La reina de las Magnolias
img img La reina de las Magnolias img Capítulo 5 Capitulo 3
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Capítulo 10 Capitulo 8 img
Capítulo 11 Capitulo 9 img
Capítulo 12 Capitulo 10 img
Capítulo 13 Capitulo 11. img
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Capítulo 16 CAPITULO 14. img
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Capítulo 5 Capitulo 3

El sonido de los pájaros de afuera timbraron en sus oídos.

La mente, la tenía nublada como una nube de sombras y de neblina esparcida, como las sombras ocultas dentro de un túnel escondido debajo del puente, como el subterráneo tras la guerra. El galope de su corazón era tan desenfrenado que podía pararse en un instante, palpitaba en su pecho de una manera que Susie podía asegurar que le estallaría en un segundo, que daría un clic y dejaría de latir, de vivir. Abrió los ojos perezosamente y lo primero que vio fue la esfera de fuego flotante en el inmenso cielo, cubierto de nubes borrosas, esponjosas y blancas. Las llamas se escurrieron alrededor como fuego danzante en la esfera, como miles de espirales relucientes envueltos en uno solo y en ninguno.

No era una esfera lo que relucía en el cielo, era el sol con las llamas bailando, con el fuego siendo suelto y firme en esa bola de fuego radiante en el cielo. Susie se quedó observando un rato más, acostada en el césped debajo de ella, viendo como este flotaba y se escurría en sí mismo. Tal vez el champagne de esta mañana le estaba haciendo efecto, o el pate de pato era la causa de esa alucinación. Había escuchado de enfermeras en sus días de practica en la universidad, que a veces tomar alcohol con el estómago vacío creaba alucinaciones. No fue una buena idea simplemente comer aperitivos en el almuerzo.

‹‹Vamos››-se dijo internamente.

Estaba aturdida, le dolía la cabeza, y el cuerpo le punzaba, Susie trato de hacer memoria de lo que había pasado, y enumero los puntos para tener mejor concentración de los eventos.

Primero: estaba en el patio trasero de la mansión de los padres de Charles. Posteriormente, estaba enfadada por, o claro su matrimonio del cual no estaba enterada. Y lo ultimo la puerta que la había traído aquí, a ese lugar extraño.

Susie soltó un suspiro y se tocó la frente cansada, traía una migraña horrible que le hacía zumbar la cabeza, como si el cerebro se le quisiera chamuscar en el cráneo. Se levantó de donde estaba algo aturdida, molida que pudo sentir sus articulaciones hacer el esfuerzo y miro a su alrededor: Un prado de amapolas blancas y rosadas tupidas que lo cubrían y un bosque mordiendo en los alrededores con una espesa oscuridad de pinos y ramas enredadas tupidas de hojas verdes. Miro hacia atrás aun aturdida, con las piernas temblando; cansada, todo su cuerpo se sentía cansado, distinto. Observo a su alrededor, buscando respuestas, algo, una señal que dijera el porqué de ello, pero no había nada, más que las rocas empinadas llenas de musgo y hierba. Susie se tocó la cara frustrada, llenas de dudas y dio vueltas en ese lugar raro y desconocido.

‹‹ ¿Dónde estaba, y porque estaba ahí? ››.

Un fuerte zumbido la azoto. Y se cubrió los oídos con las manos, la piel le cosquillo por todos lados y le ardió como si la quemara por dentro.

¡Basta! -grito Susie - ¡Es suficiente!

Pero no se detuvo.

El zumbido siguió y siguió hasta que Susie no lo soporto y se derrumbó en el suelo. Las lágrimas le escurrían por las mejillas. Estaba sola, sucia, en un lugar desconocido, incierto. La luz volvió a explotar, esa luz parpadeante de la puerta que la trajo a ese lugar. Susie cerro los parpados, le dolía todo el cuerpo, como si le hubiesen enterrado miles de cuchillos en cada pedazo de piel posible.

Y todo volvió hacer negro, tranquilo y calmo.

