Axel Carmichael se paró frente a la casa de sus padres. Su madre había insistido mucho en que asistiera a esa cena, pero él no tenía ni la más mínima gana de hacerlo. Se acomodó el cuello de la camisa, sin corbata, que tenía debajo de un sweter de punto cuello de pico. Dio un paso adelante y tocó el timbre, pronto se oyeron los pasos de su madre que abrió la puerta y le sonrió.
-Bienvenido a casa, hijo -saludo su madre con lo que parecía ser una sonrisa.
De pronto se sintió tímido ante la mirada castaña de ella. A veces parecía ser cautelosa y temerosa, otras acusatoria y de odio, pero el día de hoy era más temerosa que otras veces.
-Traje un malbec, mamá... -dijo mostrando la delicada botella de un costoso vino de una bodega llamada Valle de Sol que tenía origen en Napa.
Siguiendo con la tradición de evocar los mejores recuerdos para Andy, decidió que sería la mejor bebida para disfrutar, aunque este ya no estaba en el mundo de los vivos.
-El favorito de mi niño -dijo emocionada al ver que era la misma marca que Andy solía beber-. Qué bueno que lo recordaras... ah querido hijo, Andy estaría tan feliz con este regalo.
Ambos ingresaron a la casa y Axel se vio rodeado del resto de los Carmichael. Jason Carmichael estaba detrás del Times y Peter Jackson estaba con un vaso de tónica con hielo. Su cuñado lo miró mientras que su padre no levantó la mirada ni una sola vez, su hermana estaba visiblemente tensa y él se sintió desgraciado. El peso que traía en sus hombros se intensificó.
-Vamos a la cocina, hijo. Tengo algo que decirte. Ven, ven acompáñame.
Con esa nueva sensación casi asfixiante, caminó detrás de su madre. Se sentó en una banqueta del desayunador que él mismo había diseñado para su madre. La mujer le sonrió mientras que ponía ante sí un vaso con limonada dulce, bebida que el rechazó con educación.
-No los culpes, hijo mío. Todos están muy cansados -dijo la mujer sin mirarlo a los ojos, pero esa mirada que le negaba, también estaba llena del mismo resentimiento que los demás.
«Yo también estoy cansado», pensó, pero de ninguna manera se lo diría a Rachel, su madre.
-Mamá... -dijo en voz baja.
-Me gusta que vengas a casa, hijo mío... prefiero esto a... a que... estés en otra parte con otras personas.
-Mamá quiero decirte que esta es la última vez que vengo a estas cenas que haces -informó con voz firme que no admitía replicas-. Tengo muchas cenas a la semana. Se me está haciendo muy difícil repartir mi tiempo... entre lo que esta familia se ha vuelto y el trabajo....
-Pero hijo -interrumpió la mujer- ¿Como prefieres cenar junto a personas que no te conocen a... a nosotros?
-Por lo menos ellos me miran a la cara -no pudo evitar el rencor en el tono de su voz. Luego, al ver el rostro de su madre lo lamentó.
-Eso es porque no te conocen...
El silencio se hizo tan pesado que por un momento tuvo que inspirar tan profundo para no ahogarse con su mismo dolor, con las mismas lágrimas que tantas veces tragaba para no mostrarles a los demás que a él también le dolía.
-Muy bien -dijo Axel mientras se ponía de pie.
-No hijo... espera, espera un segundo. Axel ¡hijo!
-Quédate con el vino... hasta... hasta pronto...
Salió maldiciendo de la casa de sus padres y se metió en su auto, lanzó un grito y golpeó el volante en repetidas ocasiones para no perder el control, para no perder las batallas contra las lágrimas, pero se sentía vencido, sentía que era hora de bajar los brazos. Ahora era definitivo, esto estaba destinado a ser así; había perdido a su familia. Tal vez para siempre. Cerró la puerta de su departamento y se dirigió al mueble a donde guardaba su wiski especial y se sirvió un vaso que se bebió de corrido, luego otro y otro... estaba perdiendo el control y no podía evitarlo. De pronto, el rostro de una sonriente Emily Walker se apareció en sus ojos cerrados. Ella decía que primero había que cambiar uno mismo para poder cambiar con los demás, pero era difícil. Muy difícil.
