-Estás celosa, porque pasó las últimas dos semanas conmigo enseñándome lo que sabe en lugar de acosarte a ti.
-Mentira, cállate -por fin elevó la mirada hacia su sobrino que la veía burlón pensando en lo patética que se veía enojándose por un hombre que seguramente ya le gustaba. Adam tenía razón, ella aún no lo sabía-. Deberías irte ya, vas con retraso a tu primera junta.
-La cambiaron para dentro de dos horas, y ni siquiera me dejan entrar mi oficina, tienen cajas en la que se me asignó.
-Sólo eres el nuevo, debe ser eso, es una novatada.
-Novatada -repitió-. Estoy en el infierno.
Gruñó dejándose caer en el sofá, miró hacia el techo. Odiaba la idea de ser un novato, aunque en su antiguo trabajo lo habían tratado de sirviente los primeros nueve meses, traer el café, arreglar la impresora e incluso limpiar el mismo café que él llevaba a la oficina, agradecía infinitamente a Olympia por exigir que él llevara su caso.
-Escucha, Leo, es lo mismo en cualquier trabajo, todos te quieren hacer sentir mal, creen que no sirves. ¿Sabes? -jugueteó con su pluma por unos segundos pensando en las palabras que le diría, se acercó hasta él y sentándose en el brazo del sofá-. Me han llamado bruja desde que subí a ser la editora.
-Sí, pero, lo hacen porque Cameron les agradaba más.
-Tú entiendes el punto central de mi confesión -golpeó su cabeza con un cojín-. Repito, Adam está detrás de ti. Y se ve que él es más sentimental que racional, no como su padre.
-Es muy sentimental -rio observando sus ojos con severidad-. Y deberías saber que quiere estar bien contigo.
-No me importa, ni siquiera sé si Cameron ya se cansó de seguirme para saber si tengo más dinero que darle -Leonardo se acercó a ella y colocó su mano en el hombro.
-Tal vez no sé mucho, pero, deberías darles una oportunidad a otras cosas. No sólo porque una rosa te picó, vas a odiar a las demás.
-El Principito -sonrió-. No prometo nada, pero, también tú tienes que hacer un esfuerzo. Intenta hacer amigos.
-Amigos de más de 40 años, el doble de edad que la mía. Ya veo por qué me odian, porque soy mejor que ellos.
Olympia rodó los ojos.
-Deja de ver a Adam, se te está pegando lo egocéntrico.
-Y tú, deja de pensar en él.
Estaba por replicar a su comentario cuando se dio cuenta que era cierto, no podía dejar de pensar en él y comenzaba a estresarle realmente. Todas las noches lograba soñar con él, y con lograr pensaba que era un orgullo lo que debía sentir, conocía el concepto de las personas que podían controlar sus sueños y aunque ella nunca lo había logrado, o incluso recordar perfectamente lo que sucedía, en todo el mes que llevaba conociéndole era algo que hacía con perfección.
Un fuego intenso le recorrió el cuerpo entero en cuanto recordó el de dos días atrás. Él era un perfecto hacendado ambientado en el mismo lugar que su película favorita de "Orgullo y Prejuicio" donde era un hijo bastardo que logró ser y cautivar a todos en el pueblo.
Se encontraba postrada en una cama junto al hombre que se hacía llamar su primo, Adam había abierto la puerta de la habitación de golpe, los golpes pronto llegaron, cuando su primo lograba esquivar uno de los puñetazos de Adam, otro directo a su estómago lo hacía volar lejos de frente a él.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó el castaño con el corazón desbocado por la pelea-. Ven, te acompañaré a tu hogar.
-Disculpe en verdad, me encuentro muy apenada -Adam sonríe ante su torpeza.
-No eres tú quien debería estar disculpándose -gruñó observando retorcerse al hombre golpeado-. Permítame llevarla a su hogar, esta fiesta de pronto se ha vuelto muy aburrida.
