CLARIDAD EN EL PUERTO
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Capítulo 5 Parte Cinco

Capítulo 5

Ya en su alcoba Gertrudis se veía muy angustiada.

-Ella es muy bella -dijo la joven desilusionada.

-Pero no como tú.

-¡Si lo es y tú lo sabes madre!

-Sólo hay que comprarte vestidos finos como los de ella y tú puedes lucir igual.

-Ella es lo que todo hombre sueña.

-Mira. Ya está bueno. Deja de reprocharte. Tú tienes la culpa por venirnos del salón dejándole el camino libre a esa con Romero.

-Y verlos como bailaban... Eso era una tortura.

-Bueno entonces tendremos que acelerar todo... Tienes que lucir un poco más tu escote y ya nada de darte a desear. Tienes que provocarlo.

-¿Como? ¿Es decir que cuándo tú lo ordenes si está bien que sea una mujerzuela, pero cuando yo quería acercarme a Romero era vulgar?

-Sólo te voy a preguntar algo... Quieres marido ¿si o no?

-¡Claro que si! Sabes muy bien que ya estoy en "eda" de merecer.

-Pues entonces haremos todo por atraparlo. Total, él ya era tuyo.

-¿Qué clase de nombre es Claridad? - se preguntó Gertrudis resoplando con desánimo.

-¿Claridad? Que nombre más extraño. Pero tan increíblemente dulce - se decía Romero a si mismo.

-¿Habla usted solo? - dijo Claridad regresando al salón.

-¡Yo no!... Quiero decir... Yo estaba... - dijo apenado intentando hilar sus palabras, cuando fue interrumpido.

- ... Es el nombre de mi abuela. Ella nació en México y vivió durante un tiempo aquí. Por lo mismo mi madre decidió que yo llevara su nombre.

-Su español es muy bueno.

-Maestros - dijo para luego decir en latín-. "Bene ego habebat magister", significa tuve un buen maestro.

-¿Latin? Vaya usted no para en sorprenderme.

-Usted tampoco a mi señor - dijo ella con cierto dejo de ironía, pues tenía enfrente al hombre que podía tener secuestrado a su hermano.

Poco a poco la velada se fue alargando. Los invitados uno a uno se fueron marchando, dejando a la pareja sola en el salón.

Ella le relató sobre su educación y sus viajes al Cairo, Atenas y Roma; y sobre su fascinación por las estrellas y el firmamento.

-Bueno ya he hablado bastante de mí. Pensará que soy una pedante y engreída.

-Jamás me atrevería siquiera a pensarlo, por el contrario; veo que tuvo una vida fascinante... Si me permite decirlo... Toda usted lo es.

- ¿Y qué me cuenta de usted? - dijo ella fijándole por momentos la mirada de una manera peligrosa y sensualmente inquisidora.

-Después de lo que me ha contado mi vida le resultara aburrida. Heredé una vieja fortuna de mi madre y otra de mi padre y abuelos, y me he preocupado por acrecentarlas. Justo en este estado poseo casi 40 propiedades. He viajado por algunos lugares, pero no se compara nada a los suyos.

-¿Y cómo llegó aquí?

-Bueno. Me notificaron que un grupo de alzados revolucionarios o más bien saqueadores, querían tomar posesión de algunas de mis tierras y aquí estoy... Como comprenderá no lo iba a permitir.

-Y supongo que no es casado, porque por estar aquí conmigo alguien ya lo habría... asesinado señor - dijo muy seria dando un sorbo a su copa.

-Vaya... Lo hace sonar como una irremediable condena... Pero no, no soy casado.

-¿Y la joven Amparan?

-¿Se refiere a Gertrudis? Ella es sólo una amiga.

- Típico de los hombres -pensó ella-. Pues conocía muy bien por boca del padre Melitón, de la incipiente relación entre ambos.

-Ella se ve interesada en usted... Mucho me parece a mí.

Romero sólo atinó a sonreír, mientras pensaba que a primera hora del día, debía aclarar con Gertrudis que entre ellos no había ningún tipo de relación al menos amorosa.

-Me gustaría que me acompañara a aquel balcón - dijo a ella.

-Vamos.

Ya allí los dos se recargaron en la baranda metálica.