-¿Axel? -Teresa encendió la luz del despacho, Axel estaba recostado en el sofá de cuero marrón con la cabeza recostada en los reposabrazos-... Axel, hijo mío...
-¿Que pasa Teresa? -dijo elevando un poco la cabeza que había dejado colgando en el sofá -¿Qué haces tan tarde por acá?
-¿Tan pronto en casa, hijo? ¿Ocurrió algo malo? ¿Quieres contármelo?
-Nada, querida Teresa, lo mismo de siempre. Me voy a acostar, creo que me estoy enfermando -dijo con la voz ahogada por el llanto que estaba escondiendo y esforzándose por retener.
-¿Has comido algo? -preguntó la mujer mientras guardaba las bebidas y tomaba el vaso sucio-. Me encantaría hacerte algo de comer para que te pongas bien ¿Quieres papas fritas o quieres algún guisado mexicano?.
-No tengo hambre, Teresa -«sólo quiero beber alcohol hasta olvidarme de todo»- tu puedes ir a casa tranquila y volver mañana a la misma hora de siempre yo estaré bien solo.
-No puedo dejar que te acuestes sin comer algo caliente -Le dijo preocupada-. Al menos una sopa y una tostada, tesoro, por favor... deja que te cuide un poquito.
La buena Teresa... por un momento, dentro de todo el tormento que Axel vivía a diario, deseó, con fervor, que ella fuera su madre. Ella ya había hecho mucho por él. En diez años había hecho más, mucho más de lo que su familia había hecho por él. Teresa era su familia. Su única familia...
-No te preocupes por mi Teresa -dijo besándole la frente con cariño-. Estaré bien, sólo es un resfriado o una gripe, pronto se me pasará. Gracias por estar siempre.
A paso lento entró subió las escalera y se metió en su cuarto y sin importarle nada se acostó en una enorme y vacía cama. A una noche llena de pesadillas y plagada de los aromas que anunciaba un combate le siguió el zumbido de las bombas y el dolor fantasmal de las heridas que estas habían dejado una vez.
Los gritos que pedían ayuda, los gritos de dolor y su propia voz llamando a un Andy que estaba más preocupado por ayudar a otros que salvarse la vida a él mismo. La cara de su hermano se le hizo visible, la última vez que lo había visto fue cuando sacó a Alfredo Otero de dentro de la trinchera y lo dejó a su lado.
-Cuida a Otero -pidió con desesperación, pero Axel estaba demasiado débil para estar al pendiente de todo, aun así estiró su brazo y lo detuvo
-Andrés ¿Qué estás haciendo hermano? ¡Ven aquí! -lo llamó a gritos
-Cuida a Alfredo, tiene pérdida parcial del miembro inferior, presiónale la herida para cortar la hemorragia. Hazle un torniquete ¡rápido, tengo que ir por los demás...!
-¡Andrés!
-¡Por favor hazlo hermano!
Mientras le aplicaba el torniquete a su amigo se sintió la última explosión y fue lo último que él oyó hasta que abrió los ojos y otros intensamente azules los recibieron en una nueva vida que solo le traía horror, errores, miedo y tormento.
Al día siguiente estaba igual que siempre. Como era sábado era un día libre que iba a disfrutar fuera de la empresa. Desayunó con Teresa entre conversaciones banales y ella que siempre lograba sacarle una sonrisa volvió a iniciar una conversación.
-Estás muy guapo esta mañana -observó Teresa con una enorme sonrisa- ¿Vas a salir con alguien hoy?
-Voy al centro comercial -se encogió de hombros e hizo un mohín
«Espero morirme en el camino o algo peor»
-¿Vas a comprarte algo? -preguntó ella arqueando las cejas con verdadero interés.
-Eso creo... -se encogió de hombros- todo depende. Tengo ganas de despejar mi mente un poco. Estoy muy cansado.