Ella asintió tomando la mano que le brindaba. Su vestido largo de color lila pastel, con adornos en morado, estaba desarreglado. Y su pecho subía y bajaba por la sorpresa de la viva imagen del hombre todo perfecto con sonrisa encantadora, un don Juan en cuerpo y alma.
- ¿Interrumpo algo? -preguntó Anne en la puerta observando a su amiga desconectarse del mundo, su mano viajaba de un lado a otro en un cojín que tenía apretujado sobre el pecho.
-No, para nada -comentó con una falsa tos.
-Te has quedado como que en un estado de shock -Olympia frunció el ceño, un gran estado de shock luego de observar a semejante hombre moverse entre los bosques de Pemberley, era algo que le llamaba sumamente la atención, su facilidad con la que se manejaba en el ambiente, con la manera de caminar podía jurar que ya tenía tiempo visitando los mismos lugares.
-Es sólo que, tengo... ¿Hambre?
-Sí, claro, un apetito enorme de ver a Adam, ¿no es cierto? -rio-. He visto a Leonardo caminar por el pasillo.
-Sí, lo han contratado.
- ¿De verdad? -preguntó cerrando la puerta para acercarse a su amiga-. Vaya, no sabía que teníamos vacantes para abogados jr.
-Lo sé, ni siquiera yo lo sabía.
Y es que en realidad no lo sabía, el joven Henson se la pasaba entre sombras, moviendo cosas y contratando gente, despidiendo a otras. No sabía qué estaba planeando. Aunque eso no le molestaba, lo que de verdad odiaba es que no sabía nada más allá de que sus padres eran en realidad biológicos y él era tan encantador como un Adonis.
No tenía certeza sobre hacia dónde ir con el hombre que rogaba por atención suya. Confusa se levantó hacia su escritorio donde tomó su bolsa y el celular.
- ¿A dónde irás?
-Iré a hacer algo realmente estúpido.
Salió de oficina y enseguida varias miradas de desaprobación se posaron en ella, no estaba segura cuánto tiempo seguiría aguantando que sus propios empleados fueran tan desgraciados con su persona.
Caminó entre los cubículos esperando encontrar alguna cara amable, no lo hubo. Entró al ascensor con una mueca.
-Son unos idiotas -comentó alguien detrás de ella-. No te preocupes, recibirán su merecido.
Observó por el reflejo a la dueña de la voz, su altura era sumamente más que la suya, con largas piernas envueltas en un pantalón formal de color negro y tacones de color blanco. Con cabello corto pixie y una tonalidad roja. Le sonrió.
-Ojalá así fuera -rio girando para encararla-. Soy Olympia.
-Jessica Betancourt, eres mi paquete. Adam me ha mandado a recogerte, pero, me parece que viniste primero hacia mí, hiciste mi trabajo más sencillo.
Su tez morena le llamó mucho la atención, era hermosa, y ahora resultaba ser una empleada de Adam. Una extraña ola de celos la azotó. Esta mujer tan guapa, junto a ella se sentía una albóndiga con patas.
-Te equivocas, tengo muchas cosas importantes que hacer -dijo presionando el botón del piso de su oficina-. Adam, tendría que haberme mandado un mensaje.
Siguió presionando el botón repetidas veces.
-Ibas a verlo, ¿no es cierto? -se petrificó al escuchar efectivamente lo que planeaba hacer.
-No me gusta que me lean la mente, ¿sabes? -Jessica asintió sonriendo.
-No lo volveré a hacer, lo juro. Pero, debes dejar de presionar el botón, acompáñame.
Los intentos fallidos de lograr presionar el botón fueron en vanos y decidió seguir a la mujer que caminaba con la misma gracia que su jefe, con increíble facilidad llamaba la atención de todos con los que se encontraron, y así como ella, era atraída por su belleza inhumana.
-Jessica -le llamó-. ¿Para qué quiere verme Adam?
-Sólo me ha pedido venir a por ti Olly -sonrió murmurando su nombre con una voz melosa que le asaltó el corazón por completo-. Pero, tan idiota que es Adam, seguramente sólo quiere verte y pasar un rato juntos.
- ¿Idiota? -repitió-. ¿Desde hace cuánto lo conoces?