Abrió lentamente los parpados, con la esperanza de estar en su cama y despertarse de la pesadilla que estaba viviendo. Pero Susie solo vio las amapolas blancas abrazando su cuerpo. Y la luz calma de un tenue sol.

Lloro.

Lloro lo que nunca había llorado en su vida y se derrumbó en ese mismo lugar.

¡Padre!, ¡Madre! -grito.

¡Por favor! -sollozo al cielo-. Devuélveme a mi hogar.

Calma. Nada más que el susurro del viento.

¡Por favor! -lloro -. Mi familia me espera.

Pero no hubo respuesta.

El zumbido, ni la luz ni la oscuridad. Solo el sonido del viento se escuchó. Susie se puso de pie, con los ojos llorosos, irritados en rojo por las lágrimas acuosas y saladas. Miro temerosa al oscuro bosque. El cielo tan tenue estaba oscureciendo y el frio viento le estaba azotando en todo el cuerpo.

‹‹Susie››- se escuchó-, ‹‹ven››.

El viento susurro su nombre. Otra vez, pero era un susurro tan bajo y casi inaudible, que podías confundirlo con el movimiento de los árboles.

Algo inexplicable la llamaba, algo, más allá de su poder, o su cordura, le susurraba su nombre.

Tal vez estaba muerta, o dormida.

Susie se tocó la cara. Nada, estaba bien, no tenía sangre, solo tierra en sus mejillas, y la cabeza no le dolía, poso dos dedos enfrente y conto dos dedos. Estaba lucida, dos dedos eran dos dedos, no estaba loca. Se pellizco el brazo hasta que le dolió. No estaba dormida, aspiro fuerte el aire hasta que la nariz le cosquillo. Olía bien y no tenía ninguna contusión.

Se paso la lengua por los labios y cerro de nuevo los parpados. Conto hasta tres, tan lento como la desesperación se lo podía permitir.

Y abrió los ojos, pero solo vio el mismo paisaje a su alrededor.

Siseo por lo bajo y chisto una maldición a lo que sea que enfocaba su vista.

‹‹Susie››.

Volvió a escuchar su nombre.

Dio un respingo, no eran alucinaciones suyas, era el bosque la que la llamaba. Una y otra vez como un susurro de secretismo. Ese bosque que mordía el prado, ese mismo que movía los árboles inmensos.

Susie camino, las amapolas le besaron la piel al paso que se acercaba al bosque. Este cada vez más cerca susurraba su nombre más fuerte y claro. Tenía la esperanza que al llegar se encontrara con su padre, o su madre, llamándola para que se despertara.

Siguió hasta que sus pies tocaron las raíces enredadas de los árboles. Los robles, los olmos y las hayas se entremezclaban en un tejido espeso, ahogando la luz del sol que trataba de arrastrarse a través de las densas copas. El suelo cubierto de musgo se tragaba los sonidos de sus pasos.

Vivo... ese bosque estaba vivo, un bosque inmenso, que tenía vida propia. Susie siguió caminando, poso una mano en un tronco torcido y vio como la corteza se encogía ante su toque. Vio más árboles y las hojas caer en susurros silenciosos. Las ramas se movían lentamente para enredarse. Los troncos torcidos de las raíces se posaban orgullosos y fuertes en la tierra. Susie no sabía cuánto tiempo había caminado, pero lo que sabia es que cada vez que entraba más profundo al bosque esta tenía más vida.

Una pequeña luz se dejó de ver y luego otra. Eran pequeños faroles los que colgaban en las ramas torcidas, con velas llorosas de cera. Crispaban fuerte y susurraban el fuego con llamas tenues en el cristal humeante. Un camino, guiaban, como las raíces de este se volvía una sola al suelo.