-¿Vas a contarme lo que pasó anoche? Porque no tienes ninguna gripe. Soy enfermera titulada ¿recuerdas?, soy la mujer que cuatro veces te trajo desde la puerta del hospital vistiendo una bata abierta por detrás... le enseñaste el trasero a todos...
Axel negó con la cabeza mientras le sonreía sonrojado al recordar aquel episodio en particular. No necesitaba volver a evocarlo, aunque eso le ayudara a comprender o buscar una solución. Estaba harto de intentar comprender a los demás. Ahora era por él, iba a cambiar por el mismo.
Porque lo necesitaba.
-Lo mismo de siempre, Teresa... -se encogió de hombros de nuevo, como si eso aliviara el doloroso sentimiento de culpa que lo corroía-. Pasa lo mismo de siempre.
-No vale la pena emborracharte por eso. Tienes un estupendo gimnasio, si estás enfadado haz gimnasia, desquítate con los aparatos, no contra tu mismo. Además ya es hora de que entiendas que no fue tu culpa, allá ellos con sus malditos sentimientos.
Axel pensó en que su cuerpo estaba bastante tonificado y no quería excederse, no cuando algunas lesiones aun persistían desde la guerra. En cuanto a que no fue su culpa... el no estaba tan seguro de eso porque de alguna forma podría haber podido evitar tanto dolor.
-¿Te espero para almorzar? -preguntó Teresa con esperanza.
-Comeré algo en mi paseo, no te preocupes por mí. Tú come lo que quieras. Mi casa es tu casa, querida Teresa, siempre ha sido así.
-No puedo evitar preocuparme por ti. Eres muy especial, Axel. No te desvalorices así.
«No no soy especial, querida Teresa... si fuera especial mi familia me perdonaría»
-Hasta pronto -besó su frente-. Gracias por estar aquí conmigo, siempre.
Teresa lo miró a los ojos y un enorme anhelo se instalo en el pecho de la mujer. Quería tanto a ese hombre tan herido y no podía ayudarlo. Día a día le rogaba al cielo que le mandara a alguien que de verdad lo mereciera, porque ya le habían fallado muchas de las personas a las que él había necesitado.
Solo esperaba eso. Ese milagro que lo hiciera amar para siempre.
Había mucha gente gastando dinero y Axel no pudo evitar sonreír con cinismo. Se paró en frente de un local en donde había trajes y se compró uno, que como siempre, le quedo perfecto. Con bolsa en mano recorrió mas locales y gastó más dinero en camisas, pantalones y sweaters de punto, también compró un abrigo nuevo para el invierno que aunque no estaba muy próximo estaba en un escaparate.
Era un precioso vestido. Blanco con encajes en la espalda, seguro que podía copiarlo. Miró las telas que tenía en su bolsa, iba a quedar bien así, pero iba a comprar encaje y de seguro podría tener un hermoso vestido para cualquier evento de la empresa, aunque no la invitaran por ser de los escalafones más bajos, valía la pena ilusionarse. O quizás alguna cena especial... con un hombre especial.
Miró una vez más el vestido y lo guardó en su memoria en tanto volvía a la tienda de telas para comprar encaje así podía comenzar con el vestido en cuanto volviera a casa. Al salir siguió paseando y no pudo evitar comprarse un jean de color azul oscuro.
Siguió recorriendo las tiendas y vio otro vestido, esta vez era azul francés y era largo hasta la mitad del muslo, con brillos y sin espalda. Era atrevido sin perder elegancia. Era hermoso.
Se lo quedó viendo intentando copiar sus formas e imaginándoselo en blanco con detalles dorados maravillándose ante la idea de usarlo en algún evento al lado de Axel...
-Espero que pienses comprarlo y no copiarlo.
Giró la cabeza a la izquierda y vio a Axel Carmichael, estaba cargando unas bolsas de tiendas de alta costura masculina. La boca se le secó y la respiración empezó a fallarle, así como los latidos de su corazón. Axel caminó dos pasos y le hizo una seña con la cabeza para que ella lo siguiera.