-Oh, unos cuantos años, desde jóvenes. Nunca me ha agradado cuando me pide favores, pero, aquí estoy, haciendo lo que dice el jefe.
Rio observando lo estupefacta que se encontraba Olympia, era muy bonita a comparación con todas las mujeres con las que se ha topado Adam, y no precisamente del rostro, sus cejas no eran simétricas, la nariz no era fina sino un poco más gruesa, los labios carnosos con una dentadura que le causaba felicidad y que también se la causaba al hombre que le daba dolores de cabeza-. Entonces Olympia, te gusta mi jefe.
-Juro que si alguien me vuelve a preguntar eso...
-No deberías jurar en vano -comentó apretando el volante del auto por unos segundos-. Me ha platicado un poco de ti.
- ¿Lo ha hecho? -respondió emocionada que no pudo pasar desapercibida por su compañera que estaba como piloto.
Una emoción no pudo borrarse de su rostro al saber que al menos él contaba de ella a otras personas, así no supiera mucho sobre la persona que decía quererla hacer feliz.
Se internaron en el camino hacia Lawrence Park, todas las casas eran gigantescas, tan elegantes que su sentido de perfeccionismo le trajo tranquilidad.
Se detuvo en una de las casas, de dos pisos con una entrada muy romántica, el color era azul claro con detalles de madera en color blanco. El jardín perfectamente cortado y con tulipanes amarillos adornaban el sendero hacia la puerta, y un Adam sonriente se asomó por la ventana con cortinas blancas.
-Olympia -gritó acercándose a ella-. Gracias Jess, por ir a hacer lo que te encargué.
-Ni lo menciones -gruñó entrando a su auto una vez más.
-A ella no le gusta que la ponga a trabajar.
-Muy conveniente joven Henson -apretujó un poco más su bolsa y bailó levemente en donde estaba-. ¿Pasa algo?
-Quería invitarte a comer algo, y he preparado unas cuantas cosas, la verdad no tengo el sazón que te gusta del restaurante al que fuimos, pero, estoy seguro de que hice lo mejor que pude.
-Bueno, a juzgar que eres el rostro detrás de los libros de cocina, yo estoy segura de que estará estupendo.
-Bueno, no me gusta alardear, pero, sí. Sí soy muy bueno -respondió señalando la entrada de su casa, Olympia agradeció con un asentimiento de cabeza y entró.
Dentro era más hermoso de lo que pudo imaginarse, el tapiz era completamente blanco y los sillones de color café oscuro dando un contraste elegante, había una mesa de cristal en medio de la habitación, al fondo podía verse a través del enorme ventanal el jardín extenso con una piscina y unas cuantas tumbonas blancas. La cocina estaba enseguida pasando por una puerta que se deslizaba, y en cuanto entró, supo que la cocina valía más de lo que ganaba en un año, lo sabía porque varios de los electrodomésticos le gustaban para su casa soñada.
La isla de color blanco estaba llena de varios platos y cacerolas.
-No bromeabas con unas cuantas cosas -asintió comprendiendo que era demasiado para sólo dos personas, le ofreció asiento en uno de los taburetes de madera oscura en lo que se dirigía a la alacena por dos copas de vino.
-Estaré en unos segundos contigo.
Olympia vio irse a Adam y se levantó a tocar las cacerolas para adivinar qué tenía cada una, entonces vio un recipiente que sabía perfectamente con sólo olerlo o verlo. Tocó la superficie del pan de elote y lo presionó un poco, soltó incluso un suspiro en cuanto el olor se impregnó en sus fosas nasales, todo se veía delicioso-. ¿Sabes? Puedo dejarte a solas con el pan de elote por unos minutos.
- ¿De verdad cocinaste todo esto? Adam Henson, tienes talento. Ni siquiera sé qué tomar primero. Quiero agarrarlo todo y meterlo a mi boca... No, eso sonó terrible.
Adam sonrió, le entregó una copa que llenó de vino.
-Toma, para que puedas bajarte con tranquilidad todo lo que vas a comer.