Camino hasta que Susie enfoco a lo lejos una pequeña choza de madera, cubierta de paja y hierba seca. Camino más rápido hasta que se encontró corriendo; sus pies se enredaron en las raíces que trataban de evitar que se acercara y perdió la cuenta de cuantas veces se tropezó en el camino. Pero cuando se encontró enfrente de la choza, pequeña, con el humo escapando de la chimenea, Susie sintió escalofríos por todo su cuerpo. La cabra estaba amarrada en la cerca de troncos torcidos y las cosechas estaban en los jardines que guiaban a la puerta de caoba. Las ventanas eran tan pequeñas y empeñosas que apenas se veía el interior. Telarañas, ramas secas, musgo, rodeaban la vieja choza.

Se acerco con paso dudoso, trago saliva, levanto el puño y aporreo la puerta. Susie escucho con cuidado un rechinido y se asomó por la ventana. Nada más que una tenue luz en la mesa se veía. Toco de nuevo la puerta, hasta que los nudillos le dolieron. El sonido del cristal se escuchó al caer al piso.

-¿Hay alguien ahí dentro? -pregunto.

No hubo respuesta.

Susie siguió tocando la puerta, con las dos manos, un puño seguido de otro, hasta que el ruido se sincronizo como miles de tambores a un compás. El ruido no era tan alto como para no escuchar las maldiciones y las coleras de adentro. La puerta rechino, y se abrió de golpe. Susie se quedó estática con el puño arriba.

-¡¿Qué quieres mocosa chillona?!, no ves que estaba durmiendo -bramo el anciano-. Eres tan molesta.

Susie se disculpó por molestarlo y lo miro a la cara. Era un hombre regordete, con canas regadas por el fino cabello negro. La barba la tenía mal cortada y la camisa de lino estaba tan vieja como los pantalones de cuero gastado.

-Discúlpeme, no era mi intención molestarlo-balbuceo Susie-. No quería molestarlo, solo... solo es que, quería ayuda, ¿me permitirá pasar?, tengo frio y no sé dónde estoy.

El anciano se le quedo viendo de mala manera, tenía el ceño fruncido, mientras agarraba la puerta con una mano.

- ¿Por qué debería dejarte pasar? -le pregunto.

-Señor, sé que no tengo derecho de cuestionarle si no me permite pasar, pero no sé dónde me encuentro, ni donde estoy en estos momentos-se apresuró a decir sin pensar-, simplemente le estoy pidiendo asilo, aunque sea por una noche, le lavo los platos, si se necesita ganarse la cena.

El anciano gruño por lo bajo y carraspeo antes de hacerse un lado para permitirle el paso. Susie entro con cuidado en la choza, su aspecto era deplorable, se encontraba desarreglada y llena de leña por todos lados, había una pequeña mesa en el centro con unos cuantos platos y una taza enlozada. Había bancos de madera y un pequeño mantel cubriendo los muebles viejos. Y el mesón de la cocina era tan chiquito que parecía que era de juguete.

Susie miro a su alrededor y pensó que al menos pasaría la noche sobre un techo y eso era más que suficiente. Se abrazó a sí misma, aferrándose a las mangas cortas de su vestido, estaba sucia y llena de hojas en el cabello. Las piernas le picaban y estaban cubiertas con manchas de tierra.

-Mi mujer se encuentra en la aldea, vendrá pronto -pronuncio el anciano con brusquedad.

Susie se voltio para ver de frente al señor, este estaba serio y pensativo mientras la observaba detenidamente; la miraba de arriba abajo tanto que Susie se sintió incomoda. Susie le devolvió la misma mirada seria e incómoda y aparto la vista para mirar a su alrededor...

- ¿De dónde eres mocosa? -pregunto el anciano.

El viejo hombre simplemente la observo de mala gana, con el ceño fruncido esperando una rabieta de parte de ella, a simple vista Susie noto que era un hombre de mal genio. Quien insistía en llamarla mocosa y eso la molestaba y mucho.

-Cambridge, soy de Cambridge Inglaterra y mi nombre es Suzanne-replico Susie.

-No existe tal cosa de Inglaterra.

Susie lo observo detenidamente.