-¿De compras? -preguntó ella y él le regaló una sonrisa que la dejo deslumbrada.
-Probando una teoría -Dijo mirando algunas vidrieras mientras caminaban por el pasillo del lujoso y amplio del centro comercial-. Muy interesante por cierto -agregó.
-¿Que teoría es esa? -Preguntó Emily, muy interesada.
-¿Por qué las compras hacen felices a las mujeres? Quiero saber si esa teoría se aplica a los hombres también.
-¿Es que acaso esta triste? -preguntó frunciendo el ceño.
No supo por qué, pero sintió una opresión horrible en el pecho al imaginar a ese hombre triste, siempre parecía tan calmado y con todo bajo un enorme y racional control.
-Cosas de la vida -se miró el reloj-. Hoy es sábado... ¿Almorzarías conmigo aunque sea fin de semana?
Emily le sonrió de una forma que hizo que el estómago le pesara menos, como si la vida todavía fuera algo maravilloso. Se puso un mechón de cabello detrás de la oreja y él espió las bolsas que cargaba. Tres de unas casas de telas y dos de una tienda de ropa.
-¿Pensabas copiar ese modelo de vestido o estabas meditando comprártelo? -preguntó.
-En realidad lo vi y me gustó ¿Y usted? ¿Qué piensa de esa teoría que proponía? -preguntó ella, que no la hacía especialmente feliz gastar en ropa.
-La teoría... si. Es mentira en parte, por ejemplo ahora... ahora esa teoría está funcionando.
No supo por qué, pero ese tono de voz hizo que se sonrojara por completo y apartara la mirada hacia una vidriera de una casa que vendía artículos para el hogar estilo art decó.
-¿Prefieres las clásicas hamburguesas o algo más elaborado? -preguntó Axel llamando su atención una vez más- Dime ¿Qué quieres comer? Yo invito.
-Me gusta la pizza -sonrió Emily-. Me encanta la pizza de mozzarella... doble queso...
-Muy bien, pero aquí no. Las pizzas de aquí tienen suficiente aceite como para taponar las arterias de toda la Capital.
-Entonces vamos a nuestro italiano favorito... -sugirió ella sin darse cuenta al mencionar el «Nuestro».
La sugerencia de la joven lo caló muy hondo. Habían salido ya bastantes veces y siempre al mismo lugar. Un lugar cálido y amable, tal cual era ella. El sacó las llaves de su auto y las agitó frente a ella.
-¿Tienes auto? -preguntó al entrar al parking.
-Soy muy pobre... -La cara y el tono de su voz fueron lo suficientemente cómicos para hacerlo reír mientras le abría la puerta del vehículo. Ella le entregó las bolsas de su compra y él las guardó en el maletero, posteriormente se metió al coche y esperó a que ella se ajustara el cinturón de seguridad
Era una risa ronca y áspera, muy masculina. Llena de promesas, promesas de conversaciones que terminarían en risas, promesas de mañanas que terminarían en risas. Esa risa fue lo único que necesito para erizarle el cuerpo. Por un momento sintió que el aire había abandonado sus pulmones, su cuerpo... el mundo.
-¿Lista? -preguntó Axel.
-Si...
-¿De dónde eres? -preguntó él, de pronto.
-California... Santa Bárbara, pero estuve viviendo en Boston y en Washington.
-¿Mientras estaba en California vivías en la playa?
-Algo así. Mis papás tenían un chiringito en donde vendían papas fritas, peces fritos y bebidas frías.
-¿Tú que hacías?
-Licuados. Mi especialidad era de él de fresas y naranja. Tenía con leche o con jugo. También hacía unos capuchinos helados.
-Parecía divertida la vida en Santa Bárbara.
-Mi vida en Santa Bárbara fue una pesadilla. Todo cambió de un día para el otro y ya no quise estar más en California. Nueva York tenía una buena oferta en materia de estudio y vine hasta aquí, entre en Juliard y todo mejoró...
«Hasta que apareció Tony»
-Todo mejoró hasta que... ¿Qué?
