y yo soy Adam Henson, heredaré todo -respondió confirmando su confianza en cada respuesta que decía, Leonardo tomó su mano asintiendo, confirmando su oferta de trabajar-. Reconozco las habilidades cuando las veo.
Se subieron en el auto de Adam, Olympia escuchaba frustrada la conversación de su sobrino y el hombre. Hablaban de un sinfín de cosas, y Leonardo preguntaba cualquier cosa que se le ocurriera, se le veía emocionado y de alguna manera ella también lo estaba, no se le había ocurrido pedir un espacio para su sobrino en la empresa, no es como si hubiera una vacante disponible, los abogados se aferraban a no despedirse. Y ahora su sobrino, ahí, con ella. Nunca congenió con alguno de ellos, y con Leonardo ahí decidiría que los acompañase a todas las juntas que requirieran de un abogado. Leonardo soñaba con ser su propio jefe, su propio buffet, y al principio estaba expectante de que sucediera, esperaba que lo fuera.
La mano de Adam se posó en su muslo.
-Gracias por acompañarme -él asintió y continuó conduciendo.
En una semana de conocerlo, demostraba ser más hombre que Cameron fue en 6 años de relación y sólo con acompañarle y brindarle su apoyo, además de darle trabajo a su sobrino. Un hombre con demasiada confianza y positivismo, ¡qué encantador!
Llegaron una hora después, con bolsas de chucherías, refresco y unas cuantas botellas de vino. Adam caminó con cierto nerviosismo, nunca conoció a la familia de la mujer con la que salía y tampoco es como si saliera con muchas mujeres. Es más, Olympia aún no aceptaba que ellos dos salieran, se preguntó si con una semana bastaba para considerarlo así. Se colocó detrás de ella escondiéndose y en cuanto abrieron la puerta se sintió el ser más diminuto de ese lugar.
Frente a ella, estaba su padre, un viejo de 74 años con el alma de un joven, llevaba unos pantalones plisados y una camisa gris.
-Mi niña hermosa -le abrazó-. No has comido mucho, mira que delgada estás.
-Papá, ya te dije que no me voy a mudar aquí.
-Tengo que intentarlo cada que te veo y la mejor manera es atrayendo tu apetito insaciable -sus ojos entonces se fijaron en Adam, una vez más se hizo pequeño, ahogó un comentario estúpido, en su lugar sólo sonrió-. ¿Quién es el joven que te acompaña?
-Es Adam, abuelo, me dio trabajo. ¡En su empresa! -gritó-. ¡Mamá! ¿Escuchaste?
Entró corriendo, Adam volvió a sonreír, no tenía palabras con qué responder a eso. Si le preguntaba qué era de ella, no podía contestar que eran amantes, se lo podía decir a todos, menos a este señor, un señor que representaba toda la vida de Olympia.
-Adam Henson, señor, es un placer por fin conocerlo -dijo extendiendo su mano para saludar, en su lugar el padre de Olympia se acercó a abrazarlo.
-Cualquiera que le dé trabajo a mi muchacho, es bienvenido en esta familia -les dio el paso-. Y créeme que es muy difícil, no lo vas a poder controlar. Se parece a su tía.
-Papá, no me avergüences, no estamos en la Preparatoria para que me vuelvas a ahuyentar a otro amigo.
-Divertida historia, ven Adam, déjame contarte lo que pasó.
El hombre asintió siguiendo al anciano muy de cerca. Olympia rio y se dirigió a la cocina, donde muy seguramente estaba su madre.
-Hola mi corazón -murmuró su madre atrayéndola en un abrazo también, era lo que le agradaba de su familia, no les bastaban los abrazos que le daban. Siempre tan alegres y hospitalarios con cualquier persona que ella siempre trajo a la familia. Es por ello por lo que se sentía mal, traer a Cameron había sido un error, se integró muy mal a la familia y a todo refunfuñaba.
-Hola mamá, Clau -se dirigió a su hermana que la saludó de manera efusiva.
-Está en una entrevista -murmuró-. No me ha dejado encender la licuadora, pero, no se sale al patio para platicar.
-Si ya sabes cómo es mi hermana mamá, 40 años y aún no la conoces.