El anciano la ignoro como si su nombre no importara en absoluto, insignificante como un par de zapatos gastados arrumbados, Susie frunció el ceño al verlo, era feo y regordete e irrespetuoso a tal punto de que tenía el ceño fruncido observándola, pero había tenido al menos la gentileza de contestarle que no existía tal cosa como Inglaterra. Lo cual era imposible que no existiera, Gran Bretaña estaba en todos los mapas mundiales, era una isla; acababan de salir de una guerra, como punto de referencia, por eso mismo su padre había optado por mandarlos a Estados Unidos hasta que las cosas estuvieran tranquilas.

-Es una broma de mal gusto señor -afirmó ella molesta.

-Ya te lo dije, no existen tales nombres en el imperio niña.

- ¿Imperio?, ¿Qué imperio? -pregunto Susie con insistencia y con duda, al ver al anciano recargado en la ventana, aun observándola.

-Haces muchas preguntas-le dijo el anciano mientras se acercaba a ella.

El anciano dejo de lado la ventana y empezó a caminar. Ante ello Susie retrocedió dos pasos, tenía miedo, estaba sola y no sabía las intenciones del anciano. Con la mirada Susie recorrió la casa, para buscar un objeto con el cual defenderse, solo deslumbrando un tenedor cerca; volvió su mirada al anciano que cada vez estaba más cerca de ella. Arranco a correr al mesón de la cocina cuando el anciano le agarro el cabello tirándolo hacia atrás. Susie sintió algo filoso en su garganta mientras trataba de respirar con dificultad por el movimiento brusco y el dolor.

- ¡Quédate quieta, o te rebano la garganta!, ¡¿entiendes?! -le cuestiono el anciano.

Susie logro asentir con cuidado, tenía miedo de enfadarlo, sentía como los ojos le lagrimeaban y el pecho le quemaba al respirar.

-Me darán buen dinero por ti en el mercado, ya lo veras -expreso con emoción el anciano mientras se reía de su desgracia.

Le dolía el cuero cabelludo debido al fuerte puño agarrado en su cabello, el anciano a cada tanto lo jalaba, mientras seguía la filosa navaja en su garganta. El anciano le agarro con brusquedad el brazo izquierdo mientras se abrazaba a ella para no soltarla. Susie sintió su respiración en su oído junto con su barba mal cortada en su mejilla. El anciano la volteo con brusquedad; su mano libre sosteniendo su nuca y nunca dejando de lado la amenaza en su garganta, y le pasó el filo de la navaja por sus mejillas.

Susie cerró los ojos ante el contacto del metal frio.

Apretó mucho más fuerte los parpados debido al miedo y sintió como su corazón palpitaba fuerte en su pecho. Unos dedos callosos se posaron en sus labios regordetes recorriendo hasta llegar a la pequeña indura de su barbilla. A Susie le dio asco su toque, le daba asco tenerlo de frente examinándola.

-Eres un espécimen raro, los extranjeros buscan cosas exóticas como tú -le menciono.

En un momento de descuido el anciano aflojo el agarre y, con todas sus fuerzas Susie se soltó de él, sintiendo como el pequeño corte le escoció la piel. Arranco a correr rumbo a la puerta de salida. Estaba a pocos metros de alcanzar su objetivo cuando sintió el fuerte dolor en su cabeza y como los ojos se le cerraban inconscientemente mientras las piernas se debilitaban hasta caer al piso.

Nunca supo cuando el anciano se acercó a su cuerpo inerte, sosteniendo la botella rota con la mano mientras escurría el líquido color ámbar sobre su muñeca. O cuando se acercó lentamente hacia ella mientras pisaba los cristales rotos del piso, cuando unos se enredaron en su cabello oscuro. El anciano se agacho con cuidado a la altura de su cara y le paso los dedos callosos por su rostro.

El anciano miro la pequeña cortada en su cuello, y poso dos dedos en la herida, una gota de sangre escurrió por su dedo. Y sonrió. Se limpio la mano con el cuero viejo, y observo a Susie inconsciente. Esa niña le daría más dinero de lo que pensaba.