-Un pequeño problema. Tuve que dejar Juliard e hice otras cosas, me mudé a otro estado -se encogió de hombros- tan mal no me fue, maduré mucho en aquellos años.
El silencio los rodeó, ya no quería hablar, su pasado era pesado, pero había seguido con su vida.
Inconscientemente se llevó la mano derecha hasta su costado izquierdo en donde descansaba la cicatriz que le había hecho Tony.
-Cuénteme algo de usted -pidió Emily con educación-. Me gustaría saber algo. Lo que me quiera contar.
Él la miró por dos segundos.
-No hay nada importante que saber. Tengo a mis padres con vida, una hermana que se casó y tuvo un bebé... Johny...
-Lo quieres -dijo ella tuteándolo por primera vez.
-¿Cómo?
-Al bebé. A Johny, lo quieres. Se nota en tu voz. Por como mencionas su nombre. Tus ojos se iluminan, como el cielo cuando sale el Sol.
El sonrió.
-Es un bebé hermoso. Cuando me sonríe se le ven sus pequeños dientes. Tiene cuatro... blancos y pequeñitos.
-¿Tus padres son profesionales? -preguntó acomodándose el pelo.
-Algo así -«son profesionales en destruirme»- Mi padre era un abogado respetado en el viejo continente y en América y mi mamá era jefa de cocina en un hotel con cinco estrellas Michelin.
-¿Paso algo malo con ellos?
-Nada importante. En realidad no me agrada hablar de mi familia... en este momento
-Lo siento, es verdad no soy tan...
-No es eso, es que hay veces que... -se encogió de hombros-. Hay temas que no comparto. Con nadie. No es usted, Emily Walker, soy yo y le juro que esta no es una excusa. Saber de usted es mas interesante...
¿Qué decirle a ella? Todo era demasiado escabroso para alguien que parecía tan luminosa.
-Hay un lugar libre en aquel parquímetro -dijo ella para cambiar de tema. Cuando entraron al restaurante el dueño los saludó desde la barra.
-Ciao.
-Ciao Vicente -saludó ella con una sonrisa.
-Carissima. Qué bueno verlos. Grazie al buon Dio!
Pese al mal humor que Axel acarreaba la forma en la que Emily le tomó la mano y el tono que empleó el italiano al hablar lo hicieron sonreír.
-Pasen, pasen. Los llevaré a su mesa. El plato de hoy es lasagna, pero si ustedes quieren otra cosa Giancarlo se las preparara.
-¡Pizza! -dijo la joven con una sonrisa-. Con mucha mozzarella.
-¿Beberán lo mismo de siempre? -ambos asintieron-. Pizza clásica, una cocacola y un torrontés para la mesa trece.
Una mesera que estuvo muy entretenida mirando a Axel puso los platos y cubiertos, para luego volver y poner los vasos.
-La pizza de aquí es la mejor -dijo la mesera- No se arrepentirá de su elección, señor..
-lo sabemos -dijo Emily, de pronto-. Mi novio y yo venimos tres veces a la semana a comer aquí debido a nuestro trabajo.
Axel la miró incrédulo ¿había escuchado bien? ¿Acaso ella...? No, no podía ser... por un momento sintió ganas de reír, pero de felicidad.
-¿Puedes traernos un poco de hielo? -preguntó Axel.
La joven, que entendió el mensaje, asintió y se fue a buscar lo que le habían pedido los clientes.
-Odio a las mujeres mironas -masculló, Emily abriendo una bolsita de palitos de pan.
Axel le sonrió. En realidad la bonita camarera no estaba haciendo nada malo.
-¿Por qué? -preguntó él.
-Cuando un hombre atractivo está acompañado por una mujer no se lo mira. Es la ley de la jungla de las mujeres.
Silencio. La camarera dejaba los hielos y bebidas.
-¿Crees que soy atractivo? -preguntó Axel apoyando los codos en la mesa y entrelazando los dedos de ambas manos.
-Yo... em... -Axel le tomó la barbilla con el pulgar y el índice conectando sus miradas -«¡Cree que soy atractivo!» Ni él mismo lo creía.
