Otra madrugada, otra maldita pesadilla. Lo sentía en las venas, en su pecho. En todo su cuerpo. La garganta se le estaba cerrando como cuando intentaba contener el llanto y los ojos le escocían como cuando intentaba retener las lagrimas. Sabía lo que a continuación venía y trato de impedirlo, pero no pudo y, como en una película, fue trasladado hasta el peor día de su vida.
Cuando tuvo que anunciar la muerte de su amado hermano.
Tenía puesto el uniforme con la gorra reglamentaria y en la pechera del lado izquierdo las medallas de honor y valentía emitían vacíos destellos cuando las iluminaba la luz del sol.
El General Jeremiah Marshall le puso una mano en su hombro dándole un amable apretón, que casi parecía un consuelo.
-Lo siento compañero. Realmente, lo siento muchísimo -El hombre parecía de verdad afectado, su hijo no había sido herido de milagro en el accidente, pero había visto todo el horror desde la distancia.
Sin embargo todo lo que en ese momento ocurría le parecía irrelevante. Las palabras de consuelo, los abrazos obligatorios... todo ya había dejado de tener un propio sentido. Todas las palabras eran vacías porque nadie lo sentía, nadie sabía lo que había pasado y que él podría haberlo impedido si tan sólo pudiera...
«No».
Era su deber anunciar que Andy ya no estaría con ellos, que Andrés Carmichael ya no les sonreiría más, que no contaría ya nunca más chistes malos y que ya no se le quemarían las salchichas del cuatro de julio. Porque Andy estaba muerto.
El viaje hasta Manhattan fue eterno, la bandera estaba doblada en señal de respeto al igual que el uniforme con todas las medallas con las que habían condecorado a su hermano menor. Ahora él tenía que entregárselas a su madre quién, aun, no sabía que él iba a regresar a casa.
Desde que el grupo terrorista había dado con el pequeño grupo de soldados, habían planeado una buena estrategia. Una mujer herida al costado del camino había sido el comienzo de todo. Andy era médico y soldado, el no pudo evitar ayudar a la joven y cuando todos estaban dormidos se inmoló. Nadie sabía cómo había logrado ingresar explosivos a la trinchera, pero lo hizo.
Axel no pudo hacer nada para detenerlo. Lo vio todo, vio morir a su hermano y ahora tenía que volver a casa a contarle a la familia que no había podido cumplir su promesa de lealtad y protegerlo. Tenía que volver a casa sin Andy.
La vieja residencia estaba tal cual la recordaba. La bandera nacional flameaba en el jardín que rebozaba en flores de colores. Un gatito corrió frente a él y luego un perrito un poco más grande, un niño reía mientras perseguía a sus mascotas y parecía feliz de hacerlo.
Todo el mundo parecía feliz y él no sabía cómo iba a enfrentar tanta tristeza.
Recorrió una hilera de adoquines rodeado por alegrías y tocó el timbre. El corazón le palpitaba y podía sentir el temblor de sus piernas. Le escocían los ojos y sentía que no podía respirar.
Los pasos de su madre resonaron en el pasillo y la sonrisa se le borró del rostro cuando lo vio, solo, parado en el umbral.
-¿Andy? -preguntó la mujer en voz baja.
-Mamá... -balbuceó casi suplicando-. Mamá el no...
-¡No! -gritó la mujer tapándose la boca y con lágrimas corriendo por sus pálidas mejillas- ¡No, no, no! Axel, no! Andy no, mi niño no...
Lo entendía, lo entendía de verdad. Entendía que no quisieran verlo porque no había sido lo suficientemente astuto para saber que esa mujer era un problema, por no impedir el ataque y por no proteger a su hermano. Por no ser el hermano que Andy Carmichael se merecía.
-¿Cómo te atreves a venir sin él? -le gritó su padre tirando la bandera y las condecoraciones al suelo para luego abofetearlo- ¿Cómo?
-Papá... -rogó con la voz temblorosa.
-¡No! Tú ya no eres mi hijo. Mi hijo murió en Irak y ahora me queda Sara. Yo ya no tengo hijos, ya no...
Axel se agachó con mucha dificultad a ordenar el uniforme de su hermano doblándolo con cariño, luego dobló la bandera y dejó todo a los pies de su madre con un sobre que contenía las ultimas foto que él se había tomado con su madre y una carta que ambos le habían escrito desde allá.
-Lo siento -murmuró y con el corazón roto se puso de pie y se fue.
El entierro fue más duro aún. Solo, alejado de la gente que había ido a despedirse de Andy, se dio cuenta de que para su familia no tenía ningún valor, aunque tuviera medallas y aunque fuera un joven Teniente. Allí solo supo que tenía que hacer algo para volver a ganarse el amor de su padre. El amor de toda su familia.
Al cobrar la herencia que Andy le había dejado y juntándola con sus ahorros comenzó a apostar en la bolsa de Wall Street y en caballos. No podía creer su suerte cuando un año después tenía invertidos más de cinco millones de dólares. Vio una pequeña empresa en crisis y la compró, fundando así Carmichael Inversiones. Desde ese día había cosechado éxitos y dinero, pero aún no se había ganado el amor que tanto anhelada, el amor de su padre.
Lo había hecho todo por él, les había comprado una casa nueva en un barrio tranquilo, les pagaba todas las facturas e incluso una operación que nadie estaba dispuesto a pagar. Allí descubrió que las cosas estaban destinadas a ser así. El no protegió a su hermano y a cambio no lo protegerían a él. Aunque ya no necesitara protección.
