Sus manos se quedaron temblando en el aire. Se quedó en la puerta de la sala de estar, inmóvil como una estatua. Había venido preparada, su mochila estaba llena de herramientas, una de las cuales podría usarse para romper el código de la cerradura electrónica, pero parecía que las había traído en vano.
De repente, sintió una punzada de arrepentimiento. Si hubiera sabido antes que el código de acceso era la misma, nunca habría sacrificado su dignidad pidiéndole permiso a James para entrar. Simplemente lo habría hecho ella misma. Todo lo que había hecho, reunirse con James, soportar los insultos y beber todo aquel licor hasta reventarle el estómago, estaba destinado a llevarla a ese punto.
Cuando Maria salió de su ensoñación, supo inmediatamente lo que tenía que hacer a continuación.
Primero guardó su mochila junto a la puerta y sacó una linterna. Después se quitó los zapatos y entró descalza en la sala de estar.
El haz de la linterna zigzagueó por la silenciosa habitación. La mujer miró a su alrededor escaneando todos los detalles. A primera vista, parecía que nada había cambiado, pero había cambios sutiles que fue notando gradualmente.
La enorme foto que había colgada en la pared, tomada cuando Arthur tenía un mes, había desaparecido.
Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas para protegerlos del polvo. Maria extendió el brazo para tocar una esquina y el polvo se le pegó a los dedos. Era obvio que nadie había estado allí en mucho, mucho tiempo.
Caminando sobre el frío suelo con los pies descalzos, se dirigió a un rincón de la sala de estar. Antes había allí un armario, pero también había desaparecido.
Ahí fue donde hacía seis años, Arthur tuvo el accidente que le costó la vida. El grito del bebé y la sangre en el suelo volvió a su cabeza.
La trágica escena se reprodujo en su mente. De modo que tuvo que apretar la linterna, respirando cada vez más rápido. El sudor le perlaba la frente y sentía como si su corazón fuera a estallar.
En trance, volvió a ver a Arthur y su adorable sonrisa. Su voz llamándola 'mami' resonó en sus oídos.
Maria extendió la mano y lo llamó suavemente, "Arthur, mami ha vuelto". Entonces vio a Arthur estirar sus brazos regordetes para que lo abrazara.
"¡Arthur, mami te extraña mucho!".
Maria quiso tocar el rostro del niño, pero se desvaneció como por arte de magia.
De repente solo había un piso vacío ante sus ojos y la voz de Arthur se había ido de nuevo. Solo la rodeaba un silencio opresivo.
Entonces se agarró el pecho dolorido con las manos, mientras las lágrimas corrían por su hermoso rostro. '¡Arthur, mi Arthur!'.
Después de un largo rato, se recompuso y subió las escaleras penosamente.
Nada había cambiado mucho en el segundo piso. Caminó descalza por la suave alfombra que conducía hasta la puerta de la habitación más alejada de la escalera. Era el dormitorio principal, la misma habitación hacia la que había estado mirando durante toda la noche desde el portón de la villa la noche que regresó a la ciudad.
Cuando llegó a la puerta de la habitación, Maria puso la mano en el pomo de la puerta y la abrió con cuidado.
El espacioso dormitorio parecía vacío, a pesar del mobiliario.
La gran cama que había en el centro estaba cubierta para protegerla del polvo. También faltaban la cuna del bebé al lado de la cama y la foto que había en la pared de la boda de ella y James hacía seis años.
Aunque esa habitación era el dormitorio matrimonial, Maria había pasado la mayor parte del tiempo sola con Arthur allí. Aún podía oler el olor que emitía su niño precioso. ¿O era solo su imaginación?
Maria salió de allí y caminó hacia la habitación que estaba frente al dormitorio principal. Se suponía que esa era la habitación de Arthur, pero él nunca llegó a usarla.
La decoración de la habitación era la misma que hacía seis años, el papel pintado estaba adornado con animalitos de dibujos animados. Pero también habían retirado todas las fotos y habían llevado la cuna de Arthur allí. Maria miró a su alrededor atentamente y vio que todas las fotos de ella y el bebé habían sido guardadas en una caja.
Al abrirla, ella tomó una foto. Era de su difunto hijo. Al verla, las lágrimas brotaron de sus ojos. Se tapó la boca con fuerza y se esforzó por no llorar.
'Arthur, mamá está aquí. ¡Te extraño tanto!'.
En aquel momento, Maria no pudo hacer nada más que sostener en sus brazos la foto de su hijo y llorar. Se balanceaba hacia adelante y hacia atrás y lloraba llena de dolor.
Un guardia de seguridad pasó frente a la villa. Cuando escuchó aquel débil llanto, se asustó. Recordó que un amigo suyo le había dicho que alguien había muerto en aquella villa hacía seis años. Se preguntó quién o qué estaría haciendo ese ruido.
Pero cuando se detuvo a escuchar más atentamente, los gritos parecían haberse desvanecido. Quizás fue solo su imaginación. Aun así, se armó de valor y dio unos pasos hacia la puerta de la villa. Luego se detuvo de nuevo y escuchó un rato, pero siguió sin oír nada.
Entonces el hombre llegó a la conclusión de que habría sido su imaginación. Ya estaba a punto de irse cuando de nuevo le llegó el llanto de una mujer desde el interior de la villa.
Esta vez, el guardia de seguridad sintió tanto miedo que le temblaron las piernas y casi se moja los pantalones. No fue lo suficientemente valiente como para entrar y ver qué estaba pasando. En cambio, se escapó dando tumbos en la oscuridad y corrió hasta que llegó a la sala de vigilancia casi sin poder respirar.