-Tú también eres muy bonita. Eres muy dulce y muy gentil, Emily Walker. Me halaga que pienses que soy atractivo.
Era consciente del efecto que ejercía en las féminas, pero nunca se había quejado, hasta hoy. Hoy ella le había hecho ver que a veces la atención de tanta mujer era realmente innecesaria, cosa que a él le había encantado en el pasado.
La joven le sonrió sonrojada y tímidamente llevó la cabeza hacia atrás.
-¿Cómo es que usted nunca había mirado hacia acá? -Preguntó Emily- Este restaurante es... muy llamativo -dijo haciendo alusión al rojo el verde y el blanco que reinaban por completo todo el lugar.
-Muy pocas veces miró hacia atrás -dijo mientras se servía vino-. Es una regla auto-impuesta. Cosas de la vida.
-No es justo que te hagas eso Axel... -dijo apenada.
-Tú me hiciste ver que a veces valía la pena mirar hacia atrás. Hay cosas que no me atrevía a mirar hasta que apareciste.
La pizza llegó y él le sirvió una gran porción. A ella se le hizo agua la boca mientras daba pequeñas palmaditas.
-¡No hay pizzas como las de mi amigo Giancarlo! Ya lo verás.
Axel alzó su copa en señal de brindis y ella hizo lo mismo con su cocacola.
-Porque a veces vale la pena mirar hacia atrás...
-Porque espero que veas que las cosas tienen solución. Aún cuando no la encuentras.
No. Esta vez no había solución, pero no se atrevió a contradecirla.
Después de un delicioso almuerzo y un sustancial postre Axel decidió llevarla a casa. En la puerta de su departamento estaba el portero que era bastante mirón y aterraba la delicada estabilidad emocional de Emily.
Axel vio como Em miró al hombre que regaba unas flores y notó la tensión en su espalda cuando las miradas –del hombre mayor y ella– se toparon.
-Te dejaré ir cuando estés en la puerta de tu departamento. Permíteme acompañarte.
-Gracias -«al contrario hermosa» quiso decirle «Gracias a ti»
Ya en el umbral de la puerta ella se giró sin ganas de dejarlo ir por completo y lo miró.
-¿Gustas un café? Tengo uno que mi prima trajo de un lugar exótico de África. Es delicioso, ahora me gustaría invitarte a ti.
-Sí. Me quedo...
Caminaron a la cocina en donde un perrito la recibió a los saltos, feliz de ver a su ama de nuevo en casa. Emily llenó su cuenco de comida y la bolita de pelos dio buena cuenta de su alimento. De tanto en tanto miraba a su dueña y le movía la cola.
-Siéntate. Tengo que confesar que soy fanática de Magnolia y que siempre tengo algo dulce en mi casa, hoy te puedo convidar unos cupcakes rellenos de dulce de leche ¿Alguna vez probaste el dulce de leche?
-En un viaje a Argentina. No me dejaron abandonar el país sin beber su vino, comer su asado y probar el dulce de leche. Por supuesto bebí Mate. Me gustó ese lugar, gente amable y apasionada, a pesar de que los demás digan lo contrario es un país con futuro. No debería depender de otros países.
Ella preparo platos con cupcakes y sirvió el café para luego sentarse frente a él, que la miraba sin poder creer que estuviera junto a una mujer después de comer sin hacerle el amor.
-Bueno, espero que esto te guste.
Cuando Axel miró el reloj eran más de las cinco y había salido de casa a las diez. Se sorprendió a sí mismo de no estar aburrido.
-Debo ir a casa. Pero me gustó este sábado. Deberíamos repetirlo...
-Si... Deberíamos ¿no?
-Pero será a mi modo. Todavía no te llevo a L'Blue. El sábado que viene te pasaré a buscar a las ocho. Hasta el lunes, Emily.
En un acto arriesgado hasta para si mismo, besó la mejilla de la chica y se quedó con ganas de avanzar con ella, pero él no era como ella, él no era un ser de luz. Aún así no podía alejarse de ella.
Aunque se arriesgara a apagarla.