Recuerdo que papá nunca salía a buscarme cada vez que no me encontraba, según mi madrastra era tan irrelevante que no merecía perder el tiempo en mí. Tampoco quiero que me vea en este estado, ojos rojos, hinchados, mocos por todos lados y voz ronca. Una gran oportunidad para que se burle.
Eran las cuatro y cinco de la tarde y seguía deambulando por ahí. Recorriendo los mismos lugares una y otra vez, viendo las mismas casas y personas que siempre. Nada nuevo. De vez en cuando me entra la idea de ir más allá.
¿Y si me agradaba y ya no querría volver?
Tampoco sería una notición, porque la casa no es una casa. Aunque ya no tenga una.
-Ten -dijo alguien pasándome una sombrilla, después de que la cogiera me dio una toalla.
Era la señora del cementerio.
-¿Estás bien? -cuestionó.
-Solo es un poco de lluvia, no se preocupe -respondí con una seña quitándole importancia-. Además, iré pronto a casa.
La señora me miró y luego asintió sonriéndome-. Ya veo.
Estuvimos caminando unos largos minutos en silencio sin rumbo. Solo siguiendo el camino recto de la acera que claramente no se dirige hacia mi casa, pero tampoco podía llevarla ahí porque hace rato que nos habíamos pasado algunas cuadras.
-¿Y bien? ¿Dónde vives? -preguntó rompiendo el silencio.
-¿Le doy su paraguas? -ignoré la pregunta, extendiéndolo-. Yo puedo seguir por mi cuenta.
-De ninguna manera, no te dejaré sola.
Sola, eh.
-¿Cómo es allá arriba?
La sonrisa de la señora se contrae en tristeza, su expresión de sorpresa es contundente y demasiado obvia, pero aun así trata de disimular. Quizá estuvo mal que pregunte eso, habrá sonado raro. Nadie habla sobre la muerte así de la nada.
-¿Por qué pensar en eso cuando puedes disfrutar de la vida aquí abajo? -me sonríe una vez más y continúa caminando-. Oh, mira, la lluvia se ha detenido.
Me cuesta admitir que la señora es alguien alegre, en el cementerio nunca la he visto sonreír, y eso que voy muy seguido. Tampoco parece recordar que trabaja en ese lugar, porque no lo ha mencionado, ¿tendrá pérdida de memoria?
-Iré a mi casa, ya es tarde -dije y ella volvió a verme.
-Claro, te acompaño -me sonríe.
-No se preocupe.
No esperé una respuesta por su parte y giré para irme.
-La niña que murió el mismo día que su madre, solo que ella está viva.
Me detuve.
-¿Qué?
-Es lo que dicen todos de ti.
-Pero, ¿cómo?
-Oh, la lluvia se detuvo. ¿No quieres ir a casa?
Nunca me había sentido tan confundida como lo estoy ahora. Se despidió con un movimiento de mano y caminó hasta girar la esquina. Aunque ya la había perdido de vista, me quedé asimilando lo que dijo.
A decir verdad, no me importó, pero actuó como si lo hubiese olvidado. ¿Qué le pasa a esa señora? ¿Tendrá alguna enfermedad? ¿O simplemente quiso evadir mi pregunta o cambiar de tema?
Un grupo de niños pasó corriendo por mi lado, jugando con los charcos que la lluvia había dejado, y me di cuenta que seguía sin moverme. Solo de verlos, me dio escalofríos.
Cuando iba a la escuela, todos mis compañeros de clase me ridiculizaban e ignoraban. No sucedía de vez en cuando, pasaba todos los días. Los profesores tampoco hacían o decían algo, solo se concentraban en cumplir con su labor de enseñar a quienes capten a la primera la lección. Pero no me importó, de alguna manera, podía olvidar mis problemas cuando estaba entretenida con las clases.
Después de todo, no es lo mismo estar solo, que sentirse solo.
Yo estaba sola, pero no me sentía así. Hubo alguien que me acompañó durante ese periodo, no me juzgó por los rumores que circulaban en el barrio ni por lo que decían los otros niños. Me apoyó hasta el último momento, lamentablemente, tuvo que mudarse debido al trabajo de su padre.
Cuando mi mamá aún vivía, recuerdo que siempre le ocultaba cosas. Sabía que lloraba cada noche, llamando a mi papá y pidiéndole que vuelva, una y otra vez. Por mi parte, me aseguraba de que no se enterase sobre lo que pasaba en la escuela.
Saliendo de mis pensamientos, sacudí mi cabeza de un lado a otro y me dispuse a caminar. No podía ir a casa porque ya no soy bienvenida, y probablemente hayan tirado mis cosas a la basura. Caminé hasta el cementerio, era un buen lugar para pensar por el gran silencio que abunda.
Y de camino a la tumba pensaba... ¿por qué tuvo que ser este final entre tantos?
Me puse en cuclillas una vez que llegué y me persigno.
-Mamá, ¿crees que si me esfuerzo podré lograr lo que quiero? Dicen que los niños con problemas al final triunfan y se convierten en alguien muy respetado y exitoso.