Sus compañeros de trabajo lo miraban sorprendidos. Durante dos horas estuvo con los ojos clavados en el monitor, pero no pudo ver nada. Ante eso, el guardia se asustó aún más.
Antes del amanecer, Maria devolvió todo a su sitio en la villa y se fue tan silenciosamente como había entrado.
Los dardos con punta de ventosa con los que había inutilizado las cámaras de vigilancia perdieron su succión y cayeron al suelo poco después de que ella se fuera. Entonces los monitores volvieron a emitir imágenes con normalidad.
Después de pasar su entrevista de trabajo, HM Group había contratado a Maria y ella comenzó a trabajar como secretaria. Aunque no era un puesto importante y el salario era bajo, a ella no le importaba. Solo necesitaba echar raíces en la ciudad para poder llevar a cabo su plan paso a paso.
Como había estado en Fairview Villa y se había quedado allí toda la noche sin que la vieran, Maria se volvió aún más audaz.
Esa noche, volvió allí por la misma ruta que la vez anterior. Pero esta vez trajo algunos artículos de primera necesidad con ella. Afortunadamente, todavía era verano, así que no necesitaba traer mucho. En aquella ocasión, Maria se quedó allí toda la semana, sumergiéndose en sus recuerdos de Arthur.
Una sofocante noche de verano, un hombre apareció en la puerta de Fairview Villa, y después de unos segundos, la cerradura emitió un pitido con el que daba acceso al misterioso visitante. Sus zapatos de cuero negro brillaban a la luz de la luna y sus ojos fríos escanearon la oscuridad, luego entró en la sala de estar.
La planta baja de la villa estaba tan tranquilo como siempre. El hombre se quedó en silencio abajo durante unos minutos, perdido en sus pensamientos. Finalmente, se aflojó la corbata y subió las escaleras hasta el piso superior.
La alfombra blanca del pasillo del piso superior estaba limpia y como nueva. El misterioso visitante caminó sobre ella sin quitarse los zapatos.
Cuando se acercó al dormitorio principal, el hombre repentinamente sintió la punzada de una sutil sospecha. Un indicio de que allí había algo. Entonces se detuvo en la puerta y vio que, aunque estaba cerrada, no estaba como debería estar.
Habían pasado seis meses desde la última vez que James estuvo allí. Recordaba haber cerrado la puerta él mismo cuando se fue. Y sabía que nadie más había estado allí sin su permiso. De modo que comenzó a mirar a su alrededor, preguntándose qué podría estar pasando.
Sin embargo, en ese momento exacto, los ojos de Maria se abrieron de golpe. Estaba casi dormida, pero se dio cuenta de que algo no iba bien. Sintió que alguien estaba afuera de la puerta. Entonces se sentó en silencio muy atenta.
'Es la 1 de la madrugada. ¿Quién vendría aquí tan tarde?', se preguntó ella.
Luego oyó que el pomo de la puerta giraba lentamente. Pero Maria no tenía tiempo de adivinar quién era. Rápidamente se levantó de la cama y se escondió detrás de la gruesa cortina, dejando su fina colcha y una almohada en la enorme cama.
Afortunadamente, Maria no había cerrado la cortina antes de irse a la cama, porque no quería llamar la atención de los guardias. La luz del sol era su despertador por las mañanas. En ese momento, la mujer se quedó en completo silencio, sin moverse, los sentidos en alerta máxima y su cuerpo tenso. Contuvo la respiración y trató de hacerse invisible.
Después, el misterioso visitante abrió la puerta. Pero no entró, se quedó en el umbral recorriendo la habitación con sus ojos de águila. No vio a nadie allí, pero olió una leve fragancia.
James olfateó el aire. '¿Perfume? ¿Un perfume de mujer?'.
Luego entró y notó que habían quitado la cubierta de polvo de la gran cama. Bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, pudo ver la almohada arrugada y la fina colcha. Era obvio que alguien había estado usando la cama.
El hombre caminó silenciosamente hacia el centro de la habitación y se quedó junto a la cama. Su rostro se reveló gradualmente bajo la luz de la luna. '¿Dónde está ella?'. Palpó la cama y sintió que todavía estaba caliente. Eso significaba que la intrusa no podía haber ido muy lejos.
Pero tampoco podía averiguar cuánto tiempo había estado aquí la ocupante. Mientras tanto, Maria podía oír cada uno de sus paso incluso en esa mullida alfombra. Eso significaba que no se trataba de ningún intruso corriente.
Los labios del hombre se curvaron en una sonrisa insondable en la oscuridad. Se dio cuenta de que la ventana todavía estaba cerrada y que no había muchos muebles, lo que significaba que probablemente la persona todavía estaba aquí y sería fácil descubrirla.
James siguió escrutando la penumbra y sus ojos penetrantes finalmente se posaron en la cortina del rincón. Ese era el único lugar donde podía estar escondida. Entonces se quedó quieto donde estaba. Al estar seguro de dónde estaba escondida la intrusa, ya no tenía prisa por dar el siguiente paso. Tenía que ser paciente, como una serpiente al acecho de un ratón.
Detrás de la gruesa cortina, Maria no podía ver lo que estaba pasando. Trató de escuchar para averiguar si él todavía estaba allí, pero solo podía oír los latidos de su propio corazón. Tenía los nervios al límite y la boca seca.