En el puerto, el hermoso navío Francés no pasó desapercibido para la Pelusa. Todos soñaban con algún día poder viajar en un barco así. Repentinamente Anastasio jaló discretamente de su chaqueta a Federico.
- ¿Qué pasa Tacho?
-No te vayas a enojar conmigo...
- ¿Y por qué me enojaría? ¿Qué hiciste?
- Es que... - dijo el niño llevando a Federico a un callejón -. Atilano quiere hablar contigo.
- Eres un traidor - dijo Federico molesto y le iba a dar una bofetada, cuando Atilano lo detuvo.
- ¡Déjalo! - gritó -. Yo le pedí que te trajera. Él no quería pero yo lo convencí porque tengo algo que decirte.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Hablar contigo.
- Pues yo no voy a hablar contigo. Vámonos Tacho.
- Es sobre Clara...
- ¿Que traes tú con mi hermana riquillo pendejo? - gritó Federico tomando una piedra del suelo.
- Calmante y escucha. La otra vez no te mentí cuando te avisé que mi padre tenía a Clara en la tienda.
- ¿Entonces te mandó el viejo marrano de tu padre?
- No y de hecho él no sabe que yo estoy aquí, y si se entera me va a dar una buena cuereada.
- No te creo.
- Escucha... Mi padre planea hacer algo... No sé que es pero va a intentar algo para deshacerse de ti y poder aprovecharse de Clara.
- No te creo.... ¿Tú como lo sabes?
- Mira realmente lo que te pase a ti me importa poco pero...
- Si ya sé. Me vas a salir con que te gusta Clara ¿no?
- Yo ya cumplí con avisarte.
- ¡Bueno pues ahora lárgate!
Federico permaneció pensativo. Todo podía ser una trampa, o tal vez don Mercedes iba a intentar hacerle daño a su hermana. Fuera como fuera él no lo iba a permitir. Sabía que debía proteger a Clara de todos y a como diera lugar, pero no sabía como.
Por la madrugada, mientras toda la Pelusa dormía bajo el puente cercano al puerto, donde habían pasado la mayor parte de su vida, un grupo de militares llegó aparentemente de improviso, arrestando a todos los niños. Federico fue separado del resto y llevado a una mazmorra, donde uno de los militares lo golpeó hasta hacerlo perder el conocimiento. Cuando el niño logró despertar, reconoció una voz que hablaba muy cerca de él.
- A este cabroncito puedes matarlo si quieres Carmelo - dijo don Mercedes al general Avitia -. Pero primero que me diga donde está Clarita.
- Ya oíste a don Mercedes. ¿Dónde está la escuincla?
- ¿Dónde la escondiste cabrón? ¿Crees que tú la vas a poder proteger de mí? ¡Si eres un pobre mocoso...! ¡La voy a encontrar y tú mismo con tus ojos vas a ver lo que le voy a hacer a esa zorrita!
Federico echó a reír con un dejo de burla, pero fue abofeteado por el general haciéndolo perder el conocimiento de nuevo.
Ya amanecido, varios militares buscaron a Clara por todo el puerto pero no pudieron dar con ella.
Inesperadamente al general Avitia le llegó un comunicado con órdenes de movilizar a su regimiento a un poblado cercano, por lo que se vio en la necesidad de liberar a todos los presos, incluyendo a los integrantes de la Pelusa. Esto debido a un intento de asesinato en contra del gobernador del estado.
Federico y sus amigos quedaron libres, mientras su hermana estaba a salvo donde el viejo Mercedes nunca podría siquiera acercársele.
Después que Atilano lo previno, Federico fue con el padre Melitón quien era el único en quien podía confiar. El sacerdote prometió proteger a la niña de don Mercedes, y le pidió de favor a su entrañable amiga francesa, llevarse a Clara como su criada de compañía. La mujer benevolente aceptó. Y justo cuando los militares buscaban a la niña por las calles, ella abordaba el buque que la llevaría a Francia lejos de esa pesadilla, de ese triste futuro que allí le esperaba, abandonando así a su hermano para siempre.
Federico que sabía bien que ya no volvería a ver a su hermana nunca, tenía la seguridad que tendría una mejor vida y que sería feliz donde fuera. El niño aunque estaba deshecho, sabía que esa era la única manera de protegerla y por eso lo había hecho.
El padre Melitón siempre tuvo la creencia que ya en Francia, Clara Ramos sería adoptada por doña Marie; otorgándole el apellido Domeq. Y ella utilizaría su nombre real, llamándose pues: Claridad Domeq Feure-Dumont. Que se educaría en casa, con maestros particulares como correspondía a una jovencita de su clase. Aprendería la lengua, modales y tendría una vida envidiable. Pero a pesar de su buena fortuna, siempre recordaría con mucho cariño a su hermano y a sus amigos que dejó en aquel triste puerto de Veracruz, al que nunca regresaría.
Y al igual que Federico y sus amigos, otro que también la iba a extrañar sería Atilano, que en un inicio no descansó en su búsqueda. Pero con los años perdió totalmente la esperanza de verla de nuevo. Su verdadero paradero sólo Federico y el padre Melitón lo conocían y lo guardarían con sumo recelo.