Su madre rio.
-Escuché algo sobre un chico, ¿quién es?
-Mi jefe -soltó en suspiros pesados-. Hace unos días se ofreció a acompañarme al juzgado y luego Leo lo invitó a comer. Mamá, incluso pagó el penúltimo pago de la pensión que tenía que darle a Cameron. Hasta le dio trabajo a Leo.
Comentó agarrando una tira de zanahoria que había en la mesa, le colocó aderezo y continuó comiendo exasperada.
-No le veo nada de malo, tal vez sólo quiere ayudarte.
-Sólo debe querer llevarme a la cama y ya.
-Oh vamos, no cualquiera que te quiere llevar a la cama se toma la molestia -respondió su hermana dejando el celular en la mesa, Olympia le enseñó la verdura a medio masticar, Claudia frunció el ceño-. ¿Y si es así qué? Necesitas distraerte y dejar de pensar en Cameron, que, por cierto, habíamos quedado en no decir su nombre en esta casa.
-Lo sé, lo siento -llevó sus manos al cabello y masajeó lentamente-. Es decir, es lindo, lo es, pero, una semana mamá, llevo una semana conociéndolo.
-Eso yo lo decidiré cuando lo vea, ya sabes que tengo buen ojo -guiñó su hermana-. Yo te advertí de ese infeliz desgraciado, pero, nadie me hizo caso, incluso papá y mamá que...
Guardó silencio en cuanto Adam se apareció en el arco de la entrada hacia la cocina, Olympia estaba sentada en la isla comiendo verduras mientras su hermana le regañaba con un cucharón en la mano.
-Lamento interrumpir, tu padre me pidió que abriera una botella -dijo agitando la botella de vino mientras comenzaba a apenarse. Su madre entonces comenzó a inspeccionarlo.
-Es muy guapo -confesó-. Y buena altura, al menos este no te dirá que no te pongas tacones.
-Mamá, lo vas a asustar -murmuró su hermana-. Las copas están en la alacena, puedes pasar, adelante.... Adam, ¿cierto?
Él asintió.
-No te cohíbas, mi madre es latina, se expresa diferente -volvió a asentir-. Llévate también esto. Dijo señalando el bol de verduras.
Una vez más asintió.
-Cariño, habla, no te vamos a comer la lengua, al menos no nosotras.
-No sé con quién está peor si escuchándote a ti o a papá.
-Oh vamos Olly, se ve que es buen chico -se acercó a abrazarlo-. Soy Claudia, y la señora demandante es mi mamá, Martha.
-Por favor, escapa antes de que te hagan preguntas incómodas.
-Ahorita en la comida, por lo mientras, lleva eso y regresa para que nos ayudes a llevar más cosas -volvió a asentir, parecía que era lo único que podía hacer.
Extrañamente sentía un alivio el haber conocido a esta peculiar familia, sólo pudo regalarle una mirada a Olympia y comenzó a hacer lo que su madre dijo. Caminó unas tres veces, llevaba patatas con limón, ensalada, pasta fría y otros platillos más. Para el final, Olympia lo obligó a sentarse junto a ella y se puso aún más nervioso. Le sirvió de todo un poco, incluso de la salsa que se veía sumamente extraña y muy amarilla, era un aderezo según Olympia. Para su sorpresa todo estaba delicioso, incluso la compañía.
Hablaron sólo para avergonzar a la mujer a su lado, le encantó, conoció más de ella en unas cuantas horas que en toda la semana que llevaba intentando saber más de su vida.
-Adam, entonces eres el jefe de Olympia, y le diste trabajo a mi nieto, además de que la protegiste hace unas horas -afirmó su madre-. ¿Hay algo que no sepas hacer bien?
-Además cocina -agregó Olympia, todos aplaudieron-. Tendrás que invitarnos a comer algo que hagas tú, luego.
-Por supuesto. El día que ustedes deseen yo lo haré.
-Oye Adam -le llamó Claudia-. ¿Y te gusta mi hermana?
Olympia se ahogó en su propia copa de vino.
-Sí -respondió confiado, tomó la mano de Olympia bajo la mesa y ésta lo miró extrañado-. Pero, ella aún no lo sabe.