POV: William.
Pasar la noche en la comisaría, me deja demasiado aturdido. Una vez pagan la fianza y me despido de todos, me voy rumbo al apartamento que siempre tengo rentado. Por el momento, no quisiera recordar todo lo sucedido, solo deseo dormir por todo un día, sin que nadie me moleste.
En el centro de Manhattan suelo pasar mis visitas a esta ciudad. Es un gasto excesivo que tengo, porque siempre pido que esté disponible para mí, pero vale completamente la pena. Cuando llego al apartamento, voy directo a comer algo y luego tomo una ducha rápida para quitarme este horrible olor que traigo. Al mirarme al espejo, veo que mi rostro ya muestra varios colores, pruebas inequívocas de una pelea.
-Sabía que no debía venir -murmuro, irritado, mientras busco en el botiquín algo para limpiar y desinfectar un pequeño corte que tengo en la ceja. Al sentir el ardor, respiro entre dientes-. Aish, esto dejará una marca.
Al instante recuerdo a Ashley. ¿Qué pensará ella de mí cuando sepa lo sucedido? De seguro se decepciona por actuar como un adolescente. Además, ver las marcas de puños en mi cara, sería confesar sin palabras que vine a New York a algo más que negocios.
-Debía haberle hablado claro. -Me reclamo, con un suspiro de agobio.
Una vez he limpiado todo mi rostro, bajo a la cocina a buscar una bolsa de hielo para ponerme; estas marcas deben quitarse antes de que yo regrese a casa. Busco mi teléfono para llamar a Ashley, pero cómo era de esperarse, está descargado. Decido dejarlo para mañana, cuando esté más despierto y concentrado en lo que debo decir. Por ahora, todavía mi cabeza da vueltas y no logro coordinarme del todo.
-Buenas noches, amor -me despido de una foto de Ashley que llevo de fondo de pantalla y me acuesto de una vez.
Cuando pongo la cabeza sobre la almohada, no pasan dos minutos y ya estoy completamente dormido.
Me despierta un fuerte dolor de cabeza. Intento abrir los ojos, pero la brillante luz que entra por el ventanal de cristal, me provoca punzadas de dolor. Gruño molesto y es que, no recordaba haber abierto las cortinas. Me giro boca abajo en la cama y tapo mi cabeza con la almohada, pero no logro dormir. Ya la molestia se hizo presente y tendré que tomar algún calmante. Con mal humor, me levanto de la cama y busco la dichosa aspirina, bajo a la cocina por un poco de agua y casi me caigo de culo cuando veo a mis hermanos, Rafael y Leonel, muy sentados en el salón viendo algo en la TV.
-Pero, ¿qué carajos? -Escupo el agua que había acabado de ingerir y comienzo a toser, ahogado.
-Buenas tardes, hermano. -Sonríe Leonel, sin inmutarse en ayudarme a recuperar la respiración.
-Sí, Will, buenas tardes -repite Rafael y, este, sí se digna a acercarse y golpear mi espalda con un puño.
Siento las carcajadas de ambos y cuando recupero la respiración, me volteo con una expresión molesta. Ahora entiendo la razón por la que las ventanas de la habitación tenían las cortinas corridas.
-Me pueden explicar, ¿qué hacen aquí? -pregunto, cruzado de brazos y con una ceja enarcada.
Rafael regresa a su lugar en el inmenso sofá y cuando se sienta, sube sus pies sobre la mesa de centro y sus brazos los cruza por detrás de su nuca.
-Estábamos cerca y decidimos quedarnos unos días en New York. Fue bastante sorprendente verte durmiendo como toda una princesa maltratada -dice y ríe, Leonel le sigue el gesto y asiente a las palabras de su gemelo.
-No sé en qué estaba pensando cuando les dije que podían utilizar este lugar -replico y ruedo los ojos.
-Porque nos amas -responde Leonel y me da una mirada rápida. Se inclina hacia adelante y toma algo de la mesa de centro.
Una botella de... ¿cerveza?
-¿Estás bebiendo tan temprano? -pregunto, con el ceño fruncido.
-En algún lugar, ya son las cinco de la tarde, hermano -resopla y mira su reloj antes de darse un trago-. De hecho, ya son más de las cinco aquí; así que...
Paso mi mano por mi rostro, para no decirle una barbaridad. Al hacerlo, siento como un ardor me cubre toda la cara y suelto un jadeo.
-Por cierto, Will, ¿qué te pasó en la cara? -menciona Rafael-, pareces un arcoíris.
Resoplo y voy junto a ellos, para sentarme en una de las butacas. Me acomodo, mi cabeza palpita y los golpes me duelen. Si no fuera por estos tontos, ahora estaría durmiendo y recuperando mis energías.
-Blake, Larry y Oliver, eso fue lo que pasó -explico y cierro los ojos.
Mis hermanos sueltan una carcajada y al instante se interesan por saber lo sucedido. Les cuento lo que puedo recordar de nuestra noche y cómo terminamos todos en la cárcel, como si fuéramos delincuentes.
Rafael y Leonel no paran de reír y yo, al final, lo hago también. Quisiera olvidar por completo este episodio de mi vida, pero ahora me queda claro, que ellos no me dejarán.
Pasan los minutos hablando de lo que ellos andaban haciendo antes de llegar a New York; los proyectos que tienen en proceso son de los más ambiciosos que han experimentado hasta el momento y comentamos algunas estrategias que pueden utilizar para garantizar inversionistas.
De repente, suena el timbre de la puerta. Frunzo el ceño y miro a los gemelos, pero ellos se miran confundidos; no esperan a nadie. Me levanto de mi asiento y es cuando caigo en la cuenta de que solo llevo la ropa interior. Busco unos shorts y sin nada más, me dirijo hacia la entrada de la casa, escuchando el sonido insistente del timbre.
«Quién sea, al parecer, está apurado».