۞۞۞

El crispar del fuego era cálido, como lo cálido que se sentía una noche de verano, una vida tranquila, como las galletas de la merienda. Como las risas de los niños sin preocupaciones. Cálido como los abrazos de su padre, como las sonrisas de su madre. Y las miradas cómplices de sus hermanos. Susie sintió esa calidez en su interior, esa calidez que siempre había sido su vida.

Abrió perezosamente los parpados con la esperanza de encontrarse en casa y como una segunda vez, fue la decepción lo que hizo presencia. Le dolía la cabeza y las sienes le punzaban, Susie se tocó la frente para alivianar el dolor y miro a su alrededor lentamente confusa, cerro los parpados para acostumbrarse a la luz y abrió de nuevo los ojos: amarillo, naranja, café y tonalidades de negro, abundaban por todos lados. Parpadeo para visualizar mejor, no era su habitación. Era la sucia choza del anciano que la había raptado y le había amenazado con cortarle la garganta.

Otra pulsación.

La cabeza le daba vueltas y los brazos le dolían, Susie trato de moverse, pero fue la cuerda tirando de su cuerpo lo que sintió. Hubo un chasquido de cerrojo y luego el sonido de la puerta abriéndose.

Susie fingió que dormía y se acurruco más en la cama mientras escuchaba los pasos acercarse y como los cuerpos se acercaban a la habitación.

-Está durmiendo -exclamo una mujer-. Parece más una snowht que una viajera Twyn, mírala, es blanca que parece una nata cremosa.

-Te lo juro por los protectores que es una viajera -exclamo el anciano con seguridad.

-Sabes que los viajeros son leyendas viejas, cuentos que les cuentan las abuelas a los niños. Han pasado siglos Twyn, demasiadas eras, ¿Qué te hace pensar que es una?

-Ella sangro -respondió el anciano.

-Si, como tú y yo lo hacemos.

-NO -negó-. Era roja, espesa. Muy diferente a la nuestra.

-Eso es imposible.

-Tú y yo sabemos que no es del todo cierto. El sol y la luna estuvieron en el punto más alto el día de ayer. Y la luz se vio en todo el imperio. Tu misma lo dijiste, han pasado eras de un fenómeno así.

-Tal vez fue el alma de la reina Lilian, lo que brillo. Un protector hizo que brillara por última vez.

-La reina está muerta, el rey la mato y su amante ocupa el trono, como una vil rata -exclamo molesto el anciano.

-El general no permitirá que el nombre de la reina quede manchado y su muerte quede impune.

-El general quiere más que venganza, quiere poder.

-Una viajera puede dárselo Twyn, sabes lo que significa darle un regalo al general, seriamos ricos y podríamos irnos más allá del mar, a las costas.

-Sabes que eso significa que no podemos volver Carol -le expreso el anciano-, si se la damos, él nos ayudaría a irnos. Pero si nos vamos, nos vamos para siempre del imperio.

-Despiértala, la voy a limpiar -menciono la mujer.

El anciano le hizo caso, agarro a Susie por el brazo y la zarandeo. Ella no tuvo tiempo de reaccionar cuando el timbre molesto de su voz la aturdió.

-¡Despierta, niña! -le grito el anciano.

Susie retuvo un alarido del dolor, el hombre le jalo el brazo tan fuerte, que la cuerda le corto la piel, se le marcaron las callosas manos del anciano como huellas rojas en el brazo.

-Mocosa débil -bramo el anciano-. Mira, te cortaste de nuevo, eres tan débil e inútil que morirás tan rápido, si el general no te quiere.

-Basta Twyn, eres muy brusco con ella la estas lastimando -dijo alarmada la mujer.

El anciano la soltó, haciendo que callera en la mullida cama de paja, Susie vio cómo se fue enojado y se sentó enfrente de la mesa, el anciano agarro con la mano una hogaza de pan del canastero y lo partió en dos para embarrarlo en el pollo cocido que estaba en el plato.