Observo el cielo y noto que se está llenando de nubes. Parece que va a llover otra vez, y por mucho que no quiera, debo volver a casa antes de que comience a caer las gotas de agua.
Me acerco a la tumba de mi madre y beso su nombre inscrito en la piedra-: La niña que está muerta, eh.
Me alejo y salgo corriendo lo más rápido que puedo. Sentir el aire golpear mi cara me tranquiliza y me hace sentir viva. De cierta manera, todas las emociones negativas se liberan, lo que llena mi cuerpo de paz y tranquilidad.
No dejo de pensar en lo creativos que son las personas como para tener ese tipo de ocurrencias. Tal vez no tienen mala intención, pero no puedo evitar molestarme por lo que dicen.
Al cabo de unos minutos, miro a lo lejos a la señora de hace unos minutos. Voy caminando a paso rápido para que no note mi presencia, y cuando creo estar haciendo bien mi trabajo. Ella gira a verme y dice:
-Creí que ya habías ido a casa. Está cerca, vamos juntas -dijo, sujetando mi muñeca.
-Espere, aún no.
-¿De qué hablas? Estás empapada -sonó preocupada-. Si sigues así, te enfermarás.
-No puedo entrar.
-¿Ha ocurrido algo? -preguntó con cierta preocupación, y yo me apresuré a negar varias veces.
-No ocurrió nada -intenté sonreír-. ¿Qué hacía por aquí?
-Quería asegurarme de que llegaste bien.
La miré confundida, no sabía a qué venía lo que dijo. Hace una hora había dicho que estaba muerta, y ahora se está preocupando por mí, ¿qué tanta pena doy? ¿Qué tan lamentable me veo?
-Lo que dijo...
Ella se detuvo y dijo:
-Es esta tu casa, ¿verdad?
En efecto. Esa era la casa de mi padre, solo que estaba remodelada. No pasó ni una semana de mi ausencia para que todo cambiara.
-¡Señor Bonner! Un gusto, soy la señora Paltrow -camino hacia él mientras lo saludaba con la mano-. Me encontré con su hija, es muy linda.
No podía quedarme quieta sin hacer nada, algo debía hacer. Sobé mis sienes y emprendí mi camino hacia mi padre. Rezaba para que no me echara en frente de la señora con apellido raro o aún peor, que finja no conocerme. Estaba a unos cuantos pasos cuando mi padre habló.
-¿Crees que puedes llegar a la hora que quieras? -me miró molesto-. Por Dios, Jena, solo eres una niña y haces lo que se te dé la gana. Esto no es un hotel, aquí hay horarios que debes respetar, quieras o no. ¿Entendiste?
Probablemente no haya dicho nada sobre que me botó de la casa, pero estoy casi segura que con su mirada sí lo hizo. Está claro que le molesta verme, pero yo siento alivio al saber que hoy no dormiré en la calle, sino, en una cama.
Por lo que me limité a decir:
-Sí, papá.
A partir de hoy, debo asegurarme de ser alguien que enorgullezca a mi padre para no recibir un mal trato de él. Cumpliré mi deber como hija y no volveré a causar más problemas en la calle o en la escuela. Si es que me matriculan en uno.
-Entonces, yo me iré -dijo la señora Paltrow y salió junto a mi papá al mercado.
Mi madrastra aparece de la nada y me mira con una sonrisa. ¿Me extrañaba?
-Jena, mañana mismo te vas. Prepara tus cosas, no quiero verte cuando despierte -dijo aun sonriendo, cerrando la puerta detrás de ella.
Mi boca estaba entreabierta, no sabía qué decir, mi mente se quedó en blanco y mi voz no podía salir. La miraba anonadada, pero sobre todo enojada. ¿Quién se cree? No había entrado a la casa, pero ya me estaba echando. Había soportado todo esto desde hace mucho, pero ya fue suficiente.
Entré rápido a la casa y me dirigí hacia ella-. Usted no puede echarme, esta también es mi casa.
-Era tuya -sonrió ampliamente-. Desde ayer que no vives aquí.
Eso me molesta y aprieto mis puños a los costados.
No puedo controlar la rabia que siento en mi cuerpo, no quiero irme, su manera de hablarme me hace querer cometer una locura. De la cual, estoy segura que me arrepentiré cuando esté calmada.
-No olvides que mañana debes irte de esta casa -me mira con superioridad y se marcha con su bebé en brazos.
Fui a mi habitación y me acosté, metiéndome debajo de las sábanas. No pienso empacar nada, sólo me llevaré las cosas de mi madre y me iré. A partir de hoy, no quiero nada que me recuerde a mi padre, quedó claro que yo no le importo en lo absoluto. Y, aunque me cueste admitirlo, debo aprender a vivir con eso.
Esta vez no siento ganas de llorar, sigo molesta y me incomoda estar aquí. Me muevo tanto en la cama, hasta que encuentro un lado cómodo y me quedo dormida.