-Es uno de las mejores vistas del cielo ¿no le parece? - dijo ella.

-Se pueden ver varias constelaciones muy claramente.

-La osa mayor - dijeron ambos al mismo tiempo y señalando el firmamento, para luego sonreír por la coincidencia.

-Creo que ya es hora de retirarme a mis habitaciones - dijo ella mirándose en el negro de los ojos de Romero.

-Es verdad. Debó dejarla descansar. Mañana será un día ajetreado. Aunque el pueblo no es muy grande, me gustaría recorrerlo con calma con usted.

Romero se despidió de la joven sin ganas evidentes de alejarse de ella. Mientras Claridad se preguntaba que era lo que tenía ese hombre que le provocaba tantos sentimientos encontrados. Por un lado ella no quería apartarse de él, y por otro sentía ganas de abofetearlo. No podía creer que fuera tan mezquino como para torturar a un hombre como su hermano y poder mostrarse tan feliz. Por instantes ella sentía que lo odiaba y por otros, no tanto.

Cuando ya se quedó sola, ella y el padre Melitón se dirigieron a la sacristía. Ya los esperaban los muchachos.

-¿Que averiguaste? - preguntó Refugio a la joven.

-No va a ser fácil. No creo que esto funcione. El tal Romero Benítez tiene varias propiedades por todo el pueblo... Son 40.

-Pues tendremos que sacarle la información de otra manera - dijo Cecilio golpeándose los puños uno contra el otro.

-¿Y arriesgarnos a que maten a Federico? - dijo el padre -. No señor. Debemos usar la cabeza.

-El conductor de otro de los carruajes dijo que todos fueron a distintas direcciones - dijo Anastasio -. Al parecer los dividieron.

-Supongo que no quieren tenerlos a todos en el mismo lugar - dijo Refugio.

-¿Qué es lo que vamos a hacer? - preguntó Claridad angustiada.

-Bueno creo qué hay que seguirle el jueguito a Romero - dijo el padre.

-¿A qué se refiere? - preguntó la joven -. ¿Cuál juego?

-El hombre cree que tú... pues... estás interesada en él - respondió el cura.

-¿Como? - exclamaron todos los hombres.

-Si como oyeron... Y conmigo no se la den de santurrones - dijo el padre -, y a lo que me refiero hija es a... enamorar a Romero. Un hombre embrutecido de amor es capaz de todo, incluso de revelar sus secretos.

-Pero yo... - dijo la joven angustiada.

-No creo que eso le gustaría a Federico padre - dijo Refugio molesto.

-Exacto - dijo Cecilio -. Eso es mucho.

-Si. Expondríamos a Clara - dijo Gilberto.

-Pues yo sólo sé que unas buenas faldas son las únicas que pueden sacarle la información a Romero - dijo el viejo párroco tomando asiento -. Si lo sabré yo que fue a confesarse conmigo hace 20 días.

Y en medio del silencio que se hizo, el padre un poco incómodo dio un sorbo a su café.

-Bueno la decisión la tienes que tomar tu hija - dijo.

-Por lo pronto creo que ya es muy tarde - dijo Gilberto -. Nosotros debemos marcharnos... Ya mañana pensaremos en otra manera menos riesgosa para ti Clara.

Los hombres salieron de la iglesia tratando de ser lo más cautelosos y discretos posible.

-Discúlpame hija - dijo el cura mirando pensativa a la joven -. Yo pensé que ese era tu plan... ahora también me parece una locura.

-Puede ser...

-¡Y peligroso!

-Y no hay de otra... Deberé arriesgarme.

-No. Es mejor que no lo hagas hija... ¿Y si alguien termina lastimado?

-Puede ser...

-Mejor pensemos en otra cosa.

-No hay nada que pensar... Lo voy a hacer... Voy a enamorar a Romero - dijo la joven preocupada para luego darse valor -... Si él puede ser feliz y sonreír y a la vez martirizar a un hombre... Yo también puedo jugar su juego.

-Entonces voy a rogarle a nuestro señor Jesucristo que todo salga bien - dijo el padre tomando su rosario -. No vayas tú a salir herida... Y no me refiero a físicamente, sino en tu corazón... Jugar al amor es muy peligroso.

                         

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