Susie miro curiosa a la mujer de enfrente quien la observaba, era alta, delgada, y morena; su piel era preciosa y muy esterilizada. Tenía unos pantalones de cuero negro, que se cernían a su cuerpo y la camisa de lino blanca contrastaba con su piel. Bonita, era la palabra perfecta para describirla, con ojos grandes, negros y los labios rojos. Joven, demasiado joven como para ser esposa del anciano.

La mujer la miro curiosa al ver que la observaba. Y se fue a la cocina antes de entonar palabra alguna con ella. Susie se acomodó en la cama escuchando el sonido de los cacharros viejos; vio regresar a la mujer con una sonrisa en la cara y un vaso de agua en las manos el cual le ofreció.

-Anda toma -le dijo-. Debes tener sed.

Susie tomo el vaso con sus manos sujetas por las muñecas y se lo empino con cuidado. Estaba deliciosa, era el agua más dulce que había probado, las gotas de agua le cayeron por la barbilla y cuando no quedo ni una sola gota de agua, suspiro.

-A que esta deliciosa verdad -le menciono la misma mujer sonriendo-. Es el agua de los protectores, es un obsequio de ellos.

Susie no le presto mucha atención, no porque no quisiera, si no que no entendía nada y estaba cansada, con hambre y solo quería dormir.

-No te hare daño, si me tienes miedo -continuo la mujer-, eres bonita, al general le agradaras, le gustan las mujeres exóticas como tú.

-No soy un juguete al que puedes vender -replico Susie cansada, se sentía soñolienta y muy agotada.

-¿Tienes hambre? -le pregunto la mujer evadiendo su respuesta-. Claro que tienes hambre, estas tan delgada hay que darte de comer.

Se fue antes de que Susie pudiera negarse y cuando volvió traía un cuenco humeante de sopa en sus manos. La mujer le ofreció una cucharada del líquido acercándosela a la boca.

-Anda come -insto la mujer-. Sera un viaje largo.

Susie a regañadientes acepto la cucharada de la sopa, la sorbió y escurrió un poco de líquido por sus labios; estaba caliente, pero sintió como su garganta se liberaba del nudo que sentía, parpadeo un poco, tratando de liberarse del cansancio.

-Gracias -susurro Susie, tan bajito que era casi inaudible.

La mujer la siguió alimentando, cada cierto tiempo le ofrecía agua y le limpiaba los labios por el líquido escurrido, era amable, Susie veía la compasión en sus ojos, pero sabía que a pesar de que se compadecía de ella. No la ayudaría a escapar. Consumió toda la sopa como el agua de la taza; se sentía un poco mejor debido a la comida.

-Gracias.

La mujer le regalo una sonrisa mientras le pasaba una mano por su sien, tenía una mancha de sangre seca producto de la botella rota que le había dado en la cabeza. La mujer agarro los platos y se los llevó al lavabo. Susie vio como la mujer se apuraba en algo, pero no menciono nada. El anciano siempre estaba observando, parecía un cazador asechando a su presa.

Susie miro a su alrededor, la choza era una combinación de colores marrones por la madera, unos más oscuros que otros y el fuego daba calor en la chimenea donde se quemaban los troncos secos del bosque. Vio atreves de la ventana, todo era claro, demasiado brillante para ser verdad, demasiada luz para una oscuridad insaciable de troncos oscuros.

La mujer volvió de nuevo, traía en sus manos una cubeta con agua hervida y unas cuantas toallas limpias.

-Sal Twyn -le ordeno.

El anciano se quejó, hizo una mueca y se levantó de mala gana; sacando al aire la palabra "Mujeres". Lo último que vio Susie de él fue cuando azotó la puerta tras su salida. La mujer metió en la cubeta los trapos y los escurrió, para luego pasarlos por su cara y limpiarla, el paño caliente era como un relajante para su cansado cuerpo. La mujer empezó a limpiar la sangre que se encontraba en su sien, como a limpiarle los brazos.

-Estas demasiado sucia -pronuncio.