Se levantó de la cama y al igual que todas las mañanas sintió ese maldito y vacío sentimiento en su interior. Las cosas jamás iban a volver a ser como antes y el iba a dejar de ser como era antes.
Todavía recordaba el llanto de su hermana, pero era verdad, nada de lo que sus padres hicieran iba a traer a Andy, nada. Entonces tomó la decisión de no ir más a casa de sus padres a ninguna cena, a nada. Si quería ver al pequeño Johny podría ir a casa de su hermana, aunque ahora dudaba que fuera bien recibido, después de todo se lo tenía merecido ¿No?
El lunes siguiente, al despertar de la misma pesadilla, hizo su rutina habitual de ejercicio y tras ducharse y salió con rumbo a la empresa. Teresa, su ama de llaves, que ingresaba a trabajar a las ocho, estaba muy preocupada por él y se lo hacía saber, pero él contestaba que no se preocupara por él, aunque saber que había alguien que se preocupara lo reconfortaba un poco. Más viniendo de la mujer que lo adoraba como a un hijo. Como al hijo que una vez creyó ser.
Al llegar a la empresa fue directo a la oficina y después de saludar a Patrice entró al cuadrado acristalado dispuesto a comenzar con el trabajo que lo esperaba. Al tener las cosas listas pensaba pedirle a su secretaria que fuera al archivero para que la archivista se encargara. O pensándolo mejor...
Fue él mismo para ver como se encontraba la chica nueva en su nuevo trabajo. La puerta estaba abierta y ella estaba junto a la ventana regando una llamativa planta de flores violetas. Si no se equivocaba era la planta llamada "No me olvides"
-Buenos días -ella se giró hacia él.
-Buenos días -contestó con timidez.
-Debes preparar esto para una presentación que tendrá lugar el veinte del corriente -dijo extendiendo unos archivos.
-¿Cuántas copias necesita? -preguntó acercándose a su escritorio.
-Nueve de cada una. Sepáralas por carpetas distintas, por favor.
-Está bien señor...
-¿Cómo estás? ¿Te gusta el trabajo? ¿Tienes alguna queja? Debes saber que los empleados que estén disconformes con algo siempre pueden reunirse conmigo para que lleguemos a un acuerdo.
La chica pareció pensárselo por unos segundos, pero luego en su rostro apareció una sonrisa, un sonrisa que se la había visto solo a una persona. Una sonrisa de pura amabilidad.
-Estoy conforme y gracias por fumigar el archivero, aunque me dan pena las arañas que murieron... se lo agradezco.
-¿Quieres que las resucite? -preguntó con una sonrisa que, por más que intentó, no pudo ocultar.
-No, no...
Silencio, algo que no era nada incómodo. Axel veía como la chica sacaba cuatro carpetas de diferentes colores y se las mostraba con una gentil sonrisa.
-¿Le parecen bien estos colores? Verde manzana, azul francés, rosa pastel y morado.
-No sabía que hubiera carpetas cristal rosa pastel -Observó cruzándose de brazos con el cejo fruncido.
-Las encargué antes de la fumigación, no había más carpetas violetas y había muchas moradas...
-Pero estas son violetas -dijo señalando la carpeta morada.
-No, ese es morado, señor... -Silencio
¿Por qué siempre las mujeres podían ver todos los colores que los hombres no podían ver? Mientras que la chica identificaba cada informe con una carpeta diferente, el no podía evitar observarla.
Aunque no la conocía en profundidad, era agradable estar con ella ¿por qué?
Ni él lo sabía.
Hacía mucho tiempo que nadie lo miraba así, como ella, sin hambre, sin deseo sexual, sin lujuria. Como si él fuera... una persona normal, un hombre corriente.
-Eres Axel Carmichael ¿verdad? -preguntó ella de pronto.
-Sí, soy tu jefe -dijo extendiendo la mano que ella tomó en un firme apretón que duro algunos segundos.
-Me lo imaginé. Cuando me dijiste bienvenida a mi empresa pensé que era solo un saludo. Luego nos informaron que los de archivos tenían la semana libre porque iban a fumigar...
-Entonces ataste cabos...
La chica se encogió de hombros mientras en un papel anotaba la cantidad de copias que debía hacer, para luego volver a mirarlo. De nuevo esa mirada, esos ojos, intensos, como el chocolate. Chocolate, hacía mucho que no comía chocolate. Era la golosina favorita de su hermano y por él no lo había vuelto a saborearlo, porque solo lo hacía cuando estaban los dos y nadie se burlaba de ellos.
-Emily Walker ¿No? -aunque recordaba su nombre, volvió a preguntárselo para que ella lo mirara y poder estudiar sus hermosos ojos.
Ella asintió haciendo bailar unos rizos que estaban al costado de su rostro. La chica era muy bonita, debía admitirlo. Mucho. Tenía un lindo vestido blanco ligeramente acampanado con flores negras, en el corpiño tenía cintas de raso que lo hacían delicado.
-Emily Walker ¿te gustaría almorzar conmigo? -dijo mirándola con las manos en los bolsillos.
Era demasiado tarde para corregirse, la chica pareció igual de sorprendida. Axel sacó las manos de los bolsillos y se rascó la nuca, ella le sonrió. Otra vez esa sonrisa hermosa.
Si, era una joven preciosa.
-Almuerza conmigo, por favor. Estaría encantado de tu compañía...