Sí; sí que lo estaba.

Tenía hojas por todo el cabello encrespado, y su vestido estaba sucio como sus piernas magulladas y sucias. Susie no respondió, solo la miro mientras la limpiaba, era uno de los momentos más incómodos de su vida; ver como una mujer le pasaba un trapo por su cuerpo como si fuera una nena de tres años que necesitara ayuda. La mujer a cada tanto remojaba los trapos por la cubeta, salía vapor por la misma debido a lo caliente del agua. La mujer la miro a los ojos, para luego inspeccionar la marca rojiza que tenía en el cuello.

-Lo siento -le menciono-. Debió doler.

Le toco el cuello con delicadeza mientras limpiaba la herida. Era una raya larga rojiza lo que había quedado. -Va a sanar -le hablo mientras la limpiaba-. Es un corte superficial -le explico-, con el tiempo ya ni siquiera estará.

Susie volteo su rostro para no verla, su amabilidad la frustraba, porque no la limpiaba para ayudarla, solo lo hacía por su beneficio propio.

-No muestres actitudes hipócritas, con compasiones baratas -le dijo Susie enfadada-. Solo me ayudas porque les conviene venderme a ese general tuyo.

La mujer la observo y no dijo nada, siguió limpiando y remojando el paño en el agua.

-Los viajeros son valiosos -le explico-. Valen mucho. No son como nosotros. Son raros y son difíciles de encontrar, son leyendas perdidas, casi mitos, pero estas aquí, roja y enfadada.

-No soy una viajera -contesto-. Solo soy una mujer, como tú, como cualquier otra.

-No eres como yo, ni como ninguno del imperio.

-Y eso es razón para secuestrarme -reclamo-. No soy especial, solo soy una joven inglesa educada en Virginia. Y tengo una familia, ¿tú tienes una familia? Porque yo sí.

-Twyn es mi familia.

-El hombre que me secuestro, claro-ironizo-. Tu esposo.

-Es mi protector, es lo único que tengo.

La mujer siguió limpiándola, le tallaba los brazos con los paños humados y, cuando veía tierra, pasaba más fuerte el trapo hasta que estuviera limpia.

- Fui una moneda de cambio -hablo la mujer, aun tallándola y no mirándola a la cara-. Mi familia debía mucho dinero, Twyn pago la deuda y mi padre como agradecimiento me dio a él como un regalo. No es malo, yo solo me encargo de los mandados y de la comida. Soy su esposa, pero no lo soy, no ejerzo como una, soy más una pupila que una esposa.

- ¿Por qué no huiste? -pregunto Susie dudosa.

-Huir nunca ha sido una opción.

- ¿Te ha lastimado?

-No.

Solo la miro; Susie se vio reflejada en la mujer que la limpiaba, porque su destino era casi el mismo. No se pertenecerían a ellas mismas. No serian libres de tomar sus propias decisiones, se preguntó cuántas veces esa mujer intento huir y no pudo, sintió lastima por ella y por sí misma.

- Procurare que te entreguen a alguien que vele por tu seguridad, el general es bueno -informo la mujer mirándola-. Si el mundo se entera que estas aquí, te cazarán y vendrán a buscarte, el general te va a proteger y quien sabe, a lo mejor te entregue el mundo entero a tus pies.

- ¿Por qué? -pregunto.

- Si no sabes nada estarás a salvo, no preguntes nada y procura no sangrar -le explico, mientras cubría el corte con una venda.

Eso no respondía nada, era una deriva de preguntas sin respuestas. Le decía que no era como ninguno de ellos. Entonces ¿Qué eran?, ¿Qué era ella? y ¿Por qué no podía sangrar?

- ¿Volveré a casa? -pregunto Susie-. ¿Cómo puedo volver a casa?

-Nadie sabe si los viajeros alguna vez regresan de dónde vienen.

La respuesta le cayó como un balde de agua fría.

- ¿Qué es este lugar? -volvió a preguntar.

- ¿El imperio? -exclamo la mujer; recogiendo las cosas.

Susie asintió a su pregunta, la mujer la observo y respondió:

- Es la tierra de los protectores. La tierra fue divida en ciudades como en aldeas. Nos separa el mar como las colinas de Imogeeth. El emperador dividió las tierras en dos regiones; las tierras de Maia donde estamos y, la tierra de Calanthe. Las costas sin conquistar muerden el mar, son lugares para los sin nombre.

-Y... ¿tú eres una protectora? -pregunto Susie.

-No -le dijo entre dientes.

- ¿Qué eres entonces? -volvió a preguntar.

-Ya te lo dije, es mejor que no sepas nada.

Fue lo último que le dijo antes de agarrar las cosas, e irse tras la puerta, dejándola sola.

El sueño se apodero de ella poco tiempo después en un estado de inconciencia, donde se sentía tan relajada que estaba en casa, no en Virginia sino en casa, leyendo un libro sobre su regazo, las gotas de lluvias crisparon ante el cristal de las ventanas. Susie vio hacia la calle, donde estaban los pasillitos adoquinados, y los hombres y mujeres resguardados en paraguas. Vio algo en especial, a un hombre que cargaba entre sus brazos un paquete amarrado, como cartas envueltas en papel envolvente. Él levanto la vista, hacia al cielo y se puso el paquete debajo del aza del brazo de su abrigo, para poner la mano sobre el aire y tocar las gotas de lluvia.

Susie se quedó ahí observando a ese desconocido que esperaba a que terminara de llover, esperando al otro lado de su casa, enfrente de la acera.

Hubo un ruido proveniente de abajo y luego vio como su padre se acercaba al desconocido, y le estrechaba la mano, el hombre le entrego el paquete, y luego simplemente se inclinó para quitarse el sombrero, la piel pálida de la mayoría de los británicos se dejó ver un poco y Susie vio a su padre asentir y luego simplemente regreso de vuelta a casa. El hombre se quedó un rato más esperando en la lluvia y luego simplemente miro hacia arriba donde estaba ella, sentada observando lo que minutos antes había pasado, la interaccion con su padre. El hombre simplemente la observo por un momento, metió su mano libre en el abrió de lana y luego saco el reloj de bolcillo. La observo por un buen rato más hasta que paso un automóvil esparciendo los charcos de agua acumulados por la acera y cuando ella trato de distinguir al hombre, este ya se había dado la vuelta para retirarse, giro hacia la calle contraria y lo perdió de vista.

-Susie querida podrías ir a la tienda en busca de bollos-llamo su madre desde la cocina. Susie dejo su libro de lado y se alejó de la ventana, agarro el impermeable guardado en el armario y lo abotono para colocarse las botas negras de lluvia, se colocó el gorro y agarro el paraguas de la entrada, había cogido el dinero de la mesa antes de pasar por la cocina.

Salió al aire libre y sintió el liguero aroma de lluvia y tierra húmeda, camino por la acera para ir a la panadería de la esquina, miro por las calles a los dos lados, cuidando de que no viniera un conductor desorientado y cuando estuvo segura cruzo la calle, camino una cuadra cuando vio el ligero techo de nailon rojo, y miro el letrero del puesto: "Panaderia Rosa´s" abrió la puerta del local donde colgaba el abierto, y sonó la campanilla que avisaba de un nuevo cliente. Observo el mostrador con cuidado y vio los bollos de queso.

-Hola desconocida.

Susie voltio ver a quien se refería, cuando noto que era el mismo hombre del paraguas. De enfrente de su casa.

-Hasta que nos vemos-expreso el hombre.

Susie lo observo dudosa, y dio un paso hacia atrás, no lo reconocía, no sabía quién era, el hombre saco el reloj del bolcillo.

-Pronto pero aún no, pronto me conocerás-respondió a su pregunta no formulada, y salió de la tienda.

Susie observo su andar, seguro cuando dejo el local, y se iba para girar en la esquina y desaparecer de su vista como la última vez